sábado, 28 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 22: Cambrito le vigila el depa a PAI Enchalado

 


El Tío Marly estaba calatito, ya que así gustaba de disfrutar de las intervenciones de PAI Enchalado en el programa de Rigoberto El Cabro Viejo Viajero. PAI, joven y culturoso ciudadano mexicano, era uno de los principales habitúes del programa de Rigoberto. Solía compartir con sapiencia y elegancia sus conocimientos sobre variados temas.

 México tuvo dos monarquías post independencia, decía PAI. La primera de 1822 a 1823, y la segunda, que duró apenas tres años, fue desde 1864 a 1867.

Nadie en el panel tenía una puta idea de lo que PAI hablaba; sin embargo, se dejaban cautivar por la contundencia y donaire de sus palabras.

Pero los que compusieron el primer reinado, los Iturbide, sí eran mexicanos mexicanos, o, bueno, si queremos ser más precisos, criollos. El primer monarca, Agustín de Iturbide, nació en lo que hoy es Morelia, continuaba PAI.

Cambrito, que también se hallaba entre los panelistas, con la cámara apagada, empezó a tocarse. La sangre se le romantizaba cuando oía la voz atildada y sabionda de PAI.

El Tío Marly estaba a punto de eyacular. También participaba como panelista en el programa y había silenciado su micrófono para que nadie se ganase con sus gemidos. Hoy me le declaro a este cabro, pensaba, escupiéndose el glande para que la ebullición seminal fuese máxima. Hoy me le declaro a este conchasumadre. Tiene que ser mío. Marly sudaba. Con la lengua, arrasaba con los gotones que le escurrían por la frente. Amo la sabiduría de este maricón.

En numerosas ocasiones, Marly, medio en broma, medio en serio -con él nunca se sabía- había declarado en el mismísimo programa de Rigoberto que estaba enamorado de PAI, y que lo abriría de piernas para rellenarlo como pavo en navidad, así de bárbaro era para expresarse. PAI tomaba las declaraciones del Pelao Marly con la importancia que se les reservaba a los vuelos de las moscas.

Y les cuento algo en calidad de primicia e infidencia, chicos, chicas y chiques, seguía PAI, yo soy uno de los poquísimos descendientes de ese monarca criollo. Por eso me hago llamar PAI.

¿Por qué, PAI? ¿Por qué? Cuéntanos, por favor, suplicó un emocionado Rigoberto. Definitivamente, PAI Enchalado era uno de sus mejores panelistas, además de dilecto amigo.

Por supuesto, Rigoberto. Pero no les voy a decir mucho, eh, porque alguno de los que nos ve me puede secuestrar y pedir un gran rescate. Solo les diré que la I de PAI es la I de los Iturbide. No solamente me apellido Iturbide, sino que también poseo una cuantiosa parte de la fortuna del patriarca. Tengo tanto dinero que puedo permitirme vivir sin que asome en mi cabeza, ni siquiera por casualidad, la idea de partirme el lomo como uno de los tantos mortales que ahora mismo nos está viendo en lugar de ponerse a trabajar.

Cambrito dejó de masturbarse cuando oyó esas declaraciones. PAI se cagaba en plata. Ahora, sentía que el deslumbramiento que PAI le generaba no solo era intelectual, ahora también era material. PAI lo podía sacar de su canallesco trabajo en el Bembos del Parque Kennedy, donde era constantemente hostigado por los pituquitos borrachosos que acudían a dicho local en busca de una reparadora hamburguesa.

Me le tengo que declarar a PAI. Debo confesarle mi amor efébico, decía Cambrito, siempre añadiendo, incluso a sus pensamientos, neologismos de corte culturoso. Por algo no lo llamaban, en los circuitos pestíferos de la Brutalidad, el sucesor del gran orador atrabiliario Groover. Ni bien termine el programa le dejaré un mensaje cargado de mis más acrisolados sentimientos.

***

También me gustas, dijo PAI. Estaba al teléfono con el Tío Marly. Y tú a mí más, cojudo, dijo este.

Aunque te parezca, raro, me encanta la forma zafia en la que te expresas, porque en tu vulgaridad radica tu belleza. O sea, eres vulgar, pero de una forma fresa, casi enternecedora, explicó PAI.

¿Entonces, estamos?, consultó Marly ávidamente.

Pues, yo creo que sí, dijo PAI tímidamente. El sentimiento del amor solía despojarlo de aquel talante de infalibilidad con el que solía versar sobre los temas que dominaba.

Puta, qué rico, y cómo hacemos para cachar. Quiero tirarte cuanto antes, aulló Marly, el sexo al palo, los pensamientos enturbiados por el deseo.

Espérame que vaya a Australia. Estoy viajando a inicios del próximo mes, anunció PAI.

¿En serio? ¿Vendrías solo por mí? Te puedes quedar en mi combi, ofreció Marly.

¿En tu combi?, dijo PAI, haciendo un esfuerzo descomunal por no desenamorarse de un pobretón que moraba en una carcacha. ¿Es cierto que cagas en bolsa, como dicen por ahí, querido?

Claro, pero donde caga uno, cagan dos, dijo con entusiasmo Marly. Ya vas a ver que vamos a cagar juntitos y tomados de la mano.  

Tontito, no va a ser necesario que caguemos en bolsa o durmamos en tu combi, ¿acaso no te acuerdas de la exposición que hice sobre la monarquía en México?

Claro que me acuerdo, dijo Marly. Estuvo de la putamadre.

Entonces recordarás que dije que soy descendiente del monarca Iturbide.

Marly lo recordaba muy bien: Claro, PAI, puta, nos dejaste a muchos con la boca abierta. No sabíamos nada de lo que hablabas, y mucho menos que eras de la realeza mexicana.

Sí, aunque esos títulos nunca fueron reconocidos. Entonces, también recordarás que casi al final de mi alocución dije que los descendientes de Iturbide se hallaban en Australia.

Ah, mira, dijo Marly, eso no lo recuerdo bien. Esto era mentira. Marly no recordaba aquello ni bien ni mal; simplemente, nunca lo supo porque no llegó a oírlo, ya que luego de haber eyaculado, se quedó dormido sobre su propio semen. Despertó varias horas después, con el papel higiénico de semen pegado a la cara.

Entonces, tengo casa allá en Sídney. Así que, cariño, el próximo mes nos vemos o, como diría ese autor peruano que seguro has leído, el próximo mes nos nivelamos.

***

No, qué te pasa, Cambrito. O sea, todo bien contigo, pero jamás sería tu pareja. Así fueras el último hombre en la Tierra, jamás te penetraría. No eres mi tipo, dijo PAI luego de haber recibido la telefónica declaración de amor de Cambrito.

Pero si nunca me has visto. Cómo sabes que no soy tu tipo, porfió Cambrito.

Para empezar, sí te he visto. Te he visto en un vídeo en el que hablabas sin autoridad, con si fueras un niño perdido, sobre un tema jurídico. Y de ese mismo modo, temeroso y dubitativo, son tus intervenciones en el programa de Rigoberto. Sí, te empeñas por parecer culto hablando con términos que ni tú mismo entiendes, pero te falta la valentía y gallardía de un hombre de verdad. Todo eso hace que me parezcas un bicho insignificante.

Yo cambiaría por ti, PAI; estoy supremamente enamorado de ti, continuaba Cambrito con los últimos estertores de su amor.

Te lo agradezco, pero no eres mi tipo, y punto. Ahí queda, zanjó PAI. ¿Crees que podamos cortar esta llamada? Ya me está incomodando.

Está bien, PAI; discúlpame. Quizá te pueda llamar mañana. Solo para conversar. Como amigos, intentó Cambrito.

No, no me vuelvas a llamar, ni siquiera para decirme si ha salido el sol en Júpiter. Simplemente, dejemos las cosas así. Los tipos tercos y tóxicos como tú se entusiasman fácilmente con cualquier gesto. Ustedes creen que un simple ‘buenos días’ ya es un ‘te amo’. Quiero ser claro. Tú y yo no somos amigos. No somos iguales, Cambrito. No seas igualado. Adiós. PAI no sintió remordimiento alguno al cortar la llamada. Ya había lidiado en el pasado con tipos como Cambrito. Era mejor mantenerlos bien a raya.

***

Putamadre, Paddington, me van a meter preso. El juez ya dictó sentencia. Tengo diez días para entregarme. De lo contrario, vendrán por mí a la fuerza, lloró el Tío Marly.

No seas maricón, cabrón, dijo Paddington, un oso de felpa que Marly compró por un precio inflado solo para dárselas de pituco. Siempre hablaba de tener dinero. Y olvidaba que Cervantes o Quevedo habían expresado en sus textos: Dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Reponte, maricón, le ordenó Paddington.

