domingo, 29 de agosto de 2021

Arder. Gramática de los dientes de león - Julio Barco - Lectura terminada # 1547

 





La voz de Julio Barco, uno de los poetas peruanos jóvenes más prolíficos que conozco, irrumpe desde El Agustino con imágenes fragmentadas de una Lima polvorienta, virreinal, de frituras y fritangas.

El poeta, como Kant, no pretende saber cómo son las cosas sino cómo él pueda conocerlas, hacerlas suyas. Entonces, se apropia de todo aquello con lo que se encuentra en su camino. Barco, entregado completamente a la poesía, y viviendo esporádicamente de pelar pollos en un mercado del Callao, crea versos discontinuos e iónicos sobre señoras que compran en Metro, combis arrolladoras que aplanan transeúntes o sobre un meado farol de luz en el Centro de Lima. El bardo recorre los tugurios de Lima con un poemario sujeto del sobaco. Así, lo vemos acompañado de Li Po, Rubén Darío, Vallejo o Verástegui (este último, presumiblemente, uno de sus favoritos).

Aquí algunos versos que demuestran la capacidad extrapolante de Barco:

a)    1. Ahora tengo un nuevo cuaderno pulcro y mi cuerpo delicioso como todo verbo.

b)    2. Y yo escribí en tu espalda un frondoso mar de luces.

c)    3. Todo cuerpo en delirio se arquea dulcemente.

d)    4. La libertad de la mente es una fruta dulcísima.

e)    5. Nos sentamos en una banca de Lima y arañamos la gloria del instante.

f)     6. Antes que la poesía, un buen cuarto de pollo a la brasa y dos cervezas de trigo, espetan los iluminados.

El poeta, que afirma no tener 100 soles en el bolsillo, pero sí harta soledad como un bello perfume, ha decidido vivir en la precariedad económica porque no quiere cederle un segundo de su tiempo a un trabajo burgués que lo aliene de su pasión: sacarle versos a la vida. 

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