sábado, 1 de noviembre de 2025

T. Ruco frente al pelotón de fusilamiento - Cap 03 - MENTIDERO Novela Peruana de Daniel Gutiérrez Híjar

 

El balón de gas estaba a punto de estallar y Gerardo Santa María, el sudor chorreándole la cara y descorriéndole el maquillaje que lo había convertido en un cholo protestante, solo podía imaginarse, con sofocante pavor, que su cuerpo galán y fuerte quedaría reducido a irreconocibles pedacitos de carne. Estaba convencido de que esta vez su novia, la actriz Mariela Menacho, había destrozado todos los linderos de la razón y del amor.

Listo, gordo, dijo al fin Mariela. Ya puedes apagar la hornilla y venirte para la cama. Estoy muy caliente.

Pero se me ha descorrido el maquillaje, anotó Gerardo, aliviado porque los alfiles de la muerte se habían marchado, pero responsable aún del rol que le tocaba desempeñar en el acto ritual que él y su novia celebraban, sobre todo por demencial insistencia de ella, cada vez que había en Lima una marcha popular en contra del gobierno.   

Ya no hay tiempo para que te repases la pintura marrón en la cara, gordo. Vente rápido a la cama que ya no aguanto. Me muero de ganas de hacerle el amor a mi fabricador de bombas mata-policías, a mi protestante cholo de la Facultad de Sociales de la Católica; ven, papito, que te quiero comer ahorita mismo.  

Mientras caminaba al cuarto, Gerardo Santa María, joven gerente de Google para Latinoamérica, graduado de la Universidad de Pensilvania, sopesaba la idea de acabar esa misma noche con las fantasías subversivas de su novia. Si la dejo continuar, la próxima no la cuento.

***

¿Estás con la izquierda?

No, no soy ni de izquierda ni de derecha. Yo soy apolítico, pero estoy en contra de la corrupción de los comechados del congreso, dijo el cantante.

¿Cuba y Venezuela son dictaduras?

No sé, oe. No digas tonterías. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que sí son dictaduras?

Claro, lo son, ¿o no?

No, no son dictaduras, son gobiernos del pueblo que tienen como figura símbolo al gran Simón Bolívar. Justamente, estoy creando unas líricas que van a resaltar la memoria de Bolívar y que van a reivindicar a los gobiernos populares y bolivarianos de Cuba, Venezuela y Bolivia, enfatizó el cantante.

Entonces no estás yendo a la protesta para echar a los congresistas.

También. Estoy yendo para que se vayan todos esos corruptos y para que repongan al presidente bolivariano Castilla, que está secuestrado por haber querido reformar al Perú sin incluir a la misma argolla que nos ha mantenido pobres y pisoteados durante más de doscientos años.  

¿Vas a llevar eso a la marcha?

¿Esta camiseta? Es mi camiseta bolivariana. Aquí está Bolívar de fondo y, delante, las caras de los líderes de Cuba, Venezuela y Bolivia.

No, me refiero a eso.

Ah, las bombas. Es para tirárselas a los tombos y para quemar el congreso.

¿Pero no que la protesta va a ser pacífica?

Hermano, con la paz nunca se ha conseguido ningún cambio social. Solo con nuestra sangre, con la de nuestros hermanos, lograremos el cambio verdadero que este país necesita.

***

El oficial a quien usted escupió y golpeó es parte de la Guardia Nacional que yo mismo fundé para mantener el orden entre la población. Faltarle el respeto a uno de sus integrantes es como si me lo faltara directamente a mí, dijo el dictador del Perú Simón Bolívar. Es decir, siento como si ese escupitajo suyo me hubiera dado aquí en la mera cara y como si ese palazo que usted esgrimió me hubiese partido la tibia en dos.

Este era el cabecilla, el agitador, Libertador, informó Sucre. Este desgraciado espoleaba al resto de sus camaradas a avivar el desorden y a aventar piedras y palos a los oficiales. Varios de ellos resultaron con los huesos quebrados y las cabezas rotas.

