martes, 20 de noviembre de 2012

Cuerpos Secretos - Alonso Cueto




Alonso Cueto (Lima, 1954) ha publicado “Cuerpos Secretos”, novela que narra las circunstancias en las que un romance, atípico y vetado por la sociedad, se gesta y se complica. Es la historia del amor que surge entre dos amantes muy improbables: una señora de cuarenta años, económica y socialmente muy acomodada, y un muchacho de veinticinco años, cuzqueño, que reside buena parte de su vida en Los Olivos, dedicado a la enseñanza de matemáticas en un instituto sanisidrino. Sus nombres: Lourdes Paz y Renzo Lozano.


Lourdes es una empresaria que se dedica al negocio de las telas. Está casada con el empresario José Schon, personaje que desempeña un cargo ministerial en el gobierno peruano. Ambos viven en una lujosa casa en la urbanización Camacho. Además, como toda familia de boato y poder, tienen una casa de playa en Asia. Es ese balneario el escenario del encuentro entre Lourdes y Renzo, quien viaja hasta allí para darles clases particulares de matemática a los hijos de la vecina de aquella. En uno de los azares creados por el escritor, Paula –nombre de la vecina- le pide a Lourdes que le dé un aventón a Renzo, quien tiene que ir a San Isidro para impartir clases de matemática en un instituto. Durante ese aventón, Lourdes se sentirá atraída por aquel joven, por “el dibujo largo de las cejas, los hombros altos, la tez de color tierra, y en el centro de toda esa larga oscuridad, sus ojos cristalinos.” Previamente, el escritor nos ha narrado la vida monótona y predecible del matrimonio de Lourdes y José, de quien ella sospecha que le es repetidas veces infiel con invariables mujeres. Entonces, el señuelo para justificar el posterior comportamiento adúltero de Lourdes está claramente establecido: una mujer abandonada sentimentalmente que encuentra aquello que cree que carece en Renzo. Desde ese momento, Renzo y Lourdes permanecerán juntos, conversando, conociéndose y citándose en diferentes hoteles, de los cuales, el que más frecuentan es el hotel Cazorla en la avenida Colmena del Centro de Lima. El amor va medrando a escondidas de los respectivos familiares de los protagonistas. Solamente Félix, amigo de Renzo, es eventual testigo de ese amor furtivo gracias a los retazos episódicos que Renzo le cuenta buenamente. Aquel le aconseja a su amigo dejar de ver a Lourdes, pues el marido podría matarlo fácilmente. Un romance erigido por tales protagonistas debe ser descubierto –de lo contrario, la novela no tendría sentido- y obligado a deshacerse por aquellos que nunca estuvieron a favor de semejante enlace. El autor coloca algunos personajes que ayudarán a que el sino de la unión espiritual de Renzo y Lourdes continúe vivo. El final de la historia resulta algo irreal y, al menos desde mi parcializado punto de vista, pobre. Da la impresión de que el autor no sabía cómo terminar su historia. El final escrito contradice los arrestos emprendedores de los protagonistas, cuyos perfiles han sido tenuemente dibujados por el escritor. Además, el final es mediana y mediocremente feliz, lo cual cimienta su pobreza literaria.

El estilo de Cueto es el mismo que sus lectores le conocen a través de sus varias novelas. Uno reconoce esas descripciones lírico-telegráficas que abren párrafos y que compelen al lector a imaginarse los ambientes que usa el escritor a través de aquellos corpúsculos rápidos y precisos con que los pinta. Algunos ejemplos:

“La iglesia en misa de once, las bancas llenas y tantos recuerdos. Una sala con paredes de ladrillos rojos, una fila de bancas, flores en el altar de plomo.”

“La hierba y el muro y la masa serena y furiosa del mar a sus pies, el promontorio de San Lorenzo, la línea que corta el agua en el cielo, el territorio violento y armónico del agua.”

