viernes, 25 de julio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 26: Filetean al serrano Drácula en Italia

 


A Esteban, cuyo nombre de dibujito era Pan Con Frejol, le encantaba disparar cholos; especialmente a los que malvivían en Italia, erosionando la reputación de los peruanos en el extranjero.

Habría que aclarar que Pan Con Frejol jamás le había disparado a un cholo desde que hubo arribado a Milán hacía ya un par de años, pero sí que le fascinaba la idea de posar su rifle en el alféizar de su ventana, apuntar a la piscina municipal, y, ¡poc!, ir reventando las cabecitas de esos peruchos subversivos que solían colarse en ese pedazo de propiedad pública a elevadas horas de la noche, no dejándole descansar como se merecía un ciudadano probo como él.

Mientras veía su programa favorito en YouTube, Cuchillos Largos, conducido por el explosivo Groover Miura, tomaba desayuno y contemplaba de tanto en tanto, con fe, el rifle Remington 700 que le había comprado al Cholo Puno, orondo dueño del Mini Market El Serrano, de la via d’Agrate.

Luego de haber visto más de estas lamentables imágenes de estos peruanos zarrapastrosos, descamisados, lumpen proletariado, irrumpiendo en esta piscina municipal de Milán, a las once de la noche, con música de delincuentes a todo volumen, no puedo más que pedirle a algún patriota de bien, que también esté radicando en Italia, que nos haga el favor -y aquí me pongo como vocero de todo el Perú decente y trabajador- de eliminar a estos indeseables. Yo les aseguro, queridos cuchilleros largos, que cuando un vago, un delincuente es borrado de la faz de la tierra, el PBI del Perú sube a razón de 0.1% por descamisado eliminado. Eso es así, ah, sano estalinismo, dialéctica pura. ¡A menos delincuentes, más PBI, más inversión, más trenes de Porky, chuchesumare!

Pan Con Frejol asentía. Remojaba sus galletas integrales en la taza de café todavía humeante. No te preocupes, Viejo, yo me voy a encargar de eso.

Se fijó la hora en el celular, faltaba poco para las ocho de la mañana. Esteban nunca se perdía la misa dominical, siempre en el primer horario. Él afirmaba que Dios premiaba el sacrificio que hacía uno al despertarse temprano para ir a la misa. Esteban se consideraba la prueba viviente de ello. Siempre le iba muy bien en todo lo que se proponía hacer.

A cuatro cuadras de tranquila caminata, se hallaba la Parrocchia Sacra Famiglia, lugar al que acudía disciplinadamente todos los domingos, incluso si estaba supremamente enfermo. Si tú no hacías el esfuerzo de visitar al Padre Celestial a primera hora del domingo, aun estando enfermo, ¿cómo querías luego que Dios hiciera algo por ti? Pensaba Estaban que decía Dios para sus adentros: Estebancito fue a mi casa con los mocos chorreándole por la cara, la fiebre quemándole la frente, el cuerpo tronado por mil y un espasmos. Claramente se merece toda mi bendición.

Entonces, vio a Drácula. Lo acompañaban una collera de peruanos, todos varones. Estaban hechos mierda por la borrachera de un sábado desenfrenado. Brindaban haciendo chocar botellas de cerveza en lo alto de sus cabezas. Reían malévolamente. Soltaban escupitajos en las veredas mientras avanzaban en zigzag por la acera opuesta a la de Esteban y en dirección contraria a la de él. Iban vestidos en calzoncillos largos, como de abuelo, húmedos, chorreando lascivia y descontrol, completamente ignorantes del mínimo respeto al sagrado domingo de oración. Habían estado bebiendo y chapaleando en la piscina municipal toda la madrugada.  

Esteban no se detuvo a mirarlos. Se persignó e imaginó a su Remington tartamudeándoles sus efectivos perdigones mortales en la chimba. Uno por uno, Viejo Groover. Se lo prometo. 

***

Drácula era un serrano que vivía en el barrio milanés de Corvetto, en Italia. No chupaba sangre, pero sí chela, trago o cualquier bebida que tuviera más de cinco por ciento de alcohol. Sin embargo, su stokeriano mote no nacía de esa cualidad etílica suya tan característica, sino de la dentadura que ostentaba, compuesta por unos dientes aserruchados, amarillentos, y un par de colmillos que sobresalían y asustaban la primera vez que se los veía.   

