lunes, 9 de octubre de 2023

NOVELA PERUANA - VERA LA CAMARADA de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 02

 



El objeto más noble que puede ocupar

el hombre es ilustrar a sus semejantes.

Simón Bolívar

 

Vieja cachera, qué culpa tengo yo de que estés llenándote de hijos y no tengas para pagarte un taxi, carajo, dijo mi maestra, clavándose más en su asiento, negándose a que la embarazada que tenía enfrente lo ocupase. Dile a tu marido que, así como te hace hijos, trabaje el doble o el triple para que te pague un taxi o te compre un carro, vieja misia; misia y cachera.

Mi profe se había expresado con tal vehemencia que nadie se atrevió a refutar su postura, ni siquiera la mujer embarazada que, por su aspecto, parecía haber salido de un barrio pobre de la ciudad. Dos niños pequeños se aferraban de sus faldas, haciendo malabares para no dejarse arrastrar por la inercia de las frenadas y aceleradas del vehículo.

Desde mi ubicación, colgado del tubo del microbús, al ladito de mi profe, pude ver que algunos de los pasajeros asentían en trémulo concilio con las declaraciones que ella acababa de proferir.

Yo permanecí en silencio. No podía salir de mi estupefacción: ¿de dónde le había salido ese carácter volcánico a la maestra que hacía dos días conocí y cuya dulce sonrisa me flechó?

***

Mi vida estaba a punto de cambiar: en tres meses, me mudaría a Montreal, Canadá. La minera para la que llevaba trabajando casi dos años me reubicaría en ese lugar. Desde allí, supervisaría los trabajos técnicos de las cinco minas que la empresa poseía en dicho país.

Googleé Montreal. Casi el ochenta por ciento de sus habitantes hablaba francés; toda la ciudad -sus museos, estadios, restaurantes, calles y demás- estaba sumergida en esa lengua. Una muestra: en Google Maps, los nombres de todas las calles empezaban con el francés “rue” y no con el inglés “street”.

Si quería hacer bien mi chamba, debía ponerme a estudiar francés ya mismo; aunque no empezaría desde cero. Luego de terminar el inglés, en el año 2003, continué con el francés en el 2004. Sin embargo, no completé los veinticuatro meses requeridos que aseguraban un dominio decente del idioma; apenas pude cursar cuatro. Los deberes universitarios me absorbieron.

En La Alianza Francesa, no aprendería el idioma en tres meses. Necesitaba a un maestro particular que me ayudara a cumplir esa misión. El popular científico Robert Oppenheimer aprendió holandés en seis semanas para dictar una clase de física nuclear; ¿por qué no podría yo aprender francés en tres meses?

***

Bajamos en el Óvalo de Higuereta. Caminamos unos metros y entramos al centro comercial Polvos Rosados. El olor a incienso era fuerte. Me recordó los tiempos en los que frecuentaba las camas de viejas putas del Centro de Lima. Yo iba detrás de Vera, analizando al paso los contenidos de cada uno de los puestos comerciales que recorríamos. Cuando estuvimos casi al fondo de la galería, mi maestra se desvió hacia la derecha y entró en una de las tiendas. Era un estudio de tatuajes. Yo la seguí.

Un tipo de dreds, en bividí, los ojos disimulados tras unos lentes ahumados, saludó a Vera sin mostrar entusiasmo alguno. Tras observarlo unos momentos, me di cuenta de que todos sus movimientos estaban preñados de una pasmosa lentitud.

Me dijo Jack que tenías lo mío, le dijo Vera. El pata de los dreds, que le perforaba los labios a una chica, asintió sin muchas ganas. Luego, señaló con la mirada hacia una especie de mesa que le servía de aparador.

Llévatela, nomás; ya arreglé con él, dijo.

Chévere, Josué, agradeció Vera, y se acercó a la mesita. Tomó de ella una bolsita transparente. Pásame tu DNI, me dijo. Me acerqué y se lo di. Con un poco del contenido de la bolsita, que había resultado ser cocaína, formó un cerrito sobre la mesa. Con mi DNI, machacó el montículo hasta convertirlo en varias líneas paralelas, todas del mismo tamaño y grosor, delgadas como cabello de recién nacido, pero rectas como conducta de jesuita.

Primero yo, ¿ya?, me dijo. Y sin esperar alguna respuesta mía, desaparecieron, por uno de los orificios de su nariz, una, dos y tres líneas. Te toca, me ofreció, recogiendo con los dedos (y lamiéndoselos luego) las partículas de coca que no lograron ingresar en ella.

Yo nunca había aspirado cocaína, ni fumado marihuana. Era un tipo sano.

¿Cómo se hace?, le consulté.

¿Nunca lo has hecho?, se sorprendió.

Para no quedar como un cojudo, imité lo que le había visto hacer hacía pocos segundos. Aspiré dos líneas de una sola pasada. La nariz me quedó picando.

Tranquilo, así es la primera vez, me dijo Vera, riéndose de mi dolor. ¿Tienes agua?, le preguntó a Josué, el tipo de los dreds. Este movió la cabeza negativa y lentamente, sin despegar la atención de los labios que estaba perforando.

Cómprate un whisky, pes, me dijo Vera. Con whisky es más rico.

Los deseos de mi profe eran irrebatibles. Con el picor en la ñata, fui hacia el puesto donde vendían todo tipo de tragos.

¿Está bien, joven?, parece tren. A cada rato está snif, snif, snif. ¿Qué le pasó?, la tendera, muy amable, me dedicó unos segundos de genuina preocupación.

Estoy resfriado, le contesté, y le pagué con un billete de cien soles que no era de mi maestra sino mío. Claro, ella era lo bastante delicada y fina como para andar dándole dinero a la gente. Para eso estaban los caballeros, para satisfacer las demandas de sus amigas.