Pero es que no quiero ir a la cárcel, pipipi, se deshacía Marly. Estaba desconsolado. En la cárcel, violan. A mí me contó, en privado, el serrano de Montes, que en la cárcel le metieron más pinga que los aviones gringos B2 a los iraníes. Y por eso tomaba en los parques de Milano, para olvidar el dolor de poto que los taitas de la prisión le clavaron.

Oye, huevón, ¿y acaso ya te han metido preso?, dijo Paddington, samaqueando a Marly.

No, pero…

Pero nada, cojudo. ¿Cuándo tienes que entregarte?

En diez días, creo, musitó Marly, los mocos saliéndole a borbotones.

Ya, pes, imbécil, diez días, cagón de mierda; hay tiempo para planear una fuga, como la que hice en mi película “En Busca de la Chucha Pérdida de los Incas”.

Pero, pero, ¿cómo haría?, balbuceó Marly.

Tenemos que largarnos de aquí y…

¿Tenemos?, observó Marly.

Claro, pes, imbécil, o crees que me voy a quedar abandonado para terminar en el tacho de basura o servir de almohada de algún vago fumón de por acá. ¡Ni cagando! Además, el plan de nuestra fuga lo estoy preparando yo, cojudo. También estoy pedigrí. Dejé en bola a la Olivia que tienes en la repisa de tu combi. Ahora el cachudo de Popeye me está buscando para sacarme el relleno.

Marly descubría con asombro que detrás de esa dulce figura de peluche se encontraba un oso revejido.

Mañana mismo saca los pasajes para Perú, ordenó Paddington. Supongo que luego de tanto tiempo por aquí tus delitos en el Perú ya habrán prescrito, ¿no? Sacó un cigarrillo de marihuana de su saquito y lo prendió con el encendedor de Marly.

Sí, pero en Perú ya no tengo a donde ir. Mi familia no me quiere ver ni en pintura, sollozó Marly.

Míralo al huevón, se lamentó Paddington. ¿O sea que yo soy tu único amigo de carne y hueso, imbécil?

, lloró Marly. Porque en el mundo de la Brutalidad soy la Maldad, pero cuando terminan las transmisiones en el canal de Montes nadie me empelota. Todos me tienen bloqueado. No tengo un solo amigo. Tengo que pagarles el streamyard para que me den tribuna. Perdóname por ser tan cojudo, Paddington.

Ya no llores, hijo de puta, y presta atención. La vez pasada te oí que hablabas con tu marido, con un tal PAI, dijo Paddington, la mirada dura.

Sí, es mi mujer. Bueno, a veces cambiamos posiciones y yo soy su mujer, dijo Marly, haciendo pucheritos.

Yo que el juez Cocodrilo Dundee te meto a la reja con cinco hermanos del Profe Puti, conchatumadre, por llorón, perdió los papeles Paddington. Ya, imbécil, escucha. Te oí que ese huevón de PAI es platudo. Ya, pes, le vas a decir que te compre un depa en Lima y que te lo tenga listo en cinco días. También, que te compre los pasajes de avión porque seguro que, así como vives, dependiendo siempre de lo que te da tu hermano, que sí es exitoso, no tienes un peso, maricón.

Qué buena idea, Paddington, por eso te amo tanto, dijo Marly, y apachurró al muñeco entre sus brazos.

Ya suéltame, oe, maricón; luego me vas a pasar tu mariconería y voy a terminar clavado por el zapatero de Popeye.

***

¿Cambrito?

El esquelético trabajador de Bembos no podía creer que estaba recibiendo una llamada del mismísimo PAI Enchalado.

¿PAI? ¿Eres tú?

Sí, Cambrito, fíjate que estuve recapacitando sobre las cosas tan feas que te dije y, …

No sigas, PAI, no tienes necesidad de decir más. Las cosas malas están olvidadas. Es más, nunca ocurrieron.

Qué bueno que lo hayas superado, Cambrito. Bueno, te quiero pedir un gran favor.

Cambrito, que hubiera sido un experto filólogo si la vagancia no se hubiese apoderado de él en el colegio, se fijó en la seguridad al hablar de PAI. No dijo ‘quería pedirte un favor’, como se hubiera expresado cualquier peruano pusilánime, dijo más bien ‘quiero’, con seguridad, con firmeza.

¿Cuál será, PAI? Estoy a tus órdenes.

Quiero que compres un departamento en la mejor zona de Lima. Yo te voy a dar el dinero. Recurro a ti porque eres mi único contacto en el Perú.

Esto era mentira. PAI sí tenía otro contacto en el Perú: Rigoberto El Cabro Viejo Viajero, pero sabía que se pondría supremamente celosa al momento que descubriera que el departamento era un regalo de amor para Marly.

