viernes, 3 de enero de 2020

Un País Feliz. Una Presidente Transexual en el Perú - Capítulo 1 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

El otro ruiseñor que en mi palacio anida

abre sus ojos negros y te mira soñando…

 

Juan Ramón Jiménez

 

Están recostados sobre la cama de un hotel de tres estrellas en San Juan de Lurigancho.

Ella termina de contarle cómo fue que mató a su padre y se deshizo después del cuerpo, allá en Tarapoto, cuando aún no era “ella” sino un niño de once años.

Él sostiene una lata de cerveza de la que bebe como un autómata. Escucha la historia del parricidio, pero le es imposible concentrarse del todo: el cuerpo inerte de su compañero de trabajo está ahí, en el suelo del cuarto, cubierto por una sábana blanca.

Mira a la puerta. Le parece que alguien acaba de tocarla o está a punto de hacerlo. Mira al bulto blanco en el suelo. Le parece que ha respirado, que la tela se ha hinchado y desinflado lentamente, como si el muerto hubiese dado un largo y resignado suspiro.         

Es la segunda vez que ella mata a alguien, pero la primera que lo hace sin odio, sin esa desesperación y ese furor por apartar salvajemente de su vida a un ser que no merecía que lo llamen papá. Es la segunda vez que ella mata a alguien, y no parece la segunda; da la impresión de que tuviera más víctimas en su haber.

Ella advierte su desasosiego. Intenta calmarlo. Le informa que el cadáver, en un ambiente como ese, tardará cuatro días en heder.

¿Y cómo sabes eso?

Desde pequeñito quise ser médico, dice ella y se ve a sí misma en el polvoriento suelo de la choza donde transcurrió su niñez, sosteniendo un voluminoso libro que se le escurría de las manos.

Siempre me gustó leer, continúa. En casa, solo hubo un libro, uno de Anatomía. Solo Dios sabe cómo fue a parar ese libro a nuestra choza. Lo leí tantas veces que llegué a sabérmelo de memoria. Si hubiera estudiado la secundaria, seguro me sacaba veintes en ese curso. ¿Enseñan Anatomía en el colegio?

¿Y a esa edad ya te gustaban los hombres?, interrumpe él.

Siempre me han gustado los hombres, dice ella. De chico era muy inocente como para darme cuenta de que estaba mal visto que a un niño le guste otro niño. Yo creía que era algo natural... normal. Hasta que un día mi papá me encontró chupándosela a mi amiguito del colegio. Ese día me escapé de la casa y de Tarapoto, y aprendí que matar sin dejar huellas era posible si tenías la debida sangre fría y cierta experiencia descuartizando gallinas.

    
  


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