Fragantes mariposas
Leves y frescas
Que no son flores
Ni tampoco mariposas
Pero saben a luz de carne.
Mojan como el balsámico rocío de las mañanas.
Esos son tus besos.
Nunca me niegues uno.
Jamás me alejes de ellos.
Fragantes mariposas
Leves y frescas
Que no son flores
Ni tampoco mariposas
Pero saben a luz de carne.
Mojan como el balsámico rocío de las mañanas.
Esos son tus besos.
Nunca me niegues uno.
Jamás me alejes de ellos.
Flores de fantasía
Cristales cantados que son las palabras que te digo, que me oyes, cuando
exhalo mis últimos suspiros.
Suspiros adormecidos ya sin fondo, ya sin alma.
Suspiros que destilan una suave nada.
Nada hay ya en mis ojos.
Y los vergeles en donde antes nos revolcábamos son ya pura fantasía, luz que no dice nada.
El amor corre por el arroyo.
Despedaza los cementerios de flores que descansan injustamente a sus
lados.
Un mundo de luces cae tibio y rompe con sus rosas el agua áurea que
protege con sus brazos al amor.
Los árboles en huesos coronan con guirnaldas los esfuerzos de un amor
que Dios ha perfumado con su gracia de oro enamorado.
Heno segado, tristeza que va cayendo en el campo dulce.
Colinas dormidas, alegrías que se elevan con ruiseñores violetas.
Llego cargado de coplas de tiempo, de sendero, de olor
y de dolor.
Alguien ha muerto esta tarde. Y el heno y las colinas van detrás de los
lamentos que en el viento arden.
Románticas estrellas colorean la mañana con un llanto de música que
duele esencialmente en el costado izquierdo.
Rosales meados por la mañana, espectrales y fragantes, armonizan en lo
distante, rotos y mustios, olvidados en la niebla.
Temblorosa
Tus mustios cristales tornaron mis penas en espectros azules.
Trémula
Tu suave y gruesa alfombra persa cubre de primavera el duelo antiguo que
me acosa.
Transparente
Tus infinitos silencios llaman a la Luna y esta acude a mi balcón y
sacude con sus plateados cilicios las indolentes sombras de tu ausencia.
Garganta de plata, canta en la sombra errante que llevo arrastrada de
los hombros.
Canta no importa melancólica, que tu poesía es ruiseñor en guirnalda.
Nostalgia constelada de noches de julio, llora tu blanco dolor sobre mi
cadáver henchido.
Deja que tus hojas me cubran con su lírico dolor.
Voz doliente, abre tus ojos negros y dedícame una última mirada al
terminar el postrer verso de tu dulce sonata.
Duermen los aires y las aguas con placidez.
Aprenden los pájaros que cuelgan de las cañas.
Roban los arroyos tu argentina armonía.
Y tu boca me regala murmullos que soplan entre mis vegas erizadas de
amor.
Iba hueveando. La mañana fría, rica, como me gusta, iba conmigo de la
mano. Entonces tú, harinera, apareciste, blancas las narices, las manos y la
mirada.
El poeta de Quilca quiere estar duro en Quilca.
¿Tienes lo mío?
¿Tan temprano, poeta? Recién voy a buscar la harina. Hoy voy a poner a
Quilca más blanca que nunca.
El poeta de Quilca quiere estar blanco en Quilca.
Hoy te quiero a ti, mi fiel harinera. Eres más blanca que el sendero que
une a los coqueros de La Perla, San Miguel y Magdalena.
El poeta de Quilca solo quiere amar en Quilca.
Solitarios cuadros románticos languidecen en el penumbroso barco surto
desde hace siglos en un puerto abrumado de álamos encorvados.
Cántame desde tus alturas.
Sóplame las velas enjaezadas en tu honor.
Dime en qué mar los vientos blancos volverán a brillar en la aurora de
mi vida.
La hojita rosa en el cielo azul.
Las avecillas de tu jardín en el agua cantarina.
Un corazón que alza vuelo y se aleja trovando rezos de amor y desenfreno.
¡Qué rico es fumar y alucinar desde tu cama!
¡Palacio de sol en el suspiro de la tarde!, arrulla la huida que irisa
la piel del alma.
