A Esteban,
cuyo nombre de dibujito era Pan Con Frejol, le encantaba disparar cholos;
especialmente a los que malvivían en Italia, erosionando la reputación de los
peruanos en el extranjero.
Habría que
aclarar que Pan Con Frejol jamás le había disparado a un cholo desde que hubo
arribado a Milán hacía ya un par de años, pero sí que le fascinaba la idea de
posar su rifle en el alféizar de su ventana, apuntar a la piscina municipal, y,
¡poc!, ir reventando las cabecitas de esos peruchos subversivos que solían
colarse en ese pedazo de propiedad pública a elevadas horas de la noche, no dejándole
descansar como se merecía un ciudadano probo como él.
Mientras
veía su programa favorito en YouTube, Cuchillos Largos, conducido por el
explosivo Groover Miura, tomaba desayuno y contemplaba de tanto en tanto, con
fe, el rifle Remington 700 que le había comprado al Cholo Puno, orondo dueño
del Mini Market El Serrano, de la via d’Agrate.
Luego de
haber visto más de estas lamentables imágenes de estos peruanos zarrapastrosos,
descamisados, lumpen proletariado, irrumpiendo en esta piscina municipal de
Milán, a las once de la noche, con música de delincuentes a todo volumen, no
puedo más que pedirle a algún patriota de bien, que también esté radicando en
Italia, que nos haga el favor -y aquí me pongo como vocero de todo el Perú
decente y trabajador- de eliminar a estos indeseables. Yo les aseguro, queridos
cuchilleros largos, que cuando un vago, un delincuente es borrado de la faz de
la tierra, el PBI del Perú sube a razón de 0.1% por descamisado eliminado. Eso
es así, ah, sano estalinismo, dialéctica pura. ¡A menos delincuentes, más PBI, más
inversión, más trenes de Porky, chuchesumare!
Pan Con
Frejol asentía. Remojaba sus galletas integrales en la taza de café todavía
humeante. No te preocupes, Viejo, yo me voy a encargar de eso.
Se fijó la
hora en el celular, faltaba poco para las ocho de la mañana. Esteban nunca se perdía
la misa dominical, siempre en el primer horario. Él afirmaba que Dios premiaba
el sacrificio que hacía uno al despertarse temprano para ir a la misa. Esteban
se consideraba la prueba viviente de ello. Siempre le iba muy bien en todo lo
que se proponía hacer.
A cuatro
cuadras de tranquila caminata, se hallaba la Parrocchia Sacra Famiglia, lugar
al que acudía disciplinadamente todos los domingos, incluso si estaba
supremamente enfermo. Si tú no hacías el esfuerzo de visitar al Padre Celestial
a primera hora del domingo, aun estando enfermo, ¿cómo querías luego que Dios hiciera
algo por ti? Pensaba Estaban que decía Dios para sus adentros: Estebancito
fue a mi casa con los mocos chorreándole por la cara, la fiebre quemándole la
frente, el cuerpo tronado por mil y un espasmos. Claramente se merece toda mi
bendición.
Entonces,
vio a Drácula. Lo acompañaban una collera de peruanos, todos varones. Estaban
hechos mierda por la borrachera de un sábado desenfrenado. Brindaban haciendo
chocar botellas de cerveza en lo alto de sus cabezas. Reían malévolamente.
Soltaban escupitajos en las veredas mientras avanzaban en zigzag por la acera
opuesta a la de Esteban y en dirección contraria a la de él. Iban vestidos en
calzoncillos largos, como de abuelo, húmedos, chorreando lascivia y descontrol,
completamente ignorantes del mínimo respeto al sagrado domingo de oración. Habían
estado bebiendo y chapaleando en la piscina municipal toda la madrugada.
Esteban no
se detuvo a mirarlos. Se persignó e imaginó a su Remington tartamudeándoles sus
efectivos perdigones mortales en la chimba. Uno por uno, Viejo Groover. Se
lo prometo.
***
Drácula era
un serrano que vivía en el barrio milanés de Corvetto, en Italia. No chupaba
sangre, pero sí chela,
trago o cualquier bebida que tuviera más de cinco por ciento de alcohol. Sin
embargo, su stokeriano mote no nacía de esa cualidad etílica suya tan
característica, sino de la dentadura que ostentaba, compuesta por unos dientes
aserruchados, amarillentos, y un par de colmillos que sobresalían y asustaban
la primera vez que se los veía.