Por supuesto, PAI, te paso mi número de cuenta y ahorita mismo me pongo a buscar el depa.

A los pocos minutos, la cuenta de Cambrito albergó una cifra para cuya acumulación él hubiera tenido que trabajar doscientos treinta cuatro años seguidos, ahorrándolos y sin gastar un mango.

¿Puedo confiar en ti, no, Cambrito?, le escribió PAI al cabo de unos minutos.

Claro que sí, respondió inmediatamente Cambrito. Más bien, te quería pedir un favorcito. Acompañó el texto con un emoticón de penita.

PAI sospechó lo peor. Sin embargo, no le quedó más remedio que escucharlo: Sí, dime, Cambrito, ¿qué favor será?

¿Crees que pueda quedare a vivir en tu departamento como vigilante hasta que lo ocupes?

Esto le pareció a PAI muy exagerado y aprovechado, pero no le vio mayor problema.

Claro, Cambrito.

Cambrito volvió a usar el emoticón de penita. Lo colocó cinco veces luego de escribir: Y otro favorcito más, por favor.

Sí, dime, Cambrito, escribió PAI, deseando de que la tortura terminase ya.

Mientras te vigilo el departamento, ¿crees que puedas pagarme el mantenimiento del depa, la luz, el gas, el agua, y los arbitrios?

Claro, claro, Cambrito; de todas maneras lo tengo que hacer porque finalmente viviré ahí. Así que, si no quiero atrasarme con esos pagos, los irás haciendo tú por mí con lo que yo te vaya enviando. Aunque no tendrás que pagar mucho porque ni bien esté comprado el depa me mudaré inmediatamente.

No hay problema, PAI, tómate tu tiempo. Las cosas deben hacerse con calma, sobre todo las mudanzas, así que tómate si quieres un mes, un año o cinco años, yo siempre estaré ahí para cuidarte el depa y tenértelo siempre bien limpiecito y con todos los pagos hechos puntualmente, con tu pecunio por supuesto.

Qué regio contar con tan buena persona como tú, Cambrito. Entonces, espero tus noticias. Ni bien encuentres el mejor departamento en la mejor zona de Lima, me avisas.

Cambrito asentía mientras leía los mensajes de PAI. Se veía ya amo y señor de un departamento A1 en San Isidro, San Miguel, Magdalena, La Perla, Chacarilla del Estanque o Rinconada del Lago. En eso, recibió un mensaje de Santos Camarón, huidizo periodista deportivo y amigo de Cambrito: Oye, loquito, aquí, desde mi casa, acabo de oler que tu situación financiera ha cambiado. Santos tenía un poderoso olfato para detectar a cuál de sus amigos le estaba yendo económicamente bien.

Sí, Santos. Bueno, la verdad que no. Tengo el dinero de un amigo para una inversión. Sí, mi cuenta ha crecido, pero con la plata de mi amigo.

No, hermanito, no te preocupes, más bien, ese dinerito lo vas a multiplicar conmigo. Ya sabes que prestarme a mí es invertir a lo grande.

¿Cuánto necesitarás, Santitos?

Mira, hermano, dame todo lo que te haya depositado tu amigo y yo te lo duplico.

Cambrito se imaginó comprándose su propio departamento con las ganancias que le devolviera Santos.

Ya, Santitos, pásame tu número de cuenta y te deposito.

Listo, hermano, dijo Santos. Muchísimas gracias. No te vas a arrepentir.

***

Tiene que pagar, pues, caballero, dijo Locho, El Candelero Mayor y conductor, mediador o facilitador del programa deportivo La Mentada de Media Cancha.

Págame, pues, mierda, ladró Bola Ocho, fogoso panelista del mencionado programa cuya característica principal era ajustar verbalmente a sus contertulios.

Santos Camarón sacó de su bolsillo mil dólares. Los camarógrafos, los panelistas y el propio Locho quedaron boquiabiertos. Sabían que Santos Camarón jamás había tenido en sus manos o en sus cuentas esa cantidad de dinero.

Pero voy a pagar cuando el señor Bola Ocho también le pague a Nariz de Pito, que ya sé que le tiene una arruga de más de diez años.

Oigan, oigan, caballeros, medió Locho, cómo van a estar exponiendo así sus asuntos privados, qué irán a pensar los televidentes en sus casas, que los periodistas deportivos somos unos sinvergüenzas que no honramos nuestras deudas. Por eso, les aconsejo a los abonados que no vayan a estudiar periodismo deportivo, porque van a terminar siendo picadores de cuidado como algunos de nuestros panelistas.

