viernes, 26 de septiembre de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 31: ¿Cómo se endeudó el Profe Puty?

 

El maestro Gonzalo Reynoso, conocido masivamente en las redes sociales como el Profe Puty, cliqueó el link que le apareció, enorme e inofensivo, en medio de su pantalla, mientras navegaba en una página cultural. Automáticamente -y sin que él lo supiera, por supuesto-, sus datos personales, cuentas bancarias y redes sociales fueron hackeados.

Esa fue la historia que Puty le narró al director del centro educativo en donde se desempeñaba como profesor de Literatura.

¿Y qué página era esa?

Gonzalo demoró unos segundos en dar una respuesta. No se le había ocurrido que alguien pudiera hacerle esa pregunta.

Una página sobre Vargas Llosa, ñha, respondió Puty.

Ah, ya, claro, como usted enseña Literatura, entonces seguramente estuvo indagando sobre Vargas Llosa, dijo el director.

Claro, claro, se apresuró en sellar Puty, pensando que ya lo había hueveado a su empleador.

A ver, ¿cuál era esa página exactamente?, dijo el director, quien, así nomás, no se dejaba agarrar de huevón por cualquiera. El director, y dueño también del colegio, obedecía al nombre de Eleuterio Berrocal; cholo potente, chambero y poseedor de muchos emprendimientos, entre ellos el del rubro inmobiliario. Cuando le preguntaron por qué fundó un colegio, él, sin que le temblase un pendejo, declaró que lo hizo porque era más rentable que poner un chifa. Además, acotó textualmente, conseguir profesores de medio pelo es mucho más fácil y barato que buenos cocineros. El curriculum del docente Puty era de lejos de los más mediocres y rebajados del mercado educativo.

Eh, eh, farfulló Puty. No sabía qué inventar.

Apure, instó el director, los dedos sobrevolando los botones del teclado de su laptop, listos para digitar el nombre de la página web que supuestamente había estado consultando Puty y en la que apareció inopinadamente el link que vulneró su información personal.

No me acuerdo, señor Berrocal. A Puty le hubiera gustado llamarlo “Cholo” Berrocal debido al enojo y la frustración que le provocaban que un serrano fuera su jefe y, encima, lo tratara de exponer, arrinconándolo contra la pared. Carajo, pensaba Puty, un indio de mierda jugando al patrón conmigo. Si al menos fuera blanco, vaya y pase, pero un indio de mierda haciéndose pasar por mi amo; habrase visto.

Cómo que no se acuerda, se indignó Berrocal.

A Puty se le encendió el cerebro, el cual le funcionaba de modo muy intermitente.

Es que usted sabe que Vargas Llosa es nuestro peruano universal. Entonces uno googlea su nombre y aparecen miles de páginas con su información. Yo hice eso. Googleé Vargas Llosa, me aparecieron cientos de entradas y piqué en una. Y usted sabe también que uno no se fija en qué página está exactamente. Uno solamente se dedica a leer lo que estaba buscando. Y, en mi caso, yo buscaba unos datos para mi clase de la próxima semana.

Ya con esto lo cagué al indio, se dijo Puty para sus adentros, una de las esquinas de su boca despuntando ligeramente en señal de triunfo.

Me cagó este negro, caviló Berrocal, quien no podía creer que, por el solo hecho de hacer clic en un link, un link que, encima, aparece en una página de cultura, de pronto, el Profe Puty se hubiera hecho merecedor de un préstamo de setecientos dos soles con cincuenta céntimos, así, con esa precisión, a la entidad financiera denominada el Cartel de la Muela. Todo esto le resultaba muy sospechoso al director. ¿Entonces es cierto lo que me cuenta este chala sucia?

Todos los contactos del celular de Gonzalo, Berrocal entre ellos, habían recibido un mensaje en el que se lo acusaba de cabecero, de ladrón, de cachafaz que no honraba sus deudas económicas.