El poco
tiempo que llevaba viviendo en Italia le fue suficiente para llegar a sentirse
a sus anchas, tal y como si estuviese aún jaraneándose en la esquina de su
barrio en Huancayo, ciudad peruana ubicada por encima de los tres mil metros
sobre el nivel del rico mar de Grau.
Llegó a
Italia huyendo de la justicia peruana y de una manada de gente indignada y
dispuesta a pararlo de cabeza para después rompérsela. Dicha gente había sido
estafada por Drácula con el manido, pero infalible cuento de la pirámide. Ustedes
me depositan mil dólares y, al cabo de dos meses, tendrán ingresos mensuales
por el doble de esa cantidad, siempre y cuando jalen a más personas que también
me depositen sus mil dolarillos y así nos hagamos todos ricos en poco tiempo.
Las primeras doscientas personas que me depositen a mi cuenta ahorita, al
toque, sus mil dolaritos, entrarán, no solo a ser parte de mi organización,
sino también al sorteo de un pasaje a Dubái, con los gastos del hotel incluidos
y un tour por las pirámides y momias de esa tierra linda, dijo Drácula, haciendo
un sancochado entre Egipto y los Emiratos Árabes, vestido con el terno que le
había pelado a un tío suyo, y encaramado en un estrado levantado en el centro
de una losa de fulbito.
En
Italia, halló la complicidad que un delincuente como él requería en varios
paisanos suyos dedicados al oficio de ganar dinero de modos bastante directos,
aunque no exentos de cierta violencia.
Pero él ya
no estaba para seguir robando, mucho menos cogoteando o amenazando transeúntes
con un pistolón. Él ya había juntado lo suficiente con su estafa piramidal para
permitirse una vida descansada en Milán. Así que, si bien era considerado parte
de las bandas criminales de sus compañeros, y conocía al dedillo los detalles
de sus próximos golpes, solo se les unía para la parte final del plan: la
celebración desenfrenada.
Muy fácil
hubiese sido comprarse un gran departamento e invitar a su collera a juerguear
interminablemente. Sin embargo, ello lo hubiese convertido en el blanco de las
envidias de sus amigos cacos y en la próxima víctima de sus golpes. Por ello,
prefería mantener un perfil casi subterráneo. Ante la curiosidad de sus
coterráneos sobre el motivo por el cual no se les unía en las operaciones, él
les decía que ya había cumplido sus buenos años en las cárceles del Perú, y no
quería repetir ese agrio sabor en Italia. Y si vivía sin trabajar, era porque, gracias
a Dios, hermanos, me compré un departamentito en mi tierra y vivo de
alquilarlo. Ahorren lo que roben. No se lo tiren todo, les aconsejaba en
medio de las espectaculares borracheras que se permitían luego de finalizar un
atraco exitoso.
El calor en Milán, en esa época, les ponía a
sudar los huevos de manera tal que se sentían meados, la entrepierna húmeda,
babosa, pegajosa. El robo de un banco, las cabezas cubiertas por gruesas máscaras
de látex que representaban a los presidentes peruanos más rateros del presente
siglo, Castillo, Toledo, García, Fujimori, los dejaba, al concluir el golpe, al
borde de un desmayo. Urgía zambullirse en una piscina de frescas aguas en donde
pudieran deshacerse de aquel sudor que los remontaba a sus épocas de pobreza en
varios arenales del Perú, tierra añorada, cuando apenas si soportaban las miserables
y emotivas vidas que Dios les asignó.
Si te
ganabas la vida violando las leyes, apropiándote de lo ajeno, era consecuente
disfrutarla bajo ese mismo concepto, por eso, a Drácula se le ocurrió la genial
idea de adueñarse brevemente de la piscina municipal Solari del barrio de
Sant’Agostino. Así, empezaron a irrumpir en aquel lugar, entre las once y las
doce de la noche, trepando por las rejas enmohecidas con la misma facilidad con
la que les arranchaban las carteras a las japonesas que llegaban a turistear
con la boca abierta.
