Digamos
que, por el momento y por voluntad propia, le acabo de poner pausa a la vida
minera que hasta hace poco llevaba para concentrarme en otro asunto.
Nada
me garantiza que conseguiré el objetivo de ese otro asunto, pero si no lo
intento, jamás lo sabré. Aparentemente, no tendría por qué sentir ningún tipo
de inseguridad en cuanto a lograr ese objetivo. Todo indica que podría conseguirse
limpiamente. Sin embargo, las reservas y los miedos están ahí, acechando. En
caso de que fracase, siempre podré regresar a la vida minera, pero esto es algo
que preferiría que no ocurriese. Si el asunto al que me refiero no se concreta,
estoy seguro de que la depresión será mi compañera por un largo tiempo.
Durante
mis días en la mina –no me atrevo a decir “meses” porque apenas raspé los dos-
viví para trabajar, cosa que me desagradaba sobremanera. Añoré aquellos días en
los que trabajaba en Lima: una vez que abandonaba la oficina, tenía un tiempo,
si bien cortísimo, para ser yo, para dedicarme a mi hija, para escribir, para
leer.
Ahora,
mientras espero la fecha que podría cambiar mi vida radicalmente (nuevos
lugares, nuevas emociones, nuevas historias), he retomado las lecturas y la
escritura, actividades que me son esenciales, sin las cuales siento en el
estómago una descomposición y hediondez extremos.
Luego
de pausar la mina, sentí que debía leer un texto que me despabile y re-estimule
la pasión por la escritura, pasión que yacía ahogada y aplastada debajo de
cientos y cientos de informes técnicos. Así, me topé con La piel de un escritor de Alonso Cueto. Además de ejemplificar las
técnicas narrativas a través de sus múltiples lecturas, Cueto afirma algo que
aquellos que sentimos la narración visceralmente sabemos ya, consciente o
inconscientemente: un escritor debe entregarse genuinamente a aquello que
escribe; de lo contrario, o no escribirá o lo que escriba carecerá de fuerza y
verdad.
Gracias
a esta lectura, me he reencontrado con la pluma, para bien o para mal. Eso sí,
la fiebre y los malestares estomacales cesaron, pues las yemas de mis dedos han
hecho las paces con las teclas de la vieja laptop.
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