Les escribo para avisarles que Gonzalo Reynoso, alias Profe Puty en el mundo del hampa, es un estafador. Lo decimos así, con todas sus letras, es un terrible cabeceador. Ni Cristiano Ronaldo ni Martín Palermo le ganan en meter cabeza. Nos solicitó un préstamo de setecientos dos soles con cincuenta céntimos pagaderos en el plazo de un mes y, hasta el momento, río Nanay. Los ponemos sobre alerta para que no caigan en sus trampas pedigüeñas y limosneras; para advertirles que no se junten con él porque nuestra organización no se quedará de brazos cruzados. Lo cazaremos, como se cazaban a los de su estirpe hace siglos; no le daremos tregua. Y si los encontramos junto a él, los asumiremos como sus cómplices. Entonces, si no quieren ser salpicados por la frejolada que le tenemos preparada, manténganse a raya. Y si quieren ganarse una buena recompensa, señálennos dónde podemos ubicar a ese sinvergüenza de modo más rápido, porque igual vamos a dar con él. Ayúdennos a que ese estafador pague sí o sí. Ya ustedes entienden.

La siniestra y amenazante esquela iba firmada por el líder del Cartel de la Muela, el inefable y escurridizo Chimuelo.  

Tal mensaje había llegado al teléfono celular del Cholo Berrocal cuando este se encontraba excretando una gruesa soga amarillenta sentado cómodamente sobre su wáter, chequeando videos de TikTok.

Putamadre, me pueden poner una bomba en el colegio si se enteran que ese negro es mi empleado, se alarmó Berrocal.

Por eso -porque también podía tratarse de una broma de mal gusto, una joda de alguno de los profesores de su colegio, maestros que parecían niños a veces esos conchasumadres, que se tenían envidia entre sí, y uno le codiciaba la mujer al otro, lo que se compraba o cuánto ganaba-, Berrocal citó a Gonzalo en su oficina para el día siguiente a primera hora.

Y ahí lo tenía en frente, con la excusa de que todo se trataba de un virus computarizado que capturó sus cuentas informáticas y bancarias para enviarles mensajes injuriosos a sus contactos.

¿Y por qué alguien querría despotricar de usted?, le había preguntado Berrocal al inicio de la conversación. Claro, se figuraba Berrocal, quién chucha era Gonzalo como para que alguien quisiera destruirlo. A quién le había ganado este zambito.  

Porque yo trabajé para el partido del Profesor Castillo, nuestro presidente en prisión, le había contestado Gonzalo. Y por mis ideas comunistas, me gané varios enemigos, señor Berrocal. Usted sabe que, en el mundo de la política, nadies está libre de enemigos.

Gonzalo Reynoso, el Profe Puty, supuesto docente de Literatura, jamás leyó a Ortega y Gasset. Y por eso, no supo mantener la boca cerrada. Ya que, si hubiera leído a conciencia al connotado polígrafo español, se habría topado con la siguiente de sus máximas: las últimas palabras son de efectos más duraderos que las primeras, por lo que deben ser particularmente bien ponderadas.

Berrocal ya se había comido la galletita del googleo al azar de Vargas Llosa cuando Gonzalo, envanecido y enceguecido por el triunfo momentáneo de su irrebatible subterfugio, agregó: Y como usé mi celular para leer sobre Vargas Llosa, al toque el virus se prendió de todos mis contactos y mi información. Usted sabe que, en estos tiempos, todo se paga por medio del celular. A propósito, director Berrocal, ¿no me da un yapecito por mis Santos Reyes? ¿O por Halloween o el día de la canción criolla que ya se vienen?

El dedazo de Puty, que también podía tomarse como una réplica del arma feminicida que llevaba encartuchada entre sus piernas chuecas, señalaba al supuesto celular hackeado.

Upa, celebró mentalmente Berrocal, te fuiste de boca negro. Te acabas de cagar solito.

Para no evidenciar aún el golpe que le daría, con una mueca de derrota en el rostro, Berrocal preguntó inocentemente: ¿Con ese celular googleó a Vargas Llosa, profe?

El sustantivo apocopado “profe” le daba a su pregunta un tono de sumisión, como dándole a entender al moreno maestro que él, el Cholo Berrocal, no solo le tenía aprecio, sino que, además, se ponía a sus pies mugrosos y de uñas con hongos por haberlo sometido a tan vejatorio interrogatorio.

, confirmó Puty, tan bruto como era.

Los ojos del director explotaron en algarabía sin par.

Te cagaste, nero, le dijo a Gonzalo, así, sin filtro alguno.

La cara de sorpresa de Gonzalo, por semejante ofensa, era indescriptible.

¿Cómo dijo, señor Berrocal?

Que te cagaste, nero, repitió el Cholo sin temor alguno, y luego le ordenó: Quítale la clave a tu celular y dámelo.

  Gonzalo, el pigmento de la piel demudado por el súbito giro de los acontecimientos, descorrió la clave de su celular y, todavía inseguro sobre las intenciones de su empleador, le entregó el teléfono.

El Cholo Berrocal picó en el ícono de Google e ingresó en el historial de búsquedas. Tal como lo había conjeturado, no encontró ninguna consulta sobre Vargas Llosa ni sobre ningún otro académico. El registro delataba más bien las constantes visitas de Gonzalo a variadas páginas porno: Petardas, Brazzers, Acabadas, Despechadas, InkaSex, MilkyPeru.   

Así que buscando información sobre Vargas Llosa, ¿no?, dijo Berrocal enrostrándole las búsquedas pornográficas a un estupefacto Gonzalo.

Eh, eh, eh, yo, este, este, usted, eh, eh…

Las pruebas eran inobjetables y Puty no hallaba por donde escapar, por cual agujero echar a andar alguna convincente mentira, alguna excusa que no lo hiciera quedar ante los ojos del señor Berrocal como un injustificable pajero.

Déjeme contar la verdad que usted, desde que pisó mi oficina, me ha ocultado a sabiendas de que cometía perjurio. Pero, claro, como usted no tiene moral alguna, le llegó al pincho verme la cara de cojudo después de haber jurado incluso por sus niños.

La bemba de Gonzalo, imponentemente atrevida y descarada, tembló como las lonjas celulíticas de señoras divorciadas y urgidas de algún afecto tardío. 

Se encontraba usted viendo sus páginas porno favoritas como de costumbre cuando, de pronto, le saltó un anuncio de préstamos. Y, como usted, además de pajero, es putero y está siempre necesitado de plata, picó en el anuncio para que le dieran la plata que necesitaba para tirársela con sus putas preferidas. Llenó el formulario respectivo. Dejó todos sus datos. Pensó que, una vez recibido el dinero, se desafiliaría de la aplicación y a otra cosa mariposa, si te vi no me acuerdo. Les habría metido cabeza a los prestamistas.

Gonzalo miraba el suelo. Se sentía calateado. El director parecía haber sido testigo directo de todo lo ocurrido pues describía cada uno de sus culposos pasos con escalofriante veracidad.

 Pero no contó con que se estaba metiendo con el peligrosísimo y novísimo Cartel de la Muela. Y ahora lo están buscando para que les pague o, en caso contrario, para que el Chimuelo, su despiadado líder, le saque cada una de sus muelas. Y no contento con eso, me dejen una bomba en la escuela por darle trabajo a usted.

No, señor Berrocal, eso no va a pasar. Se lo aseguro, dijo Gonzalo con soliviantado ímpetu.

Claro, no va a pasar porque ahorita mismo lo voy a poner de patas en la calle. Pero antes, quiero ver quién me está jodiendo aquí en mi celular, dijo Berrocal.

Se sacó el teléfono de uno de los bolsillos de su blazer plomo. Vibraba.

Chucha, me están llamando de mi otro negocio allá en los Estados Unidos. Usted sabrá que yo me dedico al rubro inmobiliario allá en Newark.

¿Newark?, dijo Gonzalo. Yo tengo un conocido en ese lugar. Bueno, no es que sea mi amigo o algo así. Pero sé que es un viejo de mierda sin cadera, repudiado por sus hijos y que se alucina youtuber a sus cincuenta años.

Cállese, carajo, voy a hablar, ordenó el Cholo. Se había puesto al teléfono.

¡Aló! Sí. ¿Qué pasa? La voz de Berrocal era imperativa.

Sapo como era, Gonzalo no perdía de vista ninguno de los gestos de su amo, el Cholo Berrocal, a quien parecía aquejarlo un problema muy jodido.

¿Unos mariachis? ¿No te dejaron dormir? La conchasumadre.

El silencio era tal que Puty podía escuchar los matices de la voz que le transmitía un sinfín de contrariedades a su jefe.

