lunes, 20 de agosto de 2012

La Fuerza del Destino - Mecano

Cuando te cruzas con una persona con la que, a medida que caen y caen los segundos y minutos y horas del reloj como gotas de un caño que nadie se ha preocupado por reparar (fea metáfora), vas edificando una especie de amistad muy particular y, sin duda, edificante, sientes inevitablemente que fue el mandato de algún designio misterioso del destino el que se ha encargado de unir, en esos puntos particulares de sus vidas, a esos dos seres tan parecidos y tan lejanamente distintos.


Parecidos porque son egoístas. Reconocen que todo el mundo es egoísta, pero solo los valientes se atreven a reconocerlo ante todos, ante ese bulto informe compuesto por gente que vive embozada con el antifaz de la “buena onda”.

Estas dos personas se saben egoístas y se gustan así, egoístas como son.

Una trabaja de manera correcta y sobresaliente para obtener elogios que nutran su ego, que la hagan sentir bien a ella “solamente”. Ella consigue títulos y distinciones con no poco esfuerzo (un esfuerzo del carajo le ha costado todo lo que ha conseguido hasta el momento), y todo ello, ella lo sabe, consigue hacerla sentir muy superior al resto. Gracias a esos logros ella nos ve a nosotros, los tontos y estúpidos que la rodeamos, como alfeñiques, seres indignos de recibir, siquiera, un saludo suyo. Ella no hace todo lo que hace para ayudar a su familia o a la empresa para la que trabaja. No. Ella lo hace para ella misma, para que digan de ella lo excelente que es y lo luchadora que seguirá siendo. La ayuda a la familia llegará como consecuencia de la grandeza que ella va obteniendo con cada logro que ha conseguido gracias a sus acertadas decisiones. Su grandeza le proveerá el dinero y comodidades que quiere, primero, para ella misma y, en segundo lugar, para sus familiares más cercanos.

El otro escribe cosas que considera transcendentales e importantes, las cuales publica en un blog que casi nadie lee, para que aquellos que, por ventura, las leen, le digan palabras como: “escribes muy bien, hermano, tienes una pluma brillante, me mato de la risa con todo lo que escribes”, palabras que, sin duda, inflarán su ego. Ha escrito un librillo intrascendental de cuentos que poca gente ha leído, pero aquella que lo ha leído se ha reído a mandíbula batiente al menos una vez (esto lo ha podido comprobar el escritor de tal librillo). Esto colma de ínfulas al tipo y lo hace sentirse poderoso y muy superior al resto de gente que lo rodea. El tipo ha llegado a la conclusión de que cultivar el arte de escribir y publicar novelas lo coloca muy por encima del resto de la gente. Él no ve ningún tipo de mérito en aquellas personas que trabajan día y noche para empresas grandes y millonarias, que rigen sus vidas según los horarios que les imponen sus jefes, que ganan un sueldo que ya quisiera él ganar, que estudian diplomados y maestrías, amasándolos como coleccionistas de naderías. Al tipo le parece que ganar títulos y trabajar para ganar dinero es vivir con miras muy pobres y obtusas. Le gusta ver el LinkedIn para ver el rostro de aquellas pobres personas que creen que mostrar su vasto y exitoso curriculum es el súmmum de la vida. El tipo considera que estos trabajos, cursos y títulos han apartado al ser humano de su primer y último fin: el arte creador, el ocio intelectual. Por tanto, el tipo vive preocupado por escribir las cuatro novelas que se ha propuesto escribir e inscribir su nombre en la posteridad. Todo lo demás le parece procaz, vulgar, mundano, prosaico.

Estas dos personas son lejanamente diferentes porque tienen objetivos muy distintos.

Ella quiere ser una profesional exitosa y adinerada, poseedora de un exquisito y lujoso departamento cuyos únicos habitantes sean ella y un perro obeso y lambiscón.

Él solo quiere escribir cuatro novelas y seguir provocándoles carcajadas a sus lectores. Nada más. Le tiene sin cuidado su carrera profesional. Ese detalle se lo deja al destino, que ha sabido darle lo que le corresponde. Él solo quiere escribir y morir a los 40 años. Ni un año más ni uno menos.

Ambos personajes han cruzado sus caminos. Se han reconocido similares y se han gustado mucho. Ambos tienen vidas hechas, pero han planeado no separarse porque se sienten bien cuando están juntos. Han planificado que su amistad (esa amistad que ellos reconocen singular, única, diferente) dure cierto tiempo, ni un día más ni un día menos, porque ambos quieren de lo bueno, poco y de eso poco, poquísimo. Tienen un lema: “El mejor grupo es el grupo de dos”.

A ella le gusta La Fuerza del Destino de Mecano. Él ha escuchado esa canción y no ha parado de escucharla, ni siquiera mientras ha escrito estas parrafadas.

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