En las
aguas de esa alberca, se permitían, sin que ninguno lo confesara abierta ni
veladamente, soltar largos y calientes meados que le daban al líquido que los
albergaba con sus juguetonas masas una temperatura no tan fría que les arrugara
el escroto. Y es que, en medio de tan sabrosa juerga, en donde tanto las
botellas de cerveza por consumir cuanto las que ya habían sido completamente
absorbidas flotaban en el agua y eran parte del vaivén liberador de las ondas, ¿quién
chucha iba a tener el tiempo, mucho menos las ganas, de salir de esa ricura de
piscina y caminar, con el consecuente peligro de resbalarse en las mayólicas y
reventarse la cabeza, hasta el baño para orinar o cagar?
Había que
ser muy cojudo para hacer eso. Y ninguno de los amigos de Drácula, ni él mismo,
por supuesto, tenía nada de
imbécil. Solo tipos audaces, vivísimos, escurridizos y paradores como ellos podían
mantener a Milán sojuzgada con la solidez y desfachatez de sus criminales
golpes.
Afortunadamente,
la piscina Solari era inmensa. Drácula le calculaba el área de un campo de
futbol. Entonces, la solución del asunto higiénico se tornaba simple. Si
deseabas mear, sin dejar de hablar o bailar o chupar, ahí, en tu mismo sitio,
pishhhh, te chorreabas. Las aguas amarillentas que afloraban desde abajo eran
difíciles de detectar en plena madrugada milanesa. Y si lo que querías era
soltar un buen mojón, esperabas a que todos estuvieran lo suficientemente
borrachos y drogados para bucear hasta la esquina más alejada de la piscina y
una vez ahí, bajarte el short, y hacer lo tuyo. Al terminar, con la misma mano
te restregabas el ano y ya el agua se encargaba de limpiarte la mano y el culo.
Qué delicia era la piscina Solari. Lo mejor era que la piscina siempre estaba
lista para ser disfrutada tan limpia como cuando la asaltaban cada fin de
semana. Los señores de mantenimiento -qué esforzados y puntillosos caballeros-
solían hacer un trabajo fenomenal.
Pero les
faltaba mujeres.
Los amigos
de Drácula no se juntaban con peruanas. Si estaban en Italia, ¿cómo diablos se
iban a cachar cholas? No hay forma, decían, repitiendo la cojuda
tendencia apitucada para negar la ocurrencia de algo. O se tiraban europeas o
nada. Mientras tanto, seguían organizando y disfrutando las juergas entre ellos
mismos.
Mas esa
madrugada de aquel sábado, Drácula y sus compañeros hallaron en la piscina a
unas cinco rubias, delgadas, de senos pequeños, cónicos, pero de pezones
gruesos como gomitas de ositos, la espalda huesuda y algo de pulpa en los
muslos; el prototipo cadavérico de la belleza europea.
Al verlas, Drácula
se puso fierro. Sin tratar de disimular la enhiesta pichula que apuntaba hacia
arriba por debajo del short, se acercó a las mujeres y, en su mejor italiano,
les propuso compartirles sus bebidas. Las muchachas aceptaron de buena gana,
aunque sin demostrar ningún tipo de angurria. Drácula supo que esa noche no
solo excretaría las consabidas dosis de pichi y caca, sino que también dejaría
en la piscina generosas porciones de semen.
Lo que Drácula
no se imaginaba ni remotamente era que un tipo, quien en las redes sociales se
hacía llamar Pan Con Frejol, apuntaba el colérico ojo de su Remington 700 hacia
sus amigos, indeciso sobre a quien darle primero, como diría Rubén Blades.
***
Más que el
hecho de descubrir a su novia italiana copulando fieramente con un congolés, lo
sorprendió la longitud y el grosor portentosos del arma del moreno.
El africano,
que se llamaba Claude, volvió a meterle la pinga a la mujer luego de ver que el
marido de esta no representaba amenaza alguna para nadie. La mujer, muy
confiada en la autoridad que imponía el moreno, reanudo la cabalgata con más fruición
con la que había iniciado sus movimientos pélvicos hacía menos de una hora.
De una
ligera patada, el congolés cerró la puerta
del cuarto en las narices del traicionado, quien era peruano, de nombre Alan, y
apelativo Robotín, con el cual participaba ocasionalmente en el programa Cuchillos
Largos, transmitido en simultaneo por Kick y YouTube, y dirigido muy atinadamente
por el veterano y desaforado streamer Don Groover.
