sábado, 25 de octubre de 2025

Novela Peruana "MENTIDERO" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 02: Lima, potencia mundial

 


Santa Rosa de Lima puso su mano aquí, ¿ya?, en mi cabeza y me pidió, ¿ya?, que sea el presidente del Perú. Tal como te lo cuento ocurrió, Berto. Tengo testigos, ¿ya? Los mofletes del alcalde brincaron con ardoroso temor de Dios.

Berto era el conductor del programa dominguero donde el alcalde acababa de expresarse de manera excepcional, ya que los elementos que solían eviscerarse obscenamente allí pertenecían más bien al desmedrado zoológico del espectáculo y no al tremebundo bestiario de la política. Las elecciones presidenciales se aproximaban y resultaba más rentable adentrarse en las miasmas interiores de los candidatos que en las someras profundidades de los repetidos rostros cabareteros.

Las próximas ediciones del programa recibirían solamente a los candidatos y políticos mas polémicos, brutos y achorados del espectro peruano, esos que provocaban o bien las náuseas o bien las palmas desinformadas de las acéfalas multitudes.

Pero, Ismael, ¿cómo vas a decir eso? ¿Cómo puedes afirmar tan sueltamente que Santa Rosa te pidió que seas presidente?, dijo Berto, acomodándose la pajarita que le estrangulaba el grueso y moteado cuello. O sea, por favor.

Ah, cómo que cómo voy a decir eso, Berto. Tú sabes que yo siempre digo la verdad, ¿ya? De mi boca nunca ha salido una mentira, ¿ya? Todo lo que digo es palabra de Dios.

Ismael, tú y nuestros televidentes saben que este programa siempre sale grabado; pero, por esta vez, estamos haciendo una excepción transmitiéndolo en vivo. Por eso, las respuestas que nos da Ismael no han pasado por el polígrafo como solemos hacer cuando los programas salen grabados y los artistas que vienen confiesan, por ejemplo, que han fumado las cenizas de sus madres difuntas y el polígrafo dice si estamos ante una mentira o una verdad. Entonces, hoy, por no ser este programa grabado, no tenemos manera de constatar que fue realmente Santa Rosa de Lima quien visitó aquí al alcalde para pedirle que sea presidente.  

No es necesario, Berto, rio confiadamente Ismael, todavía alcalde de Lima, porque aquí tengo una prueba de lo que digo, ¿ya?

El lente de una de las cámaras del programa agrandó los movimientos de una de las manos del mofletudo invitado; se movía buscando algo en los bolsillos de su saco.

¿Qué buscas, Ismael?

La prueba fehaciente. Espérame que la tengo por aquí. ¿O en este otro bolsillo? ¿O la dejé en el carro? La lengua del alcalde tropezaba con las ideas incompletas que se le agolpaban en la cabeza y nacían truncas.

¿Una prueba?, dijo Berto, suspicaz; y porque el cerebro era un órgano que rescataba recuerdos -algunos indeseables, otros gratos- ante la mención de una palabra, la detección de un movimiento o la absorción de algún aroma, Berto evocó al infausto “Doctor Pruebas”, cirujano plástico que, a finales de los noventa, se grabó copulando con populares bailarinas luego de que las sedaba alevosamente. Tengo las pruebas, tengo las pruebas, solía amenazarlas a cambio de más sexo.

Aquí está, dijo triunfante Ismael, tras haberse levantado de la silla donde se lo entrevistaba, mostrando a las tres cámaras del programa una panza desaliñada y unos zapatos maltratados por la desidia. Su mano regordeta sostenía en alto un sobre blanco.

***

Quiero hablar con el alcalde Ismael Lope Waters, por favor, dijo una mujer de manta y sayo. Su vestimenta denunciaba la humildad de su condición vital y delataba la opresión de varios años soportando la angustia de existir.

¿Quién es usted? ¿Tiene cita con él?, dijo secamente el vigilante del palacio municipal luego de haberla mirado de pies a cabeza. ¿Esta vieja se habrá escapado de un convento? A la firme que se parece a Santa Rosa, rumió el vigilante para sus adentros.

Sí tengo cita, dijo certeramente la mujer.

A ver, dijo desconfiado el vigilante, cuyo mórbido vientre era prueba contundente de que moriría de un infarto si se lanzase a correr apenas dos cuadras, muéstreme la cita.

¿Cómo se la voy a mostrar? ¿Qué cosa le voy a mostrar?

El papel donde diga la hora y el día que tiene cita con el alcalde.

Qué papel ni qué ocho cuartos. Solo tengo mi palabra, señor. Déjeme hablar con él. Tengo que conversar con el alcalde. Es muy urgente.

No, señora. ¿Usted cree que hablar con el alcalde es así de fácil? Ya, pues, no joda. Lárguese. No me haga perder el tiempo.   

Se oyó un alboroto proveniente del fondo de la boca resguardada por la panza disfrazada de vigilante. ¡Chucha, el alcalde!, se alarmó el hombre.

¿El alcalde?, se interesó la anciana. ¡Alcalde, alcalde!, gritó, buscando capturar la atención de la figura edil.

A los segundos, Ismael Lope asomó por la puerta del Palacio Municipal lo que podía ser la cabeza cruda de un lechón recién sacrificado.

¿Qué está pasando aquí, ah? ¿Por qué grita esta señora, ah?

Señor alcalde, soy la señora Zoila Cuadra, vecina del Centro de Lima. He venido porque ya me cansé de esperar que cumpla su promesa. Usted nos paseó diciendo que por su mamacita no va a postular a la presidencia, pero bien que lo va a hacer. El pueblo será despistado, pero no cojudo, oiga usted. 

¿De qué promesa me habla, ah?, dijo Ismael. El vigilante, que tuvo que hacerse a un lado para que la voluminosa humanidad del alcalde se acomodase tranquilamente bajo el marco de la puerta, miraba de reojo, con impotencia y vergüenza ajena, a la explosiva mujer.

Señor alcalde, usted prometió en su campaña que los maricones y las prostitutas ya no harían sus cochinadas en la puerta de mi casa. Y qué ha hecho hasta ahora, le pregunto.

¿Qué he hecho?, dijo Ismael.

Nada, pues, nada. Y va a seguir haciendo nada porque he escuchado que usted va a dejar la alcaldía y va a presentarse para presidente. No es justo, señor. Cumpla su promesa antes de largarse a hacer otra cosa. Termine lo que ha empezado, caramba. Por eso estamos como estamos. Arrancada de caballo, parada de burro.

Ismael se rascó la cabeza. Unos cuantos pelos se adhirieron a las uñas largas de sus dedos, dejándolo mas calvo.

Señora, por favor, dígame qué promesa le hice. Si no la he cumplido, mi sucesor, ¿ya?, el experimentado y joven Enzo Gallardo se encargará de que, en el añito que nos queda de mandato a nuestro partido Remoción Popular, ¿ya?, Lima sea potencia mundial.  

¿Entonces si va a renunciar para ser presidente?, emparó la anciana.