Oiga, exigió Bola Ocho, a mí no me meta en el mismo saco que este malparido de Santos Camarón.

Usted a quién le debe, señor Santos, aparte de al señor Bola Ocho, dijo Locho.

A nadie más, Lochito. Aquí lo del señor Bola Ocho ha sido producto de una apuesta ridícula y sin valor. O sea, una broma. Pero yo jamás le he pedido plata prestada a nadie. Escúchenme, amigos abonados, Santos Camarón nunca le ha pedido plata a nadie, ni la pedirá y si la pide, entonces paga. Pero no Lochito, en estos momentos, no le debo plata a nadie.

Cambrito veía el programa entre lágrimas: Santos negaba en señal abierta el préstamo que le había hecho. Además, su celular aparecía como desconectado. Ya no respondía ninguna llamada y los mensajes que le enviaba le eran devueltos con una alerta que decía ‘el usuario se ha ido o ha fugado, no vuelva a escribir a este número’.

Mientras tanto, en Australia, el juez Cocodrilo Dundee mandó enchironar al señor Marly por haber mostrado la chala en un bar de Sídney. PAI lamentaba haber confiado en Cambrito y Marly se preparaba mentalmente para soportar los vejámenes de los que su culo sería principal víctima. Por otro lado, en Newark, don Groover se sabroseaba con la noticia del encarcelamiento. Como diría el poeta de Jesús María, Luchito Hernández, ‘qué tal viejo, che’su madre’.  

viernes, 20 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 21: Simio Violencia en busca de Messi

 


¿En serio?, se emocionó el periodista futbolero Simio Violencia. No te juegues así, compare. Mira que si lo que me dices es verdad, me voy pa’rriba. Y si es mentira, me voy a la mierda.

Groover manejaba conchudamente por las calles de Miami, adonde se había mudado temporalmente para hacer taxi, ya que ese lugar era una de las sedes del Mundial de Clubes que se celebraba por esos días.

En serio, Simio, ¿cómo crees que te voy a mentir con una huevada así?, dijo Groover, quien le acababa de comentar a Simio que salía con una dominicana que trabajaba como parte del servicio doméstico de la mansión de Messi, el mejor jugador del mundo y, desde hacía ya un buen tiempo, delantero estelar del Inter de Miami, equipo que participaba en el Mundial de Clubes.  Además, yo quiero apoyarte porque sigo tu carrera desde aquí, hermano. Escucharte es como regresar al Perú; es recordar con nostalgia la cagada que es mi país y que, hace un tiempo, me obligó a venir a prosperar por estos lares.

El tropo que acababa de eyacular Groover, un experto en el diálogo dialéctico, fue demasiado para el achicopalado entendimiento de Violencia. Por eso, este se limitó a sonreír. Gracias por tus palabras, amigo, dijo.

Mañana paso por tu hotel y te presento a mi caballota. Ya con ella ves cómo hacen para que lo entrevistes a Messi, dijo Groover.

***

Ay, ombe, ¿y esa carita? Tú lo que estás es pa’ espantar sueños, dijo Ashley, una dominicana muy rumbera, de gran ver y honesta al mango, al toparse con la fealdad de Simio Violencia.

No es para tanto, amiga, dijo el periodista, sonrojado.

¿Y qué es lo que tú buscas, manito? ¿Conocer a Messi?, dijo la morena.

Es mi sueño, amiga. Quiero conocerlo y luego entrevistarlo, suspiró Simio.

Ajá, ya capté la vaina, dijo la mujer, tratando de pensar cómo aquel digno representante del Perú podría conocer a Messi. Pero óyeme bien, papi, aquí na’ se mueve de a chelcha. Vas a tener que soltar algo, ¿tamo’ claro?

Pucha, amiga, no traigo mucho dinero. Apenas tengo lo justo para sostenerme aquí unas tres semanitas, hasta que acabe el Mundial, calculó Simio.

Ajá, según mi marido, que ve todititos tus vídeos en YouTube, tú vives como un jeque: hotel de lujo, caviar pa’l desayuno… Mira, papi, a mí no me vengas con cuentos, que esta cara no es de pendeja, le advirtió Ashley. Cuando hablaba, sus tremendos senos temblaban y Simio no podía evitar mirarle el valle que formaban estos formaban al apretarse. Se imaginaba hundiendo su lengua de sapo en ese surco.

