La poesía está hecha del sufrimiento
Que nos nace en la rodilla
Se divierte
en la vesícula
Y trompea
en el corazón
Está hecha de la compañía que nos falta
De la ambición de los sicomoros contra los gordos celajes que merodean tranquilos ante la atenta mirada de un sol bigotudo
Mi madre murió como un perro
Se le fueron todas las cosas
Todas sus
parejas
Y todas sus
amistades
Divulgué sus teorías ensalivadas
Mi madre fue sensación y fue instante
Pero murió como un perro
Porque nadie tiene el deber de llegar a ser tan viejo
Me parecen cómicos los sabios y sus convicciones
La muerte los convertirá en miedo
Y no serán más que puntitos de anonadamiento
En la sucinta libertad crepuscular del odio
Los sepulcros son los resúmenes de unas vidas
Que fueron como suspiros comentados
Por enfurecidos y desconcertados monigotes
Que jamás hallaron a quien odiar concretamente
Toco la puerta de tus tres dormitorios
Encima de la mesita madura de recuerdos
Me emborracho del aire de tu ausencia
Tomo aquella escoba vieja del rincón
Y despercudo las rojizas baldosas
De estos angustiados ojos
Que alguna vez vigilaron
El crecimiento de las manchas húmedas de tus axilas
Nos une el pasado y el secreto de tu simpatía
Afuera
Unas voces nos saludan con insincero estrépito
Chocan sus codos y rompen sus rodillas
Supurando sus navidades sin alegría y sin pavo
Sus
decepciones y sacadas de vuelta
¡Vamos!
¡Prodígale a este pechito
La torcida mirada de tu juventud!
Detestas a los borrachos mentirosos
Cuyas narices gordas
Aplastadas contra las sucias ventanas
Profetizan
En la locura de los anocheceres
blancos y
húmedos
Que los engaños hay que vivirlos para gozarlos
