El engaño
Si me engañas una vez, tuya es la culpa;
si me engañas dos, es mía.
Anaxágoras
¿Dónde está
tu puta? Los ojos de la señora de Palma querían asesinar a alguien. Ahora me
va a escuchar. Y después me vas a escuchar tú, desgraciado. Mi papá te va a
dejar en la calle ni bien le confirme la perrada que me has estado haciendo.
No sé de
qué hablas, mi amor, dijo Omar Palma, obsequioso, tranquilo, inocente.
Sabes muy
bien de lo que te estoy hablando. Ya vas a ver en la casa. Ahorita quiero
dejarle las cosas claras a tu puta.
¿A mi puta?, dijo
Omar, completamente extrañado.
No está.
¿Este no es su sitio?, se desesperó la mujer.
Este es el
sitio de Checha, amor. A ver, o sea, ¿crees que tengo algo con Checha?
No lo creo;
estoy segura, huevón, dijo la señora de Palma.
Amor, no
tengo nada con nadie, mucho menos con Checha. Sí, este es su sitio, pero qué
raro que no esté aquí sentada. ¿Será que aún no llega a la oficina? Hoy llegué
tan absorto en un asunto que ni cuenta me di de si estaba Checha.
¿Dónde la
has escondido, pendejo?, reclamó la mujer, los ojos acerados.
No he
escondido a nadie, amor. Seguramente Checha no ha venido. Ya es la tercera vez
que falta. Voy a correrla inmediatamente, dijo Omar, molesto.
Tu oficina.
¿Por qué está cerrada tu oficina?, dijo de pronto la mujer.
No he
estado en mi oficina, amor. Desde que llegué, me instalé en la sala de
reuniones. He estado conversando con los socios de Fred por videollamada.
Vamos a tu
oficina, huevón. A mí no me engañas, dijo la mujer, arrebatada, con muchas ganas de
abrirle la cabeza a la secretaria de su marido.
Cuando se
acercaron al lugar, las persianas de los vidrios cubrían apropiadamente su
interior. No había resquicio alguno para el ojo fisgón.
Está
cerrada la puerta. Ábrela, ordenó la mujer. Omar Palma insertó una llave en la
cerradura y la puerta no cedió. Está cerrada por dentro, amor, dijo él,
sorprendido. Qué raro, continuó. Alguien debe de estar dentro.
Claro, pues, estalló
la mujer. Adentro está tu puta, miserable. Y, sin esperar a que se hallase
alguna otra forma de abrir la puerta, le lanzó patadas y puñetes. Ábreme,
puta, ábreme, gritaba. El vidrio templado vibró como placa de metal.
Omar Palma,
alarmado por esta situación, tomó impulso y corrió hacia la puerta, dirigiendo
uno de sus hombros contra el punto débil de la estructura. Cuando la puerta se
desmoronó contra el suelo, Palma y su mujer vieron a Luis Fuentes y Checha Vivanco
medio desnudos, vistiéndose apresuradamente, la angustia y la desesperación
deformando sus miradas.
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