El poco tiempo que llevaba viviendo en Italia le fue suficiente para llegar a sentirse a sus anchas, tal y como si estuviese aún jaraneándose en la esquina de su barrio en Huancayo, ciudad peruana ubicada por encima de los tres mil metros sobre el nivel del rico mar de Grau.

Llegó a Italia huyendo de la justicia peruana y de una manada de gente indignada y dispuesta a pararlo de cabeza para después rompérsela. Dicha gente había sido estafada por Drácula con el manido, pero infalible cuento de la pirámide. Ustedes me depositan mil dólares y, al cabo de dos meses, tendrán ingresos mensuales por el doble de esa cantidad, siempre y cuando jalen a más personas que también me depositen sus mil dolarillos y así nos hagamos todos ricos en poco tiempo. Las primeras doscientas personas que me depositen a mi cuenta ahorita, al toque, sus mil dolaritos, entrarán, no solo a ser parte de mi organización, sino también al sorteo de un pasaje a Dubái, con los gastos del hotel incluidos y un tour por las pirámides y momias de esa tierra linda, dijo Drácula, haciendo un sancochado entre Egipto y los Emiratos Árabes, vestido con el terno que le había pelado a un tío suyo, y encaramado en un estrado levantado en el centro de una losa de fulbito. 

   En Italia, halló la complicidad que un delincuente como él requería en varios paisanos suyos dedicados al oficio de ganar dinero de modos bastante directos, aunque no exentos de cierta violencia.

Pero él ya no estaba para seguir robando, mucho menos cogoteando o amenazando transeúntes con un pistolón. Él ya había juntado lo suficiente con su estafa piramidal para permitirse una vida descansada en Milán. Así que, si bien era considerado parte de las bandas criminales de sus compañeros, y conocía al dedillo los detalles de sus próximos golpes, solo se les unía para la parte final del plan: la celebración desenfrenada.

Muy fácil hubiese sido comprarse un gran departamento e invitar a su collera a juerguear interminablemente. Sin embargo, ello lo hubiese convertido en el blanco de las envidias de sus amigos cacos y en la próxima víctima de sus golpes. Por ello, prefería mantener un perfil casi subterráneo. Ante la curiosidad de sus coterráneos sobre el motivo por el cual no se les unía en las operaciones, él les decía que ya había cumplido sus buenos años en las cárceles del Perú, y no quería repetir ese agrio sabor en Italia. Y si vivía sin trabajar, era porque, gracias a Dios, hermanos, me compré un departamentito en mi tierra y vivo de alquilarlo. Ahorren lo que roben. No se lo tiren todo, les aconsejaba en medio de las espectaculares borracheras que se permitían luego de finalizar un atraco exitoso.

 El calor en Milán, en esa época, les ponía a sudar los huevos de manera tal que se sentían meados, la entrepierna húmeda, babosa, pegajosa. El robo de un banco, las cabezas cubiertas por gruesas máscaras de látex que representaban a los presidentes peruanos más rateros del presente siglo, Castillo, Toledo, García, Fujimori, los dejaba, al concluir el golpe, al borde de un desmayo. Urgía zambullirse en una piscina de frescas aguas en donde pudieran deshacerse de aquel sudor que los remontaba a sus épocas de pobreza en varios arenales del Perú, tierra añorada, cuando apenas si soportaban las miserables y emotivas vidas que Dios les asignó.  

Si te ganabas la vida violando las leyes, apropiándote de lo ajeno, era consecuente disfrutarla bajo ese mismo concepto, por eso, a Drácula se le ocurrió la genial idea de adueñarse brevemente de la piscina municipal Solari del barrio de Sant’Agostino. Así, empezaron a irrumpir en aquel lugar, entre las once y las doce de la noche, trepando por las rejas enmohecidas con la misma facilidad con la que les arranchaban las carteras a las japonesas que llegaban a turistear con la boca abierta.

En las aguas de esa alberca, se permitían, sin que ninguno lo confesara abierta ni veladamente, soltar largos y calientes meados que le daban al líquido que los albergaba con sus juguetonas masas una temperatura no tan fría que les arrugara el escroto. Y es que, en medio de tan sabrosa juerga, en donde tanto las botellas de cerveza por consumir cuanto las que ya habían sido completamente absorbidas flotaban en el agua y eran parte del vaivén liberador de las ondas, ¿quién chucha iba a tener el tiempo, mucho menos las ganas, de salir de esa ricura de piscina y caminar, con el consecuente peligro de resbalarse en las mayólicas y reventarse la cabeza, hasta el baño para orinar o cagar?

Había que ser muy cojudo para hacer eso. Y ninguno de los amigos de Drácula, ni él mismo, por supuesto, tenía nada de imbécil. Solo tipos audaces, vivísimos, escurridizos y paradores como ellos podían mantener a Milán sojuzgada con la solidez y desfachatez de sus criminales golpes.

Afortunadamente, la piscina Solari era inmensa. Drácula le calculaba el área de un campo de futbol. Entonces, la solución del asunto higiénico se tornaba simple. Si deseabas mear, sin dejar de hablar o bailar o chupar, ahí, en tu mismo sitio, pishhhh, te chorreabas. Las aguas amarillentas que afloraban desde abajo eran difíciles de detectar en plena madrugada milanesa. Y si lo que querías era soltar un buen mojón, esperabas a que todos estuvieran lo suficientemente borrachos y drogados para bucear hasta la esquina más alejada de la piscina y una vez ahí, bajarte el short, y hacer lo tuyo. Al terminar, con la misma mano te restregabas el ano y ya el agua se encargaba de limpiarte la mano y el culo. Qué delicia era la piscina Solari. Lo mejor era que la piscina siempre estaba lista para ser disfrutada tan limpia como cuando la asaltaban cada fin de semana. Los señores de mantenimiento -qué esforzados y puntillosos caballeros- solían hacer un trabajo fenomenal.

Pero les faltaba mujeres.

Los amigos de Drácula no se juntaban con peruanas. Si estaban en Italia, ¿cómo diablos se iban a cachar cholas? No hay forma, decían, repitiendo la cojuda tendencia apitucada para negar la ocurrencia de algo. O se tiraban europeas o nada. Mientras tanto, seguían organizando y disfrutando las juergas entre ellos mismos.

Mas esa madrugada de aquel sábado, Drácula y sus compañeros hallaron en la piscina a unas cinco rubias, delgadas, de senos pequeños, cónicos, pero de pezones gruesos como gomitas de ositos, la espalda huesuda y algo de pulpa en los muslos; el prototipo cadavérico de la belleza europea.

Al verlas, Drácula se puso fierro. Sin tratar de disimular la enhiesta pichula que apuntaba hacia arriba por debajo del short, se acercó a las mujeres y, en su mejor italiano, les propuso compartirles sus bebidas. Las muchachas aceptaron de buena gana, aunque sin demostrar ningún tipo de angurria. Drácula supo que esa noche no solo excretaría las consabidas dosis de pichi y caca, sino que también dejaría en la piscina generosas porciones de semen.

Lo que Drácula no se imaginaba ni remotamente era que un tipo, quien en las redes sociales se hacía llamar Pan Con Frejol, apuntaba el colérico ojo de su Remington 700 hacia sus amigos, indeciso sobre a quien darle primero, como diría Rubén Blades.

***

Más que el hecho de descubrir a su novia italiana copulando fieramente con un congolés, lo sorprendió la longitud y el grosor portentosos del arma del moreno.

El africano, que se llamaba Claude, volvió a meterle la pinga a la mujer luego de ver que el marido de esta no representaba amenaza alguna para nadie. La mujer, muy confiada en la autoridad que imponía el moreno, reanudo la cabalgata con más fruición con la que había iniciado sus movimientos pélvicos hacía menos de una hora.

De una ligera patada, el congolés cerró la puerta del cuarto en las narices del traicionado, quien era peruano, de nombre Alan, y apelativo Robotín, con el cual participaba ocasionalmente en el programa Cuchillos Largos, transmitido en simultaneo por Kick y YouTube, y dirigido muy atinadamente por el veterano y desaforado streamer Don Groover.

 ¿Y la perdonaste, huevón?, se indignó Groover, mientras se rascaba los testículos. La penosa enfermedad que le iba descontando los días se había ensañado con sus colgajos de una manera ponzoñosa. Desde hacía un tiempo ya no podía vivir sin rascuñarse las bolas. Por ese motivo, lo despidieron de su trabajo en una cafetería de Newark, en los Estados Unidos. Fue sorprendido preparando un triple con la mano con la que acababa de apretarse un grano de pus en el huevo derecho. Afortunadamente, las ganancias que le reportaban sus picantes transmisiones le permitían vivir dedicado al noble oficio del streaming.

Claro, Viejo, dijo Robotín, quien había huido a Italia hacía un par de años, desmarcándose de una constelación de iracundos acreedores en el Perú. Es rubia, pes. ¿Cuándo chucha un peruano feo como yo ha estado con una rubia? Y no es cualquier rubia, Viejo. Es europea, flaquita, misma modelo de Victoria’s Secret; rubia firme, pe, Viejo.

Pero te había hecho cachudo, pues, huevón. Te agarró de Torito de Pucará. Esas deslealtades nunca se perdonan, tío, vengan de donde vengan. ¿Te estás dando cuenta de las baboserías que estás hablando?, enfatizó Groover, chupando furibundamente su cigarrillo electrónico de cannabis. La fumadera de esa hierba le aplacaba contundentemente la picazón testicular.

Me llega al pincho, Viejo. Además, me sacó la vuelta con un extranjero. Y eso se lo puedo perdonar. Por último, no es que haya tantos congoleses en Italia. Por eso, sé que no volverá a pasar. Ya se dio el gusto. Solo me queda trabajar el doble de turnos en la fábrica para tenerla contenta comprándole sus vestidos, mandándola a la manicura y a la pedicura o manteniéndola a la moda con los peinados que son tendencia en TikTok.

Sí, para que se la cache otro negro después, carboneó Groover.

Mira lo que hablas, Viejo. ¿Ya ves?

Claro, pe, huevón. Yo solo estoy sumando dos más dos. El que monta, manda. Oye, y ¿qué pasaría si a tu mujer no se la cacha un extranjero sino un peruano? ¿Qué harías si la encuentras cachando, digamos, con… Drácula, el honorable huancaíno que está dejando el nombre de nuestro Perú por todo lo alto allá en Milán, chupando en los parques, rompiendo botellas en las cabezas de quienes como él han ido a robar a Europa, meando y defecando en las familiares piscinas públicas italianas?

No, pues, Viejo, no te pases. Cómo vas a decir esa huevada.

Pero estás enterado de que a ese señor le encanta mear y cagar en las piscinas mientras chupa con su collera de descamisados, ¿no? Acá, en el canal, hemos pasado un par de videos del señor convirtiendo una piscina municipal en su mingitorio particular. Puta, tío, esas imágenes se podían oler.

Sí, sí he visto, Viejo. Qué asco, la verdad. No, pues, mi hembrita jamás se fijaría en ese serrano motoso.

Puta, pero ponte en el escenario de que te los encuentras cachando. Sígueme el juego, pe, chuchetumare. Tienes que darnos chow. ¿Qué chucha harías si sorprendes al serrano de Drácula clavándole su olluquito a tu gringa?

En ese caso, Viejo, te juro que yo lo macheteo al serrano ese. En casa, tengo un machete que compré como medida de protección, ya que hay mucho peruano que te entra a robar en cualquier momento de la madrugada. Puta, yo agarro mi machete y lo fileteo a Drácula en una; sin pensarlo. Lo dejo como carpaccio de charqui.

Entonces, voy a rezar para que te lo encuentres cachándose a tu mujer, Robotín, porque nada me agradaría más que saber que ese serrano inmundo ha abandonado este plano terrenal. Esa sería una noticia formidable.

Días después de esa premonitoria transmisión, Alan, o Robotín para las redes sociales, encontraría a su mujer sentada a horcajadas sobre el olluco más o menos cumplidor de Drácula, ambos balanceándose como las aguas de la piscina que tenían al lado, enceguecidos por una paleozoica pasión fogoneada por el irrestricto consumo de alcohol.

Mientras Robotín corría a casa en busca de su machete, su mente solo podía concentrarse en el momento en que le encajaría el primer machetazo a Drácula. ¿Dónde darle primero? ¿En la cabeza, en la espalda, en un brazo, en una pierna? Corría y corría y no veía las horas de estar de regreso en la escena del engaño, con el machete empuñado, presto a hacerse respetar, tal cual lo hicieron los cubanos en la batalla de Tienda de Pino de Baire, en 1868, contra una columna española compuesta por más de setecientos hombres dispuestos a aguarles el sentimiento independentista y de rebelión. Los cubanos lograrían la victoria gracias al diestro uso de sus machetes. A esa batalla también se la llegaría a conocer como La Primera Carga al Machete.

***

El primer machetazo prácticamente rebotó en su espalda, una espalda forrada con una piel dura, piel de indio, de indio peruano del Perú en Italia, perdonen la tristeza.

El segundo le hizo un surco largo y espeluznante que rápidamente se tiñó de un rojo oscuro y brillante, un rojo que salía de las profundidades de esa piel que más parecía la frazada de un preso.

El tercero se alojó, con la presencia contundente de un galán de telenovela peruana, en la mitad de su espalda, sin haberle pedido el permiso respectivo a la columna vertebral, partiéndola más bien, drenándole todo el zumo vital.

La mujer reconoció en los ojos del marido el furor de una venganza ancestral y Drácula no tuvo más opción que desfallecer lentamente, cayendo al suelo con los ojos abiertos por la desesperación y la curiosidad de saber quién chucha lo acababa de madrugar de esa manera y por qué, por qué a él, que solo vivía para gozar sin hacerle daño a nadie.

El furibundo cachudo de Robotín todavía quería continuar dándole al machete. No se había tomado en broma aquello de filetear a la escoria de Drácula, con mayor razón al comprobar que era efectivamente él quien le había inoculado el virus del amor a su italiana. Y muy bien le hubiera partido el cráneo con su arma montaraz de no haber sido por el indubitable y elegante proyectil que le entró por uno de los parietales y le salió por el otro. 

La figura desconcertada y ya ida de Robotín cayó pesadamente en la piscina, que lo recibió con todos sus orines y heces peruvianos, en tanto que el cuerpo tasajeado de su rival, Drácula, se deshacía, sobre el borde de la alberca, en malcriados hilos de sangre que iban a parar a las aguas en las que hasta hace pocos minutos había estado orinando, cagando y copulando, en ese orden.

Entonces, llovió en Milán. Llovió bala. Desde la ventana desconocida de un edificio inubicable, decenas de proyectiles viajaron veloz y desesperadamente hacia alguna de las cabecitas peruvianas que corrían en círculos, despavoridas, o que se lanzaban a las aguas mierdosas de la piscina para no ser encontrados jamás.

Las europeas no tuvieron problema alguno en abandonar aquella sacramental escena, ya que las balas tenían una altísima consideración por su alba estirpe.

***

Fuera de bromas, dijo Groover en una emisión de su canal Cuchillos Largos, en su sintonizadísimo programa Peruanos Notables en el Mundo, espero que no le pase nada al serrano de Drácula. Hace unos días, lo reconozco, me extralimité deseándole una muerte lenta, dolorosa y llena de mucha sangre, pero, luego de haber parlamentado con mi musa, la cincuentona arrecha de Penélope Mamaranta, y luego de haber cantado con ella huaynos huancaínos en el programa de su canal de YouTube, Desafinando con la Maridona, reflexioné y recojo ahora mis pasos verbales, camaradas.

Groover le pegó una deliciosa inhalada a su cigarrillo de marihuana y continuó elaborando grandilocuentemente sus disculpas.

Serrano, te mando hasta Italia mis más sinceras disculpas. Y, como para no contradecirme del todo, te deseo una buena muerte, pero no ahorita, serrano, no te preocupes, porque como decía el buen Vallejo: siempre nos gustará vivir para siempre, así sea de barriga, ¡tanta vida y tantos años! Es cuanto.  


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