domingo, 26 de octubre de 2014

El coronel - Luis Alberto Sánchez

Hace poco leí un artículo de Vargas Llosa en La República. La pieza se titula Nostalgia de París. En ella, Vargas Llosa rememora el París de su juventud, el París que él vivió por siete años, entre finales de los cincuenta y principios de los sesenta.

No solo da cuenta de los lugares que frecuentaba y disfrutaba –primordialmente la librería La Joie de Lire- sino de los principales escritores que él conoció a hurtadillas: Camus, Sartre, Adamov, Breton, Simone de Beauvoir.

Además, nos cuenta sobre los inteligentes y agudos debates que sostenían los políticos –sí, los políticos- de la época, quienes hacían gala de una elocuencia y persuasión admirables.

El artículo lo leí hace unos pocos días, cuando terminaba El coronel de Luis Alberto Sánchez.



Los mismos sentimientos que Vargas Llosa experimenta por ese París del siglo XX, por el París que conoció, son los que siento yo por la Lima de finales del XIX y principios del XX, una Lima que no conocí, pero cuyos vestigios abundan en el Centro de esa ciudad.

Desde aquellas primeras ocasiones en que mi mamá me llevaba al Centro para comprar libros o visitar museos, allá por los comienzos de los noventa, sentí la enorme atracción que ese lugar de edificios de fachadas amarillentas ejercía sobre mí.

Años después, en los comienzos de los 2000, volvería al Centro, pero esta vez acompañado de Toño y el Wasón, dos amigos del barrio que me enseñaron otras facetas de la ciudad.

A partir del 2011, visito el Centro de día y de noche, cuando me viene en gana. Y a pesar de ello, nunca deja de maravillarme ese lugar.

Las novelas “esperpento” (género creado por el español Ramón del Valle-Inclán) de Sánchez no hacen otra cosa que aumentar mi amor por esta ciudad. En El coronel, este prolífico escritor recrea el periodo político peruano comprendido entre 1914 y 1930. Uno se entera deliciosamente de los entretelones de la ascensión de Óscar Benavides a la presidencia del Perú tras el golpe que un grupo de coroneles le dio al mandato de Billinghurst; es testigo de los dimes y diretes en aquel grupo de coroneles y comandantes; presencia cómo los limeños de entonces, civiles y militares, sintieron o vivieron la Primera Guerra Mundial.

No solo se nos retrata la vida pública de Lima; también su vida íntima, a través de una de la vida de una de las familias de estirpe y abolengo de la ciudad, la vida de la familia Vergara, compuesta por el coronel Mariano José Vergara y Rey y sus tres hijas, una de ellas, Lola, la más soñadora, adicta a las novelas y poemarios franceses.

Las conversaciones de esos viejos limeños ornadas con los jergas, muletillas y usos de la época son simplemente exquisitas.

También, fue un deleite recorrer con los personajes de la novela lugares extintos como el Teatro Excelsior, el Hotel Maury o la famosa Confitería Broggi –y leer unas líneas del dueño, el suizo Pietro Broggi-.

Como no podía ser de otra manera, leí algunas partes de la novela recorriendo el Centro de Lima, tratando de asociar los pasajes escritos con los pasajes o calles reales: en esta casona vivía tal personaje, en esta calle conversaron estos otros dos, y así.

Hacia el final del libro, al librepensador coronel Julio César Chaves, el gobierno de Leguía, a través de uno de sus ministros, le trata de ofrecer una curul en el congreso. El siguiente extracto nos muestra cómo se elegían a los representantes del país en la cámara de diputados. A mí me llamó la atención el origen que se sugiere sobre la creación de Cajatambo, cuna de mi abuelo materno.

Señor coronel: hemos averiguado que usted tiene larga residencia en las provincias de Chancay, Cajatambo, Huancavelica y Trujillo. Por consiguiente, usted podría ser electo Diputado constituyente por cualquiera de ellas. Las elecciones deben realizarse dentro de tres meses. Huarochirí está vedado pues allí saldrá electo el sabio arqueólogo indígena, doctor Julio C. Tello; por Trujillo hay pleito de candidatos: Larco, Ganoza, Alva, Pinillos, etcétera. Quedan Chancay y Cajatambo y, claro, Lima. Le sugiero Cajatambo: habitantes analfabetos esparcidos por la serranía. Cajatambo es un burgo de bolsillo, que se creó para un primo del ex Presidente; era mi colega de la Universidad. ¿Qué le parece? No dudo que acepte.

No necesito ir a París para hacerme escritor, como necesitó hacerlo Vargas Llosa según cuenta en su artículo o en la infinidad de sus publicaciones (El pez en el agua, por ejemplo); Lima es mi ciudad, mi lugar.


Juan Ramón Jiménez decía sobre Moguer, su pueblo natal: esa blanca maravilla, / un mundo mágico. Casi lo mismo diría yo de mi Centro de Lima: gris maravilla, / un mundo mágico.

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