Esa voz la conozco, rumió Gonzalo.

¿Y por qué no los agarraste a balazos? Mi Pietro Beretta está en el cajoncito de la mesa de noche, al lado de los condones, dijo enardecidamente Berrocal.

Gonzalo aguzó el oído. Si hubiera sido un perro, habría adelantado sus orejas para captar con mayor nitidez la voz del tipo que se quejaba de que unos mariachis no lo dejaron conciliar el sueño.

¿Y qué quieres que haga desde acá? Yo todavía viajo en dos semanas para allá.

Berrocal parecía harto. Quería terminar con la llamada. La impaciencia lo consumía.

Ya, voy a ver qué medidas tomo. Te llamo en la noche para conversar mejor. Ahorita estoy con un empleado que aparte de pajero y putero es bien sapo. Así que conviene mantener la reserva del caso. Pero eso sí, en la noche me vas a contar todo sobre los mariachis. Quiero saber cómo te han cagado y qué mierda hiciste para que no terminaran orillándote en los terrenos del suicidio. Adiós, amor. Cuídate.

Chucha, pensó Puty; mi jefe es chivo.

Bueno, señor Reynoso, lárguese de mi vista. No lo quiero ver más por acá. No quiero que usted sea un mal ejemplo para el resto de mi plana docente y me los convierta en consumidores impenitentes de putas, ¡por Dios!

Gonzalo, armado de valor por lo que acababa de descubrirle a su jefe, se achoró: Estás tú bien huevón, ¿no? Si me botas, le cuento a todo el mundo que eres chivo.

No te me pongas pico a pico, negro cabecero. Encima me amenazas. ¡Qué tal concha!

Cuál concha ni nada, serrano. Te grabé la conversación. Acá bien clarito te chapé diciéndole “amor” a otro hombre. Esta grabación va a ser tu perdición.

Para que la situación le quedase clara a Berrocal, Puty reprodujo la grabación. Efectivamente, cualquiera que la oyera determinaría sin duda alguna que al Cholo le encantaba que lo pusieran en veinte uñas.

Eleuterio Berrocal había amasado una decente fortuna no porque fuese un tipo de lentas reacciones; por el contrario, porque era un rechucha habilísimo para detectar las oportunidades y vivísimo para explotar a los muertos de hambre que por unos cuantos pesos les daban la vuelta a sus amigos y familiares. Uno de esos era Puty.

Gonzalo, hagamos algo. Tranquilo. Conversemos como seres alturados.

Las fosas nasales de Puty parecían ardorosos fuelles tiznados de hollín. Respiraban agitados, como si hubieran corrido metros luego de haber robado un celular. Puty no se iba a calmar tan fácilmente. Y Berrocal lo sabía. Por eso, sacó un fajo de billetes de su blazer plomo.

Le voy a pagar un viaje a los Estados Unidos para que me haga un trabajito de investigación. Y aparte de eso le va a caer un buen bolo. Y, por si eso fuera poco, seguirá engañando al alumnado de mi colegio con sus pedorras clases de Literatura. ¿Qué le parece?

Los billetes eran los únicos objetos en el mundo por los cuales Puty podía canjear sus pensamientos y sus actos. Y si eran billetes americanos, hasta se cambiaba de sexo o decía que él, hincha de la U, era hijo del Alianza Lima, archirrival de Universitario de Deportes.

¿Sabe usted algo de mariachis?

Puty se llevó un dedo a la boca y miró al techo.

Vaya averiguando, profe, porque para la misión que le encomendaré los mariachis son clave, son clave, repitió Berrocal, dándole a estas últimas palabras un aire de misterio que solo podría develarse en el siguiente capítulo.

Además, ¿qué tal se lleva con el fentanilo, profe? ¿Lo ha consumido alguna vez?, dejó picando el esférico el altiplánico empresario.


1 comentario:

  1. hola hermano, empecé a leer tu blog y ya no pude parar. Yo también soy escritor, tengo una novela auto publicada y también fui escritor fantasma por casi un año. Ahora estoy escribiendo un segundo libro. Déjame decirte que te has ganado un fan peruano que ahora vive aquí en España. Y algún día me gustaría poder conversar contigo. Sigue adelante

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