domingo, 6 de junio de 2010

De cómo traicioné la confianza de mi hermano - Parte 1

Lima me recibió con un cielo encapotado y una fina garúa. Con mi enorme mochila a cuestas caminé unas cuadras por la avenida Javier Prado, en el ridículo y tacaño intento de reducir significativamente la distancia desde el terminal de Cruz del Sur hacia mi casa en La Perla para que el taxi que pudiese tomar después me ofreciera una tarifa rebajada.

Tomé un taxi diez cuadras después.

-¿A Haya de La Torre en La Perla?

-Catorce soles.

-¿Y a Plaza San Miguel?

-Doce soles.

-Diez pues, maestro.

En Plaza, tomé la coaster de la ruta San Miguel-Callao. Hacía más frío y garuaba más en La Perla que en Javier Prado.

Los días en Chimbote habían concluido. A diferencia de las muchas otras visitas que hice a ese lugar, sin lugar a dudas, ésta última había sido la mejor. Disfruté cada uno de los días que estuve por allá.

El viaje me sirvió para afianzar los lazos con todas las personas que allá, en aquella ciudad del eterno olor a pescado, todavía me estiman, a pesar de que están enterados de las tonterías que aquí escribo y de que muchas veces suelo tomar decisiones incorrectas en mi vida y cometer disparate tras disparate.

Pero sobre todo, este viaje me fue útil para conocerme mejor y conocer un poquito más a mi hermano Miguel.

Antes de empezar con esto del blog, en mi relación con mi hermano, la confianza para contarnos sobre nuestras cuitas amorosas o sexuales no había encontrado cabida. Fue necesario que yo empezara a desnudar mis propios sentimientos, ante la anónima variedad de gente que me pudiera leer, para incoar el proceso de auténtico conocimiento de mis falencias, debilidades, vicios y taras.

Siempre que ocurría algo en mi diario quehacer, que yo consideraba que debía contar, corría a la computadora y principiaba a narrar el hecho a manera de cuento. Algunas historias quedaban terminadas, pero no eran lo que se dice un cuento, eran más una especie de relato arrancado de un diario. Otras historias se me alargaron y nunca recibieron su punto final. Ahora yacen lánguidas y mustias en la carpeta Mis Documentos de mi ordenador.

Descubrí esto del blog y comencé a colgar, en desmedro de mi propia reputación y honor –cosas, ambas, que no tenía ni tendré- mis atrabiliarias ideas y mis desmanes sexuales.

Me confronté a mí mismo. Saqué a relucir mis miserias y pude, por fin, abocarme a tratar de conocer a mi hermano, preparando el puente que creara esa complicidad que es propia de los buenos amigos.

Un buen día le pregunté si era cierto que había tenido relaciones con Karina, la chica con la que, digamos, mantengo una especie de relación. Él me dijo que no, que no había pasado nada mayor que unos cuantos besos.

La información que me proporcionó mi hermano la contrasté con la que me dio su amigo Ignacio. Ignacio me dijo que Miguel había “clavado” a Karina tantas veces y en tantas posturas como se clava un cuadro a la pared de una sala.

En una divertida conversación, como son todas las que sostengo con Karina, ella me dijo que no recordaba que entre ella y Miguel hubiese existido sexo, solamente alguno que otro beso. Le conté luego la versión de Ignacio y a ella se le aclaró la memoria y admitió que en una sola ocasión Miguel y ella habían tenido relaciones sexuales; pero que Ignacio era un exagerado de mierda que no debía andar diciendo esas cosas.

Sentí que mi hermano Miguel aún era reticente para ciertas cosas conmigo.

Otro día le pregunté a Miguel qué de cierto había en las habladurías que lo relacionaban con una de las asistentes que trabajaban en la clínica de mi papá, allá en Chimbote. Ese día estábamos bebiendo un preparado de ron con Coca Cola en una combi mientras nos dirigíamos a una discoteca de Los Olivos. Quizá por el efecto de los tragos, Miguel fue más sincero conmigo y me contó alguna de las aventuras que vivió junto a Pamela.

Pamela era guapa y había ido a visitar a Miguel a la casa que teníamos en Los Olivos. En esa visita, salieron al Parque de Las Leyendas llevando a mi pequeño hermano Carlos. Pasaron la noche y la madrugada en su habitación de la casa, con la secreta anuencia de mi madre, que para esos menesteres siempre ha sido muy aquiescente y comprensiva con sus mayores hijos –muchas gracias, mami-. Al día siguiente, ella regresó a Chimbote. Definitivamente, Miguel la había pasado muy bien.

