jueves, 15 de septiembre de 2016

El solitario de Zepita - Capítulo 3

Del jueves 08 al viernes 09 de setiembre del 2016

Jean Carlo se acercó a mi escritorio. Daniel, los italianos quieren que arranquemos los ventiladores este viernes. Así que mañana viajamos con el técnico. Nos vamos en mi camioneta. Salimos en la tarde. Nos encontraremos en Plaza Norte. ¿Está bien? Yo te confirmo la hora.

Me acababan de cagar el primer fin de semana completamente instalado en Zepita. Daniel, volvió a la carga Jean Carlo; no es necesario que vengas mañana a la oficina. Así tienes tiempo para alistar bien tus cosas

Llamé a mi esposa. Le conté del viaje; no podría ver a la bebe el fin de semana. ¿Puedo verla hoy, por favor? Claro, no había problema.   

Llamé a Rosario. Malas noticias; tengo un viaje para mañana. No estaré el fin de semana. Me dijo que no importaba, que podíamos vernos el próximo. Un rato después, me envió un mensaje: Te visito hoy a las once y media; después de mi clase. ¿Te parece? Hacía unos meses, Rosario había vuelto a las aulas. La Bibliotecología, que había estudiado en San Marcos, no resultó rentable. Decidió convertirse en ingeniera industrial. Se inscribió en la UPC, en el programa diseñado para la gente que trabajaba. Claro, vente, le escribí. La pasaremos rico, ya verás. Te chuparé el pene hasta que te quedes dormidito y puedas viajar tranquilo mañana. Me pidió que la esperase en El Queirolo.   

Llegué a mi cuarto poco antes de las ocho. Cuadré la bici al pie de las escaleras. Me bañé. Me vestí. Corrí hacia el paradero de buses en Alfonso Ugarte. Ya quería ver los ojitos de mi hija.

Mi esposa me contó los logros de la bebe en el colegio. Ya escribía del uno al diez. ¿Cierto, amor?, le pregunté. Yes, daddy, me dijo ella, con su fina vocecita. La cubrí de besos; los cachetes, la frente, las orejitas, su pelito.

Les invité unas hamburguesas en una sanguchería de la cuadra catorce de La Alborada.

Ahora vas a ir a la casa a dormir con mamita, ¿ya? Sí, papi. ¿Me prometes que no vas a llorar y vas a dormir tranquilita? Yes, daddy. La volví a besar. Mi esposa y yo nos despedimos. Cuídense, por favor. Ya nos vemos pronto. Mi esposa me abrazó. Cuídate mucho, cuídate por nuestra gordita. La bebe subió tres escalones y me dijo: Papi, papi, sube, por favor. Su pedido me quebró el corazón. Su inocencia le cubría la jodida realidad. Esa ya no era mi casa. No puedo, mamita; pero sube que arriba está Mel. ¿Quieres jugar con Mel? Sí, papi. Subió el resto de peldaños, alegre. ¿Vas a portarte bien? Sí, papi. Mel era Melina, la pareja de mi esposa. Mi bebe la quería mucho. Se entendían. Mel era excelente con los niños; les tenía paciencia.


Eran las once cuando llegué a Alfonso Ugarte; aún a tiempo para el encuentro con Rosario. Al pie del colegio guadalupano, en puestos improvisados, se vendían libros, celulares, ropa, gorras, billeteras. Hallé la edición original de Conversación En La Catedral, de 1971, en dos tomos. En la biblioteca que dejé en el departamento de mi esposa, tenía una copia pirata. Esos tomos eran una joya. Dame diez soles por los dos, me dijo el vendedor, un joven de barba tupida. Pagué. Era una ganga. Recibí un mensaje de Rosario. Estaba a cinco minutos del Queirolo. Apuré el paso. Conseguí releer las primeras páginas del tomo uno. Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?




Compramos unas cervezas en el camino a mi cuarto. Conversamos. Bebimos directamente de las botellas. Una para mí; la otra para ella. En este cuarto jamás habrá un vaso, le dije. Acá todo se toma del pico.

Me contó sus problemas. El octogenario dueño del departamento que alquilaba había fallecido hacía poco. Los herederos querían desalojar a los inquilinos y vender la casa. Varias constructoras estaban dispuestas a levantar modernos edificios en ese lugar. Las ofertas eran incontables. Seguía sin trabajo. Vivía de sus ahorros. Pero, Diosito es grande, acababa de recibir una propuesta de trabajo en PetroPerú. Ahora que nos quieren desalojar, tengo que tener dinero para buscarnos otro lugar. Desde que egresó de la San Marcos, nunca le faltó trabajo. El último fue en VISA, donde nos conocimos. La empresa sufría la crisis más jodida de su historia. Había empezado a deshacerse del personal que estuviera a punto de cumplir los cinco años de permanencia. Ese fue el caso de Rosario. Afortunadamente, salía lo de PetroPerú. Brindamos por eso.

Puse Doble Nueve. Habíamos prescindido de las luces. Ella ocupaba la sillita azul. Yo tenía el culo en el suelo, la espalda contra la pared.      

Al término de las cervezas, nos acostamos. Me chupó la pinga tal cual lo prometió. Eyaculé. Nos quedamos dormidos casi de inmediato.

Nos despertó la alarma de mi celular. Tenía el culo de Rosario contra mi pinga. Se me puso dura. Se la metí en la concha, por detrás. Empezó a gemir. Chúpame la pinga, perra, le ordené. Obedeció. Le gustaba que la llamara así; perra. Volví a eyacular. Esta vez, dentro. Rosario se cuidaba con un anillo que se insertaba cada cierto tiempo en la vagina. 

La acompañé a tomar su colectivo. Caminamos hasta la siete de Tacna. Anotas la placa, ¿ya?, me pidió, por seguridad. Sí, claro, la apunto de todas maneras, le aseguré. No apunté nada. Ni siquiera memoricé el número. Sabía que a nosotros difícilmente podría pasarnos algo malo, sobre todo después de haber tirado tan rico.

Compré algo más de ropa en la calle Capón; un par de pantalones ajustados y tres camisas oscuras.

Regresé al cuarto. Me bañé. Me vestí. Empaqué lo que llevaría al viaje. Tomé el bus a casa de mamá. Ella custodiaba mis zapatos con puntera de acero. Toda mina te pedía ingresar a sus instalaciones con ese calzado. Me recibió con un lomazo saltado. Me alcanzó un jugo de maracuyá, heladito, como me gustaba. Ahí están tus zapatos, me dijo. Gracias, má. Los había lustrado hasta sacarles un brillo que ya no tenían. Descansa, hijito. Duerme un ratito. Era buena idea. Antes, le mandé un mensaje a Jean Carlo; que me confirmara la hora del encuentro. A las ocho en Plaza Norte.

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