Mi vieja es una cachera, decía mi maestra mientras yo regresaba con el whisky. Ella alargó la mano y sacó la botella de la bolsa negra que lo contenía. No me dio las gracias. No era necesario. Una mujer de su cultura no tenía que agradecer los gestos que un caballero hacía por natural deber.

Si una mujer tiene más de tres hijos, es una cacheraza, pues, concluyó Vera, sirviéndose un vasito de whisky. Le pasó la botella a Josué. Este tomó directamente de ella un buen sorbo. Hijo de puta, pensé. ni siquiera te conozco y te soplas mi whisky.

¿Cuántos son ustedes, flaca?, dijo el cojudo, sin soltar la botella, MI botella. Su cliente, la de los labios perforados, todavía sentada, hablaba con alguien por su celular. 

Yo y mis tres hermanos, respondió Vera.

Viejas conchudas, filosofó Josué. Se echó otro tanganazo y colocó la botella a su lado, signo manifiesto de que el trago ya era suyo. Tenía blanca la punta de la nariz. Está bien que la hayas mandado a la mierda, flaca.

Sí, pe, dijo Vera, a esas cacheras hay que decirles sus verdades. Solo así, este país dejará de ser pobre.

Al parecer, mi maestra no tenía muchas ganas de regresar a casa. Me había dicho que la acompañase “un ratito” a Higuereta, y ese ratito ya se había extinguido.

Échame más, pidió Vera. Josué tomó la botella y le llenó el vasito. Volvió a poner el whisky a su lado. ¿O sea, yo no voy a tomar, conchatumadre?, pensé. No era el momento para armar escándalos. Debía retirarme antes de que la sangre llegase al río.

¿Nos vamos? Tengo que hacer, le dije a mi maestra, las palabras salpimentadas con un poco de sano y rancio machismo. ¿Acaso prefieres estar con ese vago de mierda que conmigo?, pensé.

No jodas. Quédate. La noche recién empieza, respondió Vera desde su trono de mujer independiente que sabía lo que quería.

Era un martes. Ese floro de que la noche era virgen se aplicaba para un viernes, o un jueves como máximo, pero ¿un martes? Yo encantado de que la noche fuera virgen siempre y cuando fuera a solas con mi maestra, pero ¿qué tenía que hacer en la ecuación el vago de Josué?

Oye, el labio no para de sangrarme, dijo la cliente del amigo de Vera. Mira, me arreglas esto o no sé qué te hago.

Josué, imperturbable como médico de hospital público ante el dolor de una gestante, sin mirarla, apenas murmuró: Échate agua. En unos minutos, se sana esa huevada. Tomó un sorbo más de mi whisky y continuó conversando con Vera.

¿Échate agua? Oye, atiéndeme, mira cómo me sangra la boca, se indignó la mujer. O devuélveme mi plata, carajo.

¡Qué tienes, conchatumadre!, rugió mi profesora. Josué ya te ha dicho que te eches agua y esperes. ¿No puedes hacer eso? ¿Tan difícil es? Además, ¿quién te manda a hacerte huevadas en la cara?, continuó mi maestra, quien lucía un par de piercings en la cara: uno en la comisura de los labios y otro en una de las alas de su nariz.

La cliente, antes de irse, pues intuía que mi profesora no era alguien con quien pudiera combatir y resultar victoriosa, amenazó: Voy a regresar con la policía, muerto de hambre. Y voy a traer a un negro para que te cache, bruja, terminó, yéndose con la boca roja.

Yo también me voy. Te llamo para la próxima clase, le dije a Vera.

Iba a responderme, pero Josué la detuvo, le acercó la boca al oído y le dijo algo.

No te vayas, me dijo después del susurro de Josué. Quédate dos horitas más y luego nos vamos juntos a un hotel. ¿Quieres que te enseñe francés en la madrugada? Mi experiencia me dice que es el mejor momento del día para aprender idiomas.

La propuesta era suculenta. Me quedé.


domingo, 8 de octubre de 2023

MOTE: La historia de un delito justo - Ensayo del escritor Renzo Miranda en torno a la novela de Daniel Gutiérrez Híjar

 

MOTE: La historia de un delito justo

 

Renzo M

 


La producción narrativa reciente ―la más joven, vital y virgen― encuentra su ámbito de exposición en editoriales de perfil discreto y en eventos autogestionados, usualmente de poca convocatoria. También lo hace desde la propia iniciativa del autor, que, cansado de los impasses con la industria librera, harto de los premios esquivos y de las argollas literarias (que las hay de todo calibre, desde Quilca hasta la avenida Larco, incluyendo provincias y anexos); ese mismo autor, renuente a pagar un bolo a cierto columnista de algún periódico local, acomete lo inevitable: apostar por la valiente y a la vez suicida decisión de editar sus propios textos, y aun distribuirlos, morral en mano, en librerías que prometen lectores.

 

De todo este mar de tentativas literarias, de esa hojarasca de títulos y géneros de cada nueva temporada, de tanto sudor pisando la calle, de vez en cuando el lector se topa con algo que merece llamarse literatura. Eso me ocurrió con "Mote", novela corta o nouvelle de temática urbana, escrita y publicada por Daniel Gutiérrez, hacedor también de otras siete publicaciones.

 

Lo de temática urbana es sólo para darle contexto a un libro cuya brevedad no desmerece para nada su historia bien contada y los aciertos estilísticos en el tratamiento de la forma narrativa.

