lunes, 20 de noviembre de 2023

Vera, la camarada. Novela de Daniel Gutiérrez Híjar. Capítulo 06

 


Todos los comunistas tienen que comprender

esta verdad: El poder nace del fusil.

Mao Tse Tung

 

Cuando lo vio discursear por primera vez en uno de los grupúsculos de la plaza San Martín, vestía como un pordiosero. Veintitantos años después, seguía sumergido en las mismas ropas. La única diferencia entre el Jaimito de antaño y el de hogaño era que el pelo, de un negro cenizo antes, se le había blanqueado por completo.

Se acercó al grupo de desarrapados que lo oía. Todos eran cholos o alguno que otro negro. Ningún tipo blanco como él; apenas uno que otro blancón, pero viejo, sin plata, apagadas las ansias de vivir y repletas las ganas de revanchismo de plazuela.

Había algo de alboroto, pero no tanto como en los grupillos religiosos aledaños, donde predominaban cánticos y alabanzas. Los partidarios de Jaimito eran mayoría y abucheaban a un muchacho que se había atrevido a polemizar con su líder, proponiendo que Castillo era comunista y seguía los dictámenes de Hugo Chávez, extinto dictador venezolano.

Joven, dígame, ¿usted cree que Hugo Chávez fue comunista?, le dijo Jaime al veinteañero, que tenía pinta de estudiar en una universidad de paga, de gran paga.

Claro, claro, respondió automáticamente el muchacho. Chávez dijo que odiaba a la clase media, que odiaba que se superen. Quería mantenerlos pobres a los venezolanos. Y esto que dijo Chávez, lo dijeron primero Lenin y Marx.

El público chifló. Jaimito pidió calma y apaciguó los ímpetus del joven que ya se había encendido con la oratoria y repetía que los comunistas querían mantener pobre a su población.  

Mira, joven, tú me dices que los comunistas odian que el pueblo progrese, dijo Jaimito.

Por supuesto, afirmó el joven, en medio de los ánimos que se estaban volviendo a calmar, los comunistas, como Castillo, nos quieren mantener pobres para reelegirse una y otra vez.

Tranquilos, tranquilos, les dijo Jaime a sus seguidores, quienes estaban ansiosos por ahorcar al muchacho. Joven, joven, apaciguó los arrestos de su interlocutor, Hugo Chávez nunca fue comunista.

Pero por sus frases, pues. El mismo Chávez decía ser comunista, intervino el muchacho.

Es que si yo te digo que soy albañil, ¿tú me tienes que creer?, dijo Jaime.

No, pero por tus frases, puedo saber si eres albañil o no, apuntó el joven.

O sea que, si yo te hablo de matemáticas, ¿soy matemático?, observó Jaime.

Claro, si sabes de matemática, entonces vas a hablar cosas relacionadas a eso, pues, elaboró el muchacho.

Pero ¿cómo tú llegas a saber que yo soy matemático?, dijo Jaime, que seguramente andaba en la mitad de sus sesentas.

El joven levantó su mano y garabateó el aire.

¡Ah!, exclamó Jaime, como alguien que descubre una verdad obvia, cuando me ves en la práctica, ¿cierto? Entonces, te pregunto, ¿qué hizo Hugo Chávez en la práctica?

Al muchacho se le iluminó el rostro. Era la pregunta que esperaba para detallar las tropelías del malogrado presidente venezolano: Expropió…

¿Eso es comunismo?, lo cortó Jaime. A ver, hijo, calma, calma, camaradas. A ver, hijo, ¿qué es el comunismo?

Los desarrapados seguidores de Jaime engrosaron sus burlas contra el joven que se negaba a caer en el juego dialéctico de su oponente. No sabe ese hijito de papá, dijeron algunos. Es un burro. Que regrese al colegio, dijeron otros.

 Jaime, enseñoreado del micrófono, pidió calma a sus partidarios. Luego dijo: Mira, hijo, no hay que llamar a Hugo Chávez comunista ni socialista. Nunca lo fue. Si él hubiera sido comunista, no hubiera postulado a las elecciones o no hubiera hecho prevalecer el estado burgués. Hace poco dije que todos queremos desarrollarnos. Y tú también dijiste eso, ¿verdad?

