sábado, 24 de septiembre de 2016

El solitario de Zepita - Capítulo 6


Del lunes 12 al miércoles 14 de setiembre del 2016

Antes de acostarme, subí al blog el primer capítulo de la novela. Lo escribí en una cabina de internet en La Colmena. Contra lo que creí, no le generó ninguna molestia a Rosario.

Patricia Gibellini era la nueva asistente de Jean Carlo. Era bastante guapa, pero le faltaban culo y tetas. La conocí la mañana del martes. Jean Carlo aún no regresaba de Chiclayo. Uy, pero él me dijo que viniera hoy. Decidió que le hablaría por teléfono. Nos vemos, me dijo. Un gusto conocerte.  

Poco antes de regresar a casa, llamé a Rosario. Quería verla. Ya, yo también quiero verte. Te caigo a eso de las diez u once. Te confirmo.

Salí temprano del trabajo. Me detuve en Wilson. Pregunté por mi laptop. La gordita se deshizo en disculpas. Amigo, lo que pasa es que mi contacto recién ha encontrado la pieza que necesito para reparar tu computadora, pero estará en Lima todavía en un mes. ¿Tanto? Sí, amigo. La gordita había tenido cuatro días para desarmar mi laptop a su antojo. Nadie más querría repararla. No me quedaba alternativa. Está bien, regreso en un mes.  

La esperé en Quilca, a las afueras de una de las estaciones del Metropolitano. Venía de la UPC. Había tenido un día infortunado con la ropa y su cabello. Parecía una bruja. Caminamos a mi cuarto. Compramos un par de cervezas heladas. Nos tiramos en el colchón. Abrí las botellas. Bebimos. En su celular, vimos algunos videos que, sabía yo, harían que se cagase de la risa. Cuando terminamos las cervezas, apagamos todo. Nos desvestimos. Mientras se la metía, le chupaba las tetas. Eran mi debilidad. Eyaculé al poco rato. Antes de quedarme dormido, le pedí que me despertase temprano; el decano de la UNI quería reunirse con Jean Carlo. Como no estaba, debía ir yo.

El decano de la UNI resultó ser Jorge Huayta. Era bajo, muy trigueño, tímido, las manos siempre sudorosas. Lo había conocido en el 2014, en Julcani, mina en la que yo trabajaba como jefe de ventilación. El superintendente de Planeamiento, mi jefe, muy amigo de Huayta, lo contrató para que efectuase un estudio de ventilación. Lo que nos entregó fue una mierda. Su informe terminó en el tacho de basura. Parecía que cualquiera podía ser decano.

La reunión fue corta. Querían conectarle un variador de frecuencia al ventilador que les vendió Jean Carlo. Pero aún no había electricidad en el laboratorio donde el ventilador seguía cubriéndose de polvo. Mil disculpas, Daniel; los vamos a llamar en cuanto solucionemos este inconveniente. En serio, ¿cómo había llegado este insecto al decanato?

Decidí tomarme el resto del día. Había hallado una lavandería en el mismo Zepita, a una cuadra de mi cuarto. Les dejé una bolsa de ropa sucia. La dependienta, una gordita de pelo pintado, pesó la bolsa. Siete soles, amigo. Le pagué. Recógela mañana. ¿No había problema si la recogía el sábado? Tenía que trabajar al día siguiente. No, amigo, no hay problema. Le pregunté por el letrerito que colgaba cerca de su balanza: No se admiten prendas íntimas. En mi bolsa, había siete bóxers y siete pares de medias blancas. Ese letrero es para los travestis que vienen aquí. Sabrá Dios qué enfermedades tendrán en esos calzones. A ellos no les acepto ninguna prenda interior.

Fui a la calle Capón. Compré más bóxers, medias y polos. Lo necesario para la semana. Regresé sudando al cuarto. Sudaba mucho, incluso en invierno. Me sudaban la espalda, el pecho, los huevos y el culo. Me bañé. Cogí un libro. Tenía una prosa fulminante. Me durmió al instante.

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