Claro que sí. Estoy en el pico de mi popularidad, señora, ¿ya? Es ahora o nunca.

¿Y usted cree que en un año su partido va a convertir a Lima en una potencia mundial?

Fe, señora, usted debe tener fe, ¿ya? Yo soy un hombre católico, devoto de todos los santos, pero sobre todo de Santa Rosa de Lima, ¿ya?  -de pasada, ¿le han dicho que se parece bastante a ella? Una Santa Rosa vieja, la abuela de Santa Rosa, pero tiene un aire, ah-, y si ella pudo, como le iba diciendo, conversar con mosquitos y detener en plena caída a los que se desbarrancaban de las escaleras, yo también, bueno, en este caso, mi sucesor Enzo podrá hacer de Lima una ciudad comparable a Nueva York, por ejemplo, ¿ya?

Ahí está. Justamente ese era el nombrecito: “Nueva York”. Usted dijo que me iba a reubicar y que iba a convertir al jirón Zepita, donde vivo, en un parque como el de Nueva York, que no se dónde quedará, pero que de todas maneras usted terminaba con la prostitución. Sin embargo, todos los días tengo que dormir con los gemidos de los maricones y las prostitutas que son clavados y clavadas contra la puerta de mi casa todas las noches, sobre todo los sábados a cualquier hora. Hasta los policías, porque los he visto, se clavan a los maricones con más gusto que cualquier otro cholito. Dígame, ¿su amigo Menso, Tenso, o como se llame, va a darme plata para reubicarme en un departamento bonito en San Miguel y va a hacer de Zepita un parque lindo en donde no haya más prostitución?

Mire, ve, señora. La fe es como un grano de mostaza que…

Mostaza es lo que veo, respiro y escucho todos los santos días del Señor, alcalde. Deje de palabrearme y dígame que hoy mismo va a mandar a su sucesor a reubicarme o a terminar con la prostitución de una vez por todas. ¿Tan difícil es? Ni que esos maricones y esas putas se escondieran o se camuflaran. Vaya ahorita mismo y va a ver toda mi cuadra con varios potos al aire.   

Ya, señora, ya. Voy a coordinar con mi equipo ese tema para…

No, señor, ya estoy cansada de los “voy a coordinar”, “voy a hablar”, “voy a ver”. Caramba, señor alcalde, usted, en su campaña, me dio la mano y, mirándome a los ojos, me dijo clarito que ni bien llegara a la Municipalidad, al día siguiente nada más, se acababa la prostitución en Zepita. Usted me dio su palabra de creyente, de católico, de fe, y mire, me palabreó, se salió con la suya. Ya fue alcalde. Y ahora quiere ser presidente. Y la puerta de mi casa, mientras hablamos, se sigue llenando de condones con leche.

¿Condones?, se sorprendió Ismael.

El vigilante, ante tanto desmán verbal, evaluaba la conveniencia de meterle un cachiporrazo en la cabeza a la abuela para terminar con tanta falta de respeto.

La furibunda mujer abrió su bolso y vomitó sobre el alcalde su encorajinado contenido: un amasijo de jebes alargados, mustios y lánguidos, cohesionados con una pasta gris que se desparramaba por entre sus dobleces y junturas.

Esos son condones, alcalde, sépalo bien. Sienta el sabor y el olor de esas porquerías que en solo una noche se acumulan en la puerta de mi casa. Todas las madres de los políticos de su partido van a hacer sus cochinadas en la bendita puerta de mi casa. A ver si con eso se ponen las pilas usted y el títere de su sucesor, que seguro que es un trepador arribista que también se va a lanzar para presidente si es que no se lanzó ya alguna vez.

Con la boca abierta por el hórrido espectáculo del alcalde cubierto por millones de espermatozoides momificados, el vigilante reaccionó y cachiporreó a la anciana protestante.

Las cachiporras ya no eran las de goma, las de antes; la del vigilante era de un metal de fino estrépito y sólida rotura de cráneos.

***

Fue como un bálsamo, Berto, ¿ya?, dijo Ismael, blanqueando los ojos, rememorando el momento en que Santa Rosa le derramó su bendición luego de que este hubo aceptado el desafío de ser candidato a la presidencia del Perú, lugar que aún no daba la talla para ser un país sino apenas un paisaje. Todo su poder bendito, ¿ya?, recorrió mi ser, mi saco, mis pantalones.

Berto aún tenía, en una de sus manos, la carta que le había compartido Ismael.

Ismael, la carta es conmovedora y es clara. O sea, se puede decir que acabo de leer una misiva de puño y letra de la mismísima Isabel Flores de Oliva, nuestra querida Santa Rosa, dijo Berto, blandiendo el papel prolijamente doblado.

Claro, claro, Berto. No cabe duda, ¿ya? Lástima que no me pude tomar una foto con ella, pero, como te digo, tengo también testigos que la vieron, como por ejemplo el vigilante del palacio municipal, ¿ya?

Oye, y aquí en la carta Santa Rosa dice que te dejó un presente para que siempre conserves la humildad y el buen corazón en tu futura gestión presidencial, recordó Berto.

Claro, dijo Ismael, casi lo olvidaba, ¿ya? Mira, aquí te lo muestro. El todavía alcalde se remangó la pernera derecha de su pantalón exponiendo ante los ojos chismosos de los peruanos una pierna fofa que llevaba enroscada una cinta corrediza de púas metálicas. Está nuevecita, dijo Ismael, con orgullo, acariciando con sensual suavidad ese instrumento de dolor. La misma Santa Rosita se la sacó de su piernita, ¿ya?, y me la puso. Fue para mí un momento de mucha calentura.

Ismael, por favor, se escarapeló Berto, quien, a pesar de su ateísmo, no pudo evitar escandalizarse por la sugerencia erótica de Ismael; estás hablando de una Santa a quien los peruanos veneran con mucho afecto, devoción y respeto.

Pero, Berto, dijo Ismael, enarcando las cejas, indignándose; yo soy el primero en defender a Santa Rosa porque yo la amo, ¿ya? Ella es mi novia, ¿ya? Es mi hembra. Siempre que yo veo a una mujer guapa, digo “quieto pecador”, “vade retro Satanás”, y me ajusto este cilicio, ¿ya?, y pienso en mi Santa Rosa bailándome un villancico, despojándose de sus velos con un “Alabaré”, ¿ya?, y todos los pelos se me paran en señal de oración. Y me arrodillo, así con la pierna sangrando, como me la estás viendo, ¿ya?, y le agradezco al Cielo por haberme dado como esposa a la mujer más bella del mundo, a Santa Rosa, ¿ya?

La palidez de la delgaducha pierna del alcalde realzaba la rojura de su sangre, que hacía un círculo perfecto alrededor de su figura hincada en una sola rodilla sobre el proscenio del programa de Berto.

Luego de que el alcalde, con el rostro fraudulentamente compungido y desierto de lágrimas, retomó la postura de entrevistado en su asiento, un muchacho vestido de negro trapeó velozmente el piso y desapareció cual saeta.