El muchacho asintió.

Yo pregunto: ¿cuántos años tiene el capitalismo en el mundo?

Las típicas preguntas retóricas de Jaimito, piensa el advenedizo. Nadie se fija en su costoso terno, quizá porque les es difícil reconocer la ropa de calidad.

Nadie respondió. Los seguidores tenían miedo de contestar alguna estupidez, a pesar de que le escuchaban a Jaimito repetir lo mismo desde hacía tiempo.

Más de doscientos años, se contestó Jaime. Está llegando a los trescientos. Entonces, pregunto: si el capitalismo es bueno, ¿por qué no ha podido desarrollar un solo país? Dame un país desarrollado, joven.

Estados Unidos, dijo el muchacho, con firmeza.

Jaime rio condescendientemente.

Los que se han desarrollado en Norteamérica no son los yanquis; son los grupos de poder, porque la primera sociedad en Norteamérica eran los yanquis. ¿Y quiénes eran los yanquis? Los navajos, los cheroquis, los pieles rojas, los comanches, los apaches, etcétera. Y allí, un comanche no explotaba a otro comanche; un piel roja no explotaba a otro piel roja. Explotaban la naturaleza. Era una sociedad eminentemente colectiva.

El joven asentía con cada aserto de Jaime.

¿Qué pasó? Llegaron los anglosajones, desplazaron a los yanquis y se apoderaron de sus territorios, instaurando los Estados Unidos. ¿Quién se desarrolló ahí?

Otra pregunta retórica. Ante la ausencia de respuestas, Jaime continuó, los ojillos de ratón brillándole.

Grupos de familias: los Rockefeller, los Morgan, los Hammer, los Ford, los Rothschild, etcétera. Esos son los que están gobernando Norteamérica, pero no el pueblo norteamericano que es explotado. Entonces, el capitalismo solo ha desarrollado grupos de poder en desmedro de las grandes mayorías. Pero acá el joven me dice que él está de acuerdo en que todos nos desarrollemos. Y yo les pregunto: si todos nos desarrollamos, ¿podrá existir capitalismo?

Desaparece, pe, gritó uno de los reunidos ahí.

Así es, ya no habría capitalismo, dijo Jaime. Entonces, ¿qué sociedad es esa en la que todos nos hemos desarrollado?

Los desarrapados congregados, que oían el debate sin prisas y sin dinero en los bolsillos, corearon: Comunista. Los que tenían un marcado acento serrano, grupo bastante notorio ahí, gritó: Comonista, pe.

¿Te das cuenta, amigo, que ya eres comunista?, remató Jaime, dirigiéndose al joven.

La multitud estalló en aplausos, vivó a Jaime y abucheó al joven que, cabizbajo, se retiraba de la contienda.

Muy bien, camaradas, todo lo que he hablado está en estos textos que les traigo todos los días, dijo Jaimito, señalando al suelo, donde había una serie de fotocopias de grandes títulos: El marxismo, El comunismo, Las trescientas contradicciones de la Biblia, El capitalismo ya está muriendo.

Tengo textos desde cinco hasta veinte soles, detallaba Jaime. Pueden yapearme si no tienen efectivo.

El advenedizo dio unos pasos al frente hasta llegar a ocupar una posición en la que Jaime pudiera verlo por completo. Su nombre era Germán Morante, dueño de numerosas empresas, muchas de las cuales trabajaron con el gobierno de Castillo y lo hacían ahora con el de Dina Boluarte. Pero su fortuna la empezó durante el mandato de Alejandro Toledo, cuando le fue concedida a su empresa, que en aquel momento tenía un par de meses de creada, un millonario contrato. A partir de ese punto y en adelante, supo mantenerse aliado a los sucesivos gobiernos peruanos que se alternaron. Ahora, por una casualidad del destino, estaba dispuesto a dejarle una gran lección al inextinguible Jaimito.


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