Perdió
cinco mil dólares en lo que duró un partido de fútbol. Se tomó la cabeza y se sumió en un silencio que solo podía
culminar en un extenso y atribulado alarido, pero esto último no ocurrió.
Por el
contrario, de esa cabeza hundida emergió un rostro auspicioso.
Todavía
tengo cuatro mil más. Los voy a colocar en este equipo desconocido que juega en
esta liga desconocida de este país desconocido. Su victoria paga ocho veces.
Le indiqué
que ese equipo pagaba esa cantidad porque claramente no era el favorito para
ganar la contienda.
¿Y tú crees
que no lo sé? Es claro que las casas de apuestas nos quieren confundir con su numerología.
Pero yo he sido testigo de las muchas veces en que un David ha derrotado a su Goliat.
Pasó en la Biblia y sigue pasando en la vida. Y si uno quiere ganar en grande,
tiene que apostar por los riesgos grandes. En el riesgo está el triunfo.
Le recordé
que hacía unos segundos acababa de perder cinco mil dólares apostando por un
equipo que pagaba cinco veces; o sea, por uno que tampoco era el favorito para
ganar, y que no ganó.
Sí, pero un
buen jugador tiene que seguir creyendo en su instinto. El mal jugador, el
apostador falaz, tira la toalla justo cuando en la siguiente apuesta se hallan la
redención y el clímax que tanto ha perseguido.
Ciegamente,
ingresó su apuesta. Entregó sus restantes y únicos cuatro mil dólares; todo el
dinero que tenía en su cuenta bancaria.
Inútilmente,
le aconsejé que, al menos, dividiese los cuatro mil dólares en cuatro montos de
mil, así tendría la posibilidad de expandir el número de apuestas y las
consecuentes chances de ganar.
De ganar
una miseria, completó. De ninguna manera, dijo a
continuación con fiera rotundidad. Los riesgos siempre se toman a lo grande.
¿Cómo crees que trabajan los empresarios mineros? Ellos les meten harto dinero
a los proyectos más riesgosos porque esos son los que dan la plata de verdad. Por
eso, yo también me considero un empresario de las minas.
Al terminar
el partido, Keiran se convirtió en el orondo poseedor de treinta y dos mil
dólares libres de recortes tributarios.
Ese bravío
ejemplo me hizo apostador. No tengo dinero propio, solo el que los bancos me
ofrecen en incontables y no solicitadas tarjetas de crédito. Pierdo, pero sigo
esperando a mi David con la perseverancia de la que ponderaba el ahora
empresario minero Keiran.
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