Ya recompuesto, Ismael volvió a dirigirle unas palabras al conductor del programa: Quiero anunciar en tu programa, en calidad de primicia, Berto, que renuncio, ¿ya?, hoy mismo, a la alcaldía, y me convierto automáticamente -así nada más, sin esas burocráticas elecciones internas del partido- en el candidato presidencial por Remoción Popular, ¿ya? El joven y entusiasta Enzo Gallardo terminará, en el añito que queda, de hacer que Lima sea la potencia mundial que prometimos en nuestro plan de gobierno municipal.

¿Crees que Enzo lo logrará en ese poco tiempo?, receló Berto.

Por supuesto, Berto, lo que no hicimos en tres años, lo haremos en uno, ¿ya? Más que suficiente, ¿ya? Luego, parándose, y con el manejo de un viejo zorro televisivo, se dirigió a una de las tres cámaras que registraban la entrevista: Gracias a que mi mujer Santa Rosa le brinda paz y seguridad a mi corazón, prometo que cuando sea presidente aniquilaré a la izquierda caviar y terruca, ¿ya?, que no ha nacido para trabajar ni cooperar con el crecimiento del país. Esa gente solo busca joder al ciudadano conservador y católico de bien, ¿ya? Con amor, fe y paz, Berto, cambiaremos el rumbo del Perú para bien.

La pequeña camarilla de apandillados y ganapanes que había llegado con el ahora exalcalde, y que ocupaba un penumbroso lugar detrás de los reflectores, aplaudió con furor las palabras de su jefe.

Berto le estrechó la mano a Ismael, señal de que era buena idea cerrar con esas conclusivas palabras. Te deseo buena suerte, Ismael, dijo el presentador.

Fe, Berto, fe, ¿ya?, dijo medio apresurado Ismael, sin mirar al conductor a la cara, perdiendo su atención en algún punto del lugar donde se ubicaba su collera. Parecía recibir indicaciones de alguien de ese grupo, de alguien que le decía “muévete un poquito a la derecha, otro poquito a la izquierda”.

¿Qué pasa, Ismael? Solo quedémonos quietos para que nos saquen una foto.

Entonces, como estimulado por un tubérculo que le hubiese sido traicioneramente zampado por atrás, Ismael extendió, acusador, uno de sus dedos largos y regordetes.

Me quieren matar, me quieren matar, gritó, arrojándose al suelo. Es un comunista, es un caviar, agárrenlo, continuó vociferando desde su cobarde postura.

Berto no vio a nadie, aunque luego de unos segundos fueron notorios los movimientos de alguien que, desde la penumbra, se acercaba hacia donde estaba con Ismael. Sin embargo, a poco más de un metro antes de que se aproximara del todo, dos de los gorilas que componían el cuerpo de seguridad del alcalde se le fueron encima.

¡Calma, calma! ¿Qué ha pasado? ¿Ha salido esto en cámara?, preguntó Berto, ya que un pequeño escandalete siempre podía magnificar la audiencia, y a más rating, más publicidad y más plata.

, le indicó el pulgar del productor. La cámara continuaba registrando al subversivo siendo neutralizado por los robustos agentes de Ismael, las manos a la espalda, la cabeza besando rabiosamente el suelo, dejando una baba insubordinada.  

Berto vio los zapatos cansados del presunto atacante, el pantalón humilde, la camisa grasienta, los pelos de la cabeza lacios de pobreza y, a su lado, una pistola que uno de los vigilantes acababa de deslizar con prisa y sagacidad.

Viendo al potencial magnicida neutralizado, Ismael volvió a erigirse sobre el podio y, sabiéndose receptor de la atención de las tres cámaras del programa, expresó su rabioso sentir: Ahí lo tienes, Berto. La izquierda y los caviares no pudiendo soportar que me lanzo a la presidencia, me han mandado a ese esbirro para aniquilarme de la manera más cobarde posible. Mírale la pistola con la que me iba a liquidar ese miserable caviar.

¡Vivan los caviares, abajo la derecha bruta y achorada!, prorrumpió el contrarrestado hombre.

¡Calla, caviar!, ordenó Ismael.

¿Cómo ese tipo va a ser caviar, Ismael?, dijo Berto. ¿No ves que es un mugriento?

Uno de los engorilados agentes le pisó la cabeza al potencial homicida para que cerrara la boca.

Es caviar, es caviar, enfatizó Ismael. Así son los caviares, Berto, ¿ya? Se hacen los pobrecitos, pero son capaces de cualquier cosa. Eso va a cambiar en mi gobierno porque los voy a liquidar, ¿ya?

Me dicen que está llegando la policía para que se lleven a ese criminal, lo interroguen y lo metan preso a él y a los que planearon esta bajeza, dijo Berto.

¿La policía?, balbuceó Ismael.

Claro, para que se llegue hasta el fondo de este asunto, dijo Berto, indignado.

Este…, bueno…, Berto, creo que ya quedó claro que me lanzo para la presidencia. Y eso, eso, eso es todo, amigos. Nos vemos.

Pero, Ismael, no te vayas, quédate un rato más.

Ismael ya había descendido del proscenio, seguido por los gorilas que le guardaban las espaldas y, cerrando la fila, por el presunto asesino, quien tras dar unos apurados pasos alcanzó a Ismael y fue abrazado por este para luego decirle algo en voz baja, tras lo cual ambos rieron, provocando también las risas cómplices de los sebosos custodios.


viernes, 17 de octubre de 2025

Novela Peruana "MENTIDERO" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 01: ¿Me violaste, presidente?

 


Su día arrancó siendo uno de los tantos y tontos anodinos congresistas del parlamento peruano que se masturbaba muy temprano por la mañana, estimulado por los más recientes estrenos de las actrices porno que seguía cual acólito en Instagram. Poco más de dieciséis horas después, estaba a un minuto de convertirse en el nuevo presidente del Perú.

Los ojos tumefactos por el horror y la incredulidad, Mónica, arrebujada dentro de su cama, se asqueaba con la escena que su televisor de ochenta y cinco pulgadas le transmitía sin rubor alguno. El hombre que la había violado hacía unos meses nada más -estaba segura de ello. ¿O no? ¿O había sido el otro imbécil?- y contra el que luchó en los tétricos y demorosos ambientes del Poder Judicial controlaría su destino y el de los peruanos y venezolanos que sumados hacían ya casi treinta y cinco millones.

Ahora cualquier mierda puede ser presidente del Perú, bufó.

¿O siempre había sido así la cosa? Quizá la diferencia con antaño radicaba en que los políticos ya no se tomaban la molestia de ocultar el estercolero, de brindarles una mínima pátina de decencia.

Recordó cuando el tipo que veía en el televisor -muy erguido, muy camisa blanco-pureza, asumiendo una postura a lo veintiocho-de-julio, mientras el bigotón de Hernando Rospigliolo le ponía, el muy huevón, la banda rojiblanca al revés- bailó reggaetón con ella, hasta abajo y todo, en vísperas de ese mismo 2025 en que lo van a hacer presidente a este mañoso.

***

Ahora me toca a mí, celebró Mario, amiguísimo, yunta de Jorge Jara, congresista peruano fogoso y ardoroso no por lo inflamado de sus discursos -que eran inexistentes- sino por su afición desmedida al porno de revista y brazalete. Ahora voy yo.

Antes de reemplazarlo en la improvisada pista de baile, le lanzó una advertencia visual: tu short, compare.

Removido por los piscos, Jorge, la cara un lienzo dedicado al jolgorio y la parranda, tomó borrosa nota de la indicación de Mario: el short era incapaz de embozar la hinchazón provocada por el sinuoso baile.

Reconoció la hidalguía de su amigo. De no habérselo advertido, Mónica podría haberse asustado -nunca se sabía cuándo una mujer se hacía la estrecha- y la cancha hubiera quedado despejada para que Mario metiese la pelotita en ese arco seguramente recién afeitadito y liso para recibir una buena tunda. Entonces, se lanzó a la piscina. Las aguas tibias le aplacarían al monstruo ese que se perfilaba para convertirse en el goleador de la noche.

Mónica y Mario, ajenos al quejido de las aguas que recibieron el cuerpo alicorado de Jorge, encontraron la perfecta sincronía entre la pelvis de él y la nalgamenta de ella. Mario la tocaba con el grosor del animal que -él sí- no se molestaba en disimular, y ella le sonreía con lo mejor de su vasto imperio posterior.

Esta situación no le gustó nadita a Jorge quien, si bien había sido sosegado un algo por las aguas de la piscina, mantenía todavía el fulgor por hacerse de Mónica, la coqueta empresaria y amiga a quien hacía un par de meses nada más, fíjate tú, condecoró en el congreso.

Recordó cuando, con la ayuda de su pandilla de asesores, en un chifita de la avenida Abancay, inventó las categorías de las premiaciones, ya que no solo condecoraría los voluminosos talentos empresariales de Mónica, también los del huevón que estaba ya bailando muy rico y húmedamente ahí con ella, a unos metros de sus celosos ojos, el también empresario Mario Cardona.

“Empresaria joven de la cuarta semana de octubre 2024” y “Empresario de entre treinta y cuarenta años que ha perdido dos kilos en el mes de octubre del 2024”, estallaron en risas, chocando en alto sus vasos de Inka Kola contagiada de salsa de tamarindo y pedacitos de wantán. 

Era facultad de cualquier congresista peruano premiar a nombre del Estado a quienes ellos quisieran, bajo el amparo de que así se felicitaba y estimulaba los mejores comportamientos cívico-empresariales de los ciudadanos más destacados de la nación.

Cualquier clase de comportamiento cívico-empresarial podía caber en ese bolsón.

Mónica tenía un emprendimiento de venta de empanadas y se había abrochado con el despacho de Jorge Jara para la provisión de desayunos post reuniones de coordinación -las cuales raras veces ocurrían, aunque el desayuno se pagaba sí o sí-. Desde que la vio, Jorge supo que Mónica pasaría por sus armas más temprano que tarde.

Mario Cardona había heredado el negocio de reciclaje de su escurridizo padre y ahora facturaba miles de soles gracias a los contactos que Jorge le facilitó en el gobierno.

Ah, no se olviden de chequear si Marito ya depositó su agradecimiento del mes, apuntó Jorge, devorando el muslo de un generoso langostino desenterrado de una montaña de arroz graneadito. Los asesores, que conocían las leyes para sacarles el mejor provecho, asintieron pícaramente.

***

Con los brazos cruzados sobre el borde de la piscina, Jorge decidió que Mario y Mónica no podían continuar así, punteándose y dejándose puntear delante de él y bajo la mirada inocentona de ese cielo nocturno tachonado de estrellas que parecían luces de navidad.

Auxiliado por la fuerza de empuje arquimediana y la potencia de sus brazos entrenados, eso sí, con sana regularidad en el gimnasio que el Congreso de la República le pagaba -obra y gracia de una leguleyada de sus asesores- salió de la piscina, tomó una manguera cercana a los bailarines y los bañó. Hace mucho calor, chicos. Refrésquense.

No te juegues así, Jorgito, dijo Mario, la entrepierna pronunciada, entre carcajadas exageradas por el pisco.

Ay, Jorge, qué pesado eres, rio coquetamente la mujer.

El congresista, ajeno a los reproches amicales, ensañó el chorro de la manguera contra los pechos de su amiga. Volvió a erectarse ante la visión esplendorosa de esos pezones marrones que destacaban sin lugar a duda por debajo de esa blusita blanca ya transparentada por la astuta intervención del agua.

***

¿Jura, ciudadano Jorge Jara, por Dios y por la patria, ser un honesto presidente del Perú?, pronunció solemnemente el camaleónico congresista Rospigliolo.

Por frenar la mentira, la corrupción y, sobre todo, la delincuencia que está matando a mis compatriotas, sí juro.

La voz del recién juramentado resonó en medio del apandillado silencio que los tribunos habían hecho para dejar que las palabras del imberbe presidente pudieran engatusar debidamente a un Perú que ya se estaba volcando en las redes sociales con todo su descontento e impotencia.

Sus palabras fueron breves, y cuando culminaron, venales aplausos embargaron el recinto congresal. Al mismo tiempo, en esas mismas redes sociales, hinchadas de beligerancia y hastío ciudadano, empezó a conocerse que el presidente veía en una mujer el mejor destino para su falo treintañero. Varios mensajes hechos desde sus cuentas oficiales fueron exhumados en tiempo real. Uno de ellos decía: Las chicas doradas italianas qué tetotas tienen. Mejor me voy a Italia. Mamma mia. Otro, no menos agudo, rezaba: Lo que me gusta de toda fiesta infantil son las animadoras. ¿No les gustaría conocer a mi payaso?

***

Despertó desnuda hacia la una de la tarde del día siguiente. Se llevó una mano, casi mecánicamente, hacia la vagina. Iba tomando conciencia de que yacía sobre una cama en ropa interior, abrumada por un desalmado cataclismo de preguntas. El aterrizaje de la sola yema de sus dedos sobre sus labios menores fue como el dolor de un incauto meñique estrellado contra la arista de una perversa puerta.

¿Qué me han hecho? ¿Qué paso? ¿Por qué?

No había respuestas inmediatas; pero sí la culpa de saber que no debió tomar tanto, la culpa de que cualquier cosa que le haya pasado pudo haberse evitado. No era la primera vez que se extralimitaba con las copas, con el consiguiente y aparentemente reparador juramento de que jamás vuelvo a chupar.

Sin embargo, esta era la primera vez que le regresaba la conciencia acompañada de un fuego que le hostigaba la vagina. La cosa ardía. Era el fuego impío de la mala noche y las malas juntas.

¿Qué no había estado con Mario y Jorge anoche?