Recógeme en el nido de soledad y calma.
Endulza con tu canto enajenado los campos llenos de sentimientos
monstruosos que me sientan a escribir estos coros estuosos.
Te alejas con sonatas que despiertan a los vecinos.
Bestia de la aurora, ¡qué mugre vas por los caminos!
Los pájaros conversan a mi ventana, ennoblecen la turbiedad de tu
presencia aún flotando en mi estancia.
Bestia del sur, ¡qué desorden me dejaste!
No sé qué mierda dice el chismoso de enfrente.
Mis pensamientos van en pos de la paz que me ahuyentaste.
Bestia rosa, ¡cuánta falta ya me haces!
Tu llamada me anuncia el inicio de mi aventura: me voy a colar en tu
cuarto y, por una noche, copularemos como manda la sociedad.
Mis viejos ya se han ido.
Ven, ven.
Ven por mí.
Mi cama ya quiere conocerte y mi almohada contarte la vida de las
mariposas que anidan en mi pecho florido.
Voy, ya voy.
Voy ya mismo.
Mi flauta quiere enarbolar sus melodías y llenarte con su luz de
primavera.
Esas noches ricas de noviembre en el jirón Camaná me recuerdan a ella.
La brisa tibia y potente, las luces floridas que doran las derruidas
casonas, la Luna enorme que nos invitó a refugiarnos en un bar para adelantar
nuestro panetón de Navidad.
Noches ricas, noches tristes.
Tiempo detenido en la brisa que ahora atormenta mi corazón con sus
recuerdos y en vano me pregunto: ¿por qué dejé que se me fuera?
Un cielo con brillo de lamentos.
Una música débil que horada corazones de estaño.
Jodido bajo el cenit del cristal dorado de dolor, me adentro en la plaza
donde una soga cuelga para mí.
Me vestirán de negro terciopelo y el mundo emergerá del crepúsculo
limpio y resanado, iluminado por el chillar auroral de tus estrellas.
Parque de hierba muerta por el rodar continuo de una pelota que va de
arco a arco.
Agua serpenteante de una manguera que nos ofrece rápidos oasis en tardes
infantiles de verano.
Antes de mi primera mujer y la seguidilla de fracasos con que vino
acompañada, un ruiseñor entonó fresca y suave música en el campo cerrado de mis
trece años.
Mañana, corazón, cumples un mes de muerto.
Treinta días exactos desde que te desollaron entre risas y mentiras.
Había sido una noche fría.
La Luna renegó de todo el romanticismo que el cojudo
de Byron le arrogó.
Las calles avinagraban los pasos optimistas de todos esos huevones que
se alucinaban emprendedores.
Yo iba sollozando mi suerte insepulta, entreverándome con los recuerdos
de esos tus labios que habían lustrado tantísimas veces la testa de mi hombría
y que hacía poco se hamacaban de la jeta de otro.
Mañana, corazón, llenaré con paja el hueco que dejaste
al lado de mi pulmón.
Hoy siento azulmente los enredos que tensan mi corazón y desangran mis
pupilas.
Tus cuchillos, grandes y largos como de cocina de chifa, han hecho
surcos en todo mi nombre y ha quedado perfumado de muerte el destino que
pagaron mis padres.
Hoy me duele la noche porque estoy seguro de que bajo otra estrella le
invitas más de un beso a aquel idiota con quien te vieron mis amigos un día que
fui feliz, cojudamente feliz.
Para sanar mi alma rota, me he quedado contemplando una foto de mi madre
a través de la gruesa cortina de agua salobre que intenta nublarme la vista.
En su rostro hay dolor por las muchas veces que nunca la llamé, aunque
hay también un algo que calma el sufrimiento, que mira en silencio y perdona.
En esta noche de sufrimiento, he decidido abandonar este cuerpo de
tantos años, pero mi madre me ha mirado y me ha pedido que me quede.
Tirado en el sofá, y con mucha precaución, miraba vídeos de mujeres
desnudas en el celular.
Mi esposa se acercó en silencio y dijo: si el fútbol te gusta más que mi
concha, ya nunca te dejaré jugar con ella. Te doy una última oportunidad, ¿me
acompañas? Hoy me siento particularmente hermosa. Quiero tirar contigo antes de
que venga la visita.
Si quieres, te acompaño al cuarto y nada más. Tócate si te sientes
particularmente hermosa. Yo voy a seguir viendo mi partido de fútbol.
Se asó. Sus ojos me mandaron a la mierda y se fue. Entonces seguí
mirando mujeres tetonas en el celular.
Atravesando la garúa que ennoblece al paisaje, pasan las chicas que retornan
del desenfreno de las discotecas.
A lo lejos suenan las bocinas tristes
y la mañana gatea su ausencia de sol.
Las discotecas se han quedado frías y solas con sus botellas.
Por su suelo penan bailes y refriegas que volverán a la vida el próximo
fin de semana.
Cierro los ojos y me pierdo en la garúa dejando que el corazón vaya
detrás de las sobrevivientes de las discotecas.
La vida necesita de muchas horas para que pueda ser llamada vida.
Un recuerdo, un solo buen recuerdo, necesita de al menos una hora para
existir.
Y una vida está compuesta de al menos doscientos recuerdos para que
pueda ser llamada vida.
Pero la muerte requiere de menos de un segundo para vencer a la vida.
¿Solo sabes destruir? ¿Y construir?
Nunca he construido nada. Yo solo sé odiar. No sé hacer nada más. Aquí
solo tengo odio.
Pero el odio es poca cosa. Para vivir bien necesitas algo más que el
odio.
¿Y quién quiere vivir bien?
¿Qué chucha es vivir bien?
Cuando nada quede
Cuando nada tengas
Solo te alimentarás de esperanza.
Devorarás toda la esperanza que pueda inventar tu corazón.
Tragarás el estruendo de los varios fracasos que te asalten a las cinco
de la mañana y con frío.
Tienes que sobrevivir.
Sobrevivirás.
Nos quedamos solos en ese baño. Desde esa madrugada éramos enamorados.
Los grafitis de las paredes luchaban por arrebatarnos la atención bajo
un techo crepuscular de color indescifrable.
¿Cachamos?
La muy bandida se deshizo del calzón como quien se tira una clase de la
universidad.
Los ripios caían desde mi pantalón al piso salpicado de pichi y, en el
aire inmóvil y tieso, reinaba el alma del mojón que se deshacía en el wáter.
Nunca se atrevió a mirarme. Le bastó con saber que ya éramos enamorados.
Cuando le dije que me iba de la casa, me miró con resignada pena.
Aún lucía sin orgullo los círculos morados de pasadas veladas.
Sus ojos, sin que ella pudiera evitarlo, se atrevieron a preguntar por
qué, por qué me iba de la casa.
Porque tu presencia me llega al pincho, le contesté, me anula, me mata.
Porque quiero gritarme libre, que mi pecho se inflame de adolescencia.
Sin que me lo pregunte, le conté que me largaría a donde el día sea solo
noche y no me alcance tu recuerdo de mediocridad.
Sus ojos se sumieron en las paredes desportilladas y permaneció callada
y resignada, muy resignada, tenuemente sonriendo.
Nadie controla lo que puede olvidar.
Un recuerdo te asalta de pronto, se pasea por los amplios salones del
presente, destroza un jarrón por aquí, compone una canción por allá, y
desaparece.
Y te cambia o no. Todo dependerá del jarrón destruido o de la canción
compuesta.
Para subsistir, todo tirano recurre a la represión.
Cada día, la represión se engrosa y tiene hambre de cuerpos y
conciencias.
La represión es el destino del tirano. Y también su fin.
Eso es lo que veo en ti ahora; el fin de tu tiranía. Y el comienzo de la
mía.
Tienes razón: hay muchas cosas en las que uno puede creer; Dios no es la
única.
Allí donde las botas quiebran esperanzas, un pedazo de pan hace
milagros. Lo malo es que no siempre hay harina ni manos ni ganas de amasar.
Escapo como puedo.
Me escurro de tu mirada burlona que me persigue desde lo alto del altar
en donde te puse desde que te vi en el cuarto ciclo de la universidad católica.
Desde ese mismo altar en donde tus soldados de la muerte ejercitan a
diario los filos fatales de tus cuchillos de amor.
Ya no te reconozco.
