domingo, 9 de noviembre de 2025

Los intensos días de la Señora K - Cap 04 - "MENTIDERO" Novela Peruana de Daniel Gutiérrez Híjar

 

Un grito la despertó. Era el berrido de un bebé que, ella sabía, no era el suyo, porque hacía tiempo que sus hijas se habían hecho señoritas. Entonces, ¿de quién era ese mocoso infiltrado en su habitación? ¿A qué irresponsable madre le pertenecía ese pequeño monstruo?

Con los ojos resistiéndose a abrirse del todo, tanteó por el celular en la mesita de noche, pero no había mesita de noche. Tampoco celular. El grito volvió a reverberar; esta vez más fuerte que antes.

Saltó de la cama y descubrió, con un estupor que ahora sí le abrió los ojos, que el lugar donde estaba no era su habitación, que ese no era su piso, que esa no era la suave oscuridad de su residencia en el distrito de San Borja, una de las zonas más acomodadas de Lima.

El piso era de tierra. Sintió a un ejército de bichos trepándosele por los dedos, recorriendo sus tobillos desnudos y desparramándose, en bárbaro festín, por todo el resto de su cuerpo tres veces presentado a la presidencia del Perú. 

Con el andar de los segundos, pudo reconocer, clavado en una viga de madera, la forma de un interruptor de luz. De un salto, porque la habitación era estrecha, lo encendió.

La humilde luz amarillenta la cegó un momento, pero luego reconoció, con horrendo pavor, que se había convertido en una de las señoras a las que ella solía regalarles tapers con papas fritas y polos baratos anaranjados a cambio de rabiosos aplausos en los mítines y votos masivos en las elecciones.

A más tapers, más votos y más posibilidades de ser presidente; aunque esa fórmula no le funcionó en ninguna de las tres veces en que se postuló, pero sí que le fue útil y rentable para que la mayoría congresal fuese solo suya, gobernando al país sin la necesidad de que sea la cara visible y usualmente denostada.

Así, desde aquella vez en que perdió en segunda vuelta contra el viejito lobista de apellido polaco, derrocó a un presidente tras otro -aunque había que reconocer que cada uno de esos especímenes había contribuido grandemente con sus tropelías, desidias y sorderas a su propia destitución-, logrando que el Perú tuviese, en promedio, un mandatario al año.

Con horror, se vio a sí misma correr hacia la caja de leche reforzada con pedazos de madera en cuyo interior un crío de no más de un año chillaba enloquecedoramente. Lo tomó en sus brazos y, con asco, se vio a sí misma sacarse, por debajo de un ancho y viejo polo de Fortaleza Popular, su partido político, una teta marrón de pezón oscuro que fue succionado con desespero por la famélica boca infantil, enmudeciendo inmediatamente.

Conteniendo la avidez por echar a la basura a ese niño extractor, giró sobre su sitio con lentitud para descubrir conscientemente en qué clase de agujero había despertado. Se preguntó, mientras observaba las paredes de triplay, el techo de calamina agujereado y los objetos prácticamente sacados de la basura, dónde había quedado su lujosa y cómoda residencia de San Borja, mantenida y sustentada con el dinero del partido político que le era provechoso no para servir al Perú sino para vivir de él con unos ingresos que superaban al de cualquier presidente de directorio de empresa minera. Porque hasta alguno de ellos también le giraba, muy por debajo de la mesa, casi subterráneamente, como las galerías que construían para extraer el mineral, generosas y abultadas bolsas de oro.  

Entonces vio que un niño descalzo y semidesnudo se le acercó y le tironeó del polo. Le aproximó una mano huesuda que descubrió entre sus dedos unas monedas y un par de billetes fruncidos. Le explicó que era el resultado de las ventas de la noche anterior. Se lo estaba entregando todo. Se vio a sí misma coger el dinero con una mano mientras que con la otra continuó sosteniendo al infante que no paraba de chuparle la teta aguada. Se oyó a sí misma decirle que durmiera un poco porque dentro de poco tendría que volver a salir para vender esa otra bolsa de caramelos.

Sin poder ejercer el respectivo control sobre su cuerpo, se dejó arrastrar por el papel que desempeñaba en la sociedad de los que no tenían ni voz ni rostro y preparó unas cincuenta manzanas acarameladas con un almíbar hecho con el agua de lluvia recogida en un balde, en donde se mezcló también mucho de su sudor de madre luchona.

Desayunó una de las manzanas, que compartió con el niño que ahora se despertaba tras un par de horas de sueño para volver a la calle a vender otra bolsa de confites. Tras él, salió ella. Recorrió todo el Centro de Lima vendiendo las manzanas con su bebé a cuestas.

Entre las ocho y las diez de la noche, entró al ruedo de los cómicos ambulantes del anfiteatro Chabuca. Uno de ellos la ayudó a vender algunas manzanas a cambio de unas burlas que giraron en torno de su gordura y su choledad.

Hacia la una de la madrugada, vendió el resto de su melosa mercadería y emprendió el regreso a casa.

Sí que había sido un día intenso, agotador. Y todavía faltaba otro y otro y otro; entonces despertó.

***

Cuando terminó de grabar el TikTok en el que no apareció el ejército de empleadas que le hacían de todo en la casa y en el que afirmaba que sus días eran intensos porque debía atender a las reuniones en las que ella ideaba las nuevas formas en las que su partido político debía extorsionar y coercer al país, se repantigó en un sillón y se alivió al saber que el ser una menesterosa vendedora de manzanas solo había sido una pesadilla.

Ese no fue un día intenso, pensó, recordando su sueño; eso fue un infierno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario