jueves, 3 de junio de 2010

Por favor, no me insultes

¿Quién no ha recibido en su vida un apelativo? Hay los apelativos cariñosos y aquellos ofensivos. Estos últimos pueden acarrear efectos devastadores en sus víctimas que aquellos que colocan esos epítetos no podrán ver ni mensurar.

Los calificativos malvados y colocados con saña generalmente sirven para hacer de la víctima el punto de chiste y risa en el ambiente donde estudia, trabaja o habita. Las denominaciones nocivas minan la autoestima del calificado pudiendo afectarle su futura vida profesional, amical, estudiantil, etc.

El caso del joven poeta peruano Javier Heraud nos prueba lo perniciosa que puede ser la práctica de colocar apodos insultantes para exacerbar las carcajadas de la “audiencia”.

En el artículo del último número de la revista Caretas de título “Javier Heraud: El burgués guerrillero”, Rodolfo Hinostroza, que conoció a Heraud, nos relata la conversación que sostuvo con el eximio poeta cuando se encontraban en Chile, a donde habían llegado gracias a una beca que a fin de cuentas había resultado un vil engaño del dictador Fidel Castro para reclutar jóvenes brillantes de toda Latinoamérica y convertirlos en líderes revolucionarios en sus lugares de origen.

Luego de algunos entrenamientos físicos con armamento e impedimenta militar, en los que Javier debido a sus condiciones físicas –era alto, flaco y desgarbado- muchas veces terminaba haciendo el ridículo, Hinostroza inicia un diálogo con el poeta sobre las verdaderas intenciones castristas de enrolarlos en la guerrilla revolucionaria.

“Yo le dije, básicamente, que el Perú no era Cuba, y en nuestro enorme territorio, con el triple de su población, y con un gobierno no dictatorial, era imposible que una guerrilla de unas pocas docenas de personas tomase el poder en 6 meses, como nos había profetizado Castro, y continué en la misma línea de razonamiento, que Javier no objetó. ‘Entonces ¿por qué vas a la guerra?’, le dije, y él repuso muy emocionado: ‘¿Sabes cuánto mido yo? Un metro ochenta y cinco, y siempre he sido el punto en el colegio, el gringo cojudo, el Grandazo por las Huevas. Siempre todo el mundo me ha pegado porque yo no sabía defenderme, siempre me han tomado de punto, desde la primaria. ¿Entiendes? Seguro que a ti no te ha pasado eso... Pero ahora yo no me corro y quiero demostrarles, a ti y a todos del grupo, que soy tan hombre como cualquiera’, me dijo mirándome a la cara, y yo le comprendí, hondamente”.

Debido a esos pueriles estigmas que le habían acechado desde el pasado es que Heraud había decidido hacerse guerrillero.

Si aquella gente, que tuvo el privilegio de convivir con Javier cuando éste era niño, no hubiera incurrido en la crueldad de rebajar o eliminar su autoestima por medio de aquellos impíos denuestos, seguramente Heraud hubiera vivido muchos años más y los amantes de su poesía hubieran tenido muchas obras más que disfrutar y estudiar.

Luego de leer este artículo, hice un mea culpa y decidí, en lo que a mí concierne, no usar apodos para referirme a las personas. Para eso las personas cuentan con nombres que las identifican plenamente.

Hasta pronto.

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