Te has hecho muy astuta.
Antes, apenas me veías, te cagabas en los calzones. Ahora, estás muy
animada, muy viva.
¿Qué tienes, asquerosa? ¿Has olvidado que a cada perra le llega su
navidad? ¡Muy pronto saldrás por esa puerta en una mochila y en trozos!
¿Dónde está mi plata? ¡Suelta ya mi plata!
¿Qué es esto?, pregunté.
Un vagabundo que canta.
Debe de ser uno de esos que enloqueció luego de perderlo todo en la
pandemia.
¿Un vagabundo de la pandemia?
Sí, ningún otro canta así en esta época del año.
Es un vagabundo de la pandemia.
Lo recuerdo perfectamente.
El tiempo no significa nada.
Se licúa.
Se derrama en todas las direcciones.
Es agua desbordada que se desliza cuesta abajo.
¿Qué es el tiempo?, preguntaste entonces.
El tiempo somos tú y yo.
Otros diez minutos.
Me siento en el suelo y no me muevo más.
Respiro hondo y otra vez soy consciente de mi estado.
Oigo al aire llegarme y abandonarme. No hay más sonido que ese.
Ya no hay pisadas ni golpes ni gritos.
El cielo ha reaparecido y se aleja. No se ven más los negros nubarrones
que lo cubrían de fúnebre lucidez y tenebrosa claridad.
Entonces, comienza a soplar una ligera brisa.
Un día de vida es un día de vida y en veinticuatro horas puede caerse un
banco, hundirse un país o apagarse el sol.
Pero yo solo ansío arrastrarme hacia otro lugar, hundir la cabeza en un
jarrón, enterrar ese jarrón, pero antes arrancarme el corazón y arrojarlo lejos
para que siga palpitando lejos, muy lejos de ti y de mí.
Para alargarme la vida dos o tres días como mucho,
sacrificaste la de una veintena de hombres que no se
dieron cuenta de que llevabas en ti la cura a sus
obsesiones.
Esta es tu despiadada ley tradicional,
gracias a la que hasta ahora he sobrevivido,
gracias a la cual, dentro de poco, diecinueve hombres
ilusionados y yo desapareceremos al amanecer.
Eres una maestra en el arte de mantener a los hombres en un estado de
permanente terror.
Ninguno ha podido resistirte.
Muchos murieron estrellados contra tus alambradas y a otros simplemente
les tronó el corazón.
Me resolví a luchar.
Había hallado un fulgor en lontananza, una meta.
Contemplé tus campos dormidos, tus montañas, tu capital incendiada, tu figura
envuelta en sombras nocturnas.
Pero no fui capaz de vislumbrar tus alambradas lancinantes y tus almenas
erizadas de ametralladoras, todas apuntándome a la cabeza.
Soy tan de fiar como un cadáver.
Así que no te preocupes.
No me quedan fuerzas para traicionar a nadie.
De cualquier modo, no puedo ser salvado.
Soy un cadáver que respira.
¿Viene a verte a menudo?, me preguntó un amigo sobre ti.
Casi nunca, le respondo, le tiene miedo a mis piojos, a mi disentería y
a mi cólera.
No tienes mucho que guardar, atesorar o conservar.
De tu corazón, jamás se escapó un suspiro porque sus feroces guardianes
nunca dejaron pasar los puntos de todas mis íes y todas mis jotas.
El fuego de tu indiferencia se reflejaba incluso en los ojos de los
cadáveres que habías apilado detrás de ti.
De niño, lo máximo que tuve fueron cinco soles y una revista de mujeres
cachando.
Tres días después, tenía tres revistas de mujeres cachando y un hambre
de la putamadre.
Perdí mil soles en un partido de fútbol. Jugó el City contra el Bayern.
Le fui al Bayern.
A los setenta minutos del partido, supe que mi esposa me agarraría a
sartenazos al llegar a casa.
Un matrimonio roto por el valor de mil soles.
Así de fácil es amar.
Tuviste poder.
Todo ese poder cayó en tus manos irresponsables.
Y en mi boca apenas si disfruté de la desidia de tu corazón, de tus
miedos, de tus ansias de evasión. Esa es mi desdicha.
El cansancio es como una nube gris.