Los piscos puros, sin la intromisión apaciguadora del azúcar o del limón o del hielo, la habían nublado rápidamente. ¿Recordaba algo? Trató de exprimirse la memoria en tanto que luchaba tenazmente contra la desesperación de sentirse violada ¿Me violaron? ¿Me han violado? ¿Me está pasando esto a mí?

La suciedad la envolvió en sus visiones de náuseas, auto desprecio y lágrimas sin apaciguamiento maternal post parto. Desesperadamente, se aferró a las dos centésimas de ecuanimidad que aún se escondían, tímidas, en medio de ese caos que era su alma.

Unos brazos. Sí. Me cargaron. ¿Fue Mario? ¿Fue Jorge?

Volvió a tocarse la vagina, esta vez por debajo del calzón que cubría con silente vergüenza ajena un crimen sin nombre. Alguien había estado ahí dentro sin su consentimiento.

Entonces vio el mismo bividí que llevaba Jorge cuando bailaron reggaetón muy cachondamente a orillas de la piscina. Tomó la prenda entre sus manos. Los poros de su piel eran esporas que buscaban una verdad que se deshacía como las gotas de agua que, ahora tibias, corrieron por sus brazos cuando estrujó furiosamente el bividí.

Me violó ese hijo de puta.

***

Ahora era el presidente del país, con tan solo treinta y ocho años. Treinta y cuatro votos congresales habían sido suficientes para consolidarlo en el sitio del cual acababa de ser defenestrada la mujer que le había recomendado al Perú no contestar las llamadas de los extorsionadores, desconociendo que estos recurrirían a los balazos a domicilio como definitivo y mortal recordatorio de que a nadie se le dejaba con el puñal en la boca.

Las preguntas que demolieron su cabeza hacía algunos meses volvieron a acosarla en sus puntos cardinales, jugueteando en lo ancho de la aorta de su vida.

¿Es presidente este miserable que me ha violado? ¿O la ultrajó el otro idiota que se mandó a largar burlándose del proceso que aún se aireaba en los mohosos pasillos judiciales?

Aturdida, sacó de las honduras del cajón de su mesita de noche una de las pastillitas que hacía algunos meses la ayudó a dormir como si nadie la hubiese violentado jamás.

Aunque, mejor, para asegurar la cosa, sacó tres píldoras más. Quería despertar cuando el imbécil que ahora se pavoneaba con la banda presidencial cruzándole el pecho con la concha distintiva de un buen político peruano dejase de ser el ciudadano más importante, privilegiado e inmune de este país. Quizá ese día llegase mañana, en una semana…

Ya no quiero volver a despertar.


viernes, 10 de octubre de 2025

Novela Peruana "BRUTALIDAD" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 33: Lina Balearte soluciona la extorsión al Profe Puty

 


Los perros están cerca. Te van a morder mañana. Fuga al toque. Me mandas mi centro la próxima semana, escribió el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola. Con su grueso dedo de gorila blanco, presionó “enviar” y se guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón para continuar disfrutando tranquilamente de la dominguera cuchipanda familiar.

***

Primo, te invito un caldo de gallina, propuso Gonzalo tras haberle visto el culo desnudo a su primo Mas Reynoso Chivas mientras este tomó una ducha en su cuarto de soltero; más bien, de separado.

Hacía meses que Gonzalo no se deslechaba y las ganas eran una cuerda asfixiante que se iba cerrando con calculada maldad sobre su negro cuello.

Gracias a los alevosos oficios de su exproductor, el veinteañero Homero Lorna, quien le desmonetizó el canal de YouTube, dejó de percibir importantes ingresos económicos, dineros con los cuales se permitía el costeo de alguna que otra puta, de preferencia tiernas gemelitas.

Por otro lado, llevaba separado de su mansa mujer un poco más de la cantidad de meses que vivía en ese cuartito irrespirable de Lince, buhardilla que era parte de una especie de colmena de miseria y abandono, una casa de cuatro pisos cuyo dueño había subdividido, con peruana y muy capitalista tacañería, en minúsculas ratoneras.    

Entonces, ignorante de cómo diablos se había enterado de su astroso nuevo domicilio, recibió la visita de ese su pretérito primo de lejanos jugueteos en las calientes sabanas chinchanas al sur de Lima, Mas, Mas Reynoso Chivas.

No pudo invitarle un vasito de agua porque en ese cuarto apenas si cabía su cama y una pequeña mesita plástica sobre la que plantaba su laptop -que sería destruida por su esposa unos meses después, luego de haber reanudado la relación tras varias súplicas suyas- y transmitía sus comentarios deportivos a través de su canal de YouTube, a sabiendas de que no monetizaría y de que el público, su público, ya no lo seguía como antaño. Su popularidad había sufrido un doloroso declive.

No te preocupes, primo, yo también he roto palitos con mi familia por no aceptarme como soy, dijo Mas.

Gonzalo se preguntó para su coleto cómo estaba eso de que no lo aceptaban como era. Él lo veía perfectamente normal.

Tras poner su mochila sobre la cama de Gonzalo, Mas se quitó el polo, descubriendo unos pechos incipientes. Mas se los tocó, como masajeándolos, procurándoles un respiro liberador.

No sabes lo que sufrieron mis pechos aplastados tantas horas de viaje por los cosos esos de la mochila, primo. Además, había tanta gente, parecíamos pescados, todos aplastados. Estoy pegajoso de sudor.

A pesar de no ser un experto en fisicoculturismo, Gonzalo podía asegurar de que la hinchazón de esos pechos no era varonil ni se condecía con la hechura de cien planchas diarias. Esos pechos parecían senos de mujer, de mujer tierna, de mujer que empieza a perfilarse como tal.

Como si estuviera en la familiaridad de su casa, Mas se bajó y quitó el pantalón para alejarlo, de una coqueta patadita, unos centímetros de su corporalidad.

El trasero lo tenía redondito, paradito e hinchadito; detalles que Gonzalo percibió no necesariamente en ese mismo orden, pero sí con un peligroso despertar de la criatura entrepernera a la que estaba castigando con un ya largo e inasible ayuno sexual.     

¿Me llevas al baño, primito?, pidió Mas. Gonzalo creyó haber sentido el tono y sofisticación de una ardorosa mujer en la suave voz de su pariente.

***

Chimuelo, líder del temible Cartel de la Muela, era minuciosamente buscado, en teoría, por todas las autoridades peruanas. Sus fechorías, que iban desde la extracción con alicate de los dientes frontales de aquel que se negara a pagar los altos cupos que él exigía hasta la rotura a pingazos de toda la dentadura de aquellos que se atrasaran con los pagos de los prestamos gota a gota que ofrecía con intereses leoninos, le habían hecho merecedor del lógico temor ciudadano y de la denuncia de todos los medios de comunicación.

