viernes, 26 de abril de 2024

Novela "El profe Bruti" de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 02


 

Bruti se encasquetó su tan preciado blazer azul y se dirigió a la puerta. Su esposa, ocupada en lavar la vajilla, lo atajó.

¿Otra vez te vas a largar con tus amigotes?, las manos de la mujer goteaban agua sucia y espuma deslucida.

Oe, y a ti qué chucha te importa, ah, ladró Bruti sin dignarse a mirarla. Él era más alto que ella por varias cabezas.

Baja la voz, oye; el bebe está durmiendo, farfulló la mujer, los pelos largos, las puntas de sus cabellos abiertas como tridentes.

Bruti, negro alto, corpulento, el cabello enrulado y pegadísimo al cráneo, se abrió paso hacia la puerta. No me esperes despierta. Voy a regresar mañana, dijo. 

***

Era un restaurante especializado en parrillas. Bruti le dio la mano a Cinthio Valente, conocido periodista deportivo que había perdido su principal fuente de ingresos económicos por culpa de un altercado en el que no supo mantener la cabeza fría.

Ambos intercambiaron un saludo distante.

¿No llega?, preguntó Bruti.

No, dijo Cinthio y volvió a enterrar la cara en su celular.

¿Por qué no entras?, dijo Bruti.

Intenté, pero me sacaron, masculló Cinthio. Fuera de cámaras, su fallida vocalización también era flagrante. Solo dejan entrar a gente de plata, agregó secamente, sin levantar la cabeza del celular.

Aún no se sentía el calorcito que los noticieros anunciaban sería fuerte en veinte o treinta días más. El viento que barría las calles de ese elegante distrito limeño se coló por los resquicios del elegante blazer de Bruti. El grueso del dinero que percibía por dictar clases en las instituciones educativas que lo contrataban se convertía en perfumes caros, ropa de marca y alguna que otra veneca. El vientecillo juguetón le provocó a Bruti un cosquilleo gélido.

Pensó: Este huevón de Cinthio es un cojudazo. A ver, que me saquen a mí del restaurante, conchasumadre.

Se ajustó fuertemente el blazer, miró su reflejo en los vidrios de la puerta y se aprestó a entrar, decidido a parar de cabeza a quien se atreviera a retirarlo del lugar. En eso, se oyó un silbido que alebrestó el ambiente.

***

Acá no entra cualquier huevón, chamo, dijo Guillermo, delgado y guapo ciudadano venezolano. Enfrente de él, Cinthio y Bruti devoraban unas piezas de carne término medio. Rodeando a los platos; papas fritas y cocacolas gigantes heladas. Bruti pensó: Esta huevada está más rica que el bufo de mi Chincha querida.

Miren, mamahuevos, yo los he citado aquí, primero porque los sigo, dijo el venezolano; como dicen ustedes, soy su hincha, pues. Me gustan las mentadas de madre que se lanzan en sus programas. Él no comía nada; se dedicaba a sorber de una botella de cerveza de cuando en vez y a mirar a los dos especímenes que tenía delante de sus gafas oscuras. Aunque últimamente tu programa es una ladilla, señaló a Cinthio, quien procuraba llenarse la boca de carne, papas y gaseosas al mismo tiempo. Cinthio levantó la mirada, extrañado. ¿Qué chucha será ladilla?, pareció pensar. ¿Lo dices porque es muy picante mi programa?, dijo, el hocico inflado de comida masticada.

No, mamahuevos, refutó Guillermo, lo digo porque tu programa es recontra aburrido. Ninguno de los carajos que tienes ahí me da show. Creen que están trabajando en un programa serio y lanzan opiniones que pondrían a dormir a una sarta de burros pingones. Cinthio se tragó esa crítica con una bocanada gigante de cocacola helada.

Pero, Bruti, tu programa sí que me hace reír, chamo, aplaudió el venezolano. Gozo un puyero cuando te arrechas, chamo.

Yo no me arrecho, amigo. Yo me molesto con los faltosos, aclaró Bruti. La carne había estado deliciosa. Nunca había probado algo similar. Se recordó hacerse una fotito al salir del lugar. Sus seguidores tenían que enterarse de que él era asiduo visitador de establecimientos como ese en aquel distrito aristocrático de la ciudad.

A eso me refiero, chamo, dijo Guillermo. Tomó un sorbo de cerveza y, mirándolos, dijo: Los he citado aquí para proponerles un negocio.

***

¿Acá vamos a cerrar el trato?, inquirió Valente al ver que el venezolano los había conducido al jirón Peñaloza, calle infestada de prostitutas transexuales.

Claro, ¿cuál es el problema de cerrar el negocio aquí con unas cervecitas y bien acompañados por tres de mis mejores muchachas?, dijo el venezolano, acabando de aspirar una línea de cocaína.

           Acá me conoce mucha gente. No me voy a bajar de tu auto. Si me ven caminando por aquí, me van a joder de por vida. La noticia llegará a oídos de mi esposa y me voy a ver con botafogo, argumentó Valente. Estás seguro de que estas lunas son polarizadas, ¿no? Porque yo, de aquí, veo clarito a toda la gente. Mira, dijo, señalando a tres transexuales churriguerescamente ataviadas que salían del hotel Malkamasi. Desde aquí veo clarito a esos cabros.

¿De verdad eres bruto, chamo? Pensé que era broma eso de que eras el rey de los brutos, dijo Guillermo, cagándose de la risa. Claro que las ves, pues, pero ellas a ti no. De eso se trata este coroto de las lunas polarizadas. 

Bruti miraba con intensidad las caderas descomunales de los transexuales.

¿Qué miras, profe?, dijo Cinthio, risueñamente desconcertado. Pensé que te gustaban las hembras y, más específicamente, las periodistas deportivas blanconas. Guillermo celebró la ocurrencia de Cinthio, quien, a causa de la penumbra del auto, se asemejaba más a un sapo que a una persona.

¿Qué? ¿No son mujeres?, se hizo el cojudo Bruti. Luego, los nervios, como siempre que se apoderaban de él, le provocaron un frenético parpadeo. Se están acercando para acá, Guillermo, balbuceó.

Claro, pues, chamo. Esas son las amiguitas de las que les hablaba. Con ellas vamos a celebrar el inicio de nuestro proyecto, dijo el venezolano y abrió la puerta posterior izquierda del auto presionando un botón en el tablero electrónico.

Las transexuales entraron raudas al auto. Bruti tuvo que arrimarse contra la puerta posterior derecha. No se le notaba indignado; por el contrario, parecía dispuesto a dejarse llevar por lo que dictaminase o resolviera el venezolano. Quien sí brincó en su sitio fue Valente. No, no, yo me bajo, dijo. Palpó la puerta de su lado y no halló algún botón o palanca que lo liberase del auto. ¿Cómo se sale de esta huevada?, acezó el periodista.

Cinthio; tranquilo, Cinthio, dijo Bruti. No va a pasar nada, lo calmó. Tenía ya una de sus largas manos sobre los muslos de la transexual que le quedaba más cerca.

Guillermo, divertidísimo con la situación, presionó otro botón en el tablero electrónico del auto y liberó a Cinthio, quien corrió y corrió sin detenerse ante los semáforos del jirón Zepita. Corrió con la cabeza gacha para evitar que sus seguidores lo identificaran en aquel lugar relacionado con el comercio transexual.

Profe, abróchese su cinturón. Hoy usted va a cantar en la zona, dijo Guillermo, acomodándose las gafas oscuras y encendiendo su potente bólido.

 Bruti, de ocupación docente, maestro, profesor, no respondió nada. Guillermo lo espió por el espejo retrovisor y dio su visto bueno: el profe había empezado a conocer mejor a sus amiguitas.


sábado, 20 de abril de 2024

Novela "El profe Bruti" de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 01

 


La expectativa es la raíz de toda angustia.

William Shakespeare

 

Luego de que lo besé, me tomó del cuello y, con una fuerza que no sabía que podía salir de él, me lanzó contra la pared. En la caída, quebré la mesita que me había regalado Sandra. Me dormí sobre los restos de esa mesa, los ojos hinchados y rojos de tanto llorar, no por los raspones y moretones, sino por el dolor de un amor homosexual que jamás decantaría en una dichosa y duradera felicidad.

Después de haberme arrojado contra la pared, Gonzalo se encerró en mi cuarto. El portazo que lanzó tronó dentro de mi alma ya maltrecha por su desprecio. No oí más de él, apenas mis sollozos de niña rechazada.  


domingo, 24 de marzo de 2024

La novela "Vera, la camarada" a través del pulso del escritor Renzo Miranda

"Vera, la camarada". Daniel Gutiérrez y una novela que desnuda a la izquierda local.


Conviene reconocer que Daniel Gutiérrez, cual adolescente ansioso por la experiencia que nutre a la literatura, ha transitado por las veredas del underground, y lejos del hogar clasemediero ha respirado el aire de Quilca y coqueteado con la vivencia homoerótica. Por lo menos, en el plano de la ficción, así lo demuestran muchos de sus libros. Escritor bisoño no es. Dominio técnico y trama para escribir no le faltan.
Pero en "Vera, la camarada" (2023) es quizá la construcción de los personajes en que Daniel Gutiérrez demuestra mayores logros narrativos. Ahí centramos nuestra mirada.
La retahíla de seres que pueblan las páginas de esta nouvelle representan varios tipos humanos. Germán Morante, el típico empresario oportunista que trabaja con el gobierno de turno, sin importarle el talante ideológico o político de cada presidencia. Morante encarna el pragmatismo amoral de nuestros días, la lógica del capital que se impone a la mala: la licitación servida, la triquiñuela legal, la prevalencia del negocio sobre el bien común.
Por su parte, Vera es la burguesía de familia y el socialismo de manual, un ser racista y confuso en sus ideales, que juega a la revolución (con piedras en mano), incapaz de tomar un trabajo con madurez, al punto de socavar diariamente a su madre. A pesar de sus privilegios de clase, Vera no se asume burguesa, no reconoce su fracaso ocupacional y está convencida de que sirve a una causa mayor. Pero su trágico final no es otra cosa que el epílogo de una fútil existencia, la simple crónica de una muerte innecesaria (como tantas veces se ha visto en Perú). Vera es la expresión de una izquierda confusa, delirante, tartufa y suicida.
Jack, hijo de Germán Morante, es otro personaje inquietante de la novela. Sin norte en la vida, ocupa sus días de privilegio burgués en el ocio de la música y en alguna que otra marcha contra el gobierno, en las que, sin culpa, se granjea unos soles a cambio de llevar a más incautos. Jack representa a todos los vampiros (quizá remedos de rockers o poetas) que roban siempre con la mano izquierda, cuyo interés es siempre subalterno.
Asimismo, desfilan por esta novela personajes a los que podemos contrastar hoy con la realidad más cercana, en Plaza San Martín. Es cierto que una novela no pretende ser una fotografía de la realidad, como escribió Ernesto Sábato, pero en la pluma de Daniel Gutiérrez leer los capítulos dedicados a Jaimito y a Aníbal Stacio son un festín para el diagnóstico psicológico, antropológico y filosófico de la izquierda local. El escritor los despoja de su pátina de sabiduría para exhibirlos en sus miserias humanas.
El libro propone, pues, una mirada crítica, feroz en su particular sarcasmo, para poner en trompo a cuanto zurdo (o prospecto de comunista y socialista) pulula en las sucias calles de Lima. Daniel Gutiérrez se engolosina en la polémica, pero es valiente y tiene forma y fondo para escribir.

"Vera, la camarada" ratifica un estilo propio en nuestro autor, esta vez para parodiar con deliciosa justicia a todo el zurderío de doble moral, a aquellos que parasitan mientras juegan al arte o a la revolución. Este es un libro jocoso, de prosa hilarante y realista, que, desde la ironía inteligente, retrata la hipocresía cotidiana de un amplio sector de la izquierda limeña.