¿Y tú quién
eres?, dijo Bobby, impío empresario minero y tío del conocido presentador
televisivo Jaime Babies.
Coco. Me
llamo Coco, dijo Marly, estirando una mano cuya piel le gritaba
al mundo que jamás hubo conocido los rigores del trabajo físico.
La suavidad
de esa mano desanimó a Bobby. Para marica bastaba él. Lo que necesitaba era un
muchacho bandido, de piel bronca como la corteza de un roble.
Te me haces
conocido chibolo, dijo el minero. Llevaba una bufanda enroscada en ese
cuello que parecía hecho de fino papel crepé.
Es que soy
pata de Arturo y casi siempre caigo en este lugar.
Bobby comprendió
todo. Le hizo una seña a Baltazar, el moreno que le guardaba las espaldas y cuyo
miembro viril había sofocado alguna de sus más urgentes necesidades. Baltazar abrió
una puerta maravillosamente camuflada detrás de Bobby.
Pasa, Coco.
Conversemos adentro, dijo el empresario. Una mano tan blanca como la cocaína
que había estado disfrutando le señaló cordialmente la entrada.
***
Groover, con temor, los recuerdos inflexibles de Sergio Castro rompiéndole el culo a punta de palmetazos en una de las aulas polvorientas de la universidad Federico Villarreal por ser incapaz de resolverle una simple derivada, tomó un lápiz e hizo cálculos. El resultado no le agradó. Volvió a llamar a Eva. Hizo bilis con ella, pero comprendió que la pollada no tenía un norte. No había meta, no había capital, no había proyección, no había nada.
Sergio
Castro bajó del podio y Montes ocupó su lugar. Mientras Groover se mesaba el
poco pelo que le iba quedando, veía al serrano burlándose de la tragedia
publica que sería la pollada. Aquellos que habían expresado un sincero deseo de
arrasar con los pollos disponibles eran todos seguidores del Habla Montesito.
Cuchillos Largos, programa de Groover, apenas contaba con una decena de incólumes
prosélitos, gentes que jamás habían dado prueba alguna de sólida interacción
con el mundo real. Es decir, no podía esperarse ningún dinero proveniente de
esa irrisoria decena de personas afantasmadas. Y desde que Eva hubo reafirmado
que solamente por el canal de Groover se transmitirían las incidencias de su
pollada, los partidarios de Montes se desafectaron de su causa. Que Eva se
meta su pollada al culo, propugnaron al unísono. Así, el peso de las ventas
recaía sobre los fantasmagóricos adeptos de Groover. Es decir, el fracaso era
un hecho.
Solo había
una solución para evitar las burlas del serrano; una solución para que la
pollada, si bien no un éxito, al menos no llegase a ser un fracaso bullicioso. Groover
tomó el teléfono.
¿Aló?, dijo
Groover, y aspiró una bocanada de su cigarrillo electrónico.
¿Qué pasa,
Viejo?
A Groover
le encantaba que lo llamasen Viejo, ya que era el mismo apelativo con el que se
solía designar a su ídolo, el pensador político Haya de la Torre.
La pollada
de Eva va a ser un fracaso. La cojuda no sabe ni cuánto quiere ganar. Por otro
lado, los únicos maricones que habían prometido comprar ahora se han echado
para atrás.
¿Y tus
seguidores, Viejo?
¿Cuáles
seguidores? A mí nadie me sigue. Necesitamos implementar una estrategia infalible
para salvaguardar el honor de nuestros canales.
No
entiendo, Viejo ¿Qué quieres hacer?
Como buen partidario
aprista cuando se trataba de pedir plata, Groover arremetió sin rodeos: Ábreme
la billetera. Suéltame el caño. Compra todas las polladas de Eva. Ya luego yo
me encargo de decir que entre todos los miembros de mi canal y tu canal se
llegó a la meta.
El silencio
al otro lado de la línea fue interpretado por Groover como que había que
insuflarle a su interlocutor más argumentos de peso.
Eva alucina
que la gente irá en masa a su huevada, que la música que va a poner va a atraer
a los comensales. Putamadre, ni las polladas de mi extinta tía Lucila Camposantos,
que era la reina del asunto, congregaban a más veinte gatos. Y te lo digo con
concha porque yo he sido partícipe de alguna de ellas. Si te contara que lo que
más se consumía ahí era coca y no pollos.
El silencio
que hubo por respuesta era distinto del primero. Groover sabía interpretar las líneas
en blanco. En la escuela de las juventudes apristas le habían enseñado cómo
persuadir al adversario. Este silencio era sinónimo de que estaba a punto de
lograr su objetivo. Solo había que meter la puntita un centímetro más.
El nombre
de nuestra corporación está en juego. Ya sabes lo que tienes que hacer. Ahí te
paso mi cuenta. Es cuanto.
