miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pequeñas infidelidades

Wendy y yo, más que enamorados, somos amigos. Muy amigos. O al menos, yo la considero como una de mis mejores amigas. Hoy por hoy, la mejor que tengo y con la que procuro ser muy sincero.

Es muy difícil esto de la sinceridad. A pesar de que yo la preconizo y hago alarde de ser sincero y honesto hasta decir basta, como diría Bryce, es extremadamente ímprobo sostener un comportamiento íntegro.

Es cuando escribo, sin embargo, cuando me siento más libre para expresar mis verdades.

Wendy todavía recibe mensajes de texto de su ex. A veces me los enseña sin que yo le pida que lo haga. No sé si me enseña los que le convienen o me enseña todos los que su ex le escribe. Yo confío en ella. El amor y el trato divertido y cariñoso que me regala me ayudan a no desconfiar de ella.

Tiendo a desconfiar de las personas porque yo mismo soy una persona de poco fiar. Tiendo a creer que todos son de poco fiar como yo. Le he ocultado en esta última semana a Wendy que Karina todavía me escribe exhortándome amorosamente a sostener otra sesión sexual con ella este sábado.

A Karina no le he dicho de manera manifiesta que actualmente le debo fidelidad a una chica. No lo he hecho porque siento que si lo hago, dejaré de recibir sus emails que tanto bien le hacen a mi ego. En ellos siempre me dice que soy lindo (yo no pienso que soy lindo sino todo lo contrario) y un buen amante en la cama (pienso que quizá sí soy un buen amante).

Le he ocultado también a Wendy que, hace poco, le escribí a mi amiga Pamela que me hubiera gustado verla el martes pasado para “hacer algo”. No fui explícito. Lo escribí así: “hacer algo”. Pamela, obviamente, asumió correctamente lo que yo quería significar con esa frase. Me respondió que estaría encantadísima de hacerme el amor.

En otro correo le escribí a Pamela que enardeciera mi imaginación describiendo las posturas sexuales que le gustaría practicar conmigo. Recibí su respuesta en las que incluía un par de poses que hicieron que mi falo se hinchiera de la emoción. Describió en su correo la pose conocida como la de “las tres de la tarde” y otra que requería cierta elasticidad de mi parte.

Este correo a Pamela lo escribí con el objetivo de obtener las respuestas que yo sabía serían afirmativas. Quería inflar mi ego. Todos mis problema siempre se han debido a mi absurdo y gran ego.

No fui a la cita con Pamela para tener sexo. Cita que tampoco quedó muy bien planeada pues no quise que así fuera. Ya lo dije, sólo quería insuflar mi ego con las respuestas cariñosas de Pamela y Karina. Tampoco voy a salir con Karina este sábado, muy a pesar de que le escrito recientemente que sí podré verla. Le escribí que podía verla, pero no le he especificado en qué lugar ni a qué hora- Esto último por la sencilla razón de que realmente no deseo concretar nada sexual con ella.

Mi fidelidad a Wendy seguirá incólume. El propósito de este escrito es desenmascararme y exponer lo que venía haciendo a espaldas de Wendy. Espero que si ella llega a leer esto, vea en esta confesión un sincero acto de fidelidad y amor. Espero que si Pamela y Karina llegan a leer esto, sepan perdonarme por utilizarlas para medrar mi ego y comprendan que, en estos tiempos, me resultaría imposible tener sexo con ellas. En estos tiempos quiero ser fiel por segunda vez en mi vida. No quiero echar a perder la relación que existe entre Wendy y yo.
Algún amigo, experto en el arte de la infidelidad, podría decirme que me las tire a Karina y Pamela con tal de que Wendy no se entere. Ser caleta, o sea.

Es cierto que eso se puede hacer: serle infiel a Wendy y evitar testigos de por medio. Pero yo no podría hacer eso. No puedo. El testigo sería yo, y tarde o temprano lo confesaría. No podría vivir con el hecho de saber que le he sido infiel a la mujer con la que pienso “sentar cabeza”, como dicen los huachafos. No hay testigo más implacable que yo.

Hoy también estuve con Wendy. Y ella estaba sin maquillaje. Al verla, me decía para mi coleto: ni se te ocurra cagar una relación tan plena como la que tienes con esta mujer que, aun si maquillaje, es más bella que una poesía de Amado Nervo.

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