miércoles, 11 de julio de 2012

Dándole pena a la tristeza - Alfredo Bryce Echenique


Desde los postreros días de don Tadeo de Ontañeta hasta los años 80, con la descripción de las barrabasadas y desmesurados descuidos y desenfrenos de su bisnieto  Federico de Ontañeta de Ontañeta, Bryce narra la decadencia de una familia adinerada y de vieja y distinguida prosapia. Si bien, según mi parecer, el dinero no disminuye en la magnitud necesaria para dejar a la descendencia en la más chocante pobreza, sí se nota un pobrísimo manejo de las empresas y de los bienes que conllevan al descalabro financiero de los otrora boyantes negocios de los de Ontañeta.

Tadeo de Ontañeta vivió hasta los 105 años y fue, en vida, un próspero emprendedor minero, forjador de una inmensa fortuna que hizo de él y su descendencia dueños de casi medio Perú. Sus últimos días los vive en el invernadero de su casa de San Isidro, acompañado de su “tocada”, enfermera dedicada a su cuidado, y de sus siempre constantes cigarrillos, los cuales fuma sin parar y muy peligrosamente cerca de su inseparable balón de oxígeno.

Fermín Antonio de Ontañeta Tristán es el heredero de los negocios de don Tadeo. Bajo su administración, los negocios del legendario minero son llevados a su culmen y bajo su tutela familiar, el lector puede atisbar el preludio del futuro descalabro familiar, pues la descendencia vive muellemente, sin interés aparente por liderar y continuar la obra de don Tadeo y don Fermín.

A la fuerza y bajo diversos chantajes, Fermín logra que su sobrino José Ramón de Ontañeta Wingfield se case con su hija Magdalena  y se ponga al frente de los negocios familiares. José Ramón siempre había querido mantenerse al margen de su suegro y sus negocios, incluso, cuenta Bryce, por mucho tiempo vivió omitiendo la partícula “de” a su apellido. Luego de José Ramón, la familia queda acéfala al igual que los negocios. Federico de Ontañeta de Ontañeta vive poco y vive de mujer en mujer, dedicando su vida completamente al ocio, la vagancia y la lujuria. Con ese humor característico de Bryce, se cuenta que en el funeral de Federico, en un bus llega un corro de niños a presenciar la inhumación de ese disoluto cadáver, niños que sin duda son los hijos que Federico dejó regados por la ciudad. Los niños eran todos blanquitos, pues alguien escondió a aquellos de distinto color (para las cosas del sexo Federico no hizo distinciones)  para no afear y desmedrar todavía más el ya desmedrado prestigio de los de Ontañeta.

Como en cada libro de Bryce, no faltó ese “hasta decir basta” que podemos encontrar en la mayoría de sus libros. Me animé a comprar “Dándole pena a la tristeza” porque Bryce contaría en ella las costumbres y anécdotas de una familia tradicionalmente limeña. Don Tadeo de Ontañeta, que podría ser el alter ego del abuelo o bisabuelo de Bryce, vivió en una casa ubicada en la cuadra 10 de la avenida Alfonso Ugarte, hoy local de la Logia Masónica de Lima, cuando esa avenida era la más moderna y fastuosa de la ciudad capital.

Muchos más personajes y graciosos e interesantes episodios pueblan las páginas de este más reciente libro de Bryce Echenique. Se me viene a la mente aquella vez, por los años cuarenta, cuando el APRA –el partido político de los pobres- establece su “Casa del Pueblo” al lado del palacete de don Fermín Antonio en la avenida Alfonso Ugarte. José Ramón y demás parientes huyen despavoridos a San Isidro. Don Fermín, en cambio, juró jamás moverse de su hogar, para demostrarles a los “pelagatos” apristas quién era Don Fermín Antonio de Ontañeta Tristán.

Alfredo Bryce contó en una entrevista concedida a Beto Ortíz en “Abre los ojos” que el título del libro surgió de una llamada telefónica que él, desde Francia y por los años 70, le hizo a su nana. A la pregunta: “¿cómo estás?”, ella respondió: “Aquí, dándole pena a la tristeza”. Inmediatamente, Bryce pensó: “aquí hay novela”.

Libro entretenido y muy noticioso el de Bryce Echenique que este lector disfrutó de cabo a rabo.

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