viernes, 28 de febrero de 2025

NOVELA PERUANA BRUTALIDAD de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 08: El Tío Marly en Chincha - Raúl Patán se confiesa

 


Bobby le mostró a Coco sus dominios. Las parcelas rebalsaban de uvas. Todas ellas eran arrancadas de sus matrices y colocadas en canastos por un mar de gente morena. El sol era inclemente y los recogedores llevaban las cabezas envueltas en turbantes, aunque los torsos de los varones iban al desnudo, mostrando unos pectorales y abdominales muy bien definidos. Las mujeres, por pudor, no podían descubrirse como los varones. Sin embargo, llevaban livianas túnicas blancas. Había niños y adolescentes que también colaboraban en la faena.

¿Y qué voy a hacer aquí?, preguntó Coco.

¿No querías plata?, dijo Bobby, montado sobre un corcel blanco.

Claro, metiéndole la pinga a usted, aclaró Coco, presto, vivísimo.

Sí, pero eso fue antes de ver que tu pinguita no me provocaba nada. Te lo dije la semana pasada. Pero como no quiero fallarle a mi Arturito, te voy a sacar de la pobreza con este trabajito que te voy a encomendar.

Coco hizo un mohín de insatisfacción que no fue del agrado de Bobby. Este, ajeno a las hipocresías, explotó: Oye, si no quieres que te ayude, entonces lárgate, ah. Si te hago personalmente este favor es porque le pediste a mi adorado Arturito que te dieran chamba y aquí estoy, cojudo.

Cuando Bobby enfurecía era el mismísimo diablo.

Cierta vez, en una reunión técnica, en el que cada gerente general de sus cinco minas sustentaba los presupuestos para el año siguiente, uno de los ingenieros no supo responder sólidamente a una pregunta que uno de los acuciosos revisores de Bobby, quien estaba presente en la reunión y acostado sobre un anda cargada por cuatro indios trabajadores de la mina, había hecho.

Al ver que demoraba en dar la respuesta y que, además, tartamudeaba al pergeñarla, Bobby, que escuchaba la presentación mientras se aplicaba distinguidas cremas en las piernas flacuchas, estalló: ¡Eres una bestia! Claro, pues, cómo vas a justificar esos cuatro millones de dólares si con las justas puedes hablar. ¡Desaparece de mi vista! ¡Lárgate, indio de mierda, antes de que cometa una locura! No puedo creer que de la Católica salgan indios brutos con el título de ingenieros. Luego estos me tartamudean en las reuniones. ¡Largo!

El ingeniero abandonó la sala llorando amargamente.

Vas a supervisarme la producción de esta parcela, dijo Bobby, blanquísimo y esplendorosamente recortado contra aquel cielo azul de Chincha. Y con este látigo me vas a castigar a toditos estos negros si no me llenan esas veinte canastas que ves ahí.

Sobre todo, continuó Bobby, vas a tener cuidado de ese negro que está ahí y que tiene más o menos tu edad. Esa mierda, que se llama Gonzalo, se come mis uvas o me las mea. Si me lo descubres haciendo maldades, le rompes el culo con este látigo hecho de verga de toro. Ya lo sabes. O me llenas esas veinte canastas o te rompo el culo a ti.

Bobby abandonó la escena sin prisas montado en aquel majestuoso animal albo, dejando en las manos de Coco la gruesa herramienta del dolor.

***

Raúl Patán encontró a su mujer cachando con Chat Mayo, su socio. La embestía salvaje y ricamente.

Hubieran esperado a que me vaya del todo, dijo Patán al pasar al lado de la efervescente pareja. Ella llevaba los ojos en blanco y él la lengua afuera. La pareja derramaba sus lascivos jugos en el sofá donde Patán solía regalarse largas e inútiles horas viendo los programas de Brutalidad y bebiendo con desafuero sus favoritas Colt45.

Chat Mayo se había enamorado perdidamente de la mujer de su socio y este le venía fallando constantemente en los emprendimientos que realizaban juntos. Entonces, le perdió el respeto. De ahí a cogerse a su mujer solo había un paso. Lo siguiente fue, mediante unas jugadas maestras, quedarse con el dinero y propiedades de Patán. Finalmente, apropiarse de su mujer. Patán no pudo hacer nada. Su ignorancia en materia de negocios, pero sobre todo su adicción a la bebida, hicieron que Mayo pudiera adueñarse de todo lo suyo sin obstáculo alguno.

A pesar de lo mal marido que había sido Patán, su mujer se apiadó de él y, en una de sus encamadas con Mayo, le pidió a este que no desamparase a su todavía esposo. No me lo dejes en la mendicidad, le suplicó luego de una feroz mamada.

Pero cómo le voy a dejar algo a ese borracho si con las justas puede mantenerse en pie.

¿Y por qué no le das un trabajo de vigilante en alguna de las casas que estamos arrendando? Tú sabes que ellas no se alquilan rápido. Lo podemos poner como huachimán hasta que alguien las arriende, porfió la mujer.

A Chat no le disgustó la idea.

Sí, mi amor, tienes razón. No creo que sea tan huevón de cagarla en esa chambita, rio Mayo.

Pobre que me choques el auto, Raúl. Te saco la mierda, ah, dijo Chat cuando Patán salió de la cocina con rumbo a la puerta de la calle. Me vas a enviar mensajes cada hora de cómo están las cosas.

Como usted diga, jefe, dijo Raúl antes de salir. Se le había ocurrido que al llamar ‘jefe’ a Mayo, mientras este seguía metiéndole reja a su mujer, se le aplacarían las suspicacias.  

Eso espero, borrachoso e’ mierda. Yo quiero asegurarme que estés en tus cinco sentidos. Mira que si hago esta caridad contigo es por ella, dijo Chat con la lengua afuera y señalando a la mujer que en esos momentos le hacia una tremenda rusa.

Patán se montó en uno de los vehículos de Chat, que hasta hacía unas horas había sido de él, y partió rumbo a una de las casas en donde debía hacer la vigilancia.

Mientras condujo, empezó a llorar. No podía creer que había perdido a su mujer y a sus propiedades por el maldito vicio del alcohol. Para ahogar la tristeza, se echo varios tragos de cerveza mientras manejaba.

Decidió que debía compartir su pena con alguien. Sintonizó Cuchillos Largos; Groover estaba en vivo, en programa, elogiándose por el éxito de la pollada de Eva. Patán pidió link. Groover se lo soltó.

Viejo, gracias por dejarme entrar, dijo Raúl sofocado por las lágrimas.

¿Qué pasó, Patán? ¿Qué tienes que decirnos? ¿Cuál es tu aporte?

Viejo, quiero aprovechar tus ondas para compartir mi dolor.

A ver, habla, dijo Groover, condescendiente.

Viejo, mi mujer me ha dejado.

Chucha, ¿por qué?

Porque soy un borracho. Siempre me gana el alcohol. No he sido el mejor esposo y he pagado.

¿Pero has pensado en reconquistar a tu mujer, borracho de porquería?

Está difícil, Viejo, porque mi rival financiero ya se la está frejoleando duro y parejo. En estos momentos, le está dando por ventana y tragaluz. Volví a mi ex casa para recoger un six pack de Colt45 y los sorprendí en pleno acto. Pude ver que tenía el miembro más grande que el mío. Y, encima, se movía como un adolescente.

¿Y tú, Patán? ¿Te mueves o ya no?

Ya no, Viejo. Estoy como tú, jodido de la cadera. Doy una embestida y ¡plag! me quiebro.

Ya, ya, conchatumadre, no te pases de vivo. Encima que te doy tribuna, me maleteas. Pero respóndeme: ¿Vas a quedarte tranquilo sabiendo que eres cachudo y has perdido tus propiedades?

La verdad no sé qué hacer, Viejo, dijo Patán.

Groover comprendió que compartía la misma pusilanimidad de Patán. La diferencia era que Patán alguna vez tuvo mujer y plata; Groover solo había tenido mujer. Plata nunca.

Y si organizo una pollada para mis medicamentos, pensó Groover mientras Patán relataba sus desgracias. Su hablar era dificultoso. La cerveza hacía que se comiese las sílabas. No, no seria posible. Tendría que confesar que si tengo sillau. Porque una cosa es que el pelao de Marly haya dicho que soy sidoso y otra que yo mismo lo confirme.

Una noticia le cayó en medio del plúmbeo soliloquio de Patán: el Tío Marly había anunciado su retiro definitivo del mundo de la Brutalidad, pero, dos días después, había vuelto con fuerza, dispuesto a continuar con sus maldades.

Groover pensó: Es imposible que ese pelao se retire de este mundo. Aquí encuentra gente a la que le enrostra las cosas que compra con plata de su hermana, que es la que lo mantiene. Ese huevón no tiene amigos en el mundo real, por eso siempre está anclado como garrapata a este mundo de la Brutalidad. Aquí es alguien, es el Tío Marly. En el mundo real, es Coco, un bueno para nada mantenido por su hermana.

Patán empezó a roncar. Groover lo botó del directo y se encerró en su habitación, recordando aquellos tiempos en los que, con las juventudes apristas, irrumpían en las ceremonias de los zurdos a romperles el culo. Fue una de esas veces cuando, en una actividad del frente izquierdista de masajeadores del Perú, el FIMP, satisfecho de haberle roto las cabezas a los ciegos, conoció a Estela, la trava que lo contagiaría de sida. 


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