El Reinado del Terror del Chimuelo, a diferencia del encabezado por Robespierre a finales del siglo XVIII, no parecía tener fin. Las críticas, acerbas y urentes, en contra de la presidente del país, Lina Balearte, habían obligado al General Urbiola a declarar, en podcasts y canales de televisión, que cazarían indesmayablemente al Chimuelo. No voy a parar hasta dar con él y encerrarlo para que responda ante la justicia de mi amado país, que se desangra, por la culpa de todos sus crímenes, declaraba el General, siempre llevándose una mano al pecho, como si estuviese entonando el himno nacional.

***

¿Te vas a quedar ahí parado, primo?, dijo Mas, calatito, recibiendo agradecidamente las gélidas aguas que se desprendían de un basto tubo que protruía de la pared de la ducha. El interior del baño era miserable y que hubiera una cortina plástica que brindase cierta privacidad a quien tomaba un duchazo habría sido un completo e inimaginable lujo.

Apoyando la espalda contra la puerta, Gonzalo le miraba el culo a su primo, así como alguna vez le miró desvergonzada e inocultablemente los senos a la conductora deportiva Maju Caldas mientras esta lo entrevistaba en su podcast “Pelotas y Tetas Plásticas”. Días después, en su propio programa, Gonzalo, convertido en el inefable Profe Puty, se jactaría la boca de que solo él y nadie más que él tuvo la oportunidad de estar tan cerca de las codiciadas tetas de Maju y que sus seguidores debían conformarse con jalarse la tripa viéndolas desde sus pedorros celulares.  

Primo, te estoy hablando, repitió Mas, pasándose una mano por los pechos tiernos y gráciles, de tetillas y pezones gruesos y amarronados, y la otra por el falo empequeñecido, semejante a una oruga tímida y cobarde. 

¿Ah? ¿Qué? ¿Qué?, despertó Puty.

¿Te vas a quedar ahí parado?

Sí, es que tengo que cuidar la puerta para que no entre nadie. ¿No ves que esta puerta no tiene seguro? En esta casa, todos los inquilinos son unos enfermos. Te podrían hacer algo si te ven bañándote.

¿Pero no puedes cuidarla desde afuera? Como que me da un poquito de roche bañarme delante de ti. Las palabras de Mas no estaban exentas de cierta provocación.

No, no; tengo que cuidarla desde acá para apoyar mi peso contra la puerta, como si fuera una tranca. Tú sigue bañándote nomás. Yo me voy a quedar aquí sin hacerte nada.

Enseguida, adoptó un aire indignado, como cuando se ofuscó, haciéndose el inocente, luego de que una señora, que compartía fila con él en un bus de transporte interprovincial, le reclamara por contarles a sus seguidores de su canal de YouTube, en una transmisión en vivo, y con una voz que podía ser oída hasta por el conductor del vehículo, ubicado diez metros adelante, que había tenido sexo con una loquita, una charapita, en el baño de un colegio, pero que eso había sido hacía años.

El muy caradura de Puty, ante el reclamo de la señora, que viajaba al lado de su menor hija, se defendió argumentando que no estaba diciendo nada malo. El rostro falsamente indignado de Gonzalo, sobre todo la región maxilar, era semejante al de los australopitecos que también habían cachado con loquitas, pero en las copas de los árboles, hacía más de dos millones de años.

Carajo, primo, somos familia, ¿cómo se te ocurre que tendría pensamientos eróticos por ti? Además, a mí me gustan las mujeres, aclaró Puty, sin quitar la mirada del poto macizo, tierno, esféricamente curvo y provocador de Mas.

Consumido por el juego de las intenciones soterradas, no confesadas, Mas le dio la espalda a Puty para que pudiera apreciar mejor otro ángulo de sus protuberantes músculos posteriores.

La lengua de Puty humectó alocadamente sus gruesos labios afroamericanos, imaginándose que podría hundirla en medio de esas dos nalgas semejantes a los albos cráneos que Ed Gein, el Monstruo de Plainflied, había desenterrado a finales de 1940 en los cementerios de su natal Wisconsin, en los Estados Unidos, para hacerse vasijas en las cuales beber malteadas de fresa.

***

¡Qué rico, primo! No recuerdo haber probado un caldo de gallina tan delicioso como este, dijo Mas y volvió a hundir la cuchara en el tazón humeante y oloroso.

Gonzalo se echaba grandes paladas de caldo en el esófago, y, sí, como siempre, el caldo del Cholo Shagui no le fallaba. Estaba de la putamadre. Además, como ya era costumbre entre ellos, Shagui, por indicaciones de Puty, le había echado unas cuantas gotitas de yohimbina al caldo del primo.

Generalmente, los efectos erupcionaban al cabo de una hora. Apenas llevaban dos minutos degustando del caldo, así que todavía restaba muchísimo tiempo para terminar el potaje, regresar al paraje y darle con todo al culeaje.  

Pienso en tu sexo ante el hijar maduro del día, había escrito Vallejo. Gonzalo pudo haber escrito ahí, en una de las miserables servilletas del Cholo Shagui, pienso en el poto de mi primo con la pija dura esta tarde.

***

¿Qué? ¿Capturaron al Chimuelo?

El General Urbiola no podía creer lo que leía en el celular.

Como todas las madrugadas, a eso de las dos de la mañana, se había levantado de la cama para ir al baño y cagar. Desde que le hubieron extirpado la vesícula, hacía un par de años, cada madrugada, a las dos en punto, el ano lo despertaba por arrojar una cuantiosa dosis de mierda aguachenta, grumosa y naranja.

Pasaba media hora sentado, repasando las noticias más frescas soltadas en X. Después, se limpiaba y volvía a cama, al lado de su mujer, a continuar durmiendo cuatro horas más.

Ahora, debido a la noticia de que el criminal más buscado del Perú acababa de ser capturado en el Paraguay era muy posible que no volviera a conciliar el sueño.

Buscó otras noticias sobre la captura del Chimuelo, que provinieran de otras fuentes, para estar totalmente seguro de que lo que había leído era tan cierto como la puteada que estaba seguro recibiría de la presidente del país ni bien se impusiera de la mala nueva.

Tras unos minutos de gélida tembladera, comprobó angustiosamente que, sí, el huevón del Chimuelo ya estaba en manos de la policía; peor aún, de una policía que no estaba bajo su control.

En esos momentos de desesperada inquietud, lo importante era, antes de recibir la inevitable puteada presidencial, saber cómo chucha había caído el Chimuelo, si él mismo jamás había descuidado el avisarle oportunamente sobre cada redada que se le aproximaba.

Claro, no era que él le avisaba directamente al Chimuelo. No era tan cojudo para que, ante cualquier intromisión de la prensa no aceitada, se descubriese que había un vínculo directo e inequívoco entre él y el criminal sobre quien él declaraba, en podcasts y noticieros, que capturaría lo más pronto posible.

Para confundir cualquier tipo de conexión, empleó la ayuda de un muchachito, un cabrito, al que había conocido hacía un tiempo en Chincha, un flaquito con quien sostuvo una relación homosexual y hasta le hubo pagado un tratamiento hormonal para que se convirtiese por fin en la mujer que tanto deseaba ser.      