 

En apretada síntesis, "Mote", el protagonista que da título al libro, se nos presenta como un antihéroe provinciano que busca su porción de torta capitalista. El robo sistemático que perpetró a la entidad financiera en que trabajaba lo hizo purgar prisión y, luego, lo forzó a exiliarse al Viejo Continente, en Italia, donde consigue chambitas que ponen a prueba sus límites morales y sexuales. En Europa, en alguna terraza de café o bar milanés, o, en la soledad de su cuarto en los suburbios de un barrio obrero, Mote también mata las horas de ocio pensando en la fortuna secreta que guardó en Huancayo, su tierra natal, y piensa en su familia, en las faenas agrícolas de su niñez, en sus escarceos homosexuales, repasa sus victorias efímeras en el fútbol bajo el cielo azul huancaíno que lo vio crecer y hacerse profesional, el primero de su clase, destacado alumno de economía en su facultad huanca, orgulloso siempre de ser serrano y de llevar su apelativo Mote a todas partes.

 

Es verdad que Mote opta por lo que, digamos, es un camino incorrecto: el robo planificado y alevoso, doloso. Pero decirlo así causa rubor en un país en el que abundan los impresentables que parasitan en el aparato público, acaso en algún oscuro departamento de ministerio inclusivo, debido únicamente al talento para besar la mano o el culo de algún político cachafaz; en un país de abyecta convivencia, de doble moral, de cinismo asfixiante, en donde las empresas, independientemente de su tamaño y de su giro comercial, pisotean derechos laborales mediante contratos que nunca favorecen al trabajador; todo lo contrario: lo hunden en la inestabilidad de un proyecto de vida trunco.

 

Mote interpela toda esa herencia fujimorista, sucio remedo de liberalismo. Su delito es una suerte de golpe bajo contra la banca usurera, contra la triquiñuela jurídica, contra los contratos de firma mensual, contra los sindicatos sin peso, contra las clínicas sin humanidad, contra las AFP's que inflan sus negocios con dinero ajeno. Por eso Mote, a su manera, se rebela contra ese sistema que exprime el alma, la mente y el cuerpo del clasemediero provinciano de barrio proletario, de ese sujeto del rendimiento (dirá el filósofo Byung-Chul Han), que importa sólo y exclusivamente en la medida que es productivo, eficiente y rentable.

 

El delito de Mote es, pues, en el plano literario, un acto de justicia en nuestros días. Una interpelación moral a la sociedad del apetito material, que trastoca al ser por la imagen, que lesiona la autoestima por status, por likes, en nombre del dios éxito. Es, asimismo, la alternativa extrema de todo empleado que busca su redención en la geografía capitalista del siglo XXI. (Usted lo ha pensado, la idea de una venganza a la empresa que lo explotó, que lo peseteó, que lo echó por reclamar un pago justo, acaso por defender a un compañero, que la despidió por embarazo; pero usted no lo hizo; usted tiene sus códigos morales, léase cobardía para actuar. Mote se zurró en ello. Mote lo pensó y lo hizo, demostrando que la justicia no debe estar en el cielo.  Como lo hicieron, desde otras perspectivas de justicia, el estudiante Raskólnikov, de Crimen y castigo o el adolescente Light Yagami de Death Note. Pero esto, llevado a un plano real, sitúa a Mote un peldaño más arriba de cuantos nos rodean, esos falsos anarquistas, pseudos intelectuales, que se autodenominan escritores underground, subtes, antisistemas, pero posan coquetos con medalla y diploma oficial cortesía del congreso putrefacto o de una municipalidad que da la espalda a su pueblo.)

 

El libro revela también una cierta idiosincrasia del peruano provinciano, siempre en el péndulo moral, condicionado por una sexualidad desorbitada que no renuncia a descubrir más placeres en diferentes pieles y géneros, acaso como una forma de reivindicación cultural y étnica. El sexo como ejercicio de poder. Incluso en toda clase de situaciones y ambientes, en su mayoría desopilantes. Ya instalado en Europa, a Mote lo vemos perder la dignidad a cambio de un puñado de euros ante un acaudalado señorón italiano; lo acompañamos en su nostalgia que evoca aquella juventud huancaína que no será jamás; en la banca de un parque o acodado en la mesa de una terraza de café, lo observamos pensando en la familia que ha dejado con la promesa de volver, recordando sus hazañas sexuales, los estragos en la cárcel, algún partido de fútbol o rememorando algún amor contrariado del pasado. Todos tenemos, pues, un poco de Mote, razón por la cual es fácil empatizar con su historia.

 

A esa empatía con el personaje principal suma mucho el manejo técnico del narrador. Aquí Daniel Gutiérrez se exhibe como diestro fabulador dueño de sus recursos expresivos, con la capacidad para los diálogos hilarantes y picantes (en italiano y español, un verbum español muy peruano, dicho sea de paso), siempre acertado para el juego del doble sentido, la descripción descarnada del sexo desaforado y los cuadros de violencia (como el más intenso Bukowski) y el empleo de técnicas narrativas como el flashback y el monólogo interior (huellas del registro callejero a lo Jorge Eslava en Navajas en el paladar, ecos también de Oswaldo Reynoso y Martin Roldán) para humanizar a su protagonista ante los ojos del lector. Porque en Mote, la nostalgia huancaína es sentido de pertenencia y salvación, el aire que se puede respirar. La nostalgia predomina en su ADN andino y se percibe a lo largo del libro.

 

No faltan los personajes trans y los episodios homoeróticos, que son de gusto y preferencia narrativa en nuestro autor. Pero no desde una visión maniquea del sexo y sus alcances placenteros, sino, más bien, desde el tratamiento de la complicidad y la ruptura, la dominación y la sumisión, la sobrevivencia y el amor. Los travestis y homosexuales que desfilan en las páginas de "Mote" son seres a menudo atormentados por la culpa como el negro Gonzalo, ex futbolista venido a menos, portador de VIH, o de un pragmatismo coqueto, como la Tota, emprendedora huanca, una de esas travas que parecen hechas para romper el catre sin relojes.