Me reconfortó mucho saber que mi hermano veía en mí a un amigo. Ese era mi objetivo: no dejar ese tipo de secretos entre nosotros e intercambiar anécdotas, pasando un agradable momento de camaradería, acompañando nuestras historias con algunos vasos de cerveza.

Hace poco mi hermano viajó a Chimbote. Después viajé yo.

Mientras él estuvo en Chimbote, un día recibí una llamada de su celular. Era Miguel que enviaba saludos a la familia y me decía que en unos días regresaría a Lima. Me pasó con mi hermanita Alicia. La saludé con mucho cariño. Ella, interrumpiendo nuestra conversación, dijo:

-¡Miguel, deja de coquetear con Sandra! Le prestas más atención a ella que a mí.

-¿Quién es Sandra, Alicita?

-Es la chica que me ayuda en mis tareas.

-¿Y es bonita?

-Sí. Por eso Miguel está detrás de ella todo el día-me dijo Alicia, celosa porque su hermano le prestaba poca o ninguna atención.

Sospeché entonces que mi hermano estaba haciendo de las suyas. Cuando viajé yo a Chimbote pude enterarme de primera mano que Sandrita era un linda chica de dieciocho años, estudiante del primer ciclo de Administración en la Universidad Los Ángeles de Chimbote –vale aclarar que algunos profesores y alumnos no son tan ángeles como reza el nombre de dicho centro de estudios, a juzgar por algunas historias que mi papá me ha contado-, que había sido contratada por mi papá para que ayudase a Alicia, Rebeca y Raymundito en sus deberes académicos del colegio. Lika y Raymundo no se daban abasto para satisfacer esas demandas pues tenían que trabajar en la clínica hasta las nueve de la noche.

Miguel llegó de Chimbote y, luego de los respectivos saludos de rigor, le pregunté sobre Sandra.

-¿Es bonita?

-Un poco-me dijo Miguel.

-¿Estuviste con ella o algo?-pregunté, tratando de establecer el lazo amical que debe primar sobre cualquier relación fraterna. Porque un hermano no necesariamente es tu amigo por el sólo hecho de poseer el mismo vínculo sanguíneo. La hermandad carnal es simplemente un accidente en la vida.

Miguel me contó que sí, que había pasado algo entre ellos dos. Le felicité. Estar con una chica guapa no era poco.

Ya más entrados en confianza me contó que también había estado coqueteando y persiguiendo a Mirtha, quien es la chica que asiste a mi papá en la atención de su clínica de la mujer.

Mirtha y yo habíamos tenido una especie de relación fugaz en el pasado. Ella me había tenido mucho cariño y me guardaba un sentimiento muy especial. Dicho sentimiento fue destruido cuando le conté que no le era del todo fiel y que el amor que yo decía que le profesaba era solamente ocasional. Me mandó al carajo y me dedicó “Ojalá que te mueras” de los Hermanos Yaipén, canción que, dicho sea de paso, no me gustó ni me gustará pues su letra me parece digna de gente despechada que no sabe entender y comprender la diversidad de sentimientos que puede albergar el alma humana.

Sin embargo, poco tiempo después, Mirtha y yo retomamos nuestra amistad y hasta la actualidad se ha mantenido incólume.

Miguel me dijo que porfiaba por birlarle unos besos a Mirtha. Finalmente, luego de comer un ceviche y con unas no pocas botellas de cerveza encima, Miguel había logrado encajarle unos besos afiebrados a Mirtha.

Un par de días antes de que yo viajase a Chimbote, Miguel y yo estuvimos viendo una película en donde un tipo tenía que “partirse a la mitad” para estar con una chica y, al minuto siguiente, con otra.

Miguel, luego de reírse, me dijo:-Me hace recordar lo que hacía en Chimbote. En el segundo piso estaba con Mirtha y en el tercero con Sandra. Y así paraba, de abajo para arriba y de arriba para abajo.

Hay que contar, para que el ocasional lector pueda ubicarse mejor, que la casa de mi padre cuenta con tres pisos. En los dos primeros funciona su Clínica de la Mujer. El tercer piso es usado como vivienda propiamente dicha. Mirtha trabajaba en el primer y segundo nivel, asistiendo a los pacientes que mi padre curaría. Sandra pasaba el día en el tercero procurando ayudar a Alicia en sus tareas escolares. Miguel, según me confió, desarrolló el don de la ubicuidad para moverse en ambos mundos.

Cuando llegué a Chimbote, Miguel ni yo sospechábamos que yo traicionaría su confianza.

(Continuará...)

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