sábado, 9 de agosto de 2014

Me pica el prepucio fuertemente ¿Qué puedo hacer?

Iba a empezar esta nueva seguidilla de posts con uno sobre el hipnótico libro de John Katzenbach “El hombre equivocado” (digo hipnótico para mí. Yo no puedo asegurar que lo que es magnético para uno pueda serlo para otro). En fin, el post en mención lo tengo casi preparado, y seguro lo termino luego de escribir y colgar este. Veremos.

Así es. Como reza el título de este post, ayer tuve la picazón, en el pene, más ardiente y feroz  que haya sufrido jamás en mis 31 años de existencia.

Estas picazones las he estado sufriendo desde hace unos pocos meses. Aparecen con poca frecuencia, pero cuando lo hacen, a medida que transcurre el tiempo, se vuelven feroces e impías. El cenit de estas comezones llegó ayer.

Luego de copiarle a mi hermano el video del partido en el que Minas le ganó por 5 goles contra 1 al equipo de C & S, mientras caminaba por Arenales, comenzó la molestia, incomodidad que no bajó los brazos en buena parte de mi recorrido al paradero. El dolor era tan intenso que dejé de lado mis pudores y me rasqué continuamente, por encima del pantalón, la zona genital. Dejó de importarme que la gente me mirara rascándome la pinga como un enfermo. Cuánto deseaba estar a solas para ver qué chucha pasaba ahí abajo.

Por lo que he visto en estos días en que este dolor me asalta por temporadas, la picazón parece concentrarse en mi prepucio (no soy circuncidado), y éste suele enrojecerse, inflamarse ligeramente y, cuando no estoy secretando algún líquido preseminal, se acartona, se pone medio áspero. Además, a mi glande le aparecen manchitas rosáceas, las cuales mudan de posición y, de pronto, desaparecen, para volver a aparecer después.

Estaba, pues, caminando rápidamente por la avenida Wilson, buscando una farmacia en la que atendiera un varón. No me atrevía a contarle esa particular dolencia a una mujer. Lo siento, pero no estaba dispuesto a soportar la cara de “oye, enfermo, sucio, sidoso, chancroso, qué te pasa”. Infructuosa búsqueda. Ninguna puta farmacia contaba con un dependiente varón. ¿Qué pasa muchachos peruanos, por qué no estudian Farmacia? ¿O es que las farmacias y boticas solo prefieren contratar a mujeres? Pues, mal, muy mal. Uno prefiere contar sus problemas de pene a su similar. Al menos, ese es mi caso.

Caminando por Wilson, rascándome constantemente la pichula, me sobrevinieron deseos de preguntarle a cualquier tipo, de apariencia más o menos mayor, “disculpe, señor, ¿por ventura es usted urólogo? ¿Cree que pueda darle una chequeada rápida a mi pichula, al tiro, como dicen en Chile, al toquepala, como decimos acá, y determinar qué puede recomendarme para aliviar lo que sea que tenga?” Pero no tuve el valor de preguntar.

La picazón menguó considerablemente su intensidad cuando abordé el bus a casa. Algo más aliviado, pude sacar de mi mochila el “Poliantea”, el nuevo libro de Marco Aurelio Denegri, y continuar con su lectura. Siempre es un placer y un enriquecimiento del propio bagaje lingüístico la lectura de los libros del tío Marco Aurelio.

Las cinco cuadras de la avenida Bertello a mi casa las recorrí más tranquilo. Pero no estaba dispuesto a que esa picazón de mierda me volviese a atacar. Ya sabía quién me podría ayudarme a  solucionar mi pequeño problema. A una cuadra de mi casa, hay una botica regentada por dos varones y dos mujeres. La suerte tenía que estar de mi lado. Y estuvo de mi lado. Aunque no tanto. Hallé a los dos varones. ¡Solo ellos! Ninguna mujer a la vista. Me libraba del roche. Tampoco había clientes. Así que ningún extraño oiría que este parroquiano sufría de constantes picazones en la pichula. Dije “aunque no tanto” porque había “dos” varones. Hubiera preferido que estuviera solo uno. Era mucha huevada que dos huevones se enteraran de ese tipo de vergonzantes situaciones personales. Pero, ni modo. No quería volver a sentir en la pichula el encarnizamiento que acababa de sufrir.

Le conté al dependiente, un tipo, digamos, de mi edad, de pelo recortado al rape, de lentes y, en conjunto, de aparentar haber sido el alumno más chancón y serio de la carrera de Farmacia; le dije, decía, que tenía una picazón constante y muy dolorosa en el prepucio. No le mencioné que mi glande también adolecía de la aparición anómala de las manchitas rosáceas. Lo obvié porque no era el glande el que me jodía, sino el prepucio de mierda, ahí se centraba todo mi dolor.

-Tómese estás pastillas.

¿Así de rápido?, pensé. ¿No quieres verme la pichula primero para que te crea algo de lo que me recetas, cabrón?

-¿Pero me quitarán la picazón definitivamente?-pregunté, desconfiado.

-Sí. En caso de que no, llévese dos tomas. Tómelas cada doce horas.

-¿Y a qué cree que se deba mi problema?

-Debe ser una alergia-dijo el joven, con la seguridad que te pueda dar lucir como el chanconcito del Instituto de Salud Loayza.

¿Alergia a qué?, pensé. ¿A la vagina de la única mujer con la mantengo relaciones sexuales? Además, yo me lavo la pieza todos los días. ¿A qué le puede tener alergia mi minúsculo miembro? No pregunté nada más y me retiré.

Hoy en la mañana, tomé la última toma. Pero he sentido la picazón, ahí, agazapada, esperando asaltarme nuevamente en el momento menos esperado y rasgar los pellejos de mi alma uno a uno. Sé, en mi fuero más íntimo, que esas pastillas no eran la solución a mi problema.

Esta semana iba a viajar a Chimbote para visitar a mi papá, mis hermanos y demás parientes. Pero ha acaecido un pequeño inconveniente y, lamentablemente, no podré ir. Doble “lamentablemente”. Uno, y el más importante, porque no podré ver a mis familiares (soy un tipo muy desagradecido) y, dos, porque no podré pedirle a mi papá que me concierte una cita con algunos de sus colegas urólogos para que le den una chequeada a “Dani Junior” y pueda, por fin, separarme del intenso dolor que me produce la picazón.


Pues bien, esperaré un poco más. 

2 comentarios:

  1. Oe daniellll comprate una crema pa hongos cualkiera y echatla n toda la waza sin miedo.. si tu flaka tiene alguna crema asi... pontela... tb

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  2. Dani, lávate el pájaro, usa interiores de algodón, por seguridad que se lave tu jeba y por último usa una sola trinchera

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