viernes, 21 de febrero de 2025

NOVELA PERUANA BRUTALIDAD de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 07: El éxito de una pollada

 


¿Y tú quién eres?, dijo Bobby, impío empresario minero y tío del conocido presentador televisivo Jaime Babies.

Coco. Me llamo Coco, dijo Marly, estirando una mano cuya piel le gritaba al mundo que jamás hubo conocido los rigores del trabajo físico.

La suavidad de esa mano desanimó a Bobby. Para marica bastaba él. Lo que necesitaba era un muchacho bandido, de piel bronca como la corteza de un roble.  

Te me haces conocido chibolo, dijo el minero. Llevaba una bufanda enroscada en ese cuello que parecía hecho de fino papel crepé.

Es que soy pata de Arturo y casi siempre caigo en este lugar.

Bobby comprendió todo. Le hizo una seña a Baltazar, el moreno que le guardaba las espaldas y cuyo miembro viril había sofocado alguna de sus más urgentes necesidades. Baltazar abrió una puerta maravillosamente camuflada detrás de Bobby.

Pasa, Coco. Conversemos adentro, dijo el empresario. Una mano tan blanca como la cocaína que había estado disfrutando le señaló cordialmente la entrada.

***

  Groover, con temor, los recuerdos inflexibles de Sergio Castro rompiéndole el culo a punta de palmetazos en una de las aulas polvorientas de la universidad Federico Villarreal por ser incapaz de resolverle una simple derivada, tomó un lápiz e hizo cálculos. El resultado no le agradó. Volvió a llamar a Eva. Hizo bilis con ella, pero comprendió que la pollada no tenía un norte. No había meta, no había capital, no había proyección, no había nada.

Sergio Castro bajó del podio y Montes ocupó su lugar. Mientras Groover se mesaba el poco pelo que le iba quedando, veía al serrano burlándose de la tragedia publica que sería la pollada. Aquellos que habían expresado un sincero deseo de arrasar con los pollos disponibles eran todos seguidores del Habla Montesito. Cuchillos Largos, programa de Groover, apenas contaba con una decena de incólumes prosélitos, gentes que jamás habían dado prueba alguna de sólida interacción con el mundo real. Es decir, no podía esperarse ningún dinero proveniente de esa irrisoria decena de personas afantasmadas. Y desde que Eva hubo reafirmado que solamente por el canal de Groover se transmitirían las incidencias de su pollada, los partidarios de Montes se desafectaron de su causa. Que Eva se meta su pollada al culo, propugnaron al unísono. Así, el peso de las ventas recaía sobre los fantasmagóricos adeptos de Groover. Es decir, el fracaso era un hecho.

Solo había una solución para evitar las burlas del serrano; una solución para que la pollada, si bien no un éxito, al menos no llegase a ser un fracaso bullicioso. Groover tomó el teléfono.

¿Aló?, dijo Groover, y aspiró una bocanada de su cigarrillo electrónico.

¿Qué pasa, Viejo?

A Groover le encantaba que lo llamasen Viejo, ya que era el mismo apelativo con el que se solía designar a su ídolo, el pensador político Haya de la Torre.

La pollada de Eva va a ser un fracaso. La cojuda no sabe ni cuánto quiere ganar. Por otro lado, los únicos maricones que habían prometido comprar ahora se han echado para atrás.

¿Y tus seguidores, Viejo?

¿Cuáles seguidores? A mí nadie me sigue. Necesitamos implementar una estrategia infalible para salvaguardar el honor de nuestros canales.

No entiendo, Viejo ¿Qué quieres hacer?

Como buen partidario aprista cuando se trataba de pedir plata, Groover arremetió sin rodeos: Ábreme la billetera. Suéltame el caño. Compra todas las polladas de Eva. Ya luego yo me encargo de decir que entre todos los miembros de mi canal y tu canal se llegó a la meta.

El silencio al otro lado de la línea fue interpretado por Groover como que había que insuflarle a su interlocutor más argumentos de peso.

Eva alucina que la gente irá en masa a su huevada, que la música que va a poner va a atraer a los comensales. Putamadre, ni las polladas de mi extinta tía Lucila Camposantos, que era la reina del asunto, congregaban a más veinte gatos. Y te lo digo con concha porque yo he sido partícipe de alguna de ellas. Si te contara que lo que más se consumía ahí era coca y no pollos.  

El silencio que hubo por respuesta era distinto del primero. Groover sabía interpretar las líneas en blanco. En la escuela de las juventudes apristas le habían enseñado cómo persuadir al adversario. Este silencio era sinónimo de que estaba a punto de lograr su objetivo. Solo había que meter la puntita un centímetro más.

El nombre de nuestra corporación está en juego. Ya sabes lo que tienes que hacer. Ahí te paso mi cuenta. Es cuanto.

