Bobby le
mostró a Coco sus dominios. Las parcelas rebalsaban de uvas. Todas ellas eran
arrancadas de sus matrices y colocadas en canastos por un mar de gente morena.
El sol era inclemente y los recogedores llevaban las cabezas envueltas en
turbantes, aunque los torsos de los varones iban al desnudo, mostrando unos
pectorales y abdominales muy bien definidos. Las mujeres, por pudor, no podían descubrirse
como los varones. Sin embargo, llevaban livianas túnicas blancas. Había niños y
adolescentes que también colaboraban en la faena.
¿Y qué voy
a hacer aquí?, preguntó Coco.
¿No querías
plata?, dijo Bobby, montado sobre un corcel blanco.
Claro,
metiéndole la pinga a usted, aclaró Coco, presto, vivísimo.
Sí, pero eso
fue antes de ver que tu pinguita no me provocaba nada. Te lo dije la semana
pasada. Pero como no quiero fallarle a mi Arturito, te voy a sacar de la
pobreza con este trabajito que te voy a encomendar.
Coco hizo
un mohín de insatisfacción que no fue del agrado de Bobby. Este, ajeno a las
hipocresías, explotó: Oye, si no quieres que te ayude, entonces lárgate, ah.
Si te hago personalmente este favor es porque le pediste a mi adorado Arturito
que te dieran chamba y aquí estoy, cojudo.
Cuando
Bobby enfurecía era el mismísimo diablo.
Cierta vez,
en una reunión técnica, en el que cada gerente general de sus cinco minas
sustentaba los presupuestos para el año siguiente, uno de los ingenieros no
supo responder sólidamente a una pregunta que uno de los acuciosos revisores de
Bobby, quien estaba presente en la reunión y acostado sobre un anda cargada por
cuatro indios trabajadores de la mina, había hecho.
Al ver que
demoraba en dar la respuesta y que, además, tartamudeaba al pergeñarla, Bobby,
que escuchaba la presentación mientras se aplicaba distinguidas cremas en las
piernas flacuchas, estalló: ¡Eres una bestia! Claro, pues, cómo vas a
justificar esos cuatro millones de dólares si con las justas puedes hablar. ¡Desaparece
de mi vista! ¡Lárgate, indio de mierda, antes de que cometa una locura! No
puedo creer que de la Católica salgan indios brutos con el título de
ingenieros. Luego estos me tartamudean en las reuniones. ¡Largo!
El
ingeniero abandonó la sala llorando amargamente.
Vas a
supervisarme la producción de esta parcela, dijo Bobby, blanquísimo y
esplendorosamente recortado contra aquel cielo azul de Chincha. Y con este
látigo me vas a castigar a toditos estos negros si no me llenan esas veinte
canastas que ves ahí.
Sobre todo, continuó
Bobby, vas a tener cuidado de ese negro que está ahí y que tiene más o menos
tu edad. Esa mierda, que se llama Gonzalo, se come mis uvas o me las mea. Si me
lo descubres haciendo maldades, le rompes el culo con este látigo hecho de
verga de toro. Ya lo sabes. O me llenas esas veinte canastas o te rompo el culo
a ti.
Bobby
abandonó la escena sin prisas montado en aquel majestuoso animal albo, dejando
en las manos de Coco la gruesa herramienta del dolor.
***
Raúl Patán
encontró a su mujer cachando con Chat Mayo, su socio. La embestía salvaje y
ricamente.
Hubieran
esperado a que me vaya del todo, dijo Patán al pasar al lado de la efervescente
pareja. Ella llevaba los ojos en blanco y él la lengua afuera. La pareja
derramaba sus lascivos jugos en el sofá donde Patán solía regalarse largas e
inútiles horas viendo los programas de Brutalidad y bebiendo con desafuero sus
favoritas Colt45.
Chat Mayo
se había enamorado perdidamente de la mujer de su socio y este le venía
fallando constantemente en los emprendimientos que realizaban juntos. Entonces,
le perdió el respeto. De ahí a cogerse a su mujer solo había un paso. Lo
siguiente fue, mediante unas jugadas maestras, quedarse con el dinero y
propiedades de Patán. Finalmente, apropiarse de su mujer. Patán no pudo hacer
nada. Su ignorancia en materia de negocios, pero sobre todo su adicción a la
bebida, hicieron que Mayo pudiera adueñarse de todo lo suyo sin obstáculo
alguno.
A pesar de
lo mal marido que había sido Patán, su mujer se apiadó de él y, en una de sus
encamadas con Mayo, le pidió a este que no desamparase a su todavía esposo. No
me lo dejes en la mendicidad, le suplicó luego de una feroz mamada.
Pero cómo
le voy a dejar algo a ese borracho si con las justas puede mantenerse en pie.
¿Y por qué
no le das un trabajo de vigilante en alguna de las casas que estamos arrendando?
