domingo, 1 de junio de 2014

La pena máxima - Santiago Roncagliolo



Con “La pena máxima”, Roncagliolo se nos consolida como un tramador estupendo de historias de suspenso y, además, nos demuestra que el efecto narcótico y enajenante del fútbol, el deporte rey, suele ser el velo perfecto que emplean los gobiernos de tiranuelos para perpetrar fechorías, agios y matanzas.

A estas alturas del partido (para emplear términos peloteros), uno compra las novelas de Santiago porque su obra, que es diversa, extensa y, en promedio, buena, le ha redituado un público cautivo. Entonces, en mi caso, a pesar del fiasco que representó “Oscar y las mujeres”, compré, con el mismo fervor con el que acuden algunas señoritas al cierra puertas de Saga, la última novela de Santiago: “La pena máxima”.



No recuerdo muy bien la trama completa (ni mucho menos la incompleta) de “Abril rojo”, pues la leí hace mucho tiempo, cuando todavía vagaba por la universidad. Apenas algunos hitos puntuales de aquella lejana lectura perviven en mi memoria:

·      Compré el libro original (no sé con qué plata)
·      La tapa del libro era roja y había una especie de máscara en la portada.
·    El fiscal que investiga la serie de asesinatos ocurridos durante una festividad ayacuchana se llama Félix Chacaltana.
·  La historia narrada no me defraudó. Por el contrario, me hizo seguidor de la obra de Roncagliolo. Ya antes le había leído “Pudor”.  
·  “Abril rojo” no despertó en mí el interés de releerlo (tampoco pienso releer “La pena máxima”)
·      Presté mi ejemplar original a la que ahora es una ex enamorada mía (error que no volveré a cometer jamás: el de prestar mis libros). Como consuelo, pienso que ella merece conservar el libro como una especie de reparación civil por los estragos que le causé durante nuestra larga relación.

Entonces, echando mano a los vagos recuerdos de esa lectura de “Abril rojo” (novela que ganó el prestigioso premio Alfaguara de novela 2006) y comparándolos con lo leído en “La pena máxima”, me atrevería a decir que ésta, en la que también aparece un Félix Chacaltana, aunque más joven, más idealista, más castrado y más metódico, supera, digamos largamente, en construcción, en enganche, en suspenso, a la primera.

Asesinatos y secuestros ocurren en una Lima cuyos habitantes únicamente emplean sus sentidos para vibrar con cada partido que disputa, en el mundial de Argentina 1978, la “mejor selección peruana de todos los tiempos”. Cubillas, Cueto, Quiroga, La Rosa y Oblitas son algunos de los nombres que componen el equipo del Perú.

Cubillas rompe las redes de la portería holandesa y todo Barrios Altos celebra. Los gritos de felicidad y algarabía eclipsan cualquier otro sonido, incluso el que hace una bala que perfora el cráneo de un joven en el patio de una quinta. Así empieza “La pena máxima”. Y no será la última muerte del libro. Vendrán más.

A pesar de tan espléndido inicio (mezclar fútbol y sangre no está nada mal), la trama de la novela se me iba desinflando con el correr de las páginas. Pero poco iba a durar mi decepción. Luego de que Roncagliolo presenta las características y manías de su fiscal Chacaltana (un tipo empeñoso y metódico que se da de bruces con la realidad más bien remolona, pasiva y mediocre de su profesión), la novela despunta y el autor nos asalta con cada sorpresa, al mismo estilo de Agatha Christie (aunque no tanto como la maestra) para despertar nuestra curiosidad por saber quién es el malo de la película.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, y como lo deja ver Santiago en esta novela, no siempre hay malos y buenos. Tanto buenos cuanto malos actúan bajo la misma consigna: hacer lo que ellos creen que es lo mejor. Allí están los gérmenes comunistas que buscan el bien común; allí están los militares que buscan poner orden y salvaguardar la integridad del estado; allí están los ciudadanos de a pie, que únicamente quieren disfrutar en paz de sus partidos y ver al Perú campeón. Pero cuando cualquier bando se fanatiza con su consigna, los las consecuencias son, obviamente, desastrosas. 

Tras la lectura apremiante del final de la novela, no me queda duda de las hábiles condiciones de Roncagliolo para fabular thrillers. Definitivamente, sus cualidades literarias no apuntan hacia la comedia, como se nota en el esperpento “Óscar y las mujeres”.  

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