***

El Ciego, a causa de su ceguera, no podía ver los paisajes que se sucedían por la ventana del taxi que Bafi le había pagado para acudir a la pollada de Eva. Si hubiera podido, habría visto las casas derruidas, a medio construir, como bombardeadas, que pululaban en su humilde distrito y, con el correr de los kilómetros, habría columbrado el cambio en esas estructuras, casas con jardines, con veredas, con poncianos en las entradas, edificios modernos que abarrotaban los predios de los acomodados distritos de San Miguel, Magdalena y, finalmente, La Perla Alta, zona esta última de pacífica prestancia.  

Azorado por el tinglado de voces y bocinazos, el Ciego recordó las reconfortantes palabras de Eva: Sí, graba nomás, Cieguito, pero ten cuidado. Yo te voy a proteger. O al menos te voy a avisar si los secuaces del Viaje te quieren meter bala.

***

Solo acudieron tres personas a la pollada. Se dejaron entrevistar por un monigote que contrató el Viejo para armar algo de jarana. El monigote, que obedecía al apelativo de Faloperito, además de embolsicarse treinta dólares por un show de quince minutos, logró besar en los labios a la única mujer que asistió al evento.

Esas tres personas eran seguidoras del canal de Montes. Sin embargo, una vez detectadas por la horda de fanáticos montesistas, fueron expectorados de la comunidad. El que está con Groover está contra nosotros, dijeron en coro. Si quieren volver a nuestra comunidad, tendrán que chuparle la pinga a nuestro líder en público.

***

Pero, Viejo, es que a mí me daban pena que los pollitos estuviesen congelándose en la refrigeradora y por eso los puse afuera un rato para que tomen sol.

Groover no podía creer lo que escuchaba. ¿Qué has dicho, cojuda?

Sí, pues, Viejito, y luego cuando empezaron a sudar por el calor, los metí un ratito en mi cuarto para ya, más calientitos, pasarlos otra vez a la refrigeradora. Usted sabe que soy una defensora acémila de los animales. No me gusta verlos sufrir.

Oye, burra, se dice ‘acérrima’, no ‘acémila’. ‘Acémila’ significa mula, pero, claro, eso es más bien lo que eres, una mula. Cómo se te ocurre hacer lo que me estás contando. ¡Esos pollos ya están muertos!, se desesperó Groover. Están muertos, carajo. Entiende. Desde que los compraste estaban muertos, por la reparimpamputa. Y ¿por qué dijiste que los volviste a meter en la refrigeradora?

Porque estaban oliendo un poco feo, dijo Eva, temerosa de que el Viejo le volviese a enyucar otra feroz puteada.

No mucha gente estaba viendo esa emisión de Cuchillos Largos, entonces, Groover pensó en cortar la transmisión para evitar que el respetable dedujese que la pollada se prepararía con pollos malogrados.  

Ya, Eva, no quiero renegar, mejor conversamos por interno. Voy a cortar. Chau, chau.

***

Cuando el Viejo se enteró de que el Ciego no solo no recibió sus diez pollos malogrados, sino que por algún sortilegio del destino la línea de su celular, pieza fundamental para su ubicación y desenvolvimiento en la ciudad, se hubo deshabilitado, soltó potentes carcajadas. ¿Alguien sabe si ese infeliz terminó desbarrancado en los acantilados del Callao?, preguntó en su programa Cuchillos Largos, en donde, con fruición, proclamaba que se habían vendido todos los pollos del evento. Eva está feliz, declaró.

Groover se hallaba borracho de satisfacción. Había que estar también borracho de verdad. Destapó una Coronita helada y se repantigó en la silla sobre la que locutaba Cuchillos Largos. Tengo que complementar esta felicidad con una masturbadita, pensó. Buscó en la computadora vídeos de mujeres de cien kilos copulando con enanos aventajados.

La noche en Newark cayó con plena satisfacción sobre las amoratadas cabezas de sus ciudadanos y Groover durmió nuevamente, tras haberse extraído una gruesa dosis de energía. Roncó estentóreamente para beneplácito de su público que, gracias al éxito de la pollada, había aumentado en tres seguidores: los públicamente expectorados del canal de Montes.

***

Súbete el pantalón, dijo Bobby tras verle el ridículo pene a Coco. No me provoca nada tu cochinadita.

Coco obedeció mansamente.

Más bien, creo que me puedes ser útil en uno de mis fundos de pisaúvas en Chincha, dijo Bobby tras encargarle a uno de sus ingenieros que le acercara la bandeja de coca. Me dijiste que vives por ahí, ¿no?

Sí, claro, dijo Coco.

Llámame mañana, dijo Bobby y lo invitó a largarse del lugar.  


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