 

En esa vocación por describir a personajes trans y homosexuales, tan presente en sus libros, Daniel Gutiérrez sabe que radica buena parte de sus logros estilísticos en esta nouvelle inquietante, de lectura desopilante y apta para valientes y cobardes, heteros y gays, presidiarios o ex presidiarios, con mote o sin mote, en fin, para toda esa fauna descarriada y libre que somos y seremos hasta el final de los tiempos.

 

 

 

 

 

 

 

                    Lima, 6 de octubre del 2023


lunes, 2 de octubre de 2023

NOVELA PERUANA - VERA LA CAMARADA de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 01

 


Los que matan a una mujer y después se suicidan deberían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después.

Ramón Gómez de la Serna

 

La gente que trabaja no piensa; es bruta, dice Vera, mi maestra de francés, fumando un cigarrillo electrónico. Estamos en medio de una manifestación popular en la Plaza San Martín. Nos rodean personajes de la más variada disimilitud. Sin embargo, una consigna que repiten sin cesar los uniformiza: ¡Dina asesina, Dina asesina! Dina es la presidente del Perú.

Por eso, no pueden alzar su voz de protesta. Nosotres tenemos que levantarla por ellos. El trabajo los tiene idiotizados, continúa Vera, mezclando el castellano con el lenguaje inclusivo del que es devota.

¡Ay!, dice con repulsión cuando los dedos de un niño andrajoso le rozan involuntariamente la palma de la mano. Lo había detenido para comprarle una cajita de chicles.  

¡Aj! ¡Qué habrá tocado ese criter!, exclama mientras restriega su mano contra mi polo negro. ¿No tienes alcohol?

Afortunadamente, yo siempre estoy preparado. La pandemia de la COVID (que, dicho sea de paso, mi maestra asegura fue creada por los capitalistas gringos para desaparecer a la China y a todos los viejos y enfermos del planeta) me había inoculado la sana costumbre de cargar siempre conmigo un pequeño atomizador de alcohol.

Échame más, échame más. Sabrá Dios la cantidad de pestes que debe tener ese criter, dice Vera con las manos empapadas de alcohol.

Es en vano que espere el vuelto de los cinco soles que le acabo de dar para que compre los chicles del chiquillo. Mi maestra se los ha quedado. Supongo que me permitirá descontárselos del costo de nuestra próxima sesión de francés.

Compañeros, vamos a atacar por el flanco izquierdo, grita un tipo que se hace llamar Anca, un cholo de aliento espantoso, pelo seboso y dientes amarillos. Rápido, rápido, pónganse al frente los que van a ofrendar el pecho por la Patria. Nosotros iremos detrás, dirigiendo el movimiento. Ustedes, nos dijo a nosotros, que nos ubicamos adelante, son el músculo de la resistencia roja. Nosotros, dijo mirándose a sí propio y a sus más cercanos amigos, somos el cerebro director.

  Vera me había arrastrado a la vanguardia del grupo. Me grabas, me grabas, me dice muy emocionada, sacando mi celular del bolsillo. Ella me había tomado bastante confianza. Desde hace dos semanas, somos maestra y estudiante, y ese escaso tiempo ha bastado para que Vera se sienta tal cual es a mi lado.

Su novio, Jack Morante Q., integrante de un grupo de rock llamado Las Medusas, se colocó en la retaguardia. No te pases, le había dicho a mi maestra cuando ella intentó que se nos una, no estoy para esas huevadas.    

Vamos, no seas burgués. Vayamos a luchar un ratito. Que Daniel nos grabe un toque y ya, lo trató de convencer mi maestra de francés.

No, ni cagando. Luego me cae una bala perdida y fui. Mejor me quedo atrás. Yo los dirijo. No se preocupen, dijo Jack. Era un tipo de tez lechosa, pelos largos y enrulados, y de una nariz y pómulos que, vistos desde ciertos ángulos, se asemejaban a los del Huayna Cápac representado en textos escolares.

¡Vamos, guerreros!, se desgañita un tipo descamisado, fibroso, que lleva la cabeza envuelta en su propio polo. ¡Batallón uno, a la derecha! ¡Batallón dos, conmigo a la izquierda!

Somos parte del batallón dos, así, sin más, sin habernos inscrito en ningún lugar o sin haber recibido algún tipo de charla o adiestramiento. Avanzamos encolumnados. Una mujer, que tiene los senos descubiertos y pintarrajeados con “Dina asesina”, nos entrega unos pedazos de laja que han sido arrancados del porche del edificio del Poder Judicial por el Comité de Apertrechamiento de la Revolución. Apunten al cuello, apunten al cuello, repite la mujer a medida que va repartiendo los proyectiles. El cuello, según habíamos oído por ahí, mientras los grupos se concentraban en la plaza, era el único punto vulnerable de los policías conocidos como robocops, cuyas armaduras los protegían de palos, piedras, y hasta balas.

Mi maestra está entusiasmadísima. Se le nota en los ojos. Me grabas, me grabas, ah, me exige, la adrenalina agitándole la voz. Estoy capturando todos sus movimientos con mi celular. Estás en vivo, ¿no? Estás en vivo, ¿no?, se alarma. No, le digo, solo te estoy grabando; ya luego tú subes el vídeo a tus redes. Parece que está a punto de decirme que cómo voy a ser tan huevón de no transmitirla en directo para Lima y el mundo, cuando la voz de Anca, que viene desde atrás, magnificada por un potente equipo de amplificación vocal, la interrumpe y nos ordena atacar.

Mi maestra y yo somos empujados sin piedad. Por poco y nos caemos. Nos sujetamos uno del otro y evitamos terminar contra el asfalto, raspados por él, pisoteados por los guerreros que han desatado su furia ante la sola orden del líder Anca.

Cuando creímos haber recuperado el equilibrio, Anca vuelve a ordenar: Segundo grupo, ¡al ataque! Y decenas de guerreros nos arrastran en su febril marcha, separándonos. Asombrosamente, el celular aún está en mi mano. Lo sujeto como si mi vida dependiese de tenerlo conmigo.    

Trato de ubicar a mi maestra entre los cuerpos sudorosos de los guerreros descamisados que arrojan los pedazos de lajas contra los robocops con una precisión envidiable. Definitivamente, estos señores no se pajean como yo, pienso en un instante, y luego continúo la búsqueda de mi maestra.

Entonces, la veo, está a unos diez metros. La llamo: ¡Profe, profe!, pero es inútil. El tinglado de voces anula la cuestionable potencia de mi llamado. Vera está asustada. No sabe a dónde ir y nadie parece dispuesto a socorrerla. Todos están ocupados lanzando lajas hacia los cuellos de los pundonorosos policías de asalto.

Mi maestra corre peligro. Está muy cerca de los policías, al ladito de los guerreros más temerarios, esos que recogen las bombas lacrimógenas con las manos y, con todo el cálculo y paciencia del mundo, las devuelven a la tombería.

A esa huevona, cojudo, a esa huevona, ¿la ves?, dice alguien detrás de mí. Alguien, también detrás de mí, le responde: ¿Cuál? ¿La de polo negro? El primero dice: ¿Ves a otra, huevonazo? A esa, pe, a la de polo negro. El otro no responde; supongo que asintió en silencio. No me cabe duda: han estado hablando de mi profesora. Es la única mujer en esta parte de la refriega. Pero ¿qué chucha tienen que hacer con ella? Ella solo nos conoce a Jack y a mí. Sí, horas antes, hemos hablado al desgaire con dos o tres huevones más, pero…

Decido verles las caras. Escurriéndome entre los cuerpos hediondos y melosos de los guerreros, logro ubicarme detrás de los confabuladores. Entonces, los veo. No recuerdo que hayamos conversado con estos dos tipos.

Me vas a estar mirando, ah, huevón. Atento.

El otro asiente.

A esta señal, avanzas hasta llegar cerca de los tombos. Y a esta otra, le disparas a la huevona. En la cabeza, ah. Si queda viva y te ha visto, nos cagamos. A la cabeza, huevón. 

El imbécil vuelve a asentir. Se lleva la mano adelante, a la pinga; pero no es exactamente la pinga lo que se toca, sino una pistola que lleva escondida muy cerca. Mierda, pienso, van a matar a mi profe. Me congelo. No sé qué hacer. Alzo la vista y aún puedo ver a mi maestra, confundida entre tanto pezuñento descamisado que le arroja lajas a los robocops como si no supieran hacer otra cosa más en la vida.

Los huevones que van a matar a mi maestra son unos cholones de aspecto carcelario. Combatirlos no es una opción. Tengo que llevarme a Vera de aquí. Tengo que llegar a ella.

El cholón de la voz de mando hace la primera señal. Estamos jodidos. Mi maestra está jodida. Cuando el idiota haga la segunda, mi profe terminará con el cráneo destrozado.


miércoles, 13 de septiembre de 2023

NOVELA PERUANA - MOTE de Daniel Gutiérrez Híjar

Mote es el calvario de un joven e intrépido huancaíno seducido por la vida fácil. Tras estafar al banco para el que trabaja, es enviado a prisión. Liberado al poco tiempo, huye a Italia, donde comprobará que, para trascender, hay que trabajar muy duramente y en los oficios más disímiles y deprimentes, aunque siempre edificantes.


La novela está disponible gratuitamente en este blog, capítulo por capítulo

domingo, 10 de septiembre de 2023

"El abrir y cerrar de piernas de Daniel Gutiérrez Híjar" por el escritor Renzo Miranda

 Ensayículo en torno al poemario “Chicos, chicas y chiques” (2023)

Renzo Miranda, escritor y turismólogo

Buenas tardes, todos.

Agradezco, en primer lugar, a Daniel por su voto de confianza y la deferencia de su invitación para acompañarlo en esta presentación. Quiero, asimismo, reconocer a Rodolfo Moreno por la gestión de este espacio mítico de los Jueves de Poesía y Narrativa, que, como dijo un amigo poeta, es ya un epicentro de todas las sangres, aquí en el corazón de la Feria Amazonas.

 

Sin lugar a dudas, es una apuesta temeraria la de Daniel Gutiérrez con este poemario a su modo disruptivo desde el título y su portada, y por supuesto en el contenido mismo; pero Daniel es un escritor sin fronteras morales a la hora de ponerse los húmeros a la fuerza, que, desde sus inicios, aprendió a copular con la diversidad de la urbe, a deambular gozoso por Lima redescubriéndola como escenario del caos y de belleza, de esta Lima con cuerpo malicioso y seductor, siempre promiscua para el pecado y la nostalgia. En ese sentido, Gutiérrez sigue fiel a su exploración de la fauna limeña. Ahora lo hace desde el ejercicio poético.

 

Lo que ofrezco esta tarde es mi testimonio como lector de un libro al cual considero bien expuesto en su verdad literaria, dueño de un latido poético propio y por eso capaz de ser releído, sentido y, más aún, estudiado. Esto último lo enfatizo porque es realmente saludable que la poesía peruana explore nuevos caminos, como lo hace Daniel, trazando insospechadas líneas de desarrollo para el poeta joven, que muchas veces es deudor hasta el tuétano y hasta la fatiga de la música urbano marginal de Hora Cero o burdo imitador de las voces rebeldes de Kloaka. Decir esto no constituye anatema; más bien, revela una influencia tangible para el lector habitual de poesía.