¿Y la perdonaste, huevón?, se indignó
Groover, mientras se rascaba los testículos. La penosa enfermedad que le iba
descontando los días se había ensañado con sus colgajos de una manera
ponzoñosa. Desde hacía un tiempo ya no podía vivir sin rascuñarse las bolas.
Por ese motivo, lo despidieron de su trabajo en una cafetería de Newark, en los
Estados Unidos. Fue sorprendido preparando un triple con la mano con la que
acababa de apretarse un grano de pus en el huevo derecho. Afortunadamente, las
ganancias que le reportaban sus picantes transmisiones le permitían vivir
dedicado al noble oficio del streaming.
Claro, Viejo, dijo
Robotín, quien había huido a Italia hacía un par de años, desmarcándose de una
constelación de iracundos acreedores en el Perú. Es rubia, pes. ¿Cuándo
chucha un peruano feo como yo ha estado con una rubia? Y no es cualquier rubia,
Viejo. Es europea, flaquita, misma modelo de Victoria’s Secret; rubia firme,
pe, Viejo.
Pero te
había hecho cachudo, pues, huevón. Te agarró de Torito de Pucará. Esas
deslealtades nunca se perdonan, tío, vengan de donde vengan. ¿Te estás dando
cuenta de las baboserías que estás hablando?, enfatizó Groover, chupando
furibundamente su cigarrillo electrónico de cannabis. La fumadera de esa hierba
le aplacaba contundentemente la picazón testicular.
Me llega al
pincho, Viejo. Además, me sacó la vuelta con un extranjero. Y eso se lo puedo
perdonar. Por último, no es que haya tantos congoleses en Italia. Por eso, sé
que no volverá a pasar. Ya se dio el gusto. Solo me queda trabajar el doble de
turnos en la fábrica para tenerla contenta comprándole sus vestidos, mandándola
a la manicura y a la pedicura o manteniéndola a la moda con los peinados que
son tendencia en TikTok.
Sí, para
que se la cache otro negro después, carboneó Groover.
Mira lo que
hablas, Viejo. ¿Ya ves?
Claro, pe,
huevón. Yo solo estoy sumando dos más dos. El que monta, manda. Oye, y ¿qué
pasaría si a tu mujer no se la cacha un extranjero sino un peruano? ¿Qué harías
si la encuentras cachando, digamos, con… Drácula, el honorable huancaíno que
está dejando el nombre de nuestro Perú por todo lo alto allá en Milán, chupando
en los parques, rompiendo botellas en las cabezas de quienes como él han ido a
robar a Europa, meando y defecando en las familiares piscinas públicas
italianas?
No, pues,
Viejo, no te pases. Cómo vas a decir esa huevada.
Pero estás
enterado de que a ese señor le encanta mear y cagar en las piscinas mientras
chupa con su collera de descamisados, ¿no? Acá, en el canal, hemos pasado un
par de videos del señor convirtiendo una piscina municipal en su mingitorio
particular. Puta, tío, esas imágenes se podían oler.
Sí, sí he
visto, Viejo. Qué asco, la verdad. No, pues, mi hembrita jamás se fijaría en
ese serrano motoso.
Puta, pero
ponte en el escenario de que te los encuentras cachando. Sígueme el juego, pe,
chuchetumare. Tienes que darnos chow. ¿Qué chucha harías si sorprendes al
serrano de Drácula clavándole su olluquito a tu gringa?
En ese
caso, Viejo, te juro que yo lo macheteo al serrano ese. En casa, tengo un
machete que compré como medida de protección, ya que hay mucho peruano que te
entra a robar en cualquier momento de la madrugada. Puta, yo agarro mi machete
y lo fileteo a Drácula en una; sin pensarlo. Lo dejo como carpaccio de charqui.
Entonces,
voy a rezar para que te lo encuentres cachándose a tu mujer, Robotín, porque
nada me agradaría más que saber que ese serrano inmundo ha abandonado este
plano terrenal. Esa sería una noticia formidable.
Días
después de esa premonitoria transmisión, Alan, o Robotín para las redes
sociales, encontraría a su mujer sentada a horcajadas sobre el olluco más o
menos cumplidor de Drácula, ambos balanceándose como las aguas de la piscina
que tenían al lado, enceguecidos por una paleozoica pasión fogoneada por el
irrestricto consumo de alcohol.