Se limpió el culo y, así, en ropa interior -ya que no solía vestir pijama alguna- salió al jardín de la casa. No quería que su mujer oyese la conversación que estaba a punto de sostener con Mas Reynoso Chivas.

***

Cuando despertó, encontró a Gonzalo gritando como loco delante de una laptop. Tomó su celular y se fijó en la hora. Eran las cuatro de la mañana.

Se preguntó desde qué hora estaría Gonzalo dando de alaridos ante la pantalla.

Tras observarlo unos momentos, se dio cuenta de que estaba transmitiendo sus gritos a un público en vivo. No le había conocido esa faceta de youtuber al primo. Gracias a las abundantes zanahorias que comió de niño, pudo leer las letras y números en la pantalla de Gonzalo que desde la cama se veían pequeñas: lo veían trescientas personas.

Se sorprendió de la popularidad del primo.

Minimizó el sonido de sus pulsos vitales para escuchar con atención el contenido del programa de Gonzalo.

Ahora entiendo por qué Lina Balearte es nuestra presidenta. ¿Saben por qué lo digo? ¿Quieren que les muestre la repetición de la entrevista que me dio la presidenta, putyanos? Yapeen, pues, yapeen. El vídeo lo tengo solo para miembros, pero si empiezan a yapear, haré la reacción en vivo.

Yape, yape, cantó su celular.

¡Eso! ¡Así!, celebró Puty, tomando su celular y revisando la cifra que le habían enviado. ¡Cincuenta soles! Yapeen más, yapeen más, para que tomen nota de la solución que la presidenta me dio en exclusiva para acabar con las extorsiones.

Mas, desde la cama, también se interesó en lo que Gonzalo tenía que contar. El primo no solo tenía un don entre las piernas, sino que también sabía cómo engancharte con una historia. Se colocó en una posición algo más cómoda y esperó a que Puty empezara a hablar.

***

Había medio escuchado lo que dijo el maestro, ya que el juguetear con el aro de su Rolex o los dijes dorados de su collar le resultaba mucho más entretenido y redituable. Además, la historia del profesor era la misma cantaleta que venía oyendo de la boca de miles de ciudadanos que la odiaban con calculada minuciosidad.

No es posible que por el solo hecho de trabajar honradamente, reciba este tipo de amenazas, dijo Puty, quien harto de los mensajes extorsivos que recibía del Cartel de la Muela, empleó sus influencias como youtuber afroperuano para conseguir una cita con la presidenta. Y no hablo solo por mí. Las extorsiones las sufrimos todos los peruanos, señora presidenta. Usted tiene que hacer algo. Yo tengo miedo de perder mis muelas, de que un buen día salga a trabajar y los esbirros del Chimuelo me secuestren y no la cuente.

Un asistente, que se movió con la misma velocidad y sigilo de un chorro de diarrea, le alcanzó un pedazo de papel a la mandataria.

Oiga, profesor, aquí dice que usted dijo que me pondría en cuatro uñas y me bancaría. ¿Así se expresa un maestro que tiene miedo de que le arranquen las muelas por no pagar una deuda que contrajo al ingresar voluntariamente en una página pornográfica?

Presidenta, por favor, esa es una falacia ad hominem. Usted no puede quitarle gravedad a mi denuncia enrostrándome esas declaraciones que hice en el calor de la brutalidad que me caracteriza en mi popularísimo canal de YouTube. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Gonzalo, que no era un buen polemista, se sorprendió de lo que acababa de decir. Aparentemente, el seguir atentamente los programas políticos del Viejo Groover lo habían educado en el arte del debate y de hallar la respuesta justa a la pregunta desorientadora. Como diría Groover, se estaba convirtiendo en un astuto revesero.

Profesor…

Puty, presidenta, Puty, así se me conoce en el mundo del YouTube, así me hice famoso.

Bueno, profesor Puty, déjeme decirle primero que las extorsiones y las amenazas no nacieron con mi gobierno. Esas cosas malas vienen desde muy, muy atrás. Nadie podría decirle exactamente cuándo empezó toda esa tontería.

Pero yo no le estoy preguntando con quién empezó todo esto, presidenta; yo le estoy pidiendo, en nombre de todos los peruanos, que haga algo para detener esa ola de criminalidad. Yo ya no puedo ir a enseñarles a mis alumnos porque los enviados del Chimuelo me pueden estar esperando a la vuelta de cualquier esquina para desmuelarme. Gonzalo empezó a transpirar. La vena que cruzaba su frente comenzó a saltar y desfigurarse, pronunciando su primigenia fealdad.   

¿Su celular está transmitiendo esta conversación?, dijo Lina, señalando el teléfono de Puty con una mano sofocada por el cargamontón de pitucas joyas.

Claro, presidenta, estoy transmitiendo para mi canal de YouTube. Fue parte del trato que hice con su asistente. Él me dijo que usted aceptó, explicó Puty, limpiándose el sudor de la frente con la corbata.

Disimulando el gesto, Lina miró al aludido, empequeñecido, casi soterrado, a unos pasos de la conversación. Le dedicó una severa mirada. Voy a hacer que te agarren a correazos, le dijeron sus ojos de cuervo.

Mire, profesor. El rostro de Lina era ahora suave y hasta optimista; el mismo con el cual había entonado El Gato Que Toma Ron frente a un grupo de preescolares en una presentación donde, enfrentada a un grupo de alumnos del quinto de secundaria, intentó hablar en inglés sin conseguir decir al menos un “hello”.

Voy a aprovechar su cámara para hablarle a todo el Perú. Voy a darles un consejo a mis compatriotas para frenar las muertes por sicariato. Con esto, la extorsión se frena mañana mismo.

Gonzalo reacomodó el culo sobre su asiento. Esto me va a traer una tonelada de suscriptores a mi canal, pensó.

Lina Balearte continuó: Cuando las fuerzas policiales no pueden darse abasto para frenar las extorsiones y los sicariatos, somos nosotros, los peruanos de a pie, los que…

Pero usted no es un peruano de a pie, por favor, presidenta, usted es…

¡Cállese la boca, mierda, que no he terminado!, protestó la presidente, cuyo rostro, gracias al marcial estiramiento que un inescrupuloso doctor le acometió, no se ajó en lo más mínimo.

Recuperado el silencio, la presidente volvió a adoptar el aire idealista con el que solía decirle huevadas al pueblo con acojudante frecuencia.

Decía que somos los peruanos y peruanas de a pie los que debemos detener a los extorsionadores. Escúchenme bien la fórmula que les voy a dar y que ni al comandante general de la policía se le ha ocurrido.

El asistente, con un ojo que sobresalía del cuello de un traje demasiado grande para su ineptitud, aguardaba con vergüenza ajena la venida de una nueva bestialidad capaz de alborotar los cascos al más frío.  

Cuando los extorsionadores les envíen mensajes extorsionadores, no los abran. Así de simple, no los abran. Porque una vez que los abres, ya te fregaste. Ya te almuerzan con todo y zapatos, profe.

La alegría que sobrecogió la humanidad del Profe Puty no pudo ser captada en todo su esplendor por el lente de su cámara.

Presidenta, cómo no se nos ocurrió antes. Claro, usted tiene toda la razón. Si no contesto, entonces el delincuente no podrá extorsionarme. Pero ¿cómo sé que el que me envía el mensaje es un extorsionador?

Usted no parece profesor, ah, apuntó Lina, haciendo una mueca que pretendía ser una risita cachacienta. Le falta esto, esto le falta, dijo, hinconeándose el cerebro con el índice. ¿Cómo sabe usted que, en estos momentos, pongamos un ejemplo, lo está llamando su tía?

El docente, también enloquecido YouTuber, se rascó la coronilla con un par de dedos. Estaba ante una pregunta que retumbaba las murallas de su cultura y comprensión.

La presidente le concedió un acto de caridad: Porque lo tiene grabado como contacto, pues, profe.

Claro, claro, reaccionó Puty. Claro, presidenta, tiene razón. Usted es súper inteligente. Por eso yo me hice lapicito, seguidor del Profe Castilla, por eso, para que se me pegue un poco de su sapiencia.

Los halagos de muertos de hambre eran pan cuotidiano para Lina Balearte, así que no se dejó apapachar por las zalamerías de cincuenta centavos del Profe. Más bien, prosiguió con sus recomendaciones.

Entonces, usted va a ver un número en la pantalla. Eso quiere decir que no lo tiene grabado, sino diría “tía”, “papá”, “esposa”. Una vez que reciba la llamada del extorsionador, anote el número y vaya a la comisaría más cercana a poner su denuncia. La policía se encargará de dar con el criminal en tiempo récord.

A mí todavía no me ha llamado el Chimuelo, solo me ha dejado mensajes. Pero haré lo que usted brillantemente nos ha aconsejado, presidenta. No le voy a contestar a ese criminal cuando llame.

Luego de unos intercambios exaltados de naderías, Gonzalo y Lina se despidieron con un abrazo.  

***

Mas, alarmado, volvió a tomar su celular. Revisó sus mensajes. Había un mensaje de su amante, el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola. Se fijó en la hora del mensaje. El policía se lo había enviado hacia unas horas. Mientras lo hacía con el primo, recordó. Mientras el primo me atravesaba con su mazo.

Lo que Mas tenía que hacer era muy simple: servir de nexo entre su amante, el Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el caballero Urbiola, y el más despiadado y buscado delincuente de los últimos tiempos, el fiero Chimuelo. La transmisión instantánea de las alertas de Urbiola era crucial para evitar que la policía paraguaya capturase al Chimuelo, fugitivo en ese país.

Ni bien te envíe el mensaje, ¡plaj!, al toque, tú se lo tienes que reenviar al Chimuelo, le había indicado muy seriamente Urbiola en el cuarto de un hotel iqueño. Así, la policía paraguaya fracasaba cada que se aprestaba a tenderle las garras al fugitivo criminal.

Rápidamente, reenvió el mensaje al Chimuelo.

Casi al instante, recibió una respuesta: Identifíquese por las buenas o ya estaremos detectando quién es usted por las malas.

El terror que sobrecogió a Mas le instigó la exclamación de un ahogado grito.

¿A quién se están cachando en su cuarto, Profe?, trolearon los comentarios.

Puty, mirando hacia la cama, la cara descompuesta, le lanzó un gesto severo a su primo: No hagas bulla.

A nadie, a nadie, idiotas. Yo les paso una excelente entrevista con la presidenta y ustedes empiezan a hablar huevadas. Es increíble, se hizo el estrecho Puty.

Cuando Mas revisó las noticias, se dio cuenta de que la había cagado en grande.

***

Calma, pidió la presidente.

El Jefe del Estado Mayor General de la Policía del Perú, el señor Omar Urbiola, despellejaba con dentelladas alumbradas de incertidumbre y miedo los dedos de su mano derecha.

A mí siempre se me ocurren grandes ideas, dijo la presidente.

¿Qué se le ha ocurrido, presidenta? Yo solo sé que mi carrera ha terminado. Las penas convertidas en agua salobre pretendían consumir las pretéritas esperanzas de Urbiola.

Justo ahí te equivocas, querido. Es tu carrera la que nos va a salvar.

¿Cómo así?, dijo débilmente Urbiola. No esperaba ninguna gran idea de la presidente. Aunque no podía negar que, para alguien con tan escasos reflejos intelectuales, el haberse sostenido en el poder tanto tiempo, a pesar de que el país tremolaba como edificio clavado en la cuesta polvorienta de un cerro cadavérico, era de admirar.

Mañana mismo voy a hacer que mi ministro te nombre Comandante General de la Policía Nacional del Perú por haber logrado la captura del Chimuelo, dijo muy resuelta la presidente.

¿Qué? Pero pronto se va a revelar que nosotros no ayudamos para nada en la captura, dijo Urbiola, los pies muy clavados en la tierra.

Es que eso solo lo sabes tú. Y lo sé yo. Los paraguayos tienen su verdad. Y nosotros también. ¿Por qué va a tener que ganar la de ellos? Nosotros vamos a decir que siempre hemos estado colaborando y que por eso ahora eres el nuevo jefe máximo de la Policía, porque gracias a tu cargosidad, a tu persistencia, el Chimuelo ahora esta tras las rejas.

Pero cuando a ese pata lo extraditen, va a cantar toda la verdad.

Pero, pero, pero, solo sabes decir eso, ¿no? Él puede decir lo que quiera. Además, aquí tiene muchos enemigos. Y estoy muy segura de que una vez que ponga un pie aquí, en el Perú, esos enemigos se encargarán de desmuelarlo y dormirlo para siempre, ¿no crees?

Urbiola había dejado de llorar. Sus ojos amanecieron ante un remozado panorama.

Presidenta, déjeme que bese sus manos. Es usted un genio.

Ya, ya, papito, vete nomás. Déjame sola, que tengo que darles solución a temas más urgentes. Cierra la puerta cuando salgas.

Lina se tiró en su cama y se dejó arrullar por aleatorios vídeos de TikTok cuando el algoritmo le interpuso uno en el que aparecía el moreno maestro con quien había conversado hacia un par de días. Protagonizaba una infausta noticia. No se mostraban las imágenes fuertes, pero se afirmaba que el maestro había volado por los aires cuando le lanzaron una granada en la puerta del colegio donde dictaba clases de Literatura. El video narraba que los extorsionadores, que lo tenían cogido de los huevos, hartos de que no le contestasen las llamadas, le lanzaron el artefacto de guerra a modo de mensaje final.

La presidente deslizó el pulgar sobre la pantalla de su celular para dejarse adormecer por vídeos menos lamentables. Se aseguró de que el algoritmo de TikTok no le volviera a recomendar nada ligado a ese maestrucho.

Él se lo buscó, pensó después la presidente. Para qué sale de su casa, pues. Hubiera dado sus clases por Zoom, zanjó muy seriamente.