 

Afortunadamente, no es el caso de Daniel Gutiérrez. Porque "Chicos, chicas y chiques" se arriesga a indagar, por encima de cualquier cosa, en su yo íntimo, desde la vivencia de la calle y del contexto histórico que le ha tocado, desde el fracaso familiar y la experiencia en soledad. Ahí están los versos libres del sentido poema Lamento de un padre en plena calle: “¿Por qué me gritas? / ¿Por qué no me dejas ver a mi hija? / ¿Por qué el sol nunca sale para mí?” Es la experiencia universal del padre forzado a la distancia, impotente ante la realidad adversa de una hija o hijo al que no puede amar con la cercanía y el contacto debido; es el padre peruano, acaso fallido y con culpa, que solitario cavila camino a casa, o mientras espera en la estación del Metropolitano, al que le asalta el amor de padre en la madrugada vacía tras una juerga; es la certeza de saberse incompleto como hombre. El espacio físico de la calle sirve para preguntarse y buscar respuestas seguramente inútiles.

 

Página a página, poema tras poema, el libro es un diálogo consigo mismo para ajusticiarse, para verse en un espejo roto, sin intención de recoger los pedazos. La lógica de la palabra escrita, del lenguaje poético, cede al diagnóstico irracional de pieles y fluidos, del hambre y la desesperanza, que son parte de su transitar existencial y moral. Por eso, en el poema Miedo a lo inmenso, Daniel expone en sus versos finales: “Miedo a ser tronado por los proyectiles que desgarran el aire/ donde se unen mar y firmamento / Miedo a pensar / siquiera dos segundos / qué vamos a comer mañana”. He ahí la realidad de muchos seres golpeados en su dignidad, que son utilizados para intereses subalternos de orden político, en una ciudad que no los legitima, no los incorpora, que no sabe ni quiere incorporarlos.

 

En esa misma línea crítica, en el poema Torbellino de mierda, leemos “¿Es necesario que más hermanos mueran a pedradas para que descubramos que su sangre colorea con los mismos sueños y esperanzas con que se mueven nuestras manos tirapiedras?” Ésta es, acaso, la interpelación moral más contundente de un libro que no te deja en paz, junto con el final del poema El ratón que maúlla: “hombres que solo quieren matarme a escobazos para sentir que han triunfado en sus vidas”. La denuncia de la violencia cotidiana ejercida contra los más vulnerables no escapa aquí de las preocupaciones vitales del poeta.

 

El libro ofrece, pues, una diversidad de temas en un lenguaje inclusivo, no por la agresión a la lengua española, sino por su cercanía a la experiencia cotidiana y la fluidez verbal, que lo hace muy atractivo para el lector sensible y profundo, y también para el lector profano que busca un buen rato de lectura.

 

Quiero terminar con una reflexión. No comparto esa idea adolescente de que la poesía no sirve para nada. Fuera de todo cariz utilitario, la poesía justifica sus horas en la tentativa de generar una conexión, las más de las veces inconsciente y emocional, con el lector anónimo que se identifica en algún verso, que dobla sin culpa la esquina de una página que le tocó, que intenta memorizar un poema completo, con aquel lector que mata las horas azules buscando simbolismos que la vida cotidiana no le pueda dar. En este sentido, la poesía, su hechura y su lectura, nos lleva a un plano desconocido para cualquier otra forma de ser viviente en la Tierra. Es tal el mayor mérito de "Chicos, chicas y chiques" cuya fuerza verbal nos cuestiona a fondo y nos emociona, y nos vuelve a interpelar mientras dibuja con palabras injusticias y memorias, calles vacías y cielos esquivos, esperanzas y proyectos truncos, voces sin alma y seres que naufragan sin amor, teniendo al azar a veces como enemigo, otra veces como cómplice, como es la vida de cualquier bípedo en la gran metrópoli limeña.

 

Renzo Miranda

Martes, 5 de septiembre del 2023


jueves, 7 de septiembre de 2023

NOVELA PERUANA - MOTE de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 6 (Final)


 

En tiempos de paz, hay que pensar en la guerra.

Nicolás Maquiavelo

 

Limpiarle la caca a un anciano era complicado. Sin embargo, en los cursos de Enfermería, enseñaban a efectuar ese tipo de cosas con el mayor cuidado e higiene posible, tanto para la persona que realizaba el trabajo cuanto para el paciente. Parecía una tarea fácil cuando la practicaba una enfermera experimentada. Mote había visto unos cuantos vídeos al respecto. A pesar de ello, cuando se presentó en la residencia de los Cannavaro, estuvo nervioso, pero resuelto a quedarse con el puesto. El señor Gianluigi Cannavaro, otrora poderoso industrial italiano, impulsor de numerosas empresas dedicadas a los rubros alimentarios, metalmecánicos y textiles, necesitaba de alguien que velara su sueño y se encargara de limpiarle el culo a partir de las diez de la noche.

Emilio Quispe, peruano radicado en Italia desde hacía veinte años, tenía a su cargo, además de los múltiples emprendimientos que le habían garantizado una vida muelle en Milán, una agencia de empleos para latinos ilegales. Ninguna autoridad honesta estaba al tanto de ella. En cambio, era muy popular en el barrio donde vivía Mote. Gracias a esa agencia, él había conseguido la mayoría de sus trabajos. Emilio y sus socios se reservaban un jugoso porcentaje de los tres primeros sueldos que el aplicante recibiera luego de conseguir el trabajo. Poca gente podía explicar qué pasaba si no se cumplía con los tres primeros diezmos obligatorios. Los cuerpos de aquellos que incumplieron terminaron picados y en bolsas de basura, arrojados a las turbias aguas del río Lambro, que cruzaba Milán como la torcida cicatriz del rostro de Tony Montana.

