domingo, 19 de marzo de 2017

El solitario de Zepita – Capítulo 15

Del viernes 23 al domingo 25 de setiembre del 2016

“Y fueron tantas mentiras, fue tanta traición, que yo ya no dudaría que sería peor”

Zero Balas – No Vuelvas Más




                                      Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=8dSHZZdy3QI

Del viernes 23 al domingo 25 de setiembre del 2016

“Y fueron tantas mentiras, fue tanta traición, que yo ya no dudaría que sería peor”

Zero Balas – No Vuelvas Más


No me atreví a besarla. Me ganaron la cobardía y el temor a su reacción. Se notaba que era una mujer de carácter. ¿Qué tal si me cacheteaba y me acusaba con Jean Carlo? Regresaría a Zepita con la cara partida y sin trabajo. Perdería por todos lados.

Me dio de probar de las tres tazas con la misma cucharita. Esos pezuñentos beberían de mi saliva. Dulce venganza.

Manejé pensando en Karina. Dentro de poco, estaríamos tirando en mi colchón. Era viernes, último día de la semana. Había licencia para beber y tirar a discreción. Me detuve cerca del parque Washington. Había sentido unos mensajes. Eran de Karina. Dannysito, lo siento. No voy a poder ir a tu cuarto como habíamos quedado. Me ganaron los preparativos para el cumple de mi hermana que es mañana.

Insistí. Le dije que se tomara todo el tiempo del mundo para que cumpliese con los preparativos de los que hablaba, pero que viniera. Yo no me hacía problemas con que se apareciese a las once o a las doce, o incluso a la una de la mañana. Yo la esperaría donde la dejase el taxi. Insistí en vano. Solo conseguí una de esas promesas que nunca se cumplían: pronto me visitaría. ¿Cuándo? Nadie lo sabía.

Llegué abatido al cuarto. Me bañé y me tendí en la cama. Le envié un mensaje a Rosario. Le pregunté qué hacía. Viendo un anime. Quise decirle: Ven; la pendeja de Karina me ha fallado. Tomémonos unas cervezas, veamos unos vídeos, hagamos el amor. Me preguntó si estaba en casa de mi mamá. Era la mentira que le había metido para reservar ese viernes con Karina. Claro, escribí. Acá estoy, tirado en el sofá. Pensé en ti y te escribí. Chateamos un toque más y me acosté. No tenía ganas de hacer nada.

Al día siguiente, dejé ropa en la lavandería. Alquilé una cabina de internet. Terminé de escribir el sexto capítulo de la novela. Abrí el blog y lo colgué. ¿Se enojaría Rosario porque la llamaba “bruja”? Sí, se enojó. Me llamó. Lloraba. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué cuentas nuestras cosas y, encima, haciéndome quedar mal? Ese día te fui a ver así como estaba. Había tenido un día pesado en la universidad. Pero como quería verte, fui como pude, porque tú eres todo lo que me importa. Y así me pagas; hablando mal de mí en público. No dije nada. Continuó vapuleándome durante media hora. Yo había vuelto al cuarto. Estaba tirado en el colchón. No volverá a pasar, le prometí. Hubo un silencio. Lo aproveché para hacer las paces. Le pedí que viniera a verme. No, gritó. Tú solo me quieres para tirar y ya. Tú no sientes nada por mí. Insistí con delicadeza. Se volvió a negar y me pidió que me largase de su vida, que la dejase en paz.   

Fui a casa de mamá. Allí estaba mi bebe. La sorprendí con lo que, entre nosotros, llamábamos “un desayuno de campeones”: una bolsita de M&M, unas papitas Lay’s y un juguito de durazno. Gracias, papi. Me abrazó y me besó.

Repetí las papas rellenas de mamá. Le quedaban siempre de putamadre. 

Al anochecer, la bebe me pidió que la llevase al Bembos de Plaza San Miguel. Tomamos un taxi y fuimos hacia allá. En qué no complacía a mi hija.  

El domingo me lo pasé durmiendo. Dejé a la bebe en casa de su mamá. No quiso despedirse de mí. Quiso que subiera al departamento, que personalmente la dejase acostadita en su cama. Lloró cuando le dije que no se podía. La familia se había roto. Regresé a Zepita y lloré en mi cuarto. La bebe era mi punto débil. Pensé en Rosario. Solo ella podía animarme. La llamé, a pesar de su pedido de que me largase de su vida. Yo sabía que lo dijo sin sentirlo; ella estaba tan enganchada conmigo como yo con ella. Nos necesitábamos. Ven, le dije, ven, por favor, me siento pésimo. Me siento vacío. No volveré a tratarte mal. Lo juro. Lloré. Le conté mi pena de todos los domingos: la separación de mi hija. Ven, Rose, por favor; te necesito. Se hizo un silencio. Ya, está bien, voy para allá. Pero ya no llores. No quiero que estés mal. Sus palabras me calmaron. Gracias, Rose, eres la mejor. Tenía un corazón de oro.

La esperé en la Plaza San Martín. La vi bajar de un taxi. Estaba hermosa; discretamente maquillada. Llevaba una blusa que le resaltaba las tetas y unos tacos que le empinaban tremendamente el culo. Se dio cuenta de que me había deslumbrado. Quería tirármela ahí mismo. No quiero que vuelvas a escribir nada feo sobre mí, Daniel; mucho menos que digas que estoy hecha una bruja.   

Compramos cuatro latas de cerveza y las llevamos a mi cuarto. Vimos vídeos en su celular. Nos secamos las latas en una hora. Hoy no va a pasar nada, Daniel. Vine para que no te sintieras solo. Solo por eso. Hoy vine como una amiga. Se había parado encima del colchón. Se desvistió hasta quedar desnuda. Me calateé a su lado. Desde mi posición, echado a sus pies, le vi la concha cerradita. La prohibición de sexo me había endurecido la pichula.

Entonces, sentí dos cortos remezones. Eran de mi celular. Me apresuré a ver quién jodía a esas horas. Eran dos mensajes de Karina. Se me heló la piel. Se me desbarató la erección. Sigilosamente, leí el primero: Amorcito, mañana te veo. Leí el otro: Nos encontramos a las ocho en Metro, ¿está bien? Rosario acomodaba su ropa sobre la mesa. Escribí un apresurado ok. ¿Quién es?, preguntó. No era tonta. Sabía que algo me inquietaba. Mi mamá, dije sin dudar. Es mi mamá, continué. Quiere saber si llegué bien al cuarto. Le he puesto que sí, que estoy bien. Rosario se arrodilló a mi lado. Sus tetas me quedaron a una lamida de distancia. A ver, muéstrame la conversación. 


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