sábado, 18 de febrero de 2012

Un matrimonio se acaba - Parte Uno

Now, night arrives with her purple legion, The Doors

El aspirante a escritor (al que, para ahorrar vocablos y para elevación de su autoestima, solo llamaremos el escritor) acaba de separarse de su esposa. Siendo más exactos, ella lo ha dejado a él, y no porque se haya sucedido alguna infidelidad o porque el uno se haya aburrido de la otra o la otra del otro. No. La esposa del escritor se ha ido de la casa porque odia a la mamá del escritor.
Rastrear los orígenes de esta historia involucraría recordar y remover datos que, por engorrosos y lejanos, conviene no citar, so pena de endilgarle al lector una acuciosa serie de bostezos.
Rastrearemos, sin embargo, el origen de la más reciente discusión, esta que ha dejado al escritor sin esposa y, probablemente, sin la fortuna de conocer a su hija; además, de unos cuantos resentimientos flotando en la atmósfera.
Debe dejarse constancia, antes de relatar el infortunio del escritor, de que la esposa del escritor y la mamá de este nunca se llevaron bien, pero hicieron sus más denodados esfuerzos para disimularlo. La primera siempre le dijo que nunca le caería bien, y la segunda siempre trató de mostrar una sonrisa amable ante la primera, pero cuando su presencia se desvanecía, le dejaba siempre un comentario parcializado a su hijo.
La historia empezó un miércoles 15 de febrero. El escritor llegaba de trabajar. Eran las 7 de la noche. Encontró a su esposa echada en el sofá del departamento –sofá que ella eligió con muy buen gusto, a pesar de que el escritor le decía que ahorrase y no gastara el dinero en muebles que probablemente nunca utilizarían, que había otras prioridades-. Todo bien hasta ahí. De pronto, suena el celular de ella. Es su hermana. Le dice que su mamá se siente mal, con toda seguridad, a causa del disgusto que acaba de provocarle la indeseable familia que vive en el segundo piso de la casa de ella. Le advierte que la está llamando sin el conocimiento de su mamá, quien le ha dicho que no la llamase pues con lo del embarazo ya tiene suficiente. La esposa del escritor cuelga y vocifera procacidades contra aquella indeseable familia que algún día matará a su madre de un disgusto. La esposa se lamenta de no tener dinero para poder darle a su madre un lugar mejor para vivir. Le dice al escritor que va a ir donde su mamá, que irá en taxi. Él le dice que no se apure, que vaya en combi y se ahorre unos centavos. Tú no eres médico, amor, le dice el escritor. Más bien, con los soles que te puedes ahorrar viajando en combi puedes comprarle unas pastillas a tu mamá si es que las llegara a necesitar. Ella le dice que es un insensible y que si se tratara de su madre, él saldría corriendo. Él le dice, con cinismo y con verdad, que no, que él sí tomaría una combi. Ella sale apresurada a ver a su mamá. Él se queda en casa, aguardando a que den las 8 de la noche para enrumbar hacia el gimnasio en el que lleva ejercitando su cuerpo por más de un mes.
Cuando el escritor regresa del gimnasio, se encuentra con su esposa en las afueras del edificio. Son las diez de la noche. El escritor está de mal humor. Habían quedado en que él la acompañaría a la farmacia de avenida La Colmena para que se le administrara la dosis que le subiría el nivel de hierro en la sangre. Desde antes de quedar embarazada, siempre padeció anemia.
La esposa está cariñosa; él, por algún motivo, está con la cara avinagrada. Luego de haber visitado a su madre y comprobar que sí, sufrió un disgusto que la debilitó, pero ahora estaba mejor y totalmente recompuesta, había regresado con un mejor ánimo que con el que se fue. La esposa camina con el escritor sujetada de su brazo. Tiene un mejor semblante. Le recuerda que le consiga un recibo de pago de agua o luz de la casa de la mamá del escritor, quien vive en La Perla, pues la necesita para solucionar el problema del título de propiedad de la casa de la mamá de ella. El escritor le dice que ya, que habló con su hermano y él se la traerá al día siguiente en el trabajo. Mencionaremos que el escritor y su hermano han estudiado lo mismo y trabajan en el mismo lugar, en la misma área de la empresa y bajo la dirección del mismo jefe. En realidad, el escritor no le ha dicho nada a su hermano. No cree que sea necesario conseguirle ese recibo a su esposa. Pero ante la insistencia de ella, piensa pedirle aquel recibo a su hermano en el trabajo.
Aquí es cuando el escritor, molesto por sabe Dios qué motivo, le dice a su esposa: “¿Pero tiene que ser un recibo de La Perla? ¿No puede ser de otro distrito?” La esposa se amosca y le reclama furibunda: “Claro, no te importa lo que le pase a mi madre. No te interesa nada de lo que le pase a mi familia”. Al escritor le importan muy pocas cosas en este mundo, pero prefiere mentirle a su esposa, pues ha visto que ha empezado a sufrir sus comunes y constantes ataques de histeria, y decirle que sí le importa. Ella no le cree y se resiente con él. Él le dice que no debe ponerse en ese plan. Mi familia también tiene problemas, pero yo no me descargo contigo, le dice. ¿Acaso sabes qué problemas tiene mi familia? La esposa se molesta aún más: “O sea que yo sí te cuento lo que le pasa a mi familia y tú a mí no”. Es en momentos como esos en los que el escritor añora su vida de soltero y recuerda lo que alguna vez escribió García Márquez en su novela corta Del Amor y Otros Demonios: “El amor es un era un sentimiento contra natura, que condena a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa”. El escritor piensa que no debió involucrarse jamás con nadie. Debió haber disfrutado de las chicas y no amarrarse con una en particular, fuera quien fuera, porque ellas siempre terminan jodiendo.

Él le suelta el problema que últimamente ha surgido en el seno de su familia. Necesitan tres mil soles para tramitar unos papeles burocráticos para conservar el departamento en donde viven en La Perla. Es urgente conseguir el dinero. La mamá del escritor sabe que su hijo tiene acceso a préstamos rápidos en algunos bancos. Su otro hijo, el hermano menor del escritor, todavía tendría que pasar por algunos días de evaluación para que se le conceda un préstamo. Su mamá le ha dicho que saque el préstamo y que ella y su hermano menor lo pagarán al cabo de un año. Comprende que su hijo tiene otras obligaciones más urgentes como la llegada de su nieta y no podrá ayudar a pagar la deuda.

El escritor ya tiene varias deudas. Está pagando la refrigeradora, la lavadora y la cocina que tiene en el departamento del Centro de Lima. Además, está pagando el préstamo que obtuvo del Banco de Crédito para pagar la prima del alquiler del departamento.

La esposa se pone furiosa. ¿O sea que a tu mamá si le vas a sacar el préstamo y para mi hija, para que conserven sus células madre no vas a sacar nada?
Según dicen algunos médicos, la placenta es una materia rica en células madre. Algunas clínicas ofrecen el servicio de conservar esa placenta para que pueda ser utilizado en el futuro, en caso de algún infortunio que pueda sufrir la recién nacida en cualquier etapa de su vida. Esta información llegó a ser de conocimiento de la esposa del escritor y decidió repetirle y repetirle, día tras día, a su esposo, esto de conservar la placenta. Tal servicio, que el escritor considera una estrategia médica para sacarle dinero a la gente, cuesta alrededor de tres mil soles. Sin embargo, el asunto no termina allí sino que se debe abonar una cantidad anual o mensual, el escritor no lo recuerda con precisión, para que la clínica conserve la placenta. Al carajo con eso.

Luego de un tiempo la esposa del escritor dejó de insistir. Pero seguía insistiendo con el tema de mudarse a un departamento más grande cuanto antes. El escritor le dijo: “Te prometo que para el próximo año nos mudamos. Pero primero déjame pagar lo que le debo al banco. Apenas termine con eso, saco otro préstamo para comprar un departamento grande”.

Cómo jode la esposa del escritor.

El escritor trata de hacer entrar en razón a su enconada esposa: “¿No entiendes, carajo? Yo voy a sacar el préstamo, pero mi mamá lo va a pagar. Yo no”.

“Vete a la mierda”, le dice su esposa.

Esa noche no se hablaron más. Al día siguiente, el escritor se levantó contento y así, animoso, se duchó y dijo cosas bonitas e irreproducibles –irreproducibles por cursis- a su esposa, quien todavía dormía profundamente.

Antes del mediodía, el escritor llama a su esposa y le pregunta si puede ir a la casa a almorzar. Ella, con un tono más bien seco y desprovisto de cualquier tipo de cariño, le dice que sí, que puede ir a almorzar.

A pesar de que fue una espléndida comida la que preparó su esposa para el almuerzo, este no tardó en avinagrarse por la todavía animosidad que sentía ella hacia la determinación de su esposo de sacarle el préstamo a su madre. “Entonces yo voy a hacer lo que me dé la gana ¿okay?”, decía ella. “No me digas nada si hoy no vengo a la casa. Ni me llames. Si tú vas a hacer lo que te da la gana prestando ese dinero, entonces yo voy a hacer lo que quiera”. El escritor se enfurece y le dice que haga lo que quiera. Él se va de la casa, rumbo al trabajo, molesto.

Las cosas se pondrían muy feas en las horas siguientes.

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