***

El primer “conchatumadre” que se vio y oyó en la televisión peruana fue obra del Sensei Valencia, periodista deportivo peruano que consolidó cierta fama nacional luego de protagonizar un airado debate con el exjugador de fútbol, también peruano, Johan Fano.

El popular incidente, alrededor del cual se creó o, mejor dicho, se consolidó la corriente de la Brutalidad en el periodismo de redes ocurrió el 9 de marzo del 2016. El Sensei Valencia fue proclamado por sus seguidores como el abanderado de dicha corriente.

Mote era adicto al Sensei Valencia. Era su periodista deportivo favorito; su periodista favorito, en general. Jugueteaba con la idea de que un presidente con los huevos y la frontalidad de Valencia harían que el país se colocase entre los más honestos y adelantados del cono sur de la región.

La noticia rebotó en todos los medios: el Sensei Valencia le había gritado “fuera de acá, conchatumadre” a Johan Fano por criticar la decisión de Gianluca Lapadula, un destacado futbolista ítalo-peruano, de no jugar por la selección peruana y preferir tentar un lugar en el seleccionado italiano.

¿Y quién eres tú? ¿Quién eres tú para decirle qué hacer a Lapadula?, repetía Mote las frases que el Sensei Valencia creó magistralmente mientras destruía en vivo y en directo al exfutbolista Fano. A usted nadie lo conoce, señor, a usted nadie lo conoce. Y remataba salmodiando la expresión que quedó para la posteridad: ¡Respete a Lapadula, respételo a Lapadula, respétemelo!

Con un presidente como el Sensei Valencia, el Perú dejaría de ser una cueva de ladrones, le dijo Mote a Jacky en una cama del exclusivo hotel Suiza, a orillas de la Huacachina, en Nazca. Mote había decidido darse la gran vida aquella semana del lunes ocho de marzo. ¿Tenía que trabajar en la Caja Huanca? Por supuesto, pero le había sustraído tantísimo dinero a dicha institución, de un modo magistral e irrastreable, que se permitió minimizar la autoridad de su jefe. Se ausentó durante toda esa semana sin presentar excusa alguna. Mantuvo el teléfono del trabajo apagado. Así, tirado en una cama kingsize, con Jacky desnuda haciéndole un mamey, Mote fue testigo de cómo, a través de la señal web del canal ExChistosa, el Sensei Valencia, harto de la tozudez del exjugador Fano, le espetó: ¡Fuera de acá, conchatumadre!      

Esa semana sabática sería la penúltima semana de Mote en libertad. Y también sería la penúltima semana libre del Sensei Valencia.

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Cayó por el mismo motivo por el cual caen los más grandes timadores del mundo: codicia, angurria, la torpe fiebre por acomodarle un millón más a los montones de millones que ya tenían.

Además de robarle al banco, tras haber detectado, desde hacía mucho tiempo, una serie de vacíos en el sistema de préstamos, Mote decidió robarles a los clientes de la Caja. Ese fue el inicio del fin de su imperio.

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Allora ti chiami Carlo, vero? Non sono un pazzo. Dai, come ti chiami e che crimine hai commesso nel tuo paese? (Así que te llamas, Carlo, ¿no? No soy ningún tonto. Vamos, ¿cómo te llamas y qué delito cometiste en tu país?), así de rotundo era el señor Cannavaro. Por algo no había sido uno de los hombres más poderosos y ricos de Milán.

Mote, fingiendo desconcierto, reafirmó llamarse Carlo y desconocer aquello de los delitos. El anciano se enderezó en su asiento, se acomodó la manta que tenía en su regazo y le dijo a Mote no solo su verdadero nombre, también el de su esposa Roxana y el de su pequeña Alice. Finalizó detallándole los delitos de estafa por los cuales todavía era requerido por la justicia en el Perú.

Quindi non mi prenderai in giro, pezzo di merda (Así que a mí no me vas a engañar, pedazo de cojudo), añadió don Gianluigi.

 La cara de huevón de Mote fue de la más primitiva pureza. Su gesto demudado confirmaba cada una de las cosas que había dicho el octogenario.

 Se vuoi riscuotere lo stipendio che ti pagherò, sarà meglio che tu mi dica sempre la verità. Hai capito? (Si quieres cobrar el sueldazo que te voy a pagar, más te vale decirme siempre la verdad. ¿Entendiste?)

El viejo había hablado con claridad y severidad. A Mote no le quedó ninguna duda de lo bien conectado e informado que estaba don Gianluigi. Tras prometerle que sería tal cual él lo establecía y dejar que se le pasara el susto, corroboró que no se llamaba Carlo y abundó en las historias de sus estafas en el Perú. Los ojos del viejo, cubiertos por espesas y largas cejas, estaban atentos al relato. Tutti commettiamo errori, ragazzo (Todos cometemos errores, muchacho), sentenció don Gianluigi.

Unas cuantas lágrimas se le habían aflojado a Mote tras el recuento de sus aciagas peripecias.

Il tuo errore è stato raccogliere le mele quando avevi già il melo. Se uno è già sopra, perché abbassarsi? (Tu error fue recoger manzanas cuando ya tenías el manzano. Si ya uno está arriba, ¿para qué rebajarse?), continuó el viejo.

Non ti giudico. Ma mi piace la lealtà. Con disciplina e lealtà si ottengono risultati. Guarda questa stanza (No te juzgo. Pero me gusta la lealtad. Con disciplina y lealtad se consiguen cosas. Mira esta habitación), siguió don Gianluigi. Mote miró a su alrededor. Lujo discreto, pero lujo, al fin y al cabo, por todos lados.

Non ho ottenuto tutto ciò che vedi pagando le tasse e osservando i dieci comandamenti di Mosè. Se l'avessi fatto, probabilmente morirei da solo in una stanza schifosa senza nessuno che pulisca la mia cacca. Capisci? Non catturare mai più le mosche se stai già mangiando altre aquile. Hai capito? (No he logrado todo lo que ves pagando mis impuestos y cumpliendo los diez mandamientos de Moisés. Si hubiera hecho eso, seguramente estaría muriéndome solo en una habitación de mierda sin nadie que me limpie la caca. ¿Entiendes? Nunca vuelvas a cazar moscas si ya estás devorándote a otras águilas. ¿Entendiste?), dijo el viejo.

Dos horas habían volado. Era poco más de la medianoche y el viejo estaba ya algo adormilado.

Quindi non mentirmi mai e non nascondermi mai nulla, ragazzo. Dimmi sempre la verità. Sii leale con me e forse ti tirerò fuori da questo lavoro di merda e ti trasferirò da qualche altra parte. Hai capito? (Así que nunca me mientas u ocultes cosas, muchacho. Dime siempre la verdad. Seme leal y quizá te saque de este trabajo de mierda y te reubique en otro lado. ¿Entendiste?). Mote reprimió un bostezo, pero el viejo abrió la boca sin pudor alguno. Bostezó hasta lagrimear. Se remetió entre las sábanas y, como acto final de la noche, dijo: Romolo dovette uccidere suo fratello Remo per fondare Roma. E nessuno ne parla. Tutti parlano solo di Roma, del prodotto, di ciò che resta. Se il tuo obiettivo è fare soldi, fai tutto il possibile per fare soldi. Se per questo devi uccidere tuo fratello, fai pure. Nessuno ricorda uno zio povero e onesto. I film parlano sempre del mafioso milionario. Quello rimane. Questo dura. Non dimenticare (Rómulo tuvo que matar a su hermano Remo para fundar Roma. Y nadie habla de eso. Todos hablan de Roma solamente, del producto, de lo que queda. Si tu meta es hacer plata, haz todo lo que puedas para hacer plata. Si para eso tienes que matar a tu hermano, adelante. Nadie se acuerda de un tío pobre y honrado. Las películas siempre se hacen del mafioso millonario. Ese queda. Ese perdura. No lo olvides).

Mote, ya sin lágrimas, atento a lo que el viejo zorro le indicaba, asintió.

E non dimenticare che cago sempre alle tre del mattino. Sii attento affinché mi pulisca e mi lavi il culo. Tieni tutto pronto secondo le istruzioni dell'infermiera. Buona notte (Y no te olvides de que siempre me cago a las tres de la mañana. Estate atento para que me limpies y laves el culo. Ten todo listo según te indicó la enfermera. Buenas noches), dijo el viejo antes de hundir la cabeza en las sábanas. Mote apagó la luz de la lamparita y se dispuso a velar el sueño del anciano, quien empezó a roncar como chancho con asma.

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Coincidentemente, el 24 de marzo del 2016, Mote y el Sensei Valencia eran apresados; Mote por habérsele descubierto infraganti la estafa a un ahorrista de la Caja Huanca, y el Sensei por negarse, con descarado envanecimiento, a acatar la orden de una joven policía que custodiaba el ingreso al Estadio Nacional del Perú.

El Sensei permaneció unas largas horas en la carceleta de una comisaría del centro de la ciudad. Salió al cabo de poco tiempo gracias a los rápidos y convincentes oficios del abogado que le contrató la casa televisora para la que trabajaba. La prensa captó los sentidos momentos de su liberación: las lágrimas en el hombro de su madre (mientras repetía su famosa: “¡mi mamá, mi mamá!”), el abrazo mocoso y agradecido con su abogado salvador. Mote no correría la misma suerte. El tiempo que le esperaba en la cárcel superaría las pocas horas dadas a su admirado Sensei. Superaría todas sus expectativas.

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El negro ya está bien sentado en la mesa de un restaurante, dice el mensaje. Está tomando un caldo de gallina y ha pedido un arroz con pollo. Tiene para rato. Tú dirás, finaliza.

Mote lo piensa. Lee una y otra vez el mensaje. No sabe cómo responder. ¿Y si lo chapan a este huevón? ¿Y si descubren los mensajes y me rastrean? ¿Borrará las conversaciones como quedamos? Se sienta en la banca del parque Baden Powell. Uno de sus dedos aún le duele. Se lo martilló horas antes, distraído, pensando en cómo se le había muerto, durante la madrugada, el viejo Gianluigi. Sin embargo, unas horas antes de morir, le había regalado otro de esos grandes consejos que solo un tipo que ha pisado la cabeza de cientos, sin dejarse llevar por cojudos remordimientos, podía ofrecer.

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Che consiglio mi daresti? (¿Qué consejo me daría usted?), preguntó Mote. El viejo Gianluigi había escuchado atentamente su dilema: el tesoro escondido peligraba porque un conchasumadre, que había sido uno de sus mejores amigos, había decidido recorrer el camino de la deslealtad para salvar su pellejo.

Se qualcosa ti ostacola, lo rimuovi. Se non riesci a rimuoverlo, sei fregato. Semplice come quella. Ti scopi o ti scopano? Ho sempre optato per il primo. Hai capito? (Si algo te estorba, lo eliminas. Si no puedes eliminarlo, te jodiste. Así de simple. ¿O jodes o te joden? Yo siempre opté por lo primero. ¿Entendiste?)  

 Esa misma noche, Mote sucumbió al sueño. Desde que fue contratado para cuidar las noches de don Gianluigi, siempre había estado alerta. Pero en esa ocasión, abrumado por las amenazas de Gonzalo, Mote durmió como una piedra. Por ello, no se percataría de que el viejo Cannavaro sufriría un ataque cardíaco fulminante que terminaría con su legendaria vida horas después.

Al amanecer, Mote descubrió el cuerpo inerte y cagado del anciano y, asustado, huyó por la ventana que daba al jardín.