No, eso es show nomás, se excusó Simio. Mis colegas saben que soy recontra pobre. Pero mis seguidores no lo saben. Por eso me hago pasar por muy bacán. Para seguir dándole cuerda a mi personaje.

Pues ya que tú eres tan hablador y tan lambón, te voy a clavar quinientos dolaritos por la oportunidad de que conozcas a Messi, sentenció Ashley.

¿Quinientos dólares? Los ojos chinitos de Simio se desenfocaron. Esa suma era casi la mitad de lo que los miserables de PinBet, la casa de apuestas que lo auspiciaba, le habían suministrado para sus viáticos.

Si tú te animas, heavy, pero rogadera aquí no hay, zanjó Ashley dando una media vuelta que dejó a ojos vista un trasero que Simio deseó morder todas las noches antes de dormir.

Rápida y mentalmente, el hombre de prensa cotejó los beneficios y maleficios de entregarle a esa morena los quinientos dólares solicitados. ¿Cuál sería la consecuencia de conocer a Messi y robarle una entrevista? Pues que saldría en todas las portadas de los periódicos peruanos; los principales micrófonos se pelearían por tomarle sus declaraciones, por conocer los detalles de su conversación con el astro argentino. Le lloverían contratos televisivos, de canales importantes y no de los canalitos de YouTube en donde lo peseteaban peor que a practicante. Sus bonos se elevarían. Ya no sería cualquier periodista pezuñento, como el fumón de Santos Camarón. Sería Simio Violencia, el único periodista peruano que entrevistó a Messi. En cuanto a los maleficios, no halló ninguno. Entonces, sí, definitivamente valía la pena mojarse con esos quinientos cocachos. Ya luego vería cómo sobrevivir en tierras norteamericanas.

Espere un momento, señorita. Trato hecho. Acá están los quinientos verdes. Ahora, usted dirá. Quedo en sus manos, se rindió Simio, tratando de que el sueño de su auspicioso futuro se impusiera a ese momento en el que se estaba deshaciendo de gran parte del dinero que lo sostenía en esa ciudad abrasadora.

***

No pasa nada con este Mundial, se quejaba Groover. A un lado, Ashley se componía el vestido. Nadie va a los estadios. Las entradas ahora prácticamente las están regalando. Fue una mala idea venirme para acá. Creo que más plata hubiera hecho taxeando en Newark. Miró a Ashley acomodarse los rulos saltarines. Lo único bueno de haber manejado hasta aquí fue haberte conocido, mami. ¿Nos echamos otro polvorín?

Ashley soltó una risita: Ay, mi rey, tú lo que estás es raspando el fondo. Dudo que te quede un chele para otro.

Pero fiado, pe, mami, porfió Groover.

Ni tu mai’ te fía, mi rey, ¿y tú vienes a querer tumbarme a mí? Respeta, que mi trabajo no es relajo.

Groover terminó de abrocharse el cinturón. Estaba derrotado. El Mundial de Clubes era un fracaso, su gira por Miami también, y tendría que correrse la paja para botar el último tapón de nata que le obnubilaba el claro discurrir. Era mejor regresar a casa cuanto antes, y empezar a recuperar lo perdido.

Oye, mi rey, le dijo la mujer antes de irse, tengo que admitirlo… gracias a ti hice tremendo negocio. Le extendió un billete de cien dólares

Groover quedó estupefacto: ¿Y esto?

Es gracias a ti, papi, que me diste la luz.

¿A mí? ¿Qué hice? Recibió el dinero.

Ajá, tú me tiraste con ese bobo, el que dice que quería conocer a Messi, dizque en persona, dijo Ashley.

Groover trató de hacer memoria. ¿Simio Violencia?, dijo al fin.

El nombre se me fue, pero esa cara no se olvida… feísimo, y pa’ colmo, peruano como tú. Qué coincidencia, ¿eh?

¿O sea que sí te llamó y se encontró contigo y toda la huevada?, se sorprendió Groover.

Ya tú sabes, me tiró con la historia entera de lo que tú dijiste, rio Ashley.

¿Qué? Pero yo le metí ese cuentazo solo para caerle en gracia y me contratase para movilizarlo por la ciudad. O sea, para tener un cliente fijo. No pensé que se fuera a creer la huevada de que eras empleada de Messi.

Se lo bebió completico, como si fuera jugo de mango.

¿Y qué pasó? Cuenta, dijo Groover.

Que le dije sin filtro: si tú quieres hablar con Messi, vas a tener que romper el cochinito, dijