Me emociona poco, o nada, ver ropitas para bebés, accesorios para bebés, y toda aquella parafernalia creada para el confort de aquellas diminutas criaturas y para la algarabía y descontrol de las mamás.
No es que me emocioné poco la llegada de Morgana a mi vida. Al contrario, presiento que el cambio que experimentaré al verla ante mí será remecedor para mi pobre mundo chato de expectativas. Ver y tocar algo que, obviamente con la ayuda de mi esposa, pude crear, me causará innumerables alegrías. Siento que no me cansaría de quitarle los ojos de encima a mi hija, que no me agotaré de cargarla una y otra vez hasta arrancarle una sonrisa.
Hace tres días, esta poca emoción o interés hacia lo que vestirá y usará Morganita provocó una pelea en el hogar. Mi esposa me había texteado a eso de las tres de la tarde: “Amor, te espero para ver la ropita de la bebe”. Horas antes, había salido de compras con su mamá, mi suegra. Le mentí enseguida: “Ya, mi amor. Estoy ansioso por ver la ropita contigo.” Mentí porque en realidad no estaba ansioso por ver la ropita. Mentí porque no quería crear conflictos innecesarios con mi esposa. Muchas peleas hemos tenido por este tipo de cosas.
Ese día, llegué del trabajo a la hora acostumbrada: siete de la noche. Allí estaba ella, abriéndome la puerta de nuestro minúsculo departamento del Centro de Lima, con su vestido verde limón, descalza, una sonrisa tranquila iluminando su rostro, dispuesta a enseñarme las “cositas de la bebe”.
-¿Cómo te fue en el trabajo, amor?-me preguntó, no creo que interesada en saber si realmente me fue bien o mal en el trabajo, sino más bien para preparar mi humor para que me dejase guiar a través de las compras que había realizado ese día.
Le dije que bien. Siempre digo “bien”. Así me haya ido mal, mi respuesta siempre será “bien”.
Me tomó de la mano y me llevó a nuestro cuarto en donde, al lado de nuestra cama, ella ha colocado la cuna de la bebe. La cuna es de madera y la fabricaron de tal modo que lleva una especie de cómoda adosada en la parte posterior. Sobre nuestra cama, estaban las bolsas de las compras que había hecho.
-Amor, estas son las cositas para la bebe. Mira-me dijo mi esposa, sentándose sobre la cama, tratando de no arrugar un ápice nuestra raída sábana-. Amor, compré casi todo lo que hace falta para completar mi maleta y la de la bebe, pero no alcanzó y…
Entonces, medio que estallé: -Yo te he dado la cantidad que me has pedido ni bien cobré. Tú misma sacaste la cuenta de lo que tenía que darte. No quiero pensar que has agarrado plata de la comida o de otras cosas para comprar las cosas de la bebe. ¿O sea que nos vamos a quedar sin plata para comprar comida?
-Eres un miserable, Daniel. Estas cosas, todo lo que ves aquí, es para tu hija-dijo, señalando con un gesto vehemente las cosas que había comprado que aún estaban guardadas en sus bolsas. Entonces, sacó un paquete de una de las bolsas. Parecía ser una especie de manta-. Todo esto que he comprado es de calidad. Esto-dijo sosteniendo la manta-es de algodón pima. Tú quieres que le compre a mi hija cosas de menor calidad con tal de ahorrar, ¿no?
-Es que no nos sobra la plata, amor-dije, en tono más conciliador. Pero era demasiado tarde, ya mi esposa se había enojado y no estaba dispuesta a perdonar mi tacañería-. Perdóname, por favor. No te enojes.
Ella había empezado a poner todas las cosas que había desplegado sobre la cama para mostrármelas en una gran bolsa negra.
-Tú siempre me quitas las ganas de hacer las cosas, de ser cariñosa. Solo piensas en ti. De no ser por mí, todo esto-dijo, señalando la cuna y otros accesorios que, meses atrás, le había comprado a Morganita-no lo tendríamos. Si te hubiera hecho caso cuando decías “después vamos a comprar, cuando haya más plata” no tendríamos la cuna, no tendríamos hasta ahora un lugar para la bebe.
Después de que hubo guardado todo, y escuchando mis súplicas de perdón, me dijo:-Ahora vete a tu gimnasio. Hoy no te voy a perdonar nada así me ruegues. Vete.
Como ya estoy curtido en esta clase de problemas maritales, decidí coger mi mochila y salir de la casa. Claro, antes me había puesto encima el short y el bividí que uso para sudar en el gimnasio.
Tengo que decir que mi esposa tiene razón. Yo me busqué esto de tener una bebe con ella. Nadie me obligó. Ahora, debo responder por ella –mi bebe- adecuadamente y proveerle de lo mejor. No es que en realidad sea mezquino, sino que procuro que mi magro sueldo rinda un mes completo. Sin embargo, puesto que pienso que mi salario es una “ayuda” que la empresa en la que trabajo me da por “aprender” y que no debo quejarme sino, más bien, agradecerle a ella por la valiosa oportunidad que me brinda de adquirir conocimientos sobre esto que me gusta hacer; debo buscar la manera de diversificarme laboralmente, ofreciendo productos y/o servicios que también disfrute hacer. El inconveniente es el poco tiempo que me deja mi actual empleo. Pero esto último no es más que una excusa. Cuando hay voluntad, todo se puede lograr.
Una canción dice: Lifeitwhathappenswhileyou are busymakingyour excuses.
Así es que no más excusas. Trataré de buscar la manera de hacerles la vida más grata a mi esposa y a mi bebe.
Cuando faltaba un cuarto de hora para finalizar mi sesión de dos horas en el gimnasio, mi esposa me escribe un mensaje de texto: “Por favor, tráeme una botella de agua San Luis grande”.
Supuse que ya se le había pasado en algo la amargura. Entonces le escribí, sudoroso: “Ya, mimimi.”
Media hora después, las cosas se habían solucionado, ella se había calmado y había aceptado mis sinceras disculpas.
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