jueves, 2 de mayo de 2013

Solo para que lo leas tú, Morgana

Morgana:

Jamás pensé que me enamoraría tan intensamente de una mujer. Sí, estoy enamorado de ti, Morganita.

Y se nota que tú, con tu año y mes de edad1, también estás muy enamorada de mí.



Me rehúso a pensar que este recíproco afecto sea explicado chapuceramente por esa tontería tan difundida que, a la sazón, dice: “La hija siempre se apega2 al padre”.

Si un hijo o hija se apega a la madre o al padre, no es porque aquel sea varón y el recipiente de su afecto pertenezca al género contrario, o viceversa. No. Una persona siente afecto por otra porque percibe naturalmente que esa otra persona le brinda un amor puro, un amor que no aguarda retribución, un amor que protege.

Tú y yo hemos desarrollado nuestros códigos3, nos entendemos, nos amamos, Morganita.

Últimamente, Morganita, nos has hecho notar el amor que sientes por mí, tu feliz y orgulloso papá, de un modo tan significativo que a nadie le ha quedado la duda: a través de tu desgarrador llanto.

Te cuento, amor, cómo es la situación:

Sabes que, para ahorrar algunos centavos, almuerzo todos los días en la casita en la que vivimos en el Centro de Lima, porque la distancia entre mi trabajo y la casa es relativamente corta. Si comiera en los restaurantes cercanos a mi trabajo gastaría 6 o 7 soles. Pero, gracias a que almuerzo en la casa, solamente gasto 1.5 soles en transporte (la ida por 0.50 soles y el regreso por 1.00 sol). Además, gasto ochenta céntimos adicionales para comprar un marciano de lúcuma o de coco, según mis apetencias, al señor que se aposta diariamente en la esquina de la avenida Wilson con Uruguay. Como ves, amor, ahorro casi cinco soles por este concepto alimentario.

Cuando llego a casa para almorzar, lo primero que ven mis ojos, al abrir la puerta, es el corral en el que te deja tu mami para que veas la televisión, mientras ella ultima los detalles en la cocina, se alista para ir a trabajar y revisa algunos datos en la computadora.

Abro la puerta y te veo, amor. Ahí estás firmemente agarrada del borde del corral, tus piernecitas gorditas, menos vacilantes y más firmes ya, te sostienen (ya das pasitos, amor, siempre y cuando tus manitos se asgan del borde de algunos muebles), tu cabello sujetado en una colita que no llega a parecerse a la del caballo sino a la del maestro Splinter, tus mejillas comestibles, tus cuatro dientecitos iguales a pastillas cuadradas de chicles, pero en miniatura. Mi amor, nos vemos y tratas de saltar en tu corral, quieres volar a mis brazos. Yo corro a abrazarte, a besarte. Tu mamá dice que me lave las manos, pero la desoigo. Procuro no tocar tu piel con mis manos sucias de pasamanos de combi, y te cargo, te canto la canción que he compuesto para ti4 –y de la que ya debes estar harta por las tantas veces que te la he cantado-, te hago caminar por la salita, y te beso, te beso mucho en esos carrillos adorables, en la frente amplia y refulgente, te muerdo esas orejitas que, a simple vista, es lo único que has sacado de mí, amor.



Entonces mamá ordena que debo lavar mis manos porque ya está cerca la hora de sentarnos a la mesa. Te llevo conmigo al baño. No quiero soltarte, amor, ni siquiera para lavarme las manos. Abro el caño y, no sé cómo, consigo lavarme las manos; digamos que el jabón líquido facilita un poco la tarea. Veo cómo miras con curiosidad ese chorro transparente que moja mis manos. Te balanceas para tocarlo, y yo te ayudo, porque quiero complacerte en todo; me es imposible decirte que no.

Antes de continuar con este relato, amor, debo ofrecerte mis disculpas. ¿Por qué?, te preguntarás. Pues porque jamás seré un padre que imponga disciplina, un padre riguroso y exigente. Jamás podré ser ese padre para ti, amor. Y todo niño necesita un padre autoritario y militar, que le imponga a su niño ciertas normas y reglas de vez en cuando. Lo siento, mi amor, yo no podré disciplinarte, tampoco exigirte nada. Un alma tan descarriada y laxa como la mía, solo podrá procurarte libertad. Al parecer, tu mami se encargará de ser la “mala” de la película. Así me lo ha hecho saber en varias ocasiones. No me entiendas mal, amor: tu mami sí podrá brindarte la disciplina que todo ser humano necesita para que crezca derechito como un poste de luz. Tu mami también te ama como yo; pero tenemos distintas formas de demostrarte ese amor: ella disciplinándote y yo malcriándote.

Mamá dice que el almuerzo está listo y sobre la mesa. Entonces te llevo a la mesa y nos sentamos juntos: yo sobre la silla y tú sobre mis piernas. Es cierto, todavía no te he comprado tu sillita de comer, amor, no me ha alcanzado la platita. Y, si la hubiera comprado, no sería capaz de dejarte sentada ahí, aprisionada y aislada; no, yo te quiero a mi lado, y sé que también quieres estar conmigo.

Como. Tu mami cocina riquísimo. Tú estiras tu manito para coger mi plato. Yo alejo el plato y tú no te molestas. Pero coges el individual, lo estrujas y lo tiras al piso. Te gusta destruir todo, amor, y yo estoy feliz de que expreses libremente tus emociones.

Ahora llega el momento triste y alegre al mismo tiempo. Triste para ti, amor, porque me ves abandonar la casa: tengo que regresar al trabajo. Ni la teta de tu mami te controla: ves que voy saliendo por la puerta y lloras como si te hubieran herido gravemente. Me da pena verte y -una vez que cierro la puerta- oírte llorar. Tu llanto se oye con potencia. Pero, mi amor, te confieso que una parte de mi corazón se alegra, se alegra porque sé que me amas muchísimo, que me amas más que a nadie (ni por tu mami lloras así cuando ella se va al trabajo).

Amor, no quiero separarme de ti. No quiero perderme ni un día de tu crecimiento. Eres maravillosa porque cada día nos sorprendes con algo nuevo.

Amor, mal que bien, sobrellevamos los problemas económicos en la casa. Sé que podríamos estar mejor, económicamente hablando, si acepto un trabajo en alguna mina. Pero mi corazón no lo resistiría: sería un guiñapo humano perdido en algún recóndito paraje de este país. Me gusta saber cuál es tu nuevo juguetito de moda, qué nuevo sonido has desarrollado. Te necesito a mi lado para vivir, Morganita, necesito oler ese cuellito tan rico que todavía sabe a bebé.





Morganita, no sé si estoy haciendo un buen trabajo como padre, no sé si los padres adustos y tiesos del mundo aprobarían mi labor paternal; solo estoy seguro de que te doy todo mi amor, de que quiero verte siempre sonreír.

Notas al pie de pagina:

1 Es dos de mayo del 2013, tienes exactamente un año, un mes y 24 días de edad.

2 Apegarse: Tomar apego a una persona o cosa. Apego: Afecto, cariño o estimación hacia una persona o cosa.

3 Ahora me acompañas a comprar mis libros, amor. Y compro todos aquellos que te atraen. Anteayer seleccionaste “Diccionario de Peruanismos. Tomo II” de Juan de Arona y “Selección de Cuentos Latinoamericanos”. No quiero obligarte a que leas, amor, pero quiero que crezcas sin tenerle temor al libro, quiero que los sientas muy próximos, muy íntimos.

4 Más o menos, así dice la canción: “Peyita, peyita, te quiero mucho/peyita, peyita, con más amor/tú eres, tú eres, tú eres mi peyis/la peyis, la peyis que quiero yo”. Además de Morganita, Morguis, Moyis, Morganuda, también te digo “Perrita”, “perrunita”, “peyita”, “peyis”; ve tú a saber por qué, amor.

3 comentarios:

  1. Estar con la familia no tiene precio...felicidades :)

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Luisito.
    Saludos y éxitos en Chile.

    ResponderEliminar
  3. Es exactamente la siguiente entrada que leo en tu blog desde la que contabas cómo te fue en la presentación de tu libro y tu entrevista con Lorena C.; y aunque escribo estas líneas (debo confesar) en estado no tan ecuánime (y esforzándome por escribir bien) puedo observar que haz crecido como escritor y como persona. Felicitaciones por tu niña, sigue adelante, saludos desde Arequipa.

    ResponderEliminar