lunes, 6 de noviembre de 2023

Vera, la camarada. Novela de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 04

 


Accidente es el nombre del más grande de todos los inventores.

Mark Twain

 

Vera se despertó a las dos de la tarde. Era hora de su diario desayuno. Estiró los brazos, bostezó y saltó de la cama para dar cuenta de esa primera e importantísima comida del día, pero tremendo fue su estupor al ver que los acostumbrados panes con huevo frito y el riquísimo jugo de naranja no estaban encima de su escritorio.

¡Mamá!, llamó encolerizada. ¡Mamá!, repitió con redoblada fuerza al no recibir respuesta alguna.

No me hagas bajar, mamá. No estoy de humor para enojarme hoy día. Tengo que dar clases en una hora. ¿Dónde está mi desayuno?

Hijita, se escuchó la delgada voz de su madre que subía, desde el primer piso, trepando dificultosamente las escaleras y deslizándose en la habitación, baja, por favor. No te amargues, hijita. Baja que aquí te explico.  

***

Acordamos que la primera clase sería en el parque de su casa. Esto me pareció rarísimo, pero acepté. Cuarenta soles por una hora de clases de francés estaban bastante bien si se los comparaba con las otras ofertas que hallé en internet.

Llegué a la hora acordada. Había poca gente en el parque; algunos trotadores, perros que tiraban de sus dueños, un par de niños pateando una pelota en medio de una redondela de girasoles. Me senté en una banca y esperé. A los pocos minutos, apareció una chica delgada que tenía en los brazos a un perrito de raza pequeña. Detrás de la chica, una vieja rezongaba, como reclamándole algo. La chica avanzaba hacia el centro del parque, donde yo me encontraba, y la vieja continuaba riñéndola, siempre detrás de ella. No entendía lo que le decía debido a la distancia que nos separaba.

Para cuando la chica y el perro estuvieron ya muy cerca de mí, la anciana regresó sobre sus pasos.

¿Daniel?, saludó la chica. Soy Vera, tu profesora de francés, dijo, alcanzándome una mano.

Sí, qué tal, saludé, sin ocultar cierta sorpresa; no me esperaba un perro en la situación.

Empecemos la clase. La hora empieza desde…, y consultó el reloj en su celular, ahora.

Dimos cuatro o cinco lentas vueltas alrededor del parque. Noté que mi maestra fingía cierta distracción cuando el perro dejaba sus cagadas en la acera. No me atreví a indicarle observación alguna. Sus razones tendría para proceder así.

Bueno, creo que ya es suficiente por hoy.

Habíamos conversado en francés. Cuando cometía un error en la pronunciación o me quedaba en blanco buscando la palabra adecuada que completara mis frases, ella me auxiliaba. Si ella tampoco daba con el término preciso o dudaba sobre si aquello se pronunciaba así o asá, recurría al Google Translator en su celular.

Cuarenta soles, dijo, alargándome una de sus manos de dedos largos y delgados como patas de tarántula.

Claro, claro, le dije. Tras entregarle la suma acordada, le pregunté por nuestra próxima sesión. Mañana será virtual, me dijo. No te incomoda, ¿verdad?

No, no, para nada, le respondí, aunque sí, sí me incomodaba lo que proponía, porque la había contratado por preferir el trato personal y no el frío contacto virtual. Había cientos de profesores en línea que, por diez soles, estaban dispuestos a ofrecer hasta dos horas de clase. A pesar de eso, yo prefería el trato directo y, para qué negarlo, la oportunidad de flirtear con la maestra. Pero pasado mañana sí retomaremos las clases presenciales, ¿no?, indiqué. Había que aclarar las cosas con anticipación; poner el parche, como se dice.

¿Pasado mañana?, su sorpresa pareció genuina.

Claro, le respondí. Habíamos quedado en que serían clases diarias. Recuerda que, me permití tutearla, te señalé que deseaba un curso acelerado y brutal, este adjetivo tosco y fuera de lugar me salió inesperadamente producto del nerviosismo que se apoderaba de mí al percibir que mis planes de trabajo no se concretarían por este pequeño detalle de descoordinación, para aprender francés en…

Tres meses, completó ella. Sí, sí, ya me acuerdo. Discúlpame, es que tengo tantos compromisos que a veces me falla la memoria, se excusó.

Mierda, pensé, seguramente esta profesora está pedidaza por el alumnado. Qué buena elección hice, carajo, me felicité.

No te preocupes, pasado mañana retomamos lo presencial, pero, y se quedó pensando, mientras su perro tiraba de la cuerda para continuar olisqueando los meados de otros perros chorreados más allá, tendrás que acompañarme a un lugar. Tengo que recoger una encomienda, concluyó.

Sí, no te preocupes, le respondí, cuando, en realidad, el preocupado era yo. No había confiado en esta maestra para que me diera clases ambulatorias. Ni modo, pensé, es la más barata que he encontrado en el mercado.  

***

Cuando llegó al primer piso, encontró a su padre tendido sobre el sofá de la sala; su madre, a un lado, lo abanicaba.

Estaba tirado en el suelo, hijita, dijo la señora aludiendo a su esposo. No sabes lo que me costó echarlo en el sofá y reanimarlo. Medio que abrió los ojos y volvió a dormirse, supongo, porque muerto no está. Mírale el pecho; sube y baja. Está respirando, ¿no?

Vera hizo una mueca de fastidio y caminó hacia la cocina. ¿No has preparado nada?, gritó desde allí. Oye, tengo que comer, carajo. En unos minutos tengo que dar clases.

La madre dejó de ventilar a su esposo y corrió hacia donde se hallaba su hija. Ahorita te hago tu desayuno, mamita, se apresuró la señora. Dame unos cinco minutos y te lo llevo a tu habitación.

Mira, dijo Vera, agitando un frasquito, acusadora, harta de los descuidos de su padre, papá no tomó su ración de pastillas ayer. Por eso se ha desmayado. Que no me joda si un día se muere, ah. ¿Saben lo que me cuesta comprarles estas pastillas?

Pero si las paga tu papi con su pensión, amor, se atrevió a recordarle tímidamente la señora.

Sí, pero yo soy la que tiene que ir hasta la farmacia todas las semanas, dejando de hacer cosas muy importantes, aclaró y subió a su habitación.

***

Suspendamos la clase, te ruego, me escribió la maestra minutos antes de la hora acordada. Mi papá ha sufrido una descompensación y tengo que llevarlo al hospital. Estoy muy preocupada, como comprenderás, continuó. Mañana retomamos la presencial. No te preocupes.

Estaba empezando a preocuparme. ¿Era Vera la mejor opción educativa? Aún tenía tiempo de encontrar otra alternativa. Así que volví a buscar en internet.


1 comentario:

  1. ¡Tu publicación irradia brillantez! Perspicaz, bien articulada y verdaderamente cautivadora. Gracias por compartir tu valiosa perspectiva con nosotros.

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