Aquello que causa cierta desazón en la historia narrada es la poca profundidad con la que son retratados los personajes centrales de la novela –ni qué decir de los periféricos-. Una apropiada sumersión en las interioridades de Renzo y Lourdes, por lo menos, explicaría el por qué dos personas tan disímiles y de mundos completamente alejados llegan a amarse con tal furor. Lo sólito, en cualquier latitud del globo, debiera ser que dos personas, al margen de sus etnias o creencias, se quieran o amen; lo insólito, en un país como el Perú, es que dos personas como Lourdes y Renzo se amen con semejante fogosidad. Es decir, en muy poco tiempo –es decir, durante el trayecto de Asia a San Isidro-, años de prejuicio se esfumaron. En una sociedad como la peruana, el individuo de las esferas más altas desdeña al peruano cuyos rasgos físicos son muy semejantes a los de los indios e incas retratados en los libros, rasgos semejantes a aquellos que portan con orgullo los pobladores de las serranías, rasgos como los que posee el que esto escribe. Y este desdén no es propiedad exclusiva de las clases blancas adineradas –uno de los leitmotiv de la novela de Cueto es la diferencia cromática entre sus personajes: lo blanco y lo trigueño-. Si hablamos claro, un cholo con plata comienza a ver a sus “congéneres” por encima del hombro y apuntará siempre, mientras más dinero y estatus acumule, a “emparentarse” con blancos con plata. Basta con echarle un ojo a esta sociedad para enterarse cabalmente de esto que escribo. Lourdes ve a Renzo como un chico de cejas largas, hombros altos, tez de color tierra y ojos cristalinos. La apariencia que Cueto le confiere a Renzo no es muy precisa y parece distar mucho de aquella que caracteriza al peruano de las serranías. Que una señora como Lourdes se hubiese enamorado de un Renzo cuyo rostro se asemejara al de un cerámico mochica propicia, sin lugar a dudas, una verdadera historia de amor dentro de una atmósfera hostil. Por la vaga descripción que hace Cueto de Renzo, parece que ese no es el caso. Es, pues, “Cuerpos Secretos”, una historia que no transgrede ninguna tara social peruana, ya que el autor no tuvo la valentía o el tino de crear personajes más reales ni de explorar en las conciencias de los que ya había creado. Un ejemplo de esto es que Renzo no es un personaje complicado o sinuoso, si tenemos en cuenta que, según el autor, aquel fue violentado sexualmente cuando tenía ocho años de su edad por un tío en el Cusco. Un hecho de ese calibre definitivamente remece a cualquiera y genera un gran impacto en su vida futura. No obstante, Renzo parece haber crecido al margen de las consecuencias de ese funesto episodio y, por el contrario, se relaciona muy bien con las mujeres y con su entorno. Así las cosas, el hecho de la violación se lee como una carga que el autor quiso endilgarle a su personaje para dotarlo de cierto drama que luego no sabe cómo usar ni desarrollar.

El que esto escribe ha vivido en Los Olivos mucho tiempo. Cueto cumple con la descripción de los sitios más conocidos de ese distrito. Menciona, incluso, a la conocida parroquia “El Buen Pastor”, lugar al que acude la atribulada madre de Renzo para rezar por el destino de su hijo y a donde Lourdes llega para entablar con ella una conversación decisiva en la novela. Cueto se tomó, al menos en ese aspecto, el trabajo de investigar aquellos ambientes olivenses que, supongo, no le son muy familiares. Así como no le son familiares, al que esto escribe, los entornos del balneario de Asia.

“Cuerpos secretos” hubiera quedado mejor si la relación de amor que cuenta se limitaba a ser protagonizada por un jovenzuelo que se involucra con una señora mayor y casada, perteneciendo ambos a la misma alta clase social. Un lector, que ha vivido en Los Olivos y que ha padecido diariamente la marginación por el rostro incaico que tiene y por el color terroso de su piel, difícilmente podrá tragarse el cuento de Cueto. ¿Y no es acaso la misión de toda buena ficción convencer a su lector de que las mentiras que cuenta son verdades palmarias?

miércoles, 14 de noviembre de 2012

DiBisa Minera: La Gaceta Deportiva

Conocido por usar constantemente las filudas palabras del diccionario de procacidades cuando su equipo (Procesos Futbol Team) cae aparatosamente frente a sus más encarnizados rivales, el ingeniero Bardales nos concedió una breve entrevista antes del partido que sus dirigidos sostendrán frente a AC Minas.


Daniel (D): Ingeniero, ¿unas palabras?

Bardales (B): Sobre qué, uón. Estoy apurado. Tengo una reunión.

(D): Disculpe, ingeniero. Algo corto nomás. Sobre el partido del jueves.

(B): Qué quieres que te diga.

(D): Cómo ve el partido

(B): Con los ojos pues. Cómo te gusta huevear, muchacho. Allá en el piso 15 hay harto trabajo, ¿por qué no te das una vuelta por ahí? A ver, si te dan algo para hacer.

(D): Claro, claro, ingeniero, como diga. Pero qué opina del partido del jueves.

(B): Nada, nada, solo dile a tu jefe que los peloteros hablamos en la cancha, que no arrugue porque yo he jugado en La Huerta Perdida y en el Callejón de las Siete Puñaladas. Yo le hacía huachitas al jefe de Los Destructores. Además, como ya les he dicho a mis muchachos, “nosotros podemos perder con todos menos con Minas”. También les he dicho: “nuestros rivales son Piping, Inmobiliaria, etc, pero Minas son nuestros enemigos y ningún enemigo mío me puede ganar”.

(D): Ah, ya, ingeniero. Sabias palabras. Suerte en su reunión.

(B): Ya, no te preocupes, muchacho, y ya deja de huevear, pues.

viernes, 2 de noviembre de 2012

"Dabai, Chelo, dabai" - Giovanni Barletti



Gracias a la feliz iniciativa del blog “Lee por Gusto” de obsequiar a sus lectores con libros, pude leer “Dabai, Chelo, dabai”, colección de cuatro cuentos, más o menos extensos, escritos por el moqueguano Giovanni Barletti (1988) y publicados por Cascahuesos editores.
“Dabai, Chelo, dabai” es el nombre del segundo relato que presta su nombre al libro. Este cuento, así como los dos últimos, “Rojizo” y “El detective salvaje”, son cualitativamente inferiores al primero, “Como quien no quiere la cosa”, de lejos el más original, mejor trabajado e ingenioso. No es que los últimos tres relatos sean malos; son buenos y entretenidos. Sin embargo, el primer texto descuella notablemente. Todo esto, claro, según mi modesto, discutible y muy subjetivo parecer. Como diría don Marco Aurelio Denegri, parafraseando al eximio cuentista Cortázar: “Es muy difícil hallar cuentarios que tengan más del 10% de bondad cuentística. Si un cuentario tiene 10% de bondad ya es aceptable”.    

Los cuatro relatos del libro están publicados de acuerdo con el orden cronológico en que fueron escritos, así tenemos: “Como quien no quiere la cosa” en diciembre del 2009, “Dabai, Chelo, dabai” en marzo del 2010, “Rojizo” en octubre del 2010 y “El detective salvaje” en enero del 2011.

Si consideramos lo escrito anteriormente, podríamos inferir que el autor perdió originalidad y desfachatez con el tiempo, ya que “Como quien no quiere la cosa” es un relato que toca problemáticas sociales muy actuales y recurrentes, pero que son tratadas y presentadas al lector de un modo asaz particular e interesante. Digamos, y esto siempre desde mi propia subjetividad, que este cuento podría ser antologable, pues invita al lector a ser parte de la trama de la narración, que no es lineal, sino que salta en el tiempo a través de las voces de sus cuatro personajes principales: Meche, Mario, Tavo y Analú. Este relato involucra al lector y lo convierte en un engranaje necesario para que la maquinaria del texto se mueva. Una característica encomiable del cuento es que le entrega datos discretos al lector para que él arme en su mientes el argumento propuesto.

“Dabai, Chelo, dabai” (en español: “Vamos, Chelo, vamos”) describe los deliquios amorosos de un joven universitario peruano en un lugar tan lejano e improbable como Kiev. La mente del protagonista, Chelo, flota sobre apasionadas nubes creadas por una guapa ucraniana, mientras que su tío (Loco), y el amigo de éste (Deivid Charaja), lo cogen de los pies para enclavarlo en la poco poética realidad que los rodea: “Ten cuidado, Chelo, no confíes en las ucranianas. Ya te he dicho que lo único que quieren es meterte la rata.”

“Rojizo” da cuenta de las peripecias en las que se embarcan un par de amigos cuando deciden incursionar infructuosamente en la proscrita actividad del proselitismo de un grupo marxista. Uno de ellos es arrastrado hacia esa ideología luego de sufrir un revés amoroso a causa de una muchacha que no tenía reparos en relacionarse con tal o cual chico.

“El detective salvaje” es un claro guiño a Bolaño –el personaje principal, un detective taimado, alcohólico y putañero, conduce un coche Impala-. Si bien el relato es entretenido, se regodea en lo repetitivo de los encuentros sexuales del protagonista en lenocinios y en sus grandes curdas.

Si bien estos tres últimos relatos son entretenidos y muestran cierto trabajo técnico, son muy largos; una poda verbal no les hubiera caído mal.

Giovanni Barletti, a pesar de su juventud, demuestra un sano afán por explorar distintos artificios narrativos y, por los epígrafes colocados en el libro, una vastedad de lecturas interesantes. Definitivamente, el primer cuento de “Dabai, Chelo, dabai”, convierte al libro en un texto recomendable.