***
El Ciego, a
causa de su ceguera, no podía ver los paisajes que se sucedían por la ventana
del taxi que Bafi le había pagado para acudir a la pollada de Eva. Si hubiera
podido, habría visto las casas derruidas, a medio construir, como bombardeadas,
que pululaban en su humilde distrito y, con el correr de los kilómetros, habría
columbrado el cambio en esas estructuras, casas con jardines, con veredas, con
poncianos en las entradas, edificios modernos que abarrotaban los predios de
los acomodados distritos de San Miguel, Magdalena y, finalmente, La Perla Alta,
zona esta última de pacífica prestancia.
Azorado por
el tinglado de voces y bocinazos, el Ciego recordó las reconfortantes palabras de
Eva: Sí, graba nomás, Cieguito, pero ten cuidado. Yo te voy a proteger. O al
menos te voy a avisar si los secuaces del Viaje te quieren meter bala.
***
Solo
acudieron tres personas a la pollada. Se dejaron entrevistar por un monigote
que contrató el Viejo para armar algo de jarana. El monigote, que obedecía al
apelativo de Faloperito, además de embolsicarse treinta dólares por un show de
quince minutos, logró besar en los labios a la única mujer que asistió al evento.
Esas tres
personas eran seguidoras del canal de Montes. Sin embargo, una vez detectadas
por la horda de fanáticos montesistas, fueron expectorados de la comunidad. El
que está con Groover está contra nosotros, dijeron en coro. Si quieren
volver a nuestra comunidad, tendrán que chuparle la pinga a nuestro líder en
público.
***
Pero, Viejo,
es que a mí me daban pena que los pollitos estuviesen congelándose en la
refrigeradora y por eso los puse afuera un rato para que tomen sol.
Groover no
podía creer lo que escuchaba. ¿Qué has dicho, cojuda?
Sí, pues,
Viejito, y luego cuando empezaron a sudar por el calor, los metí un ratito en
mi cuarto para ya, más calientitos, pasarlos otra vez a la refrigeradora. Usted
sabe que soy una defensora acémila de los animales. No me gusta verlos sufrir.
Oye, burra,
se dice ‘acérrima’, no ‘acémila’. ‘Acémila’ significa mula, pero, claro, eso es
más bien lo que eres, una mula. Cómo se te ocurre hacer lo que me estás
contando. ¡Esos pollos ya están muertos!, se desesperó Groover. Están
muertos, carajo. Entiende. Desde que los compraste estaban muertos, por la reparimpamputa.
Y ¿por qué dijiste que los volviste a meter en la refrigeradora?
Porque
estaban oliendo un poco feo, dijo Eva, temerosa de que el Viejo le volviese a
enyucar otra feroz puteada.
No mucha
gente estaba viendo esa emisión de Cuchillos Largos, entonces, Groover pensó en
cortar la transmisión para evitar que el respetable dedujese que la pollada se
prepararía con pollos malogrados.
Ya, Eva, no
quiero renegar, mejor conversamos por interno. Voy a cortar. Chau, chau.
***
Cuando el
Viejo se enteró de que el Ciego no solo no recibió sus diez pollos malogrados,
sino que por algún sortilegio del destino la línea de su celular, pieza
fundamental para su ubicación y desenvolvimiento en la ciudad, se hubo deshabilitado,
soltó potentes carcajadas. ¿Alguien sabe si ese infeliz terminó desbarrancado
en los acantilados del Callao?, preguntó en su programa Cuchillos Largos,
en donde, con fruición, proclamaba que se habían vendido todos los pollos del
evento. Eva está feliz, declaró.
Groover se
hallaba borracho de satisfacción. Había que estar también borracho de verdad.
Destapó una Coronita helada y se repantigó en la silla sobre la que locutaba
Cuchillos Largos. Tengo que complementar esta felicidad con una masturbadita,
pensó. Buscó en la computadora vídeos de mujeres de cien kilos copulando con
enanos aventajados.
La noche en
Newark cayó con plena satisfacción sobre las amoratadas cabezas de sus ciudadanos
y Groover durmió nuevamente, tras haberse extraído una gruesa dosis de energía.
Roncó estentóreamente para beneplácito de su público que, gracias al éxito de
la pollada, había aumentado en tres seguidores: los públicamente expectorados
del canal de Montes.
***
Súbete el
pantalón, dijo Bobby tras verle el ridículo pene a Coco. No me provoca nada
tu cochinadita.
Coco
obedeció mansamente.
Más bien, creo
que me puedes ser útil en uno de mis fundos de pisaúvas en Chincha, dijo
Bobby tras encargarle a uno de sus ingenieros que le acercara la bandeja de
coca. Me dijiste que vives por ahí, ¿no?
Sí, claro, dijo
Coco.
Llámame
mañana, dijo Bobby y lo invitó a largarse del lugar.
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