Tú sabes que ellas no se alquilan rápido. Lo podemos poner como huachimán hasta
que alguien las arriende, porfió la mujer.
A Chat no
le disgustó la idea.
Sí, mi
amor, tienes razón. No creo que sea tan huevón de cagarla en esa chambita, rio Mayo.
Pobre que
me choques el auto, Raúl. Te saco la mierda, ah, dijo Chat
cuando Patán salió de la cocina con rumbo a la puerta de la calle. Me vas a
enviar mensajes cada hora de cómo están las cosas.
Como usted
diga, jefe, dijo Raúl antes de salir. Se le había ocurrido que
al llamar ‘jefe’ a Mayo, mientras este seguía metiéndole reja a su mujer, se le
aplacarían las suspicacias.
Eso espero,
borrachoso e’ mierda. Yo quiero asegurarme que estés en tus cinco sentidos.
Mira que si hago esta caridad contigo es por ella, dijo Chat
con la lengua afuera y señalando a la mujer que en esos momentos le hacia una tremenda
rusa.
Patán se
montó en uno de los vehículos de Chat, que hasta hacía unas horas había sido de
él, y partió rumbo a una de las casas en donde debía hacer la vigilancia.
Mientras
condujo, empezó a llorar. No podía creer que había perdido a su mujer y a sus
propiedades por el maldito vicio del alcohol. Para ahogar la tristeza, se echo
varios tragos de cerveza mientras manejaba.
Decidió que
debía compartir su pena con alguien. Sintonizó Cuchillos Largos; Groover estaba
en vivo, en programa, elogiándose por el éxito de la pollada de Eva. Patán
pidió link. Groover se lo soltó.
Viejo,
gracias por dejarme entrar, dijo Raúl sofocado por las lágrimas.
¿Qué pasó,
Patán? ¿Qué tienes que decirnos? ¿Cuál es tu aporte?
Viejo,
quiero aprovechar tus ondas para compartir mi dolor.
A ver, habla, dijo
Groover, condescendiente.
Viejo, mi
mujer me ha dejado.
Chucha, ¿por
qué?
Porque soy
un borracho. Siempre me gana el alcohol. No he sido el mejor esposo y he pagado.
¿Pero has
pensado en reconquistar a tu mujer, borracho de porquería?
Está
difícil, Viejo, porque mi rival financiero ya se la está frejoleando duro y
parejo. En estos momentos, le está dando por ventana y tragaluz. Volví a mi ex
casa para recoger un six pack de Colt45 y los sorprendí en pleno acto. Pude ver
que tenía el miembro más grande que el mío. Y, encima, se movía como un
adolescente.
¿Y tú, Patán?
¿Te mueves o ya no?
Ya no,
Viejo. Estoy como tú, jodido de la cadera. Doy una embestida y ¡plag! me
quiebro.
Ya, ya,
conchatumadre, no te pases de vivo. Encima que te doy tribuna, me maleteas.
Pero respóndeme: ¿Vas a quedarte tranquilo sabiendo que eres cachudo y has perdido
tus propiedades?
La verdad
no sé qué hacer, Viejo, dijo Patán.
Groover comprendió
que compartía la misma pusilanimidad de Patán. La diferencia era que Patán
alguna vez tuvo mujer y plata; Groover solo había tenido mujer. Plata nunca.
Y si
organizo una pollada para mis medicamentos, pensó Groover mientras Patán
relataba sus desgracias. Su hablar era dificultoso. La cerveza hacía que se
comiese las sílabas. No, no seria posible. Tendría que confesar que si tengo
sillau. Porque una cosa es que el pelao de Marly haya dicho que soy sidoso y
otra que yo mismo lo confirme.
Una noticia
le cayó en medio del plúmbeo soliloquio de Patán: el Tío Marly había anunciado
su retiro definitivo del mundo de la Brutalidad, pero, dos días después, había
vuelto con fuerza, dispuesto a continuar con sus maldades.
Groover
pensó: Es imposible que ese pelao se retire de este mundo. Aquí encuentra
gente a la que le enrostra las cosas que compra con plata de su hermana, que es
la que lo mantiene. Ese huevón no tiene amigos en el mundo real, por eso siempre
está anclado como garrapata a este mundo de la Brutalidad. Aquí es alguien, es
el Tío Marly. En el mundo real, es Coco, un bueno para nada mantenido por su
hermana.
Patán
empezó a roncar. Groover lo botó del directo y se encerró en su habitación,
recordando aquellos tiempos en los que, con las juventudes apristas, irrumpían
en las ceremonias de los zurdos a romperles el culo. Fue una de esas veces
cuando, en una actividad del frente izquierdista de masajeadores del Perú, el
FIMP, satisfecho de haberle roto las cabezas a los ciegos, conoció a Estela, la
trava que lo contagiaría de sida.