martes, 29 de marzo de 2011

The Doors - Light My Fire



Life can be so smooth to live by just listening to this great fucking lyrics of THE DOORS

Bliss and spleen

Black clothes all around us
Miserable people spilled on the stairs to chaos
Your dark image was leading my way
Money to see the decadent Pharaos

Bills collected to let our minds fly away
The deafening roars of unknown creatures
Me behaving as usual
People turning into vultures
Sooner: my soul pierced by your chisel

Moon, you
Night, I
Withered trees
Park bank
Luminous halo for you and I
One starting and lasting kiss
Four months bliss
Four months spleen

lunes, 28 de marzo de 2011

Her bed

Time to go to bed
Bed is waiting
There is the side of the bed she once picked

I cannot break through to that side
There lies her scent, her essence
It'll always be her side

It is time to shut my eyes
Tomorrow
I will learn to live with your good byes

I used to be alive
Tomorrow I will be dead
I will live dead as I did in my past life

Pedos que suenan, reputaciones manchadas

Uno

Estoy en la casa de mi amigo Benjamín. Él vive en un departamento en Surquillo con su hermana y la pareja de ella. Son tiempos de universidad. Estamos estudiando para el examen de Geología para Ingenieros. Ya deben de ser las doce de la madrugada. Hay silencio en el departamento. Afuera existe un mutismo total, apenas interrumpido por el chirriar de los neumáticos de un auto que pasa raudo por la avenida desierta. Todos duermen en el departamento; excepto Benjamín y yo, tratando de que las nociones del curso se nos queden grabadas en la cabeza.
La ventana de su cuarto está abierta. Hace frío. Yo estoy en polo. No tengo plata para comprarme una chompa y me da un poco de roche pedirle prestada una chompa a mi amigo.
El viento helado ocasiona estragos en mi estómago: lo llena de gases.
Quince minutos más tarde, tengo ganas de cagar.
Le pido, por favor, que me indique dónde está su baño. Como el departamento es pequeño, el baño se ubica entre el cuarto de su hermana, quien ya duerme, y el cuarto de él.
Entro. Echo seguro a la puerta. Me bajo el pantalón. La cagada: estoy con gases. Si suelto mi esfínter completamente, una arremetida brutal de cuescos (pedos) colmará todo el departamento, causando la hilaridad –o asco- de Benjamín, causando que su hermana se despierte alarmada y asqueada porque el amigo de su hermano es un pedorro mugroso.
Es ahí donde empieza mi dolor: hacer que los pedos –preliminares al mojón- no se sientan en absoluto. Es un trabajo que me exige mucha concentración. Es doloroso. Se trata de ahorcar, literalmente, a esos ruidosos pedos; convertirlos en silenciosos susurros.
Logro mi cometido. El esfuerzo me ha hecho sudar copiosamente, pero valió la pena. Nadie se despertó y nadie se rió de mis pedos.
Mi reputación quedó inmaculada.

Dos

Estoy en la oficina. Mi mamá, en el desayuno, me preparó un delicioso jugo de piña. Han prendido el aire acondicionado y han conseguido que la oficina sea una sucursal del Polo Norte. La piña y el aire frío me han descompuesto el estómago, que empieza a tronar y me compele a ir corriendo al baño.
El baño de la oficina está, prácticamente, muy cerca de los cubículos de mis compañeros.
¿La puerta y las paredes del baño serán a prueba de ruidos fuertes? Es muy tarde para realizar un pequeño test. Nuevamente, voy a tener que modular terriblemente mi esfínter para que esos pedos tronadores –que están desesperados por salir- pasen totalmente inadvertidos.
Es doloroso y arduo el proceso. Pero lo he logrado. Mi reputación sigue incólume y nadie podrá decir que soy un pedón de mierda.

Tres

Estoy en un hotel con mi chica. Hemos terminado de hacer el amor. Mejor dicho, yo he terminado porque ya me vine y ella todavía no. Otra vez, quedó insatisfecha. Se cubre con la frazada. La ventana del cuarto está abierta. La cortina flamea pues un helado y potente viento la acosa.
Ese mismo viento me acaba de averiar el estómago. Al estar desnudo, he sido presa fácil de su letal efecto.
Tengo que ir al baño.
¡Diablos! El baño está muy cerca de la cama. De todos modos, mi chica va a oír mis sonoros pedos. Ya no tengo fuerzas para andar asfixiándolos a costa del dolor de mi trajinado esfínter. Trato de urdir un plan para que mi chica no se gane con mis pedos.
“Prende la tele, amor, para que veas algo”, le digo. Mi intención es prender la tele y subirle todo el volumen posible; generar más ruido en la habitación que atenúe el bombardeo que mi culo iba a protagonizar en el baño.
“No quiero”, me dice, molesta porque una vez más la he dejado insatisfecha.
Voy al baño, derrotado. Me bajo el pantalón y, por más que hago mil y un esfuerzos, los sonidos guturales que expele mi culo se hacen escuchar con manifiesto poder. Me pongo rojo. Ella ha tenido que oírme pedorrear. Mi reputación ha quedado arruinada. Sé que ella me terminará por cagón.

Cuatro: Conclusión

Los baños deberían construirse bien alejados de las zonas en donde los seres humanos realizan sus diferentes actividades. Siempre hay un hombre pedorro que agradecerá ese sabio diseño arquitectónico.

domingo, 27 de marzo de 2011

The Doors - Unhappy Girl

The Doors - Touch Me

Para ti: la primera -y única- chica a la que nunca le fui infiel

Quiero dejarle dos canciones a ella, a esa chica que me regaló contados e incontables momentos de felicidad.

La primera se la dediqué a ella mientras nuestro amor era patente ante los ojos de los demás: Touch me de The Doors. La frase que sé aún ella recuerda que le dediqué fue: I’m gonna love you till the stars fall from the sky for you and I. Y así será. Te seguiré amando hasta que las estrellas se cansen de estar sujetas en el firmamento.



La otra, se la dedico ahora que sigo pensando en ella. Es Unhappy girl, también de The Doors. Hago especial énfasis en: Unhappy girl, left all alone, …,you are locked in a prison of your own devise. And you can’t believe what it does to me to see you crying.

Espero que os guste a vosotros también -a las dos personas que leen este blog-, e interpreten esas letras de acuerdo a sus propias realidades.

¡Quiero tirar!

No tenía un puto sol en el bolsillo. Estaba misio. Necesitaba llamar a Pamela urgentemente. No me había respondido al correo que le había escrito. En ese mensaje le pedía que nos viésemos el sábado en la noche, en el mismo hotel de siempre en Los Olivos. Pamela, necesito hablar contigo, necesito tirar contigo, necesito que me hagas el amor como sólo tú sabes hacerlo: adorando mi cuerpo, lamiéndome, dejando que te diera por atrás. Pero esta vez tienes que ser tú la que pague el hotel, porque yo no tengo un puto sol. Me han sucedido cosas –que me gustaría contarte- que me han dejado totalmente indigente. El jueves próximo dejarán algo de dinero en mi cuenta d ahorros –nombre irónico: “de ahorros”-. O sea, el próximo sábado yo pongo el hotel y algunos tragos previos si deseas. Pero el sábado necesito verte y contarte las huevadas que me han pasado y que, ciertamente, me han enseñado mucho. Tienes que poder. Tenemos que vernos el sábado.

Llegó el sábado y Pamela no me había respondido. Seguramente, había decidido sacarme de su vida hacía un tiempo. Debía llamarla. Hablarle sería el medio más directo para convencerla de vernos si es que había optado por no verme.

En mi monedero, unos solitarios cincuenta céntimos era lo único que me quedaba de dinero. Fui al cuarto de mi mamá y revisé todos sus bolsos. El resultado fue peor: no encontré nada de dinero; apenas un gancho para pelo y un boleto de combi.

Bueno, al menos contaba con cincuenta céntimos. Fui al locutorio que cobraba cuarenta céntimos el minuto: el más cómodo en kilómetros a la redonda. Recorrí las tres cuadras de distancia hasta ese lugar.

Buenas, ¿para hablar a un Claro?, le dije a la chica que atendía en el lugar. Cabina siete, me dijo. Entré. Marqué el número de Pamela. Lo tenía anotado en un pedazo de papel periódico. Luego de unas tres timbradas, ella contestó. Sin embargo, me parecieron las tres timbradas más largas de todas las que escuché al llamar a Pamela. Me habló como si no le importara escuchar mi voz después de tanto tiempo. A regañadientes, aprobé su actitud: a nadie le gusta que lo dejen de lado y, después, cuando todo te ha salido mal, vuelvas a esa persona suplicándole que no fuiste justo en apreciar su real valor.

Como solamente contaba con un diminuto minuto para hablarle, fui al grano. Dame tu respuesta, Pamela: nos vemos hoy sí o no. Necesito verte.

Me decía que era una fecha muy especial para ella. ¿No lo recuerdas, Dani? No podía recordar nada. Ni siquiera sabía de qué me estaba hablando. Sólo quería saber: Pamela, necesito que me digas si hoy vamos a tirar, quiero tirar contigo, Pamela. Y lo grité. Grité porque el minuto se estaba convirtiendo en treinta segundos, en veinticinco. Y ella no me respondía. Es mi cumpleaños, Dani. No puedo salir. Estoy aquí con mis amigas. Lo siento.

Sentí el resultado que produce el haber endurecido los sentimientos de una persona con la indiferencia que alguna vez tú le proveíste gratuitamente. Pamela no era así. Ella estaba para mí cuando yo lo deseaba. Ahora las cosas habían cambiado. Me había superado.

Quiero tirar contigo, Pamela, ahora, grité y colgué, justo antes de que se cumpliera mi agónico minuto. Salí de la cabina. Nunca antes había gritado una procacidad en un establecimiento público. La urgencia de mezclar mi cuerpo con otro que no fuera el de la última chica de mi vida era imperiosa y, prácticamente, me obligó a ser descomedido.

¿Quieres tirar?, me dijo la chica que atendía en la cabina. Por las pocas palabras que me había dirigido antes, y por las que ahora usaba para hacerme tal pregunta, noté que provenía de alguna zona de la región amazónica.

Dejé la sorpresa que me invadió ante tal inocentemente formulada pregunta y dije: Sí.

Si vienes por mí a las once de la noche, sabrás que te puedo ayudar con tu problema.

Volví a las once. Ella me esperaba con un modesto bolso. Fuimos a un hotel cercano. Tiramos. Ella, por supuesto, corrió con los treinta soles del hotel.

Acabo de llegar a mi casa. Me senté a escribir esto. Y todavía siento que debo verte, Paola. No es sólo sexo lo que me provocas. Es más. Es el que tú escuches a este ser egoísta que quiere contarte algunas de sus últimas cuitas.

Y, por cierto, feliz cumpleaños, Pamela.

sábado, 26 de marzo de 2011

Una cuota cursi, pero necesaria

Últimamente, he vuelto con fuerza a escuchar música metal. Sin embargo, me permito un minúsculo paréntesis para dedicarle esta canción1 a mi ex-chica:

No me da vergüenza decir
que lo eras todo para mí.
Pero no puedo admitir
que lo quisiera repetir.

Tantos momentos solo
impresionantemente solo
perdido en la acera.
No había ni un rastro tuyo
la calle estaba tan desierta, la noche despierta.

Hablas con inmensa confianza
como si fueras la dueña, del pantalón que me tapa

Todo lo que fui es todo lo que soy
con lo que vine ayer es con lo que me voy

De mi memoria te borré
y ya de día me acosté.

Solo necesité gritar durante un siglo
nada más, y ya no eras nada
Porque ya no eres nada, nada, nada...

Hablas con inmensa confianza
como si fueras la dueña, del pantalón que me tapa.

Todo lo que fui es todo lo que soy
con lo que vine ayer es con lo que me voy.
1 Canción: Lo que fui es lo que soy. Intérprete: Alejandro Sanz

No me siento afligido ni abatido. Por el contrario, estoy muy bien y con muchas ganas de descubrir adónde me llevará la corriente esta vez. De todos modos, quería dejarle este tema a esa persona que tanto significó, significa y significará en mi vida.

Starting fresh again

Me echo sobre la cama y pienso: Qué fue de aquellas chicas con las que solía mantener algún tipo de contacto, ¿qué fue de aquellas pocas amigas que tenía?

No es que no soporte el hecho de pasar los fines de semana solo. Actualmente, puedo asegurar1 que no me angustio si no tengo a una chica de modo permanente a mi lado; o sea, una enamorada. Puedo prescindir de eso porque tengo, ante todo, otras prioridades; prioridades que he descubierto que tenía gracias a la intervención en mi vida de mi última ex-chica.

Sin embargo, ello no quiere decir que voy a llevar una vida monacal. En absoluto. No way. Me permitiré frecuentar una discoteca –sin gastar demasiado dinero, por supuesto-, al menos un par de veces al mes, para divertirme y bailar y, si la suerte me es favorable, entablar alguna relación fugaz con alguna chica incauta pero de atributos aceptables.

Pero, hilvanar los lazos con las chicas que dejé de frecuentar, por pasar la totalidad de mi tiempo libre con la chica que pensé que se quedaría conmigo por un interregno de tiempo algo largo, es algo que deseo hacer para no volver a deshilvanarlos por ningún motivo.

Pienso en que siempre es tiempo para volver a empezar. Nuestras vidas –así vivamos 100 años- siempre serán cortas y, por tanto, no es aconsejable pasarse las horas tristes, encolerizados o guardando rencores a determinadas personas. Hay que disfrutar de cada segundo de nuestro tiempo sobre este planeta, pues ese segundo podría ser, inesperadamente, el último.

Como diría Jim Morrison en Light my fire: “The time to hesitate is through, no time to wallow in the mire”. Amén.

Empezaré contactándome con una vieja amiga. Espera mi contacto, vieja y querida amiga.

1 Sobre el verbo ASEGURAR: Se dice “asegurar (afirmar) QUE es verdad” o “asegurarse (cerciorarse) DE que es verdad.

El mudo Castañeda

Como todos los candidatos a la presidencia, Castañeda aparece ninguneando a las últimas encuestas que ahora lo colocan quinto dentro de las intenciones de voto.

Por medio del programa Buenos días, Perú, vertió las siguientes declaraciones: “(A las encuestas) las tomo entre comillas porque las hay de todos los gustos, olores, colores y sabores. No me molesta en lo absoluto porque tengo la convicción que voy a ganar. (…) La verdad es que estoy bastante confiado porque también todas las encuestas dicen que en segunda vuelta ganaríamos”.

Sólo porque este candidato me cae muy antipático es que voy a precisarle lo siguiente:

Castañeda, la construcción gramatical “tener la convicción” es seguida siempre de la partícula “de”. Es decir, su declaración a la prensa debió haberse dicho de la siguiente forma: “…porque tengo la convicción DE que voy a ganar…”

Para la próxima ocasión, mejor guarde un estricto silencio.

Una pregunta adicional, Castañeda: ¿cuándo vas a aclarar aquello de lo de Comunicore?

jueves, 24 de marzo de 2011

El final y el principio

Una pareja de enamorados ha comido un par de hamburguesas y ha bebido un par de Pepsis bien heladas. La pareja está cerca de la casa de la mujer. Ella le dice a él que le acompañará hasta un lugar cercano a su paradero; así conversarán un poco más.

Llegan al lugar indicado: es un cerco bajo de concreto que flanquea un lado de una casa ubicada en una esquina. Se sientan sobre ese pequeño muro. Conversan. De pronto, la charla vira hacia un tema que ha venido rondando la mente de ella: separarse de él.

Ella le dice que necesita estar sola. Él le replica, conmovido, que está muy enamorado, que esa separación no se puede dar, que él necesita verla siempre.

-Eres muy bueno para mí. Yo no te merezco. Mi mamá siempre me dice que tarde o temprano te vas a dar cuenta de lo basura que soy. Tú eres un chico tierno. No merezco a alguien como tú. Conmigo sólo vas a sufrir. Te voy a hacer sufrir. Porque soy así: una loca de mierda. No vas a poder conmigo.

El chico miraba a la que estaba a punto de dejar de ser su chica. Por su mente, transcurrían de modo vertiginoso, todas las imágenes de ellos juntos, haciendo cosas, riendo, jugando, comiendo,…

Las lágrimas brotaron de los ojos de ella y, luego de algunas súplicas, de los de él también. Al parecer, ya no había marcha atrás. Ella había tomado esa decisión.

Como no era la primera vez que él había vertido lágrimas por ella por las mismas volubles razones con que ella se aparecía, decidió dar un paso al costado.

El chico le dijo a ella que siempre le guardaría un inmenso cariño por todos los momentos de felicidad -y de tristeza ¿por qué no?- que ella le había regalado. Además, él le agradecía profundamente, y esto ella no lo sabía, por las miles de enseñanzas que le había dejado. Ciertamente, de su relación con ella -sólo y únicamente con ella- ha aprendido mucho.

Se secó las lágrimas, sonrió y se despidió de ella con un cálido beso en la mejilla. En ella vería siempre a una gran amiga.

El chico dio media vuelta y se fue con rumbo al paradero del bus que lo llevaría a su casa.

Cada día se terminan 18,239 relaciones. Cada día, también, 24,567 relaciones amorosas germinan. Estos datos, obviamente, son cifras que el chico se ha inventado para sentirse un poquito mejor.

martes, 22 de marzo de 2011

El pene y el perfume

El joven ha estado emocionado porque hace una semana tuvo su primer polvo. Su amigo del barrio lo había llevado a Fiori, a debutar con una de las tantas prostitutas de abdómenes abultados y culos ampulosos que había por allí. Eran prostitutas que, en muchos casos, le doblaban la edad.

El joven no conocía Fiori; pero ahora sabe que es un lugar al que puede ir solo, sin la compañía de nadie. Está ansioso por introducir su miembro en la vagina de una de esas prostitutas. Tiene en mente a una en particular: la señora de pelo negro ensortijado, blancona, de cintura delgada y nalgas redondas, que vestía trajes muy ceñidos y vistosos; y que podía tener cuarenta o cuarenta y cinco años.

Ha ahorrado una platita que le puede asegurar el polvo con la señora de sus sueños. Ha esperado a que caiga la noche para visitar Fiori y arrendar los servicios de su puta. Antes, considera que debe bañarse. Tiene que oler bien para ofrecerle su cuerpo a esa mujer, cuyas curvas lo han venido alterando desde que la vio.

Mientras se baña, el joven piensa en esa mujer; la imagina desnuda y en diferentes posturas. Tiene una erección que el agua fría de la ducha no logra aquietar. Termina, y se pasa la toalla alrededor. A pesar de que tiene la pinga corta, la toalla se hincha un poco, ahí abajo.

Se asoma a la puerta para asegurarse de que ningún familiar suyo se tope en su camino hacia su habitación. No quiere que le vean la pichula parada, mal disimulada por la toalla.

En su cuarto, se seca y se echa talco en todo el cuerpo: quiere estar limpio para la puta; para su puta. Este joven no considera que las prostitutas sean seres inferiores o despreciables. Todo lo contrario, él considera que ellas merecen tanto respeto como el que le puede guardar a algún familiar. Por ello es que pretende visitar a la prostituta, despidiendo su mejor fragancia. Coge el frasco de su perfume y aplica su contenido en zonas estratégicas de su cuerpo: el cuello, el pecho, los brazos, y… El joven lo piensa; ve su miembro –ahora fláccido-, colgando hacia la derecha; esa pinga también tiene que oler bien; la puta, al olerlo, tiene que enamorarse de ese minúsculo colgajo cuando le haga un mameluco. Decidido. Gentilmente, aplica una dosis del perfume sobre su pene. Las gotitas aterrizan sobre el diminuto tallo y sobre el glande.

El joven, de pronto, siente un intensísimo ardor en la cabeza de su pichula. Está viendo a Judas calato. Había sido un error perfumarse el pájaro. Quiere gritar; pero no quiere hacer escándalos. Muerde la almohada para reprimir el aullido que le provoca el alcohol del perfume sobre su balístico glande.

Este joven ha tenido las mejores intenciones. El dolor, sin embargo, lo ha obligado a guardar cama y a dormir desnudo, sin cubrirse; para evitar que su magullado pene roce contra las sábanas y para facilitar su adecuada ventilación.

Desde ese momento, el joven nunca más se echará perfume en esa zona. Solamente se limitará a lavar su apocado miembro con agua y jabón –pero jabón Ego, para varones (para varones que soportan el dolor de tener alcohol sobre el glande)-.

lunes, 21 de marzo de 2011

¿Quién dice que para amar a otra persona primero debemos amarnos a nosotros mismos?

Nadie mejor que uno mismo conoce de cerca las pendencias, truculencias, perfidias y deslealtades de la que es capaz de hacer, o de las que piensa hacer.

Nadie mejor que uno para dar fe de lo ruin que es y de lo falaz que puede llegar a ser en ciertas, o numerosas, ocasiones.

No hay nadie mejor que uno mismo para saber que se vive siempre bajo una nívea piel de cordero con tal de obtener ciertos beneficios.

Es imposible que uno pueda eliminar de sí sus defectos, taras y vicios, porque ellos son parte de uno: uno ha nacido con ellos y/o los ha adquirido durante su vida.

Por ello, creo que es inviable y hasta ilógico pretender que uno se quiera o ame a sí mismo –como mucha gente (despistada) aconseja-. ¿Cómo se podría querer o amar algo que se sabe, con total y palmaria seguridad, que involucra y acarrea defectos y vicios inexpugnables?

Sin embargo, no es imposible amar o querer a otra persona, a otro ente, aun no amándose uno mismo. Es, incluso, me atrevería a decir, mucho más fácil, puesto que nunca sabremos –en algunos casos- a cabalidad el detalle de perversidades o deslealtades de la que es capaz esa otra persona.

Otro detalle que ayuda poderosamente a querer sin reservas a otra persona más que lo que uno se pueda querer, es el enamoramiento, pues causa éste en su portador un particular estado de obnubilación. Este estado se traduce en la ausencia de sentido crítico sobre la otra persona. De este modo, las virtudes de esa persona son exacerbadas y sus defectos minimizados o, en el mejor de los casos, anulados por el enamorado.

Se sabe, pues, que uno es un pérfido y un desleal; entonces ¿por qué mal gastar nuestro limitado tiempo en este planeta tratando de amar a un bicho o alimaña? ¿No sería mejor, emplear ese tiempo en tratar de querer a otros cuyos niveles de bajeza o ruindad desconocemos?

Si querer a esa persona, nos hace dichosos, ¿por qué no continuar queriéndola en lugar de tratar de querer a alguien que, en el fondo –y, a veces, no tan en el fondo- odiamos? (Podría afirmar que más del 90% de los seres humanos de este planeta desearía ser otra persona y no ella misma).

Por tanto, yo discrepo de aquellas gentes (que son bastantes y generalmente adoptan un aire pontificio y puritano para expresar ese consejo) que afirman que no se puede amar o querer a otra persona si antes uno no se tiene amor a sí mismo.

Por el contrario, es posible que amando o queriendo a otra persona cambiemos un poquito para bien –o para mal-; pero teniendo la certeza de que en ese proceso amatorio la vamos a pasar muy bien y nos sentiremos un poquito a gusto con nuestra existencia. Y ese proceso, no solamente incluye a los momentos de felicidad, pues también abarca a los periodos de tristeza y desolación. Debemos aprender a disfrutar de las aventuras y las desventuras por igual. Sobre todo, de estas últimas, pues son ellas las que nos enseñan más que las primeras.

domingo, 20 de marzo de 2011

Disticoso

Innumerables veces, mi abuelita me ha calificado como “disticoso”. Todavía pocas veces -porque apenas contamos con cuatro meses de conocernos, aunque no dudo que esas pocas veces se convertirán también en innumerables- Wendy me ha llamado “tiquismiquis”: ¡Dani, eres un tiquismiquis, oye!

Ambas expresiones dan cuenta de la persona que ofrece ciertos reparos, generalmente de orden superfluo, ante hacer algo, comer algo, etc.

Sé que puedo ser calificado de ambas maneras pues me acepto así, y no tengo reparos en mencionar por qué es que me califican de ese modo.

Soy disticoso o tiquismiquis porque:

Sólo me gusta comer la carne deshilachada o en trocitos.
Detesto las bebidas calientes, más aún si esa bebida es cebada o alguno de esos brebajes que emplean los emolienteros:
No me gusta comer cuy (a pesar de que tengo cara de cuy, o quizá por eso mismo)
Jamás me metería en una piscina pública: considero que esos lugares son grandes caldos de cultivo de toda clase de bacterias. Me basta con imaginarme que cuatro de cada cinco personas que ingresan a la piscina no se ha limpiado el culo exhaustivamente, dejando oxiuros suspendidos a punto de ser llevados por las dizque asépticas aguas de la piscina.
No como aceituna en ninguna de sus presentaciones.
Me rehúso beber líquidos en vasos de plástico: esos vasos siempre están desportillándose y casi siempre tienen un olor muy dudoso.
No me gusta comer con los cubiertos con que ha comido otra persona; así sea mi mamá esa otra persona: pues tengo muchos bichos en la boca y no deseo transmitírselos a nadie más.

Hace algún tiempo, podía llenar dos hojas completas enumerando mis muy superficiales reparos. Hoy, el tiempo, el conocer a algunas personas valiosas, la madurez, los golpes que da la vida, han hecho que mis tonterías se reduzcan a las listadas. Posiblemente, de aquí a un tiempo más, ya no sea más un disticoso, un engreído.

jueves, 17 de marzo de 2011

El que no se cree ignorante

El señor Andrés Bedoya Ugarteche publica desinhibidas y muy punzantes columnas en el diario Correo todos los sábados.

En estas columnas, el señor Bedoya lanza un sinnúmero de mayúsculos calificativos hacia las personas de quienes discrepa altamente.

Uno de los adjetivos que más emplea es “ignorante”. Lo emplea, generalmente, para referirse a la vasta fauna política del país, a los pobladores que se niegan al establecimiento de nuevas operaciones mineras sobre sus territorios, entre otros.

Creo que sólo se puede llamar ignorante a otra persona si es que, probadamente, el calificador es poseedor de una sabiduría enciclopédica y de un amplísimo conocimiento. Es ilógico e irónico, que un ignorante apostrofe de ignorante a otro ignorante.

Es decir, el señor Bedoya debiera mostrar más humildad y tino para referirse a los demás como ignorantes; sobre todo si comete un error tan garrafal como el que resaltaré a continuación.

En su columna publicada el 26 de febrero en el diario Correo, Bedoya Ugarteche escribe:

“Me refiero al pintor Fernando de Szyszlo. ¿Cómo es posible que este eximio pintor -según los críticos y punto- que ha sido nombrado presidente del Tribunal de Honor del Pacto Ético Electoral del Jurado Nacional de Elecciones, titulazo que supone que quien lo detenta debe ser absolutamente vertical y decente, haya tenido la raza, el empaque y la concha de hacer comentarios negativos acerca de la candidata Keiko Fujimori cuando lo mínimo que se le puede exigir es absoluta neutralidad?”

Prestemos especial atención al siguiente texto extraído del párrafo anterior: “titulazo que supone que quien lo detenta”.

Detentar, según el DRAE, es retener y ejercer ilegítimamente algún poder o cargo público. El cargo que ejerce actualmente Fernando de Szyszlo (o que pudiera ejercer cualquier otra persona), no es ejercido por éste ilegítimamente, sino que le ha sido conferido por el organismo público pertinente. Por tanto, considero que lo que el señor Bedoya quiso expresar, con toda seguridad, era lo siguiente: “titulazo que supone que quien lo ostenta” o “titulazo que supone que quien lo ocupa”.

No es, pues, lógico, que un señor que se atreve a llamar ignorante al resto de la humanidad, desconozca el correcto uso del verbo detentar y, por el contrario, sí lo conozca un redomado ignorante como el que escribe y suscribe estas líneas.

Todos los seres humanos nacimos ignorantes y moriremos ignorantes.

martes, 15 de marzo de 2011

Un consejo de ella

Yo lavaba los platos un sábado por la tarde. Mi chica cocinaba. Estábamos, casi, uno al lado del otro, pues la cocina de la casa de mi madre es pequeña.

Cuando hube terminado de fregar los platos, le anuncié a mi chica que había concluido con mi tarea. A ver, me dijo. Se acercó a revisar el fregadero. Su naricita inquisitiva y sus ojazos impactantes auscultaron con minuciosidad mi área de trabajo. Encontró un par de granos de arroz que no llegaron a ser arrastrados por la corriente de agua hacia la profundidad de la tubería. Dani, tienes que limpiar todo. No debe quedar un grano de nada. Todo debe estar absolutamente limpio, me amonestó cariñosamente. Debajo de tu cama está todo lleno de polvo. Tienes que barrer, amor. Por eso es que hay pulgas en tu cuarto, me reprendió, con amor, mi chica.

Me esforcé en dejar reluciente el lavabo. Pasé la esponjita verde, una y otra vez, sobre la deslucida superficie del lavabo hasta que quedó totalmente reluciente. No dejé residuo alguno que pudiera incomodar la vista sagaz y detallista de mi chica o de cualquier otra persona muy dada a la puntillosa limpieza.

Luego de que ella me dio el visto bueno, me dijo algo que me quedará para toda la vida, algo que mi abuelita me ha dicho en muchas oportunidades, pero que tuvo que decir mi chica para que me quedará profundamente grabado en el cerebro: Papito, siempre limpia las cosas de tu casa; así yo no esté.

Hoy, al llegar a casa, encontré algunos platos sucios y algunos despojos afeando la cocina. Recordé las palabras de mi chica y me puse a trabajar.

Muchas veces, las cosas dichas con amor, tienen el poder de calar muy hondo en las personas. Eso me sucedió con mi chica. Claro, que mi abuelita ya había preparado el terreno para hacerme un chico medianamente ordenado.

Si la relación con mi chica dejase de terminar, son los buenos momentos y los bienhechores consejos los que me acompañarán durante la cortedad de mi existencia. Sólo por esos buenos momentos y por esos bienhechores consejos es que le guardaré eterna gratitud a esa chica que conocí hace menos de seis meses, y a quien tengo el honor de llamar MI chica.

Je suis...

Je suis lâche, mais je fais semblant d’être courageux.

Je suis timide, mais je fais semblant d'être extraverti.

Je suis fier et pédant, mais je fais semblant d’être humble.

Je suis infidèle, mais j'essaie d'être fidèle.

Je suis un mauvais écrivain, mais je fais semblant d'être un bon écrivain.

Je suis un mauvais fils, mais je ne peut pas être un bon fils.

Je suis Daniel, mais j'ai l'intention de ne pas être Daniel.

P.P.K. (Pelotas Para Koger)

Honda preocupación me causa el hecho de que al candidato PPK le palpen el órgano genital (según lo que comentan, ese órgano posee dimensiones colosales) doquiera que va a hacer campaña proselitista.

Primero fue una señora que, sin ningún escrúpulo y con toda la paciencia del mundo, atenazó el miembro genital de PPK, en medio de una abigarrada multitud de rostros perplejos y sonrientes.

La osada señora fue luego llevada a las portadas de algunos diarios sensacionalistas de la capital. A través de su esporádica fama, dio detalles sobre la longitud, peso y reciedumbre del trajinado miembro genital de PPK.

Hace poco, esta vez un caballero fue el que “pesó”, con diestra y premeditada mano, la genitalidad del candidato presidencial. Aquel individuo, como las imágenes demuestran, comete el atrapamiento del falo cuasi presidencial preparando a la gente para que preste atención sobre la acción que iba a perpetrar. El tipo enseña la mano impúdica a las cámaras o, seguramente, a sus amigos y, con flemático pero certero movimiento, estruja al miembro postulante. Es tal el apretón, que las cámaras permiten ver, al asombrado espectador, cómo se marca el cilíndrico colgajo a través de la fina tela del trajinado y manido candidato.

Mi preocupación es honda porque la gente ha descubierto que, para obtener unos segundos de fama y salir retratados en los pasquines populares, la mejor manera de lograrlo es apretujar los cojones del candidato PPK.

Dudo mucho de que estos “levantes” sean orquestados por los asesores de prensa e imagen del candidato. No concibo que en cabezas de gente profesional nazcan ideas de esa baja estofa. Creo que todo este festival de manoseos al paso ha surgido de las mentes inficionadas de algunos espontáneos.

No sé si aquellas “muestras de afecto” hacia PPK aumenten o disminuyan las intenciones de voto hacia su candidatura. Lo que sí sé es que ya es de mal gusto lo que se viene perpetrando en contra de PPK. Puede parecer un hecho risueño y anecdótico la primera vez; pero que ello se convierta en una especie de tocamiento serial ya habla muy mal de la clase de ciudadanos que somos. Al margen de la risa que pueda provocar, es una falta de respeto violar la intimidad de una persona de esa manera.

Ojalá que hechos así no se repitan por el bien de la imagen del electorado peruano y por el bien de la genitalidad del señor PPK; por quien, dicho sea de paso, estoy evaluando votar.

El niño meón y el joven cagón

Julio de 1991. Los alumnos de primaria del colegio José Martí están formados en batallones en la pista aledaña a la institución. Dentro del batallón de tercero de primaria, un niño está conteniendo enormemente las ganas de orinar. Hay un hombre de voz cavernosa e intimidante que exige a los niños una seriedad marcial. El hombre les hace tomar las posiciones de firmes, descanso y atención. Los niños acatan las órdenes sin chistar. El niño que contiene la orina le tiene miedo al hombre que dirige la formación y les hace marchar unos metros por la pista aledaña al colegio. Una hora después, el hombre de pelo rapado al ras, nariz gruesa y voz potente ha ordenado que nadie se mueva de sus sitios, so pena de ser duramente castigado. El niño, que le ha tenido siempre un temor visceral a las órdenes, decide no moverse a pesar de que la orina ya quiere abandonarlo. Unos minutos después, no le sirve al niño mover las piernas sobre su sitio para distender un poco su vejiga, sus intentos son vanos. Comienza a orinarse. Ve como una gran mancha crece en su pantalón y va extendiéndose cuesta abajo, creando un charco a sus pies. Otros niños se dan cuenta del percance del atemorizado niño. El militar, sin dejar de lado el severísimo tono de su voz, grita: ¿Qué pasó? El niño, levantando su angustiada mirada del charco de pichi y mirando, apenas, al intimidante y barrigudo hombre, dice: Me oriné. Y se va corriendo hacia el colegio; llorando en su andar. El niño no podía creerlo, se había orinado delante de todo el colegio.

Mayo del 2001. El joven viaja con su hermano y su madre en el auto de ella. Él va en el asiento posterior; su madre y su hermano en el asiento del piloto y copiloto, respectivamente. Viven en Los Olivos, pero el carro se encuentra atorado en un embotellamiento en el distrito de San Miguel. El joven trata de contener con todas sus fuerzas una poderosa diarrea que pugna por salir. Participa este hecho a su madre y a su hermano. Ellos dudan de lo que dice el joven; creen que miente o que está jugando. El joven insiste en decirles que se caga, que la churreta se le va a salir de todas maneras. Su mamá y su hermano dudan sobre creerle o no. El auto, no obstante, no avanza. El joven clama mentalmente piedad al cielo. Sabe que no podrá aguantar. Al cabo de unos minutos, el carro logra salir del atasco, pero ya es muy tarde; el joven se ha cagado. Ha sentido cómo se elevaba del asiento a medida que el pútrido amasijo se iba liberando de su culo e iba ganando espacio entre el asiento del auto y su piel. Toda la mierda estaba confinada, sin embargo, por la gruesa tela del jean que vestía. El joven no podía creerlo. Tenía diecinueve años y se había cagado en los pantalones.

Ella y la felicidad

Mientras ella se lustraba sus botines, yo la miraba. Tenía puesto el polo rosado que una vez me compré. Se lo llevaría porque le quedaba mejor a ella que a mí. Ese polo me confería un aspecto amariconado. A ella le sentaba perfectamente.

Habíamos pasado dos días y tres noches en la casa de mi mamá. Fue un fin de semana tranquilo, sin sobresaltos, lleno de algo que podía ser amor o era amor.

Era las seis de la tarde del domingo. Había sido un día caluroso que no sentimos así dentro de mi cuarto: corría una brisa refrescante a través de la ventana que nos hacía disfrutar de las siestas luego de almorzar.

Otra vez, Wendy había cocinado el sábado, tal y como lo hizo la semana anterior. Aupados por el gran espíritu hacendoso que ella demostraba, mi hermanito y yo nos encargamos de asear la casa.

Compartir casi tres días con ella fue una experiencia que nunca antes había podido llevar a cabo con ninguna enamorada. A pesar, de que Wendy, quizá, no disfrute de la simpatía de mi madre, ella consintió en que pasara las noches conmigo.

Nada de ello fue planeado. Quizá sí estuvo en nuestros planes pasar juntos la noche del viernes. La molicie y el saber que ella podía tomarse un asueto del trabajo y yo no iría a la oficina nos permitieron escurrirnos a través del sábado y parte del domingo.

Compartir una variedad de momentos de toda laya con ella durante esos días fue ciertamente maravilloso. Recuerdo que, mirando un programa cómico el sábado, sentado sobre mi cama, la cabeza de ella apoyada contra mi regazo, bebiendo refresco de maracuyá helado y comiendo unos deliciosos pancakes que ella había preparado, me dijo, levantando sus preciosos ojos hasta encontrar los míos: “Dani, soy feliz”.

Sin necesidad de algún lujo o extravagancia, ciertos pequeños momentos compuestos del cariño que se puedan tener una o más personas generarán islotes de felicidad. Son islotes que aparecerán y desaparecerán en tu vida. Hay que estar preparados para recibirlos cuando, de pronto, aparezcan y mejor preparados aún para saber afrontar y sobrellevar la sequía de ellos.

Porque la vida debe consistir en atrapar o capturar aquellos discretos corpúsculos de felicidad. La vida no debe consistir en dejarse llevar por la cotidianeidad. Porque si ahora no se es feliz, no se podrá serlo jamás. Nuestras vidas son insignificantes por su brevedad. El hecho de que seas feliz sólo es importante para ti. Nadie más se preocupará de tu felicidad. Al cabo de cien años, como diría Cela, estaremos todos calvos (bien muertos). Nadie se acordará de quienes fuimos. El mundo continuará su curso indefectiblemente.

Si algún día, el nexo que se está forjando entre Wendy y yo se obstruye o se rompe, irremediablemente le guardaré a ella una infinita gratitud por aquellos islotes de felicidad que me ha venido regalando desde que la conocí.

Mientras ella terminaba de lustrarse sus botines, yo me negaba a aceptar que aquel momento feliz que estábamos viviendo estuviese a punto de perecer.

Quedaba la promesa de vernos al día siguiente: lunes. Pero cualquier cosa podría ocurrir entre ese instante y el lunes.

No poetry in here

2:16

I’m a body of anger

My mind flies away into painful and excruciating images

I wish I was alone, alone with my thoughts and my old and beloved habits

4:28

Good music passes by

Anger is gone

Conciliation, peace

Is there still a chance for you and me?

Your comes and goes

Thinking, planning

Will it be just me?

5:04

Later, four eyes seeing each other again

She is roaming somewhere

Does she care? Do I really care?

Questions are above the datum; answers are below

You are well treated; at least that is what is on the table

I am treated like shit above and beneath the table

I feel like shit

6:08

My ears have listened to the other one

The solution: I will let the breeze carry me of its own accord

martes, 8 de marzo de 2011

Fifth floor

I wanted to be big
But I always disregarded the fact I was a pig

My brother wants Morrison’s face tattooed on his strong right arm
I want your face pierced through mi weak, weak heart

I’m afraid I couldn’t walk alone through this concrete sea,
I’m afraid I couldn’t breathe this putrid fishy smelly water if you walked out of my soul

You are my soul
The tiny little gentle part that can still be referred to as soul
My soul is as dark as my sore thoughts
You are the piece that is not sore

As he said: C’mon, c’mon, c’mon, now touch me baby
My writing would be my death; your touching will be my death as well
Touch me, touch me now for I want to die with you in that fifth floor

Cocinando

Mi chica y yo pasamos la noche en mi casa. Era viernes. Antes, le había enviado un mensaje a mi mamá previniéndole de mi llegada con ella. Procuré ser convincente y sincero: confía en mí, mamá. No recibí respuesta alguna, pero asumí que mi mamá había entendido y que aceptaría, de buena gana o a regañadientes, que mi chica y yo pasaríamos la noche en su casa, comportándonos de manera correcta, como corresponde a un chico viejo como yo y a una chica joven y amable como ella.

Abrí la puerta de mi casa e hice pasar a mi chica. Subimos los peldaños de la escalera. Ella lo hacía despacio. Yo iba detrás, mirándole el voluptuoso trasero. A cada peldaño que yo subía, rogaba que mi mamá recibiera de buen modo a mi chica. Rogaba porque no se repitiese el catastrófico problema de hacía unas semanas que fue causado por la estadía de mi chica en la casa. Nada me pareció más injusto y prejuicioso.

Introduje la llave en la cerradura de la puerta de la sala. Con la mirada y mi expresión facial, le inyectaba a mi chica sobradas dosis de confianza, para que dejara de temer lo peor. Por dentro, yo estaba igual de aterrado que ella, o más todavía. Disimulé bien.

La casa se presentaba vacía. Un quedo murmullo con tintes infantiles provenía de mi cuarto: era Cesitar que, echado sobre mi cama, miraba uno de sus dibujos animados favoritos por cable. Mi chica se quedó en la sala. Yo avancé con paso sigiloso hacia el cuarto de mi mamá. La encontré echada sobre la cama. Hacía unos cálculos: cuentas por pagar. La televisión estaba encendida.

-Mami, ¿te llegó mi mensaje?-le dije, bajando la voz para que mi chica no pueda oírnos (la casa de La Perla es tan pequeña que un silente pedo expelido en un extremo de la casa puede olerse y oírse en su extremo más opuesto y alejado).

Mi mamá asintió.

-Ya ves que soy un chico responsable, mamá. No te preocupes, ella y yo ya hemos conversado sobre lo de tener relaciones sexuales sin protección. Tenemos nuestra forma de cuidarnos. No te preocupes, si eres abuela, lo serás de aquí a treinta años.

Mi mamá me dio su autorización para que mi chica pasara la noche conmigo. Las cosas así, el terreno estaba libre para disfrutar de una noche tranquila y sin sobresaltos con mi chica. Le pedí encarecidamente a mi mamá que si se topaba con mi chica, por favor, la saludara con cordialidad. Ella aceptó y yo me dirigí a mi cuarto. Mi chica me esperaba allí, sentada sobre la cama, la vista apoyada sobre el estante de libros, seguramente esperando noticias sobre el estado de ánimo de mi mamá, seguramente preguntándose si he leído aunque sea la cuarta parte de los libros que tengo en mi habitación.

Le dije que no se preocupara: podíamos pasar la noche tranquilos. Vimos televisión. Luego de unos minutos, nos dejamos llevar por la pasión natural que solemos sentir cuando la fricción entre nuestra piel es extraordinaria. Subí ligeramente el volumen del televisor y, encubiertos por esa frazada sonora, hicimos el amor de modo susurrante: no podíamos incomodar a mi mamá con algún gemido, so pena de ser expulsados o fieramente reprendidos.



La ventana de la habitación, abierta totalmente, dejaba pasar la húmeda y refrescante brisa perleña, la cual entibiaba nuestros cuerpos enardecidos a causa de nuestras silentes refriegas amorosas.

A las dos de la madrugada, ambos, congestionados por el sueño y el cansancio, totalmente satisfecho yo y, estoy seguro, parcialmente satisfecha ella, decidimos dormir. Como a ella le gusta estirar sus extremidades a plenitud mientras duerme y, dado que mi cama es apenas de media plaza, me pidió amablemente lo que en otras ocasiones me había pedido y yo dócilmente acatado: “Daniel, por favor, quiero dormir sola”. Como no deseo contrariarla en este aspecto, pues sé que para que ella destile buen humor al día siguiente es necesario que tenga un buen sueño, me retiré a dormir a la cama de mi hermano, quien por estos días se encuentra trabajando fuera de la ciudad. Al retirarme, cerré la puerta poniéndole seguro.

Me levanté muy temprano. Serían las siete de la mañana. Tomé desayuno viendo algunos videos en Youtube. Mi chica dormía profundamente en mi cuarto y no despertaría hasta las diez de la mañana. Yo, por supuesto, no osaría tocarle la puerta hasta después de las diez.

Mi mamá preparó un vaso de jugo de fresa y un pan con torreja para mi chica. Le agradecí el gesto. Se estaba portando como una persona razonable y tolerante.

Antes de las diez, mi mamá tuvo que salir a su trabajo. Un rato después se levantaría mi chica. Se bañó. Luego que ella saliera, entré yo a la ducha. Más frescos, vimos algo de tele. Las horas transcurrían y mi mamá no regresaba del trabajo. La hora del almuerzo se acercaba. Yo tenía pensado invitarle a mi chica lo que mi mamá cocinara, pero sin ella haciendo la comida, era imposible que ello ocurriese. Mi hermanito ya deseaba almorzar. Mi chica y mi hermanito se llevan muy bien. Ella, con su infinita paciencia y ternura, escucha de buen ánimo todo lo que mi hermanito le cuenta: sobre sus caricaturas, sus proyectos, sus quejas.

Mi chica me dijo: “Dani, qué te parece si preparo algo”. Sería estupendo, le dije. Como Cesitar, mi hermanito, no deseaba comer cosas picantes, mi chica desistió de preparar papa a la huancaína (además, las existencias en mi refri no contemplaban los ingredientes necesarios para ejecutar dicho potaje). Se decidió entonces por hacer arroz blanco, hamburguesa de pollo y ensalada.

Yo la ayudé en la cocina. Me ordenó (con todo cariño, por supuesto) a lavar los platos que estaban apilados en el fregadero. Reunió los ingredientes que necesitaba y púsose a cocinar. Me gustó verla dueña de la cocina, picando el ajo, vertiendo arroz sobre la olla, lavando la lechuga, cortando en rodajas los tomates, friendo las hamburguesas.

Mientras mi chica cocinaba, Cesitar, contagiado por la laboriosidad que ella desplegaba, y que me hacía desplegar a mí, le dijo: “Voy a arreglar mi cuarto, Wendy”. Mi chica, mostrando ese cariño único que tiene por los niños en general y por Cesitar en particular, le respondió: “Ya, papito. Limpia tu cuarto. ¿Tienes hambre? Ya, en un ratito va a estar la comida. Uy, qué lindo mi papito, cómo limpia su cuarto”.

Cuando hube acabado con los platos, le ofrecí a mi chica mi ayuda en la preparación del almuerzo. “No, papito, mejor arregla tu cuarto”. Eso hice. No estaba muy desordenada mi habitación, pero una buena barrida y unos cuantos acomodos no le cayeron nada mal. Puse el Soft Parade de The Doors, disco que extraje del cuarto de mi hermano. Toda la casa tomó una atmósfera relajada y liberada mientras Jim Morrison cantaba “Tell all people”, “Touch me”, “Shaman’s blues”, Cesitar ordenaba su cuarto con minuciosidad, yo barría debajo de mi cama y Wendy hacía la ensalada.

“Wendy, ya terminé de ordenar mi cuarto”, dijo mi pequeño y gordito hermano. “Ya, papito, ahora date un baño para que comas”, dijo Wendy. Fue la primera vez que alguien le dice a mi hermanito que se bañe y él lo hace encantado de la vida (bueno, eso lo asevero hasta donde me consta).

Antes de las dos de la tarde, estábamos sentados a la mesa de la sala Cesitar, Wendy y yo. Sobre la mesa estaban los suculentos platos que mi chica, con su sazón inconfundible, nos había preparado. Una Inka Kola de litro y medio, helada, ocupaba el centro de la mesa. Comimos felices. Nos pasábamos la mayonesa, nos servíamos harta gaseosa.

Yo comí como un salvaje (como lo que soy, o sea). Terminé mi plato casi inmediatamente después de que me lo sirvieron. Mi mamá llegó al poco rato. Entró a la sala cargando bolsas que contenían los ingredientes con los que iba a cocinar. Grande fue su sorpresa y alivio al ver que Wendy ya se había ocupado de alimentarnos a sus hijos.

Wendy le había preparado un plato a mamá. Ella nos acompañó a la mesa. Yo dejé mi plato en el fregadero, lo lavé y regresé a la sala para acompañar a Wendy. Si mi madre y ella iban a estar solas, prefería estar allí yo para dosificar la conversación.

Mi madre quedó, a mi entender, aliviada de que se le haya quitado una labor de encima. Sospecho, también, que le gustó ese lado de Wendy que, estoy seguro, ella desconocía.

Por mi parte, ese sábado me encantó. Me enamoré más de mi chica. Sin embargo, temo que todo esto se acabe un buen día en que ella, mi chica, lea las barbaridades que en este espacio publico, porque no entenderá que hay fuerzas que me superan en poder que me conminan a escribir las historias que me son asignadas por la vida.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un pésimo amante

Soy un mal amante. Soy malo en la cama. Provoco que mi enamorada se enoje conmigo sin yo saber el verdadero motivo. De pronto, yo satisfice mis urgencias y ella se da la vuelta, cubriéndose toda con la frazada. Ya no sonríe, su mirada guarda cierta amargura e impotencia. Se pregunta sobre si será feliz a mi lado. Totalmente feliz, o sea. Ya se sabe que el sexo es parte importante de una vida de pareja.

He notado que a ella le pasa algo. Intento averiguar qué es. Se lo pregunto: ¿Pasa algo, amor? Ella no me contesta. Me mira y ya no habita en sus ojos la alegría que los llenaban cuando tocamos el timbre de ese hotel de La Perla, mientras una espesa neblina se iba ciñendo sobre la ciudad.

Insisto. ¿Qué tienes, amor? ¿Qué pasa? Ella no me mira. Prefiere mirar lo que sucede en la televisión. En “La noche es mía” de Carlos Carlín están pasando un reportaje sobre los despechados. El risueño informe logra arrancarle algunas carcajadas. Pero cuando le hablo, frunce el ceño y permanece en silencio. Es un silencio que me duele, que me hace saber que algo no anda bien, que mi chica está dejando de quererme de a poquitos, en cómodas y dolorosas cuotas. Mi escasa sensibilidad no me permite leer lo que agobia a mi enamorada.

Los ojos se me cierran. He eyaculado. Siempre que hago eso, quedo sin fuerzas, comienzo a hablar incoherencias y sólo quiero dormir. Sin embargo, me sobrepongo. No puedo abandonarme al sueño sabiendo que a mi chica le jode algo con respecto a mí. Veo el programa y me quedo enganchado con él. El sueño ha retrocedido. Abrazo a mi chica. Pego mi sexo contra su cuerpo por debajo de la frazada y le doy besos en la boca. Ella mira la pantalla, ajena a mis intentos. No mueve sus labios como los movía antes de que yo eyaculara. No quiere tocarme como me tocaba antes de que yo “soltara mis demonios”.

Pasan unos minutos. El pene ha recuperado su forma gruesa. Está caliente y enhiesto. Me enardecen los labios de mi chica cuando los beso, cuando los miro. Ella ha comenzado a corresponderme. Nos besamos con pasión. Me agarra de los brazos y me invita a encaramarme sobre ella. Desea volver a hacerlo, y yo también lo deseo.

La penetro. El sueño se me ha ido totalmente. La arrechura me ha invadido nuevamente. Pero algo de cansancio, una dosis minúscula, todavía queda en mí. Ella comienza a excitarse. Me dice que no pare, que siga. El hecho de haber eyaculado no pone en peligro el que yo continúe penetrándola. El producir una segunda eyaculación me tomará muchísimo más tiempo que el que me tomó producir la primera. Esto asegura que esta vez pueda complacer a mi chica sin que aparezca de modo súbito la urgencia de “arrojar el quaker”, de “lanzar shotcrete”. Su excitación crece. Sigue creciendo. Yo sigo horadándola, instigado, impelido por su continuo pedido de no parar. Va a llegar al éxtasis. Me lo dice (o, mejor dicho, me lo gime). Continúa suplicándome que no pare y yo pienso que hacer feliz a una mujer es jodidamente más difícil que jugar un partido de futbol de 90 minutos. La pelvis se me agota, pero tengo que continuar. Algunas gotitas de sudor asoman por los poros de mi frente. La cama rechina con violencia, parece a punto de desbaratarse. De pronto, siento que algo me “moja” allí abajo. Ella se estremece. Se alegra y me abraza. Está satisfecha.

Estamos desnudos, cubiertos por la frazada. Ella está feliz. Me besa en la boca. Ahora sí quiere hablarme. Me dice que se vino. Me pregunta si lo sentí. Le digo que sentí que algo me humedecía allí abajo. Eso es mío, me dice, es como agua, no como el de ustedes que parece mazamorra. Hace un gesto de asco.

Ya más tranquila conmigo y con el mundo, me dice que todavía no he aprendido a conocerla. Me dice que soy un egoísta que sólo piensa en sí mismo. Te vienes tú y a mí me dejas a medias, me reprende. ¿Ya sabes cómo hacer para que yo me venga? Dándote duro y sin parar, amor, le digo. No, me dice, y me explica lo que hice para que ella se viniera sin tener yo conciencia exacta de lo que yo había hecho. Capto la lección. ¿Ya ves, Daniel? Todavía no me conoces bien, me dice. Estoy aprendiendo, amor, le digo a mi chica. ¿Por eso te habías molestado, amor? ¿Porque no te hice venir? Le pregunto, dándole un besito en la boca. Sí, por eso me molesté. Porque te viniste y encima me preguntaste si estaba feliz, me reprende. La beso nuevamente para bajarle el prurito de cólera que parece nacer otra vez. En cambio ahora sí lo hiciste bien, me dice y sonríe. Pero aún te falta hacerme llorar de la emoción. Ahora sólo me hiciste temblar. Ya, amor, a la próxima trataré de hacerte llorar, le digo. Soy un mal amante, lo sé, pero si tú me ayudas a conocerte más, si hablamos más, estoy seguro de que te voy a hacer llorar, amor, le prometo.

Espero tener fuerzas suficientes para bregar amorosamente con mi chica. Me siento débil ya para estos trotes. Me gustaría alcanzar mi orgasmo y desconectarme del mundo. Pero el amor (el sexo) es cosa de dos, y los dos tenemos que quedar satisfechos. Mi chica me importa mucho y porque me importa, estoy dispuesto a extraer fuerzas de donde no tengo para provocarle temblores y arrancarle lágrimas.

Aunque, dejando de lado todo optimismo cursilón, sospecho que siempre seré un pésimo amante.

Las preguntas estúpidas

1. Estás en la combi con ella. En la radio suena una canción que ella, en un acto de confianza, te ha contado que era la que su ex le enseñó, la que la hace recordarlo. Ves que su cara cambia. Su mirada se torna más bien melancólica y se desenfoca. Tú sospechas poderosamente que ella está pensando en él, en los tiempos pasados. Tú, que siempre quieres saberlo todo, que quieres hacerla sentir una basura por pensar en otro hombre y que quieres demostrarle que a ti nadie te engaña, le preguntas: ¿estás pensando en él? Obviamente no te va a decir: “Sí, estoy pensando en él”. Se quedará callada y se sentirá presionada y asfixiada a tu lado. No se sentirá libre de acongojarse o alegrarse por lo que sea. ¿Acaso, a pesar de que la ames, no has recordado a tus ex con canciones, lugares, comidas o libros? ¿No has sentido cierta nostalgia por esos tiempos idos de felicidad? Pues bien, ella también tiene derecho a sentir nostalgia. A la próxima que te vuelva a ocurrir ese fenómeno, dale cierto espacio para sentir según mejor le parezca. Verás que comenzará a tenerte más confianza de la que solía tenerte.
2. Apenas llevas un mes saliendo con ella. Ya se besaron. Ya tuvieron relaciones sexuales, inclusive. Tú le dices que la amas y, a cambio, le exiges que te diga lo mismo preguntándole si ella te ama a ti. Ella ha salido de una relación de largo tiempo y todavía está encontrándose a sí misma para poder empezar a amarte. Te ha dicho miles de veces que te quiere y que gusta de estar contigo. La pasa bien. Pero le es imposible decirte que te ama, por el momento, porque no siente eso. Esto te lo ha dicho muchas veces. Sin embargo, tú vuelves a la carga con la misma pregunta estúpida: ¿me amas? Ella te puede decir sí, por compromiso, y lo único que vas a lograr es que se sienta presionada y agobiada cuando está a tu lado, arrojándola, sin que esa fuese tu intención, a los brazos del ex o de cualquier otro que la esté rondando. Deja que las cosas se den de manera natural. Si la tratas bien y le concedes sus tiempos, el “te quiero” mudará en un “te amo” (claro, si es que entre ustedes dos hay de verdad ese sentimiento que llaman amor)
3. Ella está triste. Lo has notado mientras caminaban con dirección a su casa. De pronto, ha cambiado su semblante, está grave, ceñudo y melancólico a la vez. Tiene problemas en casa, y lo sabes porque te lo ha contado muchas veces. Necesita estar sola. Pero tú, que siempre quieres estar jodiendo, le preguntas: ¿por qué estás así? ¿Ya no me amas? ¿no te hace feliz estar a mi lado? Preguntas estúpidas. Lo único que vas a lograr es hacer su enojo más profundo, su tristeza más honda y su repulsión hacia ti, todavía mayor. Ella, como tú algunas veces, necesita de su soledad. Todos la necesitamos.
4. Sales del trabajo. La llamas al celular. Está apagado. Maldices. La maldices. Comienzas a tejer una novela en tu mente; un melodrama en el que ella está tirando con otro hombre mientras que a ti te están creciendo semejantes cuernos en la frente. Luego de breves minutos, tu celular suena. Es un número de cabina telefónica. Contestas. Es ella. No la dejas hablar y le preguntas con una marcada dosis de desesperación y enojo: ¿por qué estaba apagado tu celular? ¿qué estabas haciendo? Estas preguntas, lejos de unirlos, terminará separándolos. Son una clara evidencia de que no confías en ella (y de que tienes serios problemas de inseguridad), a pesar de que su comportamiento y su franqueza hacia ti han sido impecables. Al margen de lo que ella te pueda contestar, jamás escucharás confirmarte tus desquiciadas sospechas: “Apagué el celular porque no quería que entrara tu llamada mientras tiraba rico con Julio”. Así ella te hubiera engañado con una docena de hombres, jamás te lo diría. Deja de elucubrar hiperbólicas versiones de culebrones mexicanos y trata de vivir tranquilo.

Así que ya no le hagas más preguntas estúpidas, a menos que quieras perderla pronto.

No pensé enamorarme otra vez

Lunes 28

Día de pago. Veo el Boucher que el cajero automático escupe por su rendija y me sorprendo al ver que los roñosos del BCP no perdieron tiempo en cobrarse la onerosa cantidad que comprende mi deuda. Al menos me hubieran dejado ver por unos instantes mi sueldo en su integridad.

Mi sueldo en efectivo es considerablemente menor al que figuraba en el contrato. ¿Tanto me han descontado? Esperaré impacientemente por mi boleta de pago para ver en qué rubros se ha evaporado una buena quinta parte de mis emolumentos.

Llamo a Wendy para avisarle que podremos llevar a cabo nuestra escapada. Su celular está apagado. Me recibe la odiosa contestadora. Cuelgo y vuelvo a llamar. Obtengo el mismo resultado. Habíamos quedado en que yo la llamaría y su celular está apagado. ¡Putamadre!, maldigo, y decido caminar hacia Quilca; pienso que Wendy de repente está ahí.

Veinte pasos después, suena mi celular. Es un número público, de la calle. Contesto. Es Wendy. Se me pasa toda la cólera al escucharla. Me dice que está en su casa. Yo le digo para vernos: ¿voy para allá, amor, o dónde quieres que nos veamos? Quedamos en que ella tomaba un taxi y nos encontrábamos en la primera cuadra de la Arequipa.

-No te vengas en taxi, amor. Vas a gastar. Vente tranquila en un bus-le digo a Wendy, preocupado porque gaste dinero en un taxi.
-Tengo ganas de verte ya, Dani. Voy a tomar un taxi. Espérame ahí donde me dijiste-me dice Wendy y cuelga.

Llegó lindísima. Siempre con sus Caterpillar negras elevándola cinco centímetros por sobre el nivel de suelo. Yo llevaba alrededor de una hora aguantando las ganas de ir al baño y evacuar una gran cantidad de materia fecal. En la oficina, habían bloqueado el acceso al baño unos hombres que estaban instalando un nuevo equipo de aire acondicionado.

-Weny, vamos primero a un hotel, me meto un “caquetá” y salimos a tomar. Por favor, ya no aguanto las ganas. Literalmente, me estoy cagando por ti. Demoraste mucho para venir.
-Ay Dani, no molestes. Vamos a un bar y cagas en el baño del lugar, pues. Además, no me he demorado nada, ¿ya? He llegado rápido.

Caminamos por los alrededores de mi trabajo. No teníamos idea de dónde poder tomarnos unas chelas. Se me ocurrió ir al Taska bar en Miraflores. Wendy aceptó inmediatamente. Era el único lugar al que ella podría asistir dentro del conjunto de bares o discotecas de las cercanías al parque Kennedy. “Sólo en el Taska bar ponen buena música, Dani. En los otros lugares ponen cochinadas como los perreos”.

Ajusté de modo más firme mis esfínteres y enrumbamos hacia la avenida Arequipa para tomar un bus con destino al Parque Kennedy. Antes, pasamos por una tienda en donde compré un rollo de papel. Weny me había dicho: “Dani, yo tengo papel aquí en mi morral”. Le respondí: “Weny, yo necesito todo un rollo por sesión. Soy un gran cagón”. Ella me dijo: “Qué barbaridad, Dani ¿Cómo puedes gastar tanto papel en ese culito que tienes?”. Dije: “Mi culo será pequeño, pero no has visto las dimensiones de mi asterisco”. Nos matamos de la risa. Así es con Wendy. Siempre estamos riéndonos. Armamos conversaciones picantes sabiendo de antemano que terminaremos muertos de risa.

Nos sentamos en las dos últimas sillas disponibles, al fondo, en el Taska bar. Yo me fui al baño y Weny quedose en uno de los asientos de la barra. Mientras yo evacuaba con fiera pujanza aquello que hacía dos horas quería salir, Weny pedía un par de chopps de cerveza. Me tomó cerca de veinte minutos cumplir con mis deberes fisiológicos. Salí aliviado de ese estrecho baño. Wendy tenía un vaso de chopp a medio llenar enfrente de ella. “Es mi segundo chopp, Dani. El primero ya me lo tomé. Te demoraste mucho en el baño. ¿Tanto cagas?”, me dijo. “Uff, no sabes”, le dije.

-¿Y cuánto está eso?-digo
-Siete soles-dice Wendy. Noto que algo le jode. No sé qué es. Quizá sólo es una percepción equivocada mía.
-¡¿Siete soles?!-exclamo. Reviso la carta para corroborar las palabras de Wendy-. ¿Tanto por ese vasito de mierda? Mejor hay que pedir esta oferta de seis Francas por 32 soles-digo. Llamo al encargado de la barra y le pregunto por esa oferta.
-Ya se acabaron las Francas-me dice. Es un tipo que siempre tiene una sonrisa en la cara y contadas marcas de alguna varicela despiadada.
-No, Wendy, yo no pienso hacer ricos a estos huevones. Me parece un abuso. Tú me has enseñado a ser más comedido con el dinero. Y consumir esos vasitos de siete soles me parece una cachetada a la pobreza.
-Ya, Daniel, tranquilo. Estos chopps los he pedido yo y yo los voy a pagar-dijo Wendy, bebiendo con parsimonia de su vaso de cerveza.

Insistí en que yo pagaría por los chopps que ella había consumido. Sin cejar un momento, ella rechazó mi ofrecimiento y pagó por sus dos vasos.

Salimos del Taska bar, lugar que ahora encuentro ofensivamente caro luego de haber yo pasado estas últimas semanas por momentos de áspera y aleccionadora cortedad económica.

-Wendy, vamos a otro bar-le dije.
-No, Daniel, el Taska es el único bar que me gusta por acá. En los demás ponen música pacharaquienta-decía Wendy.
-Pero es que ese lugar es caro, amor.
-Y qué esperabas, Daniel. Estamos en Miraflores. Todos los lugares son así por acá. Mejor llévame a mi casa.

Otra vez Wendy se ponía en ese plan atorrante de ser excesivamente orgullosa. Discutimos un poco. Nos serenamos luego. Le pregunté si deseaba comer algo. Rústica se ofrecía como una posibilidad económica. Wendy se negó a ir.

-Las meseras de ese Rústica son unas perras. Mira cómo se mueven y se visten. No quiero enfermarme, Daniel.
-¿Enfermarte por qué?
-Porque tú no sabes disimular cuando ves a una chica casi calata. Eso me enferma. Y allí van a estar pasando a cada rato. El día que aprendas a disimular, ese día vamos a ese Rústica.

Wendy se equivocaba. Yo solamente tengo ojos para ella (cuando estoy con ella, ojo). Pero esa era su percepción de las cosas.

Finalmente, recalamos en el Stragos Bar. Wendy había sugerido bajar a ese sótano. El ambiente era agradable. Apenas dos mesas estaban ocupadas (era lunes), aparte de un par de señores acodados en la barra. Uno de ellos sostenía un micrófono y cantaba una balada. Su canto era deplorable, penoso. Estábamos en un bar-karaoke.

Wendy ya estaba nuevamente de buen humor. Escogimos un lugar cercano al cuarto del dj que colocaba las pistas que los comensales cantarían.

Ordenamos un par de cervezas. Con las cervezas, nos alcanzaron un par de libros con todas las canciones, en español o inglés, que podíamos elegir para cantar. Wendy cogió uno de los papelitos en los que se podía consignar el nombre de la canción, el código de ella y el número de mesa que la solicita. Anotó estos datos de una canción que vio del libro y entregó el papelito al dj.

Antes de que le llegase el turno de cantar, Wendy me dijo que la canción que iban a tocar me la dedicaba.

En uno de los televisores plasma apareció el título de la canción y el nombre del cantante: No pensé enamorarme otra vez – Gilberto Santa Rosa.

Wendy comenzó a cantar y todos los presentes, incluyéndome, nos quedamos enamorados de su voz. Era una voz preciosa, cargada de sentimiento; una voz que se paseaba con soltura por los tonos más agudos que la canción exigía.

Leí la letra en la pantalla. Me conmovió en extremo. Toda ella se aplicaba perfectamente a nuestro caso. Wendy cantaba mirándome, anulando el embarazo que podía sentir de que los circunstantes la mirasen. Me tembló de emoción hasta la última célula del cuerpo: sus ojos y su voz me dedicaban esa canción.

Al terminar, el (escaso) público le dedicó una sentida salva de aplausos. Wendy había deslumbrado a todos los contertulios.

Minutos después, Wendy me dedicó “Una canción de amor” de Gianmarco. En esa ocasión, de lo muy conmovido que estaba, a punto estuve de arrojar un par de lágrimas.

Chapuceramente, momentos después, canté “Whiskey in the jar” de Metallica, recibiendo, al final de la canción, un corro de aplausos, más por el acto histriónico que protagonicé que por las bondades de mi voz (porque, ya se sabe, canto mal).

Wendy recuperó el papel en el que solicitaba la primera canción que me dedicó, la de Gilberto Santa Rosa. Efectivamente, en el papelito ella había escrito: “de Wendy para Daniel”. Me pidió que conservara ese papel. Ahora lo llevo en mi billetera de un sol adonde vaya.

Aquella noche la pasamos juntos en un hotel cercano a mi trabajo. Fue una de las noches más lindas que he pasado con Wendy desde que la conocí en octubre del año pasado.

Domingo 27 de febrero

Domingo 27

Fui a ver a Wendy a su tienda en Quilca. Para causarle la misma impresión que le provoqué el sábado, me vestí con el mismo jean azul oscuro y el mismo polo negro del día anterior, pero cambié mis Caterpillar por unos botines negros de punta de acero marca “Runner” que me dieron en el trabajo (marca de inferior calidad que mis Caterpillar) y mi estupenda casaca azul (casaca que a más de una chica ha impresionado, porque se sabe que ellas quedan más impresionadas por algunas cositas que me echo encima que por la galanura de mi rostro, pues carezco indefectiblemente de dicho atributo físico).

Obtuve lo que quería: Wendy me vio altamente deseable y comestible. Concluyo pues que le gusta mi look casi metalero. La encontré sentada, conversando con su vecina comercial. Me miró con esos ojitos que sólo ella sabe poner. Luego del beso, me senté a su lado. Noté que la ropa que había llevado para el desfile todavía seguía guardada en la maleta. La tienda estaba casi desprovista de ropa. Estaba semi desnuda.

-Amor, ¿no piensas acomodar todo esto?-le dije.
-Tengo flojera, Dani-me dijo-. Tengo ganas de seguir durmiendo, amor. Recién acabo de abrir la tienda-dijo, estirando sus bracitos y dando un ligero bostezo. Eran las tres de la tarde.
-Vamos a mi casa, amor-le dije.
-No-me dijo, poniendo esa vocecita ronquita y engreída que a mí me derrite mortalmente (Supongo que similar efecto causaba esa impostación de voz de Wendy en algunos de sus ex). Cuando hace esa vocecita, soy capaz de hacer muchas cosas por ella.

Finalmente la convencí. Fuimos a mi casa. Antes, compramos una película: El maestro del aire. Película que no vimos o vimos a medias y de modo intermitente pues más rico fue besarnos sobre mi cama, mordernos los labios, decirnos que nos amábamos, tocarnos frenéticamente, mordernos la piel; todo ello, sabiendo que no podríamos hacerlo puesto que ella estaba con su período, y a pesar de que a mí no me importaba mancharme con su sangre, ella se negó rotundamente a consumar nuestros flamígeros escarceos.

-Me muero de ganas de hacerlo, Dani-me decía.
-Yo también-le respondía, muy adolorido por la compresión que mi pantalón jean ejercía sobre mi pene totalmente erecto (erecto pero tirado hacia la derecha).

Cuando sentimos, en alguna pausa que nos tomábamos para respirar más calmadamente, que el televisor ya no emitía diálogos de ninguna película, decidimos poner algún canal para atenuar nuestros ruidos extáticos.

Al pasar del modo video 1 al modo TV, apareció en la pantalla un capítulo más del Chapulín Colorado en Cartoon Network. El capítulo era aquel en que Ramón Valdez hace de un paisano perezoso y haragán (pero buena gente) a quien se le ha ordenado subir unos costales al segundo piso de una casa. Carlos Villagrán representa al jefe de Ramón Valdez y Edgar Vivar caracteriza estupendamente a un gringo que, a cada momento, le está tomando fotos al “Chapulin Coloradou”.

Al ver ese capítulo con Wendy corroboré una vez más que no quiero separarme de ella. Nos reímos a mandíbula batiente de las ocurrencias de los disparatados personajes de Chespirito, pero, más que de las ocurrencias de dichos personajes, nos reímos de los comentarios que lanzábamos al respecto de los actos perpetrados por esos genios del humor. Éramos como dos grandes amigos que se reúnen a ver su serie favorita. Quizá por eso estoy tan unido a Wendy, porque más que alguna atracción sexual (la cual existe y es muy fuerte), nos une una poderosa complicidad, un compartir diario, una mutua comprensión.

Al finalizar el capítulo, decidimos que era hora de que Wendy se fuera a su casa. Me ofrecí a acompañarla hasta la puerta de su domicilio.

-Amor, ¿quieres chaufita?-me preguntó, haciendo sonreír esos ojitos preciosos que tiene.
Yo no suelo comer en las noches, pero por ella puedo comer hasta en las madrugadas inclusive.
-Pero Wendy, no deberías invitarme muy seguido, te vas a quedar corta de plata-le dije, preocupándome por su economía. Ya venía invitándome chaufa desde hacía una semana y quizá más.
-Amor, vamos nomás, yo te invito, mi cholito-me dijo.

No sólo me invito un suculento plato de arroz chaufa en el local de Judith, sino que me invitó un flan. Acompañamos las atiborradas cucharadas de arroz con una gaseosa extremadamente helada, tal cual nos gusta.

-Wendycita, mañana me pagan, mañana salgo de misio-le cuento.
-Para celebrarlo perdámonos mañana, amor. Quiero dormir contigo. Pasar la noche juntos y hacer “eso”. Mañana ya me quito mi parchecito-dijo, refiriéndose a su toalla higiénica-. Yo pongo la habitación del hotel y tú pon unas cervezas heladas.
-¿Unas cervezas? Amor, mañana tengo que trabajar.
-Hay que perdernos, Dani. Esto lo vamos a hacer una vez, para celebrar tu primer sueldo.
Accedí. Pensándolo bien, no debo desaprovechar los momentos desenfrenados que el destino me pone en el camino. Sólo se vive una vez, estamos de paso por este mundo, y más vale extraer el néctar de cada momento. Además, un escritor siempre tiene que estar dispuesto a experimentar.

Mañana (hoy Lunes), experimentaré con Wendy el tomar unas cervezas, hacer el amor embriagados de alcohol y de pasión y despertarme lo más temprano posible para ir al trabajo con la misma ropa del día de ayer.