Mientras
Robotín corría a casa en busca de su machete, su mente solo podía concentrarse
en el momento en que le encajaría el primer machetazo a Drácula. ¿Dónde darle
primero? ¿En la cabeza, en la espalda, en un brazo, en una pierna? Corría y
corría y no veía las horas de estar de regreso en la escena del engaño, con el
machete empuñado, presto a hacerse respetar, tal cual lo hicieron los cubanos
en la batalla de Tienda de Pino de Baire, en 1868, contra una columna española
compuesta por más de setecientos hombres dispuestos a aguarles el sentimiento
independentista y de rebelión. Los cubanos lograrían la victoria gracias al
diestro uso de sus machetes. A esa batalla también se la llegaría a conocer
como La Primera Carga al Machete.
***
El primer
machetazo prácticamente rebotó en su espalda, una espalda forrada con una piel
dura, piel de indio, de indio peruano del Perú en Italia, perdonen la tristeza.
El segundo
le hizo un surco largo y espeluznante que rápidamente se tiñó de un rojo oscuro
y brillante, un rojo que salía de las profundidades de esa piel que más parecía
la frazada de un preso.
El tercero
se alojó, con la presencia contundente de un galán de telenovela peruana, en la
mitad de su espalda, sin haberle pedido el permiso respectivo a la columna
vertebral, partiéndola más bien, drenándole todo el zumo vital.
La mujer
reconoció en los ojos del marido el furor de una venganza ancestral y Drácula
no tuvo más opción que desfallecer lentamente, cayendo al suelo con los ojos
abiertos por la desesperación y la curiosidad de saber quién chucha lo acababa
de madrugar de esa manera y por qué, por qué a él, que solo vivía para gozar
sin hacerle daño a nadie.
El
furibundo cachudo de Robotín todavía quería continuar dándole al machete. No se
había tomado en broma aquello de filetear a la escoria de Drácula, con mayor
razón al comprobar que era efectivamente él quien le había inoculado el virus
del amor a su italiana. Y muy bien le hubiera partido el cráneo con su arma montaraz
de no haber sido por el indubitable y elegante proyectil que le entró por uno
de los parietales y le salió por el otro.
La figura
desconcertada y ya ida de Robotín cayó pesadamente en la piscina, que lo
recibió con todos sus orines y heces peruvianos, en tanto que el cuerpo
tasajeado de su rival, Drácula, se deshacía, sobre el borde de la alberca, en
malcriados hilos de sangre que iban a parar a las aguas en las que hasta hace
pocos minutos había estado orinando, cagando y copulando, en ese orden.
Entonces,
llovió en Milán. Llovió bala. Desde la ventana desconocida de un edificio
inubicable, decenas de proyectiles viajaron veloz y desesperadamente hacia
alguna de las cabecitas peruvianas que corrían en círculos, despavoridas, o que
se lanzaban a las aguas mierdosas de la piscina para no ser encontrados jamás.
Las
europeas no tuvieron problema alguno en abandonar aquella sacramental escena,
ya que las balas tenían una altísima consideración por su alba estirpe.
***
Fuera de
bromas, dijo Groover en una emisión de su canal Cuchillos Largos, en su sintonizadísimo programa Peruanos Notables en el Mundo, espero
que no le pase nada al serrano de Drácula. Hace unos días, lo reconozco, me
extralimité deseándole una muerte lenta, dolorosa y llena de mucha sangre,
pero, luego de haber parlamentado con mi musa, la cincuentona arrecha de
Penélope Mamaranta, y luego de haber cantado con ella huaynos huancaínos en el
programa de su canal de YouTube, Desafinando con la Maridona, reflexioné y recojo
ahora mis pasos verbales, camaradas.
Groover le
pegó una deliciosa inhalada a su cigarrillo de marihuana y continuó elaborando
grandilocuentemente sus disculpas.
Serrano, te
mando hasta Italia mis más sinceras disculpas. Y, como para no contradecirme
del todo, te deseo una buena muerte, pero no ahorita, serrano, no te preocupes,
porque como decía el buen Vallejo: siempre nos gustará vivir para siempre, así
sea de barriga, ¡tanta vida y tantos años! Es cuanto.