Traición
Es fácil esquivar la lanza, pero no el puñal oculto.
Proverbio chino
Luis le
tocó la puerta a Fátima. Ella había salido de la ducha hacia solo unos minutos
y estaba secándose el cuerpo con la toalla.
¿Ya te vas?, le dijo
Luis luego de que ella le abrió la puerta. Estaba desnuda. No se cuidaba de
cubrirse. Fátima, Linda y Silvia eran como sus mujeres. No había pudor alguno
entre ellos. En unos cuantos meses, no solo habían logrado consolidarse en el
mercado carnal sino también engrosar los lazos de amistad y compañerismo. Sí,
dijo Fátima. ¿Querías algo?
No, nada, dijo
Luis. Aunque sí, sí quería algo, quería decirle que le gustaba muchísimo, que
quería ser su marido, el oficial, pero las cosas no eran tan sencillas. Solo
quería saber si ya te ibas. Tenía curiosidad, no más.
Sí, ya me
voy.
Luis no
supo qué más decir. O sea, sí tenía mucho qué decirle, tenía mil y un maneras
de confesarle su amor, de que se hiciesen marido y mujer, de que juntos liderasen
el negocio, pero no halló el sendero correcto para encaminar sus palabras, para
ser mínimamente coherente, lógico y, todavía así, enamorado.
Pero no te
preocupes si crees que es muy tarde, añadió Fátima. Carlitos me va a llevar.
Esto no se
lo esperó. La noticia lo golpeó. Su socio lo estaba atrasando. No había otra
explicación.
Pero
tampoco podía decir que su socio lo estuviera atrasando, al menos no con
conocimiento de causa. No le había confesado a Sánchez que estaba enamorado de
Fátima. Ya aquel le había advertido que uno no debía entrometerse con el
material de trabajo. Nada bueno podía resultar de cagar donde uno comía. Sin
embargo, por lo visto, Sánchez desoía sus propias recomendaciones. Con razón
el gordo llega tarde a casa, recordó Luis para sus adentros. El pendejo
ya se la está comiendo desde hace un tiempo, entonces, malició.
Unos
minutos después, ya solo en el departamento, Luis dejó todo en orden y fue
hacia la casa de Sánchez, quien todavía lo alojaba. Comprobaría si al llegar lo
encontraba.
Cuando arribó
a la casa de Sánchez, no halló a nadie. Blackie, el perro, descansaba sobre el
bello sofá de cuero que hacía tiempo había hecho suyo. Esa casa casi siempre
estaba vacía. Prácticamente, había sido comprada para el perro. No, no estaba Sánchez.
¿A qué hora llegaría? Luis comenzó a calcular el tiempo que le demoraría a Sánchez
dejar a Fátima en su casa de San Martín de Porras y luego regresar a Breña. Le
añadió a ese tiempo algunos imprevistos. Dos horas, concluyó. Si no
llegaba en dos horas, entonces en algo más estaría entreteniéndose con ella.
Era mejor no pensar en eso. Luis se fue a su cuarto, puso en el celular un
vídeo porno y, luego de masturbarse, se durmió.
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