¿Cómo te llamas? La mirada de Bolívar abrasaba.

Respóndele al Libertador, so pedazo de majadero, demandó Sucre.

El prisionero, las manos sojuzgadas e inmovilizadas por una basta serpiente de cáñamo, y de pie, altivo, la espalda desnuda rozando la pared de adobes de su celda, mantenía la mirada fija en sus propios pensamientos.

Tampoco importa cómo se llame, observó Bolívar, porque alguien que le falta el respeto a su guardia, instantáneamente pierde su condición de persona, de ser humano, y se convierte en una cosa, un objeto cualquiera sin nombre al que se le puede, por ejemplo, llenar la guata con varios plomazos.

Llegamos a sustraerle una carta conspirativa, informó Sucre, entregándole un pedazo de papel al Dictador. Ahí figura el nombre de este rebelde.

Bolívar leyó el nombre: T. Ruco.

Será Teófilo, Teodoro, Tadeo, sabrá Dios. No se atreve a abrir la boca este infeliz, se impacientó Sucre.

General, con tipos como este no vale la pena gastar paciencia sino balas. Fusile a este T. Ruco y a todos sus apandillados. Reúname a todo el pueblo en la plaza y delante de ellos descerrájeles a estos rebeldes todo el furor de sus fusiles. La gente tiene que aprender que a la Guardia Nacional se la respeta. 

Como usted diga, su Excelencia, se despidió Sucre, chocando los talones y llevándose una mano de acero a la frente.

***

Ya me dio hambre, gordo, dijo Mariela. Gerardo no era gordo, pero era una costumbre, entre las jóvenes bien de Lima, llamar “gordos” a sus novios o esposos, lo fuesen o no.

Un molesto escrúpulo royó la conciencia de Gerardo cuando se percató de que las sábanas y el cubrecama habían quedado manchados con la pintura marrón que empleó para transformarse en el típico cholo universitario que protestaba en contra de la corrupción en el gobierno. Cada generación juvenil creía que su gobierno era el más corrupto de la historia, ignorando que, desde antes de su fundación incluso, el Perú y la corrupción eran dos conceptos casi indesligables.  

Las sábanas quedaron mugres, apuntó Gerardo con existencial inquietud.

Ay, gordo, tengo hambre. No me hables de las sábanas. La chola viene mañana y las lava. Para eso se le paga. Y si te molesta dormir con las sábanas mugres, en el closet hay tres juegos más. Pero, ya, no te preocupes por eso. Ni que fueras la muchacha. Llama más bien y pide comida.

Desconcertado y derrotado, Gerardo tomó el teléfono y pidió comida.

¿Una pizza hawaiana estará bien?

Yo estaba pensando en unos anticuchitos, deslizó Mariela, juguetona.

Colgó y marcó el número del restaurante criollo que atendía a cualquier hora del día.

Dos porciones de anticuchos. ¿Con ají?

Marie, ¿con ají?

Oye, gordo, ¿tú crees que soy serrana o chuncha para comer mis anticuchos con ají? Sin ají, caramba.

¿Con emoliente?

¡Agh! Gordo, no me conoces, ¿no? Ya te dije que no soy chola. Yo tomo Coca Cola. El solo nombre “emoliente” me da vómitos.

Una Coca helada, por favor.

El pedido tardaba y Mariela, ya duchada, al igual que Gerardo, se moría de un hambre ahora redoblada.

¿En cuánto tiempo te dijo?, preguntó por quinta vez la mujer.

En media hora, dijo Gerardo, con la misma paciencia servicial.

¿Tanto? Si estos cholos hicieran bien su chamba, llegarían volando. Ni se te ocurra dejarle propina.

Claro, amor, no te preocupes. No le voy a dejar nada.

Cuarenta minutos después, los anticuchos estaban servidos en un plato y las Coca Colas recuperaban su gelidez gracias a los cubos de hielo que Irma, la empleada cama afuera, siempre alistaba con incaica previsión en la hielera de la refri.

Prendieron el televisor.

Jóvenes lanzando piedras a la policía que se defendía con escudos, cascos, tibias, peronés, cúbitos y radios. Y un muerto.

Malditos policías. Son unos cerdos. Siempre en contra del pueblo. Deberían levantarse en armas y botar de palacio al títere improvisado que la hija del dictador ha puesto ahí. Y para colmo de males es un violador de mujeres. No es justo para mi país. ¡Cómo me duele mi Perú! Pero ya se fregó ese violador. Ya hay un muerto para botarlo, así como hicimos con Marino, que no duró ni una semana como presidente.

¿Eran genuinas las expresiones de su esposa? ¿O era tan buena actriz que ya hasta la realidad le salía muy bien? Sin abandonar el gesto ulcerado, Mariela se llevó a la boca un palo de anticucho y con unos dientes blancos y acerados cercenó un pedazo de corazón.

¿Llegaste a ir a esa marcha?, dijo Gerardo aludiendo a las crepitantes escenas en la tele.  

No, gordo. Apuró un trago de gaseosa. Hay mucho cholo.

Harto de las apariencias, Gerardo protestó: Cómo que mucho cholo si tú tienes una fijación con ellos.

Sí, pero con los cholos que están al frente peleando contra los policías, aguantando, resistiendo, desactivando las bombas lacrimógenas y lanzando las molotov. Esos me encantan. Pero esos siempre están adelante; y atrás están los cholos sin ética, sin patria ni moral, los que se apachurran como parte de la masa que no piensa. Esos son los que me dan asco.

Y siempre voy a tener que disfrazarme de cholo lanza-bombas para hacerte el amor.

Por el momento sí. Tú sabes que eso me pone. Y ya no seas tan cargoso, amor. Más bien, dime si este finde nos vamos a Aruba.

, dijo Gerardo. Mi asistenta ya compró los pasajes.

Regio, amor, lo abrazó Mariela. Luego, para animarlo, le dijo: Gordo, lo de los cholos que se dejan matar por la Patria es solo un gustito. Yo solo soy tuya. Porque jamás me dejaría tocar por un cholo. ¡Qué asco!

Dejaron los platos y los vasos en el lavadero. La señora empleada debía llegar temprano al día siguiente y dejaría la cocina tan reluciente como cuando compraron la casa. Sin embargo, la joven pareja de esposos ignoraba que aquella señora acababa de perder a un hijo en una inútil protesta que no cambiaría nada en el gran orden de las cosas. Los platos y los vasos permanecerían sucios un día más.


Shoplifter - Story 01 - AUSSIE FLASH STORIES by Daniel Gutiérrez Híjar

 

The man picked up a pack of ham and tucked it inside the long coat that covered him, a coat completely out of place in the thirty-degree heat outside the market.

His eyes met mine. Would he come at me to stop me from ratting him out? Would he throw a few hard punches?

He realised that just locking eyes with me was enough to guarantee my silence. Then he went on browsing the other shelves, leaving me there with my half-empty shopping basket.

After getting over the shock, I decided to follow him. Was he going to take more stuff?

Yes, three bread rolls, a big bottle of juice, some cheese, a steak, a six-pack of soft drinks, and more.

Crouched behind the shelves, I watched as his coat began to bulge. It was made of thin fabric, so the shapes of the items he was hiding showed clearly to anyone who happened to walk past.

One thing that amazed me was that the man didn’t look rushed or scared. On the contrary, he selected the brands and product quality with patience and care. He seemed determined not to settle for just any old ham.

After almost an hour of stocking up, the man seemed done with his round.

As he headed for the exit, I was sure he’d be stopped, bashed, and locked up. Then, a friendly-looking young bloke approached him with a big smile.

All good, sir?

The man, who looked like he was hiding four or five people under the coat, gave a slight nod and calmly walked out.