martes, 12 de mayo de 2015

"La senda del perdedor" y "Sin destino" (más cuento)

Éramos tres. Preguntamos por el bus de las ocho. No habría bus. La huelga en la mina todavía continuaba. Había empezado al día siguiente de mi regreso a Lima, el martes pasado. Según nos dijeron, todos los ingenieros fueron devueltos a sus lugares de residencia, hasta nuevo aviso.

Me jode estar de para por la huelga: los días que esté holgazaneando los cobrará la mina a cambio de mis futuros días libres.

En dos días de frenética lectura, terminé de releer “La senda del perdedor”. Las ironías y enseñanzas oscuras de Bukowski mejoran con el tiempo y, estoy seguro, perdurarán en él. Luego de asimilar las líneas del maestro del malditismo, ves la vida tal cual es: un circo. Y dejas de tomártela tan en serio.



Durante los dos primeros días de mi estancia en esta nueva mina, hace ya más de mes y medio, me dejé atrapar por la historia de Imre Kertész, un relato casi autobiográfico en el cual el autor húngaro y Nobel de Literatura del 2002 da cuenta de su experiencia como recluso en los campos de concentración y aniquilación de Auschwitz, Buchenwald y Zeits.



Esos primeros días sufrí uno de los peores dolores de cabeza de mi vida. El soroche fue despiadado. Leía “Sin destino” entre siesta y siesta, en cada tregua en la que el dolor se descuidaba de mí. En cada sueño, revivía lo que acababa de leer, como si yo fuera el chibolo de 14 años que tuvo que ver morir y padecer a varios de sus paisanos judíos durante su encierro.

El quince de mayo empecé una relación con una ex enamorada. Terminamos hace unos días. Mi pobreza económica me impedía invitarle una gaseosa. Ella había pagado el último hotel. Gastó 150 soles. Con ese dinero yo vivo un mes.

Visité a Dani. Pasamos una noche juntos. Recordamos viejos momentos. La volví a buscar un par de días después. Un viernes. Nos encontramos en un recital de poesía en la Casa de la Literatura. El recital fue lamentable. Un recinto lleno de ayayeros. Fuimos al Queirolo. Fumamos un pucho y bebimos una chela. No había plata para más.

Con “La senda del perdedor” bajo el brazo, me refugié en el Nuclear Bar. Pedí una cerveza y me ensimismé en el relato del gran Bukowski. A las dos de la mañana del sábado, abandoné el Nuclear y me dirigí a la discoteca gay. Mismo Hemingway, estaba dispuesto a levantarme miles y miles de experiencias. Cada novela me exige una exhaustiva investigación de los hechos.

Retomo el contacto con Rose. Le pido disculpas por haberme portado groseramente en el Whatsapp. Para hacerla reír, le cuento que en la mina (obviamente a mis espaldas) me dicen Perro Chusco. Ella ríe (o escribe jajajaja, que supongo que es lo mismo) y todo está bien otra vez.

Mi esposa se deprime. Me quiere fuera de su vida. Soy un impedimento para la rehechura de su vida. Le digo que yo soy feliz si ella es feliz. Le digo que retome la relación con su ex enamorado. Yo no me hago problemas, amor. No me cree. Cree que soy el ser más perverso del mundo. Quizá tenga razón.


Mi esposa odia mis libros. Me odia cuando leo o escribo. Quiere quemar mi biblioteca, tal y cual hicieron los chilenos con la del gran Ricardo Palma. Quiere partir la laptop y terminar de una vez por todas con mi tecleo frenético.

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