viernes, 24 de agosto de 2012

La chica que amé y que me odió

Solo se ama lo que no se posee totalmente.

Marcel Proust (1871-1922) Escritor francés


Nunca tuve enamoradas en el colegio. Sí las tuve, en cambio, fuera del colegio. Pero tengo la seguridad de que mi experiencia colegial hubiese sido mucho más rica y placentera si hubiera tenido algunas enamoradas (al menos, una).

Esta ausencia del amor juvenil en el colegio marcó mi vida definitivamente. Escribo esto sin saber muy bien en qué modo marcó mi vida. En todo caso, sí sé que debí haber tenido una chica dentro del recinto escolar.

El hecho tangible de que nunca haya formado un vínculo sentimental con alguna chica del colegio secundario en que estudié, no niega el hecho, más subjetivo, de que me haya enamorado platónicamente más de una vez.

A pesar de mi desgraciado rostro (si se dice agraciado rostro, ¿por qué no escribir desgraciado rostro?, ¿digo, no?), chicas que se fijaran en mí las hubo, existieron. Sin embargo, la timidez que me dominaba por aquellos días de colegio, impedía que actúe. Pero ¿cómo podría explicarse que esa timidez fuera vencida lejos de los límites del colegio, en donde, como mencioné, sí tuve enamoradas?

Entonces, no fue mi timidez la absoluta causante de mi carencia de compañía sentimental durante la secundaria. Fue, también, el absurdo afán de mantener incólume la reputación de alumno “chancón” y respetuosito que los profesores me habían conferido.

Mi tonto empeño en salvaguardar ese “título”, esa reputación, evitaba que actuara como realmente hubiera querido actuar. Uno de los aspectos que yo consideraba dañino para mi reputación de muchacho respetuoso y no escandaloso hubiese sido tener enamorada.

Los muchachos más pendejos -es decir, aquellos que sí sabían lo que era vivir libremente, sin ningún tipo de brida moral- tenían enamoradas por todo el colegio.

Cuando estuve en el segundo año de secundaria, hubo una chica que me gustó demasiado. Se llamaba Patricia Camiletti Rodriguez. Me gustaban sus caderas. No recuerdo si tenía las tetas grandes. En todo caso, me atraía sobremanera su mirada, su cara, su cuerpo, su forma de caminar.

Durante las clases solía mirarla con arrobamiento. Puedo asegurar que ella me devolvía coquetas miradas. Patricia Camiletti Rodríguez ocupó siempre el segundo lugar en aprovechamiento académico en el aula. Fuimos casi 30 personas durante la secundaria. En algunos contados bimestres, lograba arrebatarle de las manos ese segundo lugar. Pero lo usual era que yo ocupase el tercer puesto.

Para mí era lo máximo que ella me mirase con esa coquetería. Durante mis caminatas hacia la escuela, en los recreos, mientras hacía las tareas siempre elaboraba y protagonizaba planes para declararle mi amor a Patricia Camiletti Rodríguez. En mis sueños, el plan era llevado a cabo con éxito. Mi almohada representaba a Patricia en mis noches solitarias, en las cuales caía rendido de sueño luego de haber trajinado a mi almohada con mis babosos besos, mis labios tapizados con la pelusita blanca de la funda que la cubría.

Aún no sé por qué (Patricia, si por ventura lees estas líneas, cosa que dudo porque siempre fuiste lo suficientemente inteligente como para escoger sabiamente tus lecturas, respóndeme el por qué) en tercero de secundaria, Patricia dejó de hablarme y de mirarme. Si me miraba era para demostrarme que sus ojos guardaban un profundo odio hacia mí. ¿Por qué me odiaste repentinamente, Patricia? ¿Por qué me mirabas como se le mira a una cucaracha de desagüe, Patricia? ¿Qué hice o dije para que esa cómplice coquetería trocara en tácito y explícito desdén?

Su inexplicable desprecio hacia mí duraría toda la secundaria. No negaré que la he “googleado” y, gracias a esas pesquisas superficiales, he podido averiguar que vive en España. ¿Qué estará haciendo por allá? ¿Me guardará algún odio todavía? ¿Se acordará de mí?

Creo que si la vida me concediese la oportunidad de verla nuevamente, le contaría todo lo que ella provocó en mi adolescente alma, cómo me tuvo cautivado hasta el último año de la secundaria y, si todavía conserva esa belleza asesina, me permitiría besarla. Si estuviera comprometida o no, ese es un asunto adjetivo, menor.



1 comentario:

  1. xq Patricia?? xq??.. facil se dio cuenta a esa edad de tus notorios rasgos indigenas y dijo q asco ese cholo horrible ..anyway es buena idea confrontar en algun momento a las flakas q marcaron a uno.dedicar un tiempo de la vida pa hacer una lista algo asi como en la serie My name is Earl y tratar de remediar o encarar las webadas del pasado uno x uno ...

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