domingo, 1 de febrero de 2015

La entrevista

No me lo esperaba.

La noticia llegó cuando ya me había resignado a permanecer en esa mina un largo tiempo.

Había estado toda la mañana dentro del socavón, había acudido luego al vestuario, enseguida había almorzado y, finalmente, dirigido a mi cuarto para bañarme.

Salí de la ducha exultante, alegre. Me vestí y fui a la tiendecita, compré una Coca Cola de litro y medio y unas cuantas galletas de diversos sabores. Para la gente de la oficina, pensé.

En la oficina, rechazaron cordialmente la gaseosa que les ofrecí. Me dijeron que sus hábitos alimenticios habían cambiado drásticamente. Cuidaban sus triglicéridos. Ahora solo bebían agua natural. ¿Galletas? Tampoco. Todavía les duraba la satisfacción del almuerzo.

En el escritorio que se me había asignado, la Coca Cola a mi diestra y los paquetes de galletas a mi siniestra, encendí la vetusta y lenta laptop de la empresa. Revisé mi cuenta de Hotmail. Era lo primero que hacía al conectarme en internet: revisar mi correo.

Tres mensajes nuevos. Dos son spam y el otro tiene un título en inglés: Engineer Position. Recuerdo entonces que hace varios meses envié mi CV a varias empresas extranjeras. Albergaba la ingenua esperanza de trabajar en un lugar del primer mundo o, al menos, con personas que pertenecieran a ese primer mundo. Sentía, todavía siento, que solamente en esos lugares podría aprender algo nuevo.

Seguramente es una respuesta de rechazo amable de todas las que me llegaron inmediatamente después de que hube enviado mis cientos de correos. Seguramente es un correíto de rechazo que se ha atrasado unos cuantos meses en llegar.

Lo abrí con curiosidad. Líneas después, no podía creer lo que leía. Por fin, después de tanto tiempo y tantos sueños, una empresa me invitaba a trabajar con ellos. Una de las condiciones, sin embargo, era fijar mi residencia allá donde ella se ubicaba, en Clovis, Fresno, California. Acepté la propuesta y las conversaciones de los detalles continuaron.

Días más tarde, un viernes de la semana de mis días libres, el CEO de esta consultora norteamericana me entrevista telefónicamente. Por favor, Daniel, acelera los trámites de tu visa. Nos gustaría contar contigo pronto aquí para entrevistarte personalmente y presentarte a los ingenieros de la oficina. Además, nos gustaría mostrarte Clovis para que más o menos vayas viendo dónde podrías acomodarte. Apenas tengas una respuesta de la visa, nos avisas para arreglar los pasajes aéreos y demás asuntos, me dice antes de concluir nuestra conversación, charla que duró, estimo, treinta minutos.

Sábado, domingo, lunes. El día martes ya estaba camino a Huancavelica, de regreso a la mina. Sin embargo, ya tenía fecha para la entrevista en la embajada de Estados Unidos, institución que dirimiría el asunto de si se me otorgaba la visa de negocios que me permitiría entrevistarme personalmente con los ingenieros americanos de esta consultora o  no.

El martes 3 de febrero, a las 10:30 de la mañana, veré si mi anhelo de trabajar en un lugar en el cual pueda aprender en serio se hace realidad. Ese día, veré si el consulado norteamericano juzga conveniente aceptarme en su país por los tres días que durará la entrevista y el pequeño tour en Clovis.

Aunque es muy cierto que escribir sobre un deseo es una forma bastante poderosa de evitar que éste se cumpla.


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