jueves, 25 de noviembre de 2021

Un País Feliz. Una Presidente Transexual en el Perú - Capítulo 11 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

 

A poem is a mirror walking down a strange street.

 

Lawrence Ferlinghetti – The Street’s kiss

 

Cuando le pongo los lentes a mi perro, éste empieza a hablar. Casi me caigo de la silla cuando dice: Vamos a la calle.

Mi cadena está colgada en el perchero de tu cuarto. Apúrate, continúa, mientras yo sigo atónito, incapaz de mover un dedo.

Claro, respondo maquinalmente. Ya la traigo, le digo, pero permanezco sentado en mi silla, paralizado por la sorpresa.

Entonces, ¿por qué no te apuras en traerla?, me desahueva.

Porque estás hablándome. Los perros no hablan.

El perro, sentado en el suelo, a mis pies, no desentraña el misterio, sino que me lanza un dato importante: En el parque, está la tetona con la que te has hecho varias pajas. Es tu oportunidad de hablarle. Yo te voy a ayudar. Apúrate, trae mi cadena. 

Quiebro mi estupefacción y miro por la ventana. Así es, ahí está la chica de tetas grandes. ¿Pero cómo sabía el perro que ella estaba en el parque? Se lo pregunto.

¿Te acuerdas que veíamos Daredevil?

Claro, le respondo.

Haz de cuenta que tengo las mismas habilidades súper desarrolladas de Matt Murdock. Los perros somos como Matt. Tenemos los sentidos del olfato y la audición muy agudizados. Puedo reconocer olores a grandes distancias. Puedo escuchar la caída de una aguja de aquí a tres cuadras. Por el sonido de las pisadas, sé qué persona se aproxima. Me conozco el sonido de las pisadas de tu tetona. No solo eso, puedo oler que está en celo. Sus feromonas piden pinga a gritos. Los perros somos cosa seria, huevón.

Aclarado el asunto, había que apurarse. Voy por la cadena y regreso a la sala. 

Pónmela con cuidado. Siempre que lo haces me jalas los pelos del cuello. No sabes cómo me duele esa huevada. 

***

Disimuladamente, ponte a tres metros detrás de ella, me dice el perro, ya en el parque.

¿Detrás de ella?, pregunto ingenuamente.

Claro, pues, detrás de ella, si no, cómo pretendes hablarle, ¿a gritos?

Tal cual me lo ha indicado, y cargándolo, nos acercamos a ella por detrás. El perro acerca su hocico a mi oído, me dice que lo ponga en el suelo y que suelte la cadena. ¿Que suelte la cadena?, le preguntan mis ojos. Tú solo hazlo, huevón, me responde, siempre en susurros. Vas a ver que en un minuto ella misma te habrá invitado a salir. 

¿En serio? No puedo creer lo que oigo. Hago como me dice. Lo bajo y suelto su cadena. El perro corre hacia la tetona, se ubica delante de ella, le obstruye el paso, la mira, se para en dos patitas.

Qué lindo, exclama la chica. El perro que ella tiene de una cadena se acerca al mío, pero el mío no se inmuta; se mantiene erguido. Qué precioso, vuelve a exclamar la chica. Uy, parece que quiere que lo cargue. Qué ternurita. El perro vuelve a ponerse en cuatro patas y regresa conmigo. La chica vuelve el cuerpo para seguir el recorrido de mi perro y, según creo que ha sido el plan, me descubre ahí detrás, con cara de sonso.

Hola, ¿es tu perrito?, me dice.

Hola. Sí, es mío.

Es un shih tzu, ¿no?

.

Está precioso. Qué curiosos sus lentes. Y qué lindo que se pare en dos patitas. ¿Tú le enseñaste eso?

No, nada. Lo hace cuando quiere que lo carguen», se me ocurre. Tu perrito es un…

Un schnauzer. Y no es perrito; es perrita.

La tetona siente un tirón en la cadena de su perra. Se fija en lo que ocurre y vemos los dos cómo Kukín, mi perro, se monta a la schnauzer. La tiene bien clavada. Kukín es una máquina de bombeo.  

No, no, perro cochino, no hagas eso. Fuera, fuera, vete, ordena la tetona, pero Kukín la desoye y continúa en su afán.

Reacciono y reconvengo al perro. Mis reclamos se los lleva el viento. Lo tomo del lomo e intento separarlos. La fuerza que se opone es más potente que la que yo ejerzo. El pene de Kukín está hinchado y bien atascado en la vagina de la perra. 

¿Ya la penetró?, pregunta la chica.

Parece que sí, le digo. Discúlpame.

¿Cuál discúlpame? Haz algo. Sepáralos. Mi perrita es de raza. Ella tiene novio. Otro schnauzer como ella. Sepáralos. No quiero que tenga perritos chuscos. 

Kukín continúa bombeando a la schnauzer. Tiene la lengua afuera y, por la expresión tremendista en sus ojos, está a punto de eyacularle el semen. Cuando termina, ante la impasibilidad de la tetona, mi perro se echa sobre el suelo y queda como desmayado.

A la próxima ten más cuidado con tu perro. Ojalá que no haya preñado a mi bebé, dice mientras carga a su perrita. No se digna a mirarme y se va.  

Oye, le digo al perro, se suponía que ibas a ayudarme con la tetona, no que la ibas a espantar. Qué vergüenza. De haber sabido lo que ibas a hacer, no te soltaba.

Oye, le repito. Le doy un sacudón. Parece muerto.

Déjame descansar, pues, dice Kukín, tras unos segundos de reanimación. Si pudiera fumar, te mandaría a la tienda por unos puchos. Qué rica culeada le metí a esa perrita, compañero.

Oye, dijiste que me ayudarías a hablarle a la tetona.

Ya, pues, ¿y acaso no le has hablado?

Pendejo. Tú sabes a qué me refiero.

Bueno, solo diré en mi defensa que ya no soportaba tirarme al cojín ese que me compraste. Necesitaba una hembra de verdad. Lamento haberte utilizado, pero si no te mentía, seguro no me sacabas al parque. Tenía que motivarte un poco. Aunque ahora que lo pienso bien, tú también debes de estar necesitado, ¿no? Sé que te corres la paja unas tres veces al día.

No me queda alternativa. Desde que te compré, hace dos años, no tengo flaca. Justamente, por eso te compré, para que me ayudaras a conseguir mujer.

Yo pensé que para acompañarte.

También, pero era más para que me ayudes a conseguir una flaca.

Pero hemos salido muchas veces al parque, a este y a otros. Y recuerdo que varias chicas se nos acercaban, hasta ellas mismas te iniciaban la conversación, pero tú nada. Te faltan huevos, estimado.

Y hoy sí que me ayudaste, digo con ironía.

Claro. Te hice hablar. Ya dependía de ti, de tu tacto, de tu habilidad, para que cambiaras el rumbo de las cosas.

Lo tomo en brazos y le doy un beso en la cabeza; después de todo, es un perrito adorable, idéntico a un peluchito.

Vamos al centro comercial, me dice de pronto, quizá conmovido por mi desinteresada muestra de afecto.

¿Ahorita?, me sorprendo.

Claro, pues. Ahora sí te prometo que te ligas a una flaca. Pero intentemos con chicas que no tengan perras; puede que me vuelva a desconocer y me las clave.

***

Son las cuatro de la tarde y la mayoría de las bancas del patio del centro comercial están ya ocupadas por gente que lee.

Mira a esa chica, me dice el perro. Está como te gustan; carnosas y blanquitas. Vamos.

Caminamos. Cuando estés a un par de metros, me sueltas la cadena. Yo haré el trabajo sucio.

Hago tal cual me ha dicho; suelto la cadena. Kukín acelera el trote y, a medio metro antes del objetivo, se mete un salto aerodinámico y tumba con el hocico el libro que la chica tiene en las manos. El libro cae al suelo. El perro, ya en tierra firme, me mira como diciéndome “levanta el libro, pues, huevón”.

Entiendo el mensaje y me apuro en recoger el libro que termino entregando a la chica. 

Gracias, me dice.

Por favor, disculpa a mi perrito, le digo. La chica me gusta muchísimo. Es mi tipo de mujer.

No hay problema, dice ella.

Me he fijado en el título del libro y resulta que es una obra que ya he leído. Le expreso, entonces, como para propiciar una conversación más honda, la bondad de la trama. ¿En qué parte estás?

En cuando los novios empiezan a planear la muerte de la mamá de la chica para quedarse con su plata. Este escritor es maravilloso. No puedo dejar el libro quieto. Hoy no duermo hasta llegar a la última página.

Me pasó lo mismo. Esa novela es genial. La leí en un día y medio. Sin dormir nada. Tenía los ojos reventados. Cuando cerré el libro, dormí un día entero.

¿Sabes?, dice la chica. La trama de esta novela es tan perfecta que me pregunto si se puede hacer realidad.

No lo sé. Habría que tener un montón de suerte para que los hechos que no puedes controlar ocurran igualitos a los de la trama.

Sí, puede ser, pero en esta novela, y tú lo sabes, casi todo depende de lo que hacen los protagonistas. Hay poco espacio para el azar.

Tiene la mirada ensoñadora. La novela la tiene encandilada.

¿Cómo te llamas?, le pregunto.

Priscilla, me dice, sin mirarme, los ojos fijos en algún punto enfrente de ella. ¿Por qué no hacemos realidad esta novela? Tú ya la has leído y yo la termino hoy. Será fácil. ¿Me das tu número para llamarte y planificar la historia?

Pero, ¿a quién vamos a matar? ¿A mis papás o a los tuyos? Porque los míos no tienen plata.

A los míos, dice ella. Me tengo que ir. Te llamo. Chau.

***

¿Vas a matar a alguien?, pregunta el perro, incrédulo.

Claro que no. Solo le sigo la corriente. Tengo un plan.

¿Cuál?, dice el perro.

Cuando me llame, le diré que nos encontremos en un telo para planificar la matanza. Ya en el cuarto, va a ser pan comido meterle un viajecito. La chica es totalmente mi tipo, pero está mal de la cabeza. Así que solo le sacaré un viajecito y después buenas noches los pastores.

¿Me vas a llevar?

No; además, no dejan meter animales en los hoteles.

***

Llegamos, le digo al perro mientras abro la puerta del departamento.

Por fin, ya me cagaba de hambre. Dame algo de comer, por favor.

Sí, ya te sirvo tus croquetas.

No, no quiero esa huevada. Dame comida de verdad, dice el perro.

¿Sabes? Mejor te quito estos lentes; ya no te soporto hablando.

***

Hola, dice Priscilla.

Hola. ¿Terminaste la novela?, dice Ernesto.

No solo eso, dice Priscilla, y le muestra el contenido de su mochila: la novela, un rollo de cuerda y un par de cuchillos.

¿Vamos a matar a tu papá, a tu mamá o a los dos?

Mi mamá es la de la plata y mi papá me llega al pincho. Los mataremos a los dos.

¿Por qué no te cae tu papá?

Porque es un vago bueno para nada. Siempre ha sido un vago. Nunca ha tenido el deseo de mover un puto dedo para tener algo propio. Cuando mi mamá logró la fortuna que tiene, mi papá exacerbó más su condición de vago. Ya si antes, al menos, se levantaba del mueble para ir a la cocina por una cerveza, ahora todo lo hace por él el ejército de empleadas que hay en la casa.

¿Ejército de empleadas?

.

¿Y cómo piensas que matemos a tus papás si hay un ejército de empleadas dando vueltas en tu casa? En la novela, no hay un ejército de empleadas.

No te preocupes de eso. Cuando lleguemos a mi casa, encontraremos las condiciones tal cual han sido planteadas en la novela.

¿Tu papá te trata mal?

No, ni mal, ni bien. Es un mueble más en la casa. No hace nada. Lo único que hace es leer una novela al mes como ha ordenado la presidenta.

No me hubiera sorprendido que me cuentes que manda que le lean la novela o le alcancen un resumen.

Hacía eso. Hacía que una de las empleadas comprara cualquier novela, la leyera ella misma para que le contara luego un resumen. Hasta que un día vio en la tele que uno de los elegidos para el concurso de lectura confesó, luego de que no pudo contestar bien las preguntas, que solo había leído un resumen. Ya ves que las preguntas que hacen detectan si has leído la novela o no. Y cuando vio que fusilaban en vivo y en directo al tipo que aplicaba su técnica, empezó a leer él mismo los libros. Es lo único que hace. Después, todo se lo hacen.

Hay una quietud que Priscilla profana levantándose de la banca donde se han reunido. Vamos yendo, dice. Es momento de actuar.

¿Vamos a ir ya a tu casa?

Claro, tenemos solo treinta minutos para hacer todo tal cual narra la novela.

Pero primero debemos planificar milimétricamente lo que vamos a hacer. Hay un lugar privado aquí cerca donde podemos conversar sobre los detalles. Si no planificamos, vamos a terminar muertos nosotros. Ya ves que en este país no hay cárcel sino pena de muerte. Y directa, sin juicio ni nada.

Ella lo mira a los ojos, como reconviniéndolo, y le dice: Los dos hemos leído la novela y eso es todo lo que se necesita. Conocemos de sobra lo que hay que hacer. Vamos; el tiempo ahora es el principal actor en este juego.

Oye, una cosa es leerla y otra releer la trama, repasarla y ver cómo se la lleva a la realidad.

La manera cómo el peruano lee ahora no es la misma de hace años. Ahora, entendemos lo que leemos con tan solo una pasada. El miedo a morir nos ha sensibilizado el cerebro. Así que no es necesario que vayamos a un hotel para que me caches y me dejes luego abandonada.

¿Qué? ¿Qué dices? ¿Yo no te iba a llevar a ningún hotel?

Ah, ¿no? ¿Y a qué lugar “privado” me ibas a llevar? ¿A tu cuarto? No soy tonta, ¿ok? Vamos. Para ese taxi.

***

El joven le da de comer al perro y se sienta a la mesa de su sala. La sala de un soltero. Mira por la ventana hacia el parque y ve a la chica con la que casi llega a hablar hace un mes. ¿Fue hace un mes?, se pregunta. ¿Dónde están los lentecitos del perro? Extraña la voz del can, su influencia tan ladina. Busca los lentes y los halla en uno de los cajones de su cómoda. ¿Se los pongo o no?, se pregunta, en un instante de duda final.

Decide ponérselos.

Tengo hambre, es lo primero que dice el perro.

Pero si te acabo de dar tus croquetas, repone el joven.

No, dice el perro. Ya te he dicho que esa huevada no me gusta. Quiero me des la carne que me diste ayer; la que me has estado dando estos días.

Ya se acabó esa carne. Toda te la comiste tú.

¡No!, se lamenta el perro. Esa sí que era buena carne. ¿No era de res? Luego de eso, las croquetas ya no me saben a nada. Trae más de esa carne, por favor.

No creo que vuelvas a probar esa carne. Esa carne se acabó para siempre.

El perro olisquea su plato vacío de croquetas, suspirando y recordando la deliciosa carne que lo colmó por casi un mes.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Poesías - Manuel Acuña - Lectura terminada 1551




A pesar de haber vivido tan solo 24 años, Manuel Acuña logró asentar su nombre y, sobre todo, sus poemas, en el escaparate literario de la literatura mexicana.

Los poemas del volumen editado por la Librería de los Hermanos Garnier, en 1890, ofrece lo mejor de la producción de Acuña. Los poemas del mexicano son candorosos, sentidos, y revelan la tragedia del autor en cuanto a la vivencia no edulcorada de las batallas que perdió en el terreno amoroso. Fue justamente una de esas batallas perdidas y definitivas la que lo llevó a quitarse la vida en 1873, año en el que empezaba a madurar su voz poética.
«Nocturno a Rosario» es el punto máximo en el repertorio de Acuña. Ese canto es la despedida del autor. Basta con leer algunos versos para concluir, conociendo el temperamento de Acuña, el luctuoso sino que se le aproximaba:
«Esa era mi esperanza…
mas ya que a sus fulgores
Se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
Mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!»

martes, 21 de septiembre de 2021

Víctor Humareda - Maestros de la pintura peruana - Lectura terminada #1550




Mientras viví en el cuarto del jirón Zepita -desde el que escribí mi novela-, me fue inevitable sentirme identificado con uno de mis pintores favoritos, el puneño Víctor Humareda, quien a sus treinta y pocos años vivió en un cuartito tan pequeño como el mío: la mítica habitación 283 del extinto Hotel Lima, en La Parada, habitación que abandonó definitivamente en 1986, cuando el cáncer acabó con su vida.
Los borrachines, travestis e intelectuales decadentes que pululaban en Zepita fueron el material que necesité para darle algo de vida a mi novela. Así, traté de emular al gran Humareda, quien afincó su caballete y su colchón en aquella zona de La Victoria, el centro mismo en el que se sacaban la mierda los cholos y serranos que llegaban en mesnadas desde el interior del país con la ilusión de hallar un destino vital. Humareda no pudo hallar la belleza en otro lugar que no fuera el Centro de Lima y sus alrededores, los cuales dejaban de ser blancos y adquirían, más bien, la tonalidad chaufística de mi piel.
«Veo color en el esfuerzo de esta gente, en sus penurias y alegrías», decía Humareda y, por eso, la mayoría de sus lienzos, retratos vívidos de nuestra Lima, bullen en colores armónicamente chillones, en un estilo similar al de su admirado Henri Matisse. Desde 1950, Humareda captó en sus cuadros la evolución de la Lima criolla y ambulante. Así, prueba de ello, la carpeta pictórica del puneño alberga al cerro de San Cosme, un puesto de venta de ropa en La Parada, el Queirolo, la Quinta Heeren, entre otros lugares que hasta ese momento eran ignorados y desdeñados por la elite intelectual.
Acompañado de un Beethoven que resonaba siempre en su cabeza, o de un Sócrates que le hablaba desde el sillón destripado en la azotea del hotel, y enamorado de la diosa Marilyn Monroe, Humareda, influido fundamentalmente por el estilo de su respetado Henri Matisse, nos ha dejado particular constancia del crecimiento de una Lima que es, ahora sí, el reflejo del país.

lunes, 13 de septiembre de 2021

Vox horrísona - Luis Hernández - Lectura terminada # 1549





El eco vital del famoso poeta (y médico de profesión) de Jesús María es, en esta antología preparada por Mirko Lauer, un tanto barroco en cuanto a sus figuras. No hallé al Luchito juguetón de otros trabajos. Sin embargo, en medio de la espesura de este alambicamiento, mi poco entrenado cerebro pudo refocilarse con versos como los siguientes:

«Puedo llegar al mar

con la sola alegría

de mis cantos».

«Ezra:

Sé que si llegaras a mi barrio

Los muchachos dirían en la esquina:

Qué tal viejo, che’ su madre».

«Soy Luisito Hernández

CMP 8977

Ex campeón de peso welter

Interbarrios; soy Billy

The Kid, también,

Y la exuberancia

De mi amor

Hace que se me haga

Un nudo en el pulmón».

 

Y, para las almas libres, creadoras, aunque de corazón más bien tímido y de voluntad siempre recta, Luchito escribe “Dedicatoria”:

«A todos los prófugos del mundo, a quienes quisieron

contemplar el mundo,

a los prófugos y a los físicos puros, a las teorías

restringidas y a la generalizada.

A todas las cervezas junto al mar.

A todos los que, en el fondo, tiemblan al ver un guardia.

A los que aman a pesar de su dolor y el dolor que el

tiempo hace florecer en el alma».

 

«Chanson d’amour» es el canto que le dedicarías a la persona cuya sola presencia eterniza tu paz.

«Solo tuve

Un Amor humano

Porque el Amor

No es el cielo

Por eso tengo

Algunas astillas

En el corazón.

Y por qué no decirle a esa persona especial:

Yo conozco de ti

La forma cómo

Besas el tiempo».

 

Risueño, hierático, clásico, Luis Hernández es el poeta que debe ser leído en medio de los paisajes limeños que lo inspiraron.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Ismael - Eduardo Acevedo Díaz - Lectura terminada # 1548

 



Me costó terminar la lectura de esta novela. En lugar de cuatro, invertí seis días en culminar este texto de casi cuatrocientas páginas, obra del uruguayo Eduardo Acevedo Díaz (1851-1921). Y es que la prosa de un naturalista suele abundar y redundar en descripciones. Leo con facilidad aquellas historias que suceden en la urbe, pero me desaniman las que ocurren en la naturaleza. Acevedo Díaz, el primer escritor en crear una saga literaria concerniente a la etapa emancipadora del Uruguay, nos narra en su Ismael (1888) la historia de los gauchos y matreros uruguayos, tipos duros que solían vivir al margen de la ley y que combatieron contra los españoles en cruentas y súbitas embestidas. Acevedo describe piedra por piedra el ambiente en que viven los gauchos, así como sus costumbres, indolentes y prácticas.

Además, es minucioso en el detalle de los enfrentamientos que sostienen con los españoles que dominaban al Uruguay. Así, por ejemplo, nos presenta con vívida prolijidad el machetazo que le endilgan a un matrero y este, con la ceja colgándole del ojo, continúa el combate, del cual resulta victorioso.

No solo de varones estaba compuesto el acervo gaucho; también hubo mujeres, comúnmente llamadas amazonas, féminas que preferían siempre estar a caballo rompiendo cráneos del foráneo invasor.

domingo, 29 de agosto de 2021

Arder. Gramática de los dientes de león - Julio Barco - Lectura terminada # 1547

 





La voz de Julio Barco, uno de los poetas peruanos jóvenes más prolíficos que conozco, irrumpe desde El Agustino con imágenes fragmentadas de una Lima polvorienta, virreinal, de frituras y fritangas.

El poeta, como Kant, no pretende saber cómo son las cosas sino cómo él pueda conocerlas, hacerlas suyas. Entonces, se apropia de todo aquello con lo que se encuentra en su camino. Barco, entregado completamente a la poesía, y viviendo esporádicamente de pelar pollos en un mercado del Callao, crea versos discontinuos e iónicos sobre señoras que compran en Metro, combis arrolladoras que aplanan transeúntes o sobre un meado farol de luz en el Centro de Lima. El bardo recorre los tugurios de Lima con un poemario sujeto del sobaco. Así, lo vemos acompañado de Li Po, Rubén Darío, Vallejo o Verástegui (este último, presumiblemente, uno de sus favoritos).

Aquí algunos versos que demuestran la capacidad extrapolante de Barco:

a)    1. Ahora tengo un nuevo cuaderno pulcro y mi cuerpo delicioso como todo verbo.

b)    2. Y yo escribí en tu espalda un frondoso mar de luces.

c)    3. Todo cuerpo en delirio se arquea dulcemente.

d)    4. La libertad de la mente es una fruta dulcísima.

e)    5. Nos sentamos en una banca de Lima y arañamos la gloria del instante.

f)     6. Antes que la poesía, un buen cuarto de pollo a la brasa y dos cervezas de trigo, espetan los iluminados.

El poeta, que afirma no tener 100 soles en el bolsillo, pero sí harta soledad como un bello perfume, ha decidido vivir en la precariedad económica porque no quiere cederle un segundo de su tiempo a un trabajo burgués que lo aliene de su pasión: sacarle versos a la vida. 

jueves, 26 de agosto de 2021

Garcilaso Inca de la Vega. Primer criollo - Luis Alberto Sánchez - Lectura terminada # 1546

 




Nacido de la unión de una princesa inca y de un conquistador español –que nunca la reconoció como legítima esposa-, Gómez Suarez de Figueroa, o Inca Garcilaso de la Vega, es uno de los primeros peruanos que sintió en el pecho mestizo el doloroso tironeo de pertenecer a dos mundos antagónicos: el indio y el español. El Inca no llegó a ubicarse plenamente en ninguno de los dos. Por ejemplo, el hemisferio español lo consideraba cuasi indio, (sus amiguitos, hijos de papá y mamá españoles, lo llamaban cholo) por los pelos tiesos, los rasgos indoamericanos y la piel amarcigada.

Luis Alberto Sánchez –con los políticos de hoy, se extraña una presencia como la de este egregio aprista- nos muestra la dentrura del Inca; sus desgarros, sus tristezas y sus breves alegrías, como cuando publicó la primera parte de sus Comentarios Reales, mucho tiempo después de haberse hecho capitán del rey con el afán de recuperarle al apellido paterno los brillos que su padre se encargó de enlodar al mostrarse ladinamente traidor con tal de salvar su pellejo allá durante la época de la Conquista. Sánchez detalla con maestra pluma que, gracias a la traición del padre del Inca, el Demonio de los Andes, el terrible Francisco de Carvajal, fue capturado y descuartizado.

Deliciosa anécdota se nos cuenta en las postrimerías del libro, cuando, ya afincado en España y con cierta fama provista por sus Comentarios, el Inca evoca su infancia en el Cusco, una infancia que presenció la crueldad de los tiempos primeros de los españoles en el Perú, en la que era común hallar en la plaza de armas de la ciudad las extremidades de los rebeldes. Así, cierto día, el pequeño Inca y sus compañeros deciden visitar el muslo derecho de Carvajal, ya en avanzado estado de descomposición, que pendía en una de las esquinas de la plaza. Uno de los párvulos, se aventura a clavar el pulgar de la mano derecha en pleno muslo del conquistador. Todos presenciaron cómo el dedo del atrevido se hundió en el muslo como si este fuera de mantequilla. A los pocos días, el temerario niño tenía el dedo hinchado y casi gangrenado, con el dolor ya extendido a gran parte del brazo. Muy cerca estuvo de morir, pero el incidente –en una época en la que no se sabía nada de infecciones ni de bacterias- fue atribuido a que el espíritu recio, diabólico e indomable de Carvajal fue el causante de los estropicios en la humanidad del niño. Desde ese momento, nadie osó siquiera ver a los restos desperdigados del azaroso español.

Le recomiendo al presidente Castillo la lectura de este libro. En las primeras páginas, se enterará de cómo Atahualpa, cuando venció a las fuerzas de su hermano Huáscar, mandó asesinar a todas las concubinas de este y a los hijos que había engendrado en ellas. Sí, en el incanato también se respiró crueldad, señor Castillo. No todo era color de rosas como usted cree. Lea un poco más.

El arte de la guerra - Sun Tzu - Lectura terminada # 1545

 




¿Quieres conquistar a esa persona que se infiltra en tus pensamientos a diario desde que la viste en aquella azotea? O quizá, ¿te han dado la oportunidad en el trabajo de dirigir a un grupo de personas? Para ambos casos, y para muchos otros en los que el paralelismo con la dirección de algo con miras a vencer un obstáculo (guerra) sea factible –la vida misma, ¿por qué no? - «El arte de la guerra» es una guía para emplear de modo eficiente las armas de las cuales disponemos en pos de conseguir el triunfo deseado.

Sin embargo, este libro, atribuido al antiguo guerrero chino Sun Tzu es también una voz que invita a conocer primero al aliado que se esconde en ti. Mientras no conozcas tus límites, serás tu principal enemigo y saboteador.

Aquí te dejo algunos pasajes cribados por mí, con todo cariño, para ti, amigo seguidor:

«Ganan los que saben cuándo luchar y cuándo no».

«Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás ni te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla».

«El desorden llega del orden, la cobardía surge del valor, la debilidad brota de la fuerza».

«Los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla a partir de la fuerza del ímpetu y no de la fuerza de cada soldado. Así, pues, son capaces de escoger a la gente y dejar que la fuerza del ímpetu haga su trabajo».

«Cuando el enemigo está cerca, pero permanece en calma, quiere decir que se halla en una posición fuerte. Cuando está lejos, pero intenta provocar hostilidades, quiere que avances. Si, además, su posición es accesible, eso quiere decir que le es favorable».

«Las armas son instrumentos de mal augurio, y la guerra es un asunto peligroso. Es indispensable impedir una derrota desastrosa, y, por lo tanto, no vale la pena movilizar un ejército por razones insignificantes: las armas solo deben utilizarse cuando no existe otro remedio».

«Un gobierno no debe movilizar un ejército por ira, y los jefes militares no deben provocar la guerra por cólera. Actúa cuando sea beneficioso; en caso contrario, desiste».

La dama del perrito y otros cuentos - Anton Chejov - Lectura terminada # 1544

 




En este volumen de cuentos, el agudo observador ruso que fue Antón Chejov nos pinta, con breves pero fuertes pinceladas, las pulsiones que animan (o desaniman) a los hijos de la Rusia de la segunda mitad del siglo diecinueve. Ahí tenemos al papá que descarga su furia contra su inocente hijo, al médico que expone las faltas y equivocaciones de sus colegas en una soporífera convención –no solo en el Perú, sino que en esa zona del mundo y desde esas épocas, ya se amputaba la pierna correcta en lugar de la enferma, o se dejaban olvidados instrumentos dentro de los cuerpos de los esperanzados pacientes-, al músico que termina desnudo en un lago, en plena noche, y se topa con la belleza del pueblo, también desnuda.

Al leer estos cuentos, repletos de las buenas intenciones y curiosos emprendimientos de los personajes, que terminan estrellándose contra la elasticidad de una realidad que no previeron, nos sentimos sumergidos en esa resignación y humor negro típicos de las historias del peruano Julio Ramón Ribeyro. Por algo, JRR fue devoto lector de Chejov.

El oro de sus cuerpos - Charles Gorham - Lectura terminada # 1543





El dinero le sobraba. Era un padre ejemplar. Pero cierto día abandona las comodidades y el prestigio por la pasión en que lo envolvieron el arrebato del amarillo soleado y los fuertes contrastes del marrón en todas sus variantes. Radicó entre «salvajes», rodeado de los paisajes más hermosos de las islas polinesias, con tal de encontrar la verdad en su pintura, alejado de los convencionalismos y argollas de la Francia de la segunda mitad del siglo XIX.

Muchos han novelado sobre la vida de Paul Gauguin. Lo intentó Vargas Llosa con el «Paraíso en la otra esquina» y Somerset Maugham con «La luna y seis peniques», pero esta novela de Charles Gorham sí que nos introduce con contundencia en la mente de aquel excéntrico y coherente (con sus propios ideales) pintor fránces. «El oro de sus cuerpos» es una novela que no te deja indiferente.


jueves, 12 de agosto de 2021

Un País Feliz. Una Presidente Transexual en el Perú - Capítulo 10 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

 

Aquí no suceden cosas

de mayor trascendencia que las rosas.

 

Carlos Pellicer – Recuerdos de Iza

 

María, dinos, ¿qué fenómenos paranormales has percibido en este parque?

¿Cómo dice?

¿Has visto fantasmas aquí?

No, ninguno. A veces vengo a dormir acá.

Corta, Efraín, corta. No, pues, María; ¿en qué hemos quedado? Se supone que tienes que decir que has visto al niño sin cabeza corriendo con su pelota por el pasto.

Ay, sí, qué tonta. Perdóneme.

Cuál perdóneme. Si la vuelves a cagar ya no te doy los trescientos soles que quedamos, ah. Ya sabes.

Discúlpame, pues, pero es que no grabamos desde hace un mes. Qué me voy a acordar de todo lo que me dijiste. Más bien, joven, repíteme todo lo que iba a decir porque después la voy a cagar, como me estás diciendo, y no me vas a dar mi platita.

Marco deja el micrófono sobre la banca en la que María está sentada, y le repite todo aquello que le había explicado hacía un mes.

¿Ya ves? Es muy fácil. Si quieres improvisa, pero la idea que tiene que quedar clara es que este parque está embrujado, sobre todo en las noches.

¿Qué es “improvisa”, joven?

Putamadre, inventa, María, inventa. Si quieres inventa, pero que quede claro que en este parque hay fantasmas, espíritus malignos.

Ya, joven, está bien. Pero primero deme mis trescientos soles; de repente se le olvida después.

***

El bus no va tan lleno. Se detiene en uno de sus paraderos. Las casas y edificios aledaños están más presentables que las casas que el bus dejó hace media hora en su recorrido. Uno puede ver que estamos en un distrito más pudiente.

En el paradero, sube una guapa mujer. Se ubica en uno de los pocos asientos libres. El bus reemprende su marcha y diez minutos después vuelve a detenerse. Otro paradero. Sube una anciana y, detrás de ella, casi empujándola -lo que enciende las protestas de los pasajeros que atestiguan el atropello-, sube un tipo que lleva en la mano una galonera de kerosene. Cuando los protestantes se percatan de la galonera y del encendedor que le cuelga de la otra mano, un grueso bloque de nervios cae sobre ellos, enmudeciéndolos. Nadie quiere meterse en el camino de un loco que está dispuesto a prender a alguien o a quemarse él mismo. Los pasajeros de los asientos delanteros abandonan rápidamente el bus. Otros, de reacciones más pasmosas, permanecen en sus sitios, congelados de miedo. Así también permanece la chica guapa que había abordado el bus hacía diez minutos. El tipo de la galonera se detiene delante de ella y sin perder tiempo destapa la galonera y le vierte el contenido a la chica. Mientras lo hace, dice atropelladamente: serás mía o de nadie. Cuando juzga que ya le ha derramado suficiente combustible, tira la galonera a un lado y le da vueltas a la ruedita de su encendedor.

Entonces, de uno de los asientos de atrás, surge otra guapa joven –esta muchísimo más resuelta que cualquiera de los ocupantes del bus- que se abalanza contra el tipo. Ambos caen al mugroso suelo del vehículo. El encendedor se ha desprendido de las manos del pirómano y se ha perdido debajo de los asientos. Afuera del bus, mientras tanto, la gente hace bulla. Algunos han llamado a la policía. Otros, con sus celulares, no pierden ningún detalle de los acontecimientos. Uno de los pasajeros que ha permanecido dentro del bus, se libera de su pasmo inicial, toma del brazo a la joven engasolinada y la conduce hacia la calle. Al mismo tiempo, la otra guapa joven –la heroína- muele el rostro del pirómano con una serie de certeros puñetazos.

Un par de policías panzones sube agitadamente al bus y pregunta qué chucha pasa. La guapa joven se desencarama del tipo, ya inerte, y les dice que ya no pasa nada, que todo está bien.

***

No hay manera de que nos podamos bajar al maricón ese. Está súper arriba en las encuestas. El huevón de nuestro candidato, por más que le he ideado los mejores comerciales que se me han ocurrido en mi puta vida, sigue jodido en las encuestas.

Bueno, no está jodido. Está segundo.

¿Quién es este idiota?

Es el nuevo practicante.

¿Cómo te llamas, pendejo?

Más respeto, señor. No crea que no me he enterado que por ser practicante no tengo derechos que deban ser respetados.

¿Alguien puede decirle a este pendejo que si no se calla le voy a partir la cara?

¿Por qué me quiere partir la cara, señor?

Porque nuestro candidato está jodido. Y tú me vienes a decir que está segundo.

Porque lo está, señor, nuestro candidato está segundo.

Pero diez puntos por debajo del cabro. Diez puntos. ¿Crees que eso es poco? Nuestro candidato estaría realmente último si hubiera candidatos de verdad, no como las bestias que se han presentado. Cualquiera con dos gramos de cerebro le gana a nuestro candidato. El huevón con las justas sabe hablar. No puede hilar una idea coherente sin que diga barrabasada y media antes.

Pero eso puede mejorarse, ¿no? Algún entrenamiento se le puede dar al candidato.

Vete, por favor. Lárgate. Quedas fuera del equipo.

Lo voy a denunciar, señor.

Denúnciame con quien quieras, pero lárgate de una vez.

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La candidata fue prostituta y hay evidencias de que continuaría ejerciendo el más antiguo de los oficios. Hoy, una entrevista con el último de sus clientes.

¿Cuándo fue que se atendió con ella?

El mismo día en que ella se hizo famosa peleando con el hombre que iba a prenderle fuego a su mujer.

¿Cuánto le cobró?

Lo de siempre: ciento cincuenta soles la media hora; anal incluido.

¿Lo de siempre? ¿O sea que usted siempre se atendía con ella?

Claro, siempre. Me gustaba porque me besaba mientras yo me masturbaba. Solo así puedo botar mi leche. Si la cosa no es así, la leche nunca se me sale, y eso es desperdiciar mi plata. Ciento cincuenta soles no se deben tirar al agua así no más. Gastar esa cantidad con una puta es tirar agua al wáter, pero si te consigues una puta que te complace en todo, es como tirar agua al wáter, sí, pero primero te has limpiado el culo con esos billetes, o sea, esa plata te ha servido para algo, y tú quedas agradecido por eso. 

Pero ¿desde cuándo se atiende con la candidata que quiere ser presidenta de este país? O, mejor dicho, presidente, si nos atenemos a que su sexo no ha cambiado; ella sigue teniendo un pene entre las piernas.

Para mí, es una mujer por sus cuatro costados. Tiene el cuerpo de mujer, un hermoso rostro de mujer, piensa como mujer, siente como mujer. Eso la convierte en mujer; para mí, al menos, como digo.

Sí, está bien, respetamos su punto de vista, pero dígame, responda a mi pregunta, ¿desde cuándo se atiende con la candidata?

Ya te dije, pues, me atendí con ella ese día del incidente con el pata que quería prender a su mujer, o sea, hace un año más o menos.

No, yo le estoy preguntando desde cuándo la conoce, no cuándo fue la última vez que estuvo con ella.

Ah, ya, habla claro, pues. A ella la conozco desde hace dos años.

Dos años. ¿Está seguro?

Más o menos. Puta, ni que fuera mi mujer. Yo, viudo como soy, tengo que estar con diferentes putas; ¿acaso cree que ella es mi única puta?

Bueno, entonces, dos años conoce a quien ahora es candidata a la presidencia de este país; pero, dígame, la conoce como prostituta únicamente, ¿cierto?

¿Y como qué más la puedo conocer? Yo no intimo más allá con las putas; luego te empiezan a contar cosas estúpidas de su vida: que no tienen leche para los niños, que el marido es un huevón que se largó de la casa hace años, o que el marido vive con ellas, pero es tan cojudo que no se dan cuenta que otros huevones se culean a su mujer de lunes a domingo.

Muy bien, señor, pero le agradeceré que no sea tan procaz en sus declaraciones.

Tan ¿qué?

Procaz, señor; lisuriento.

Entonces no me pregunte estupideces, pues.

Para cerrar esta entrevista, dígame, ¿votará usted por la candidata a quien solo conoce como prostituta desde hace dos años?

El día que una puta gobierne este país, nos vamos todos a la mierda.

Muchas gracias por su tiempo, señor.

Muchas gracias por habérmelo quitado, joven.

***

¿Qué haces?

Me largo, dice, alborotando los cajones de su escritorio. Los papeles vuelan por los aires y los bolígrafos están desperdigados en el piso. Tú también deberías hacer lo mismo.

No es tan grave. ¿Crees que en pleno siglo veintiuno te va a mandar matar o a perseguir? Esas cosas ya no se ven.

No sé en qué mundo vives. ¿No has visto las noticias? La huevona acaba de volarle la cabeza al enano analfabeto en pleno Palacio de Gobierno. Esa mierda ahora tiene licencia para matar, carajo. Yo me largo.

¿Qué? ¿En serio?

Busca en tu celular y mira la noticia.

Puta, es en serio.

Yo me quito. A partir de ahora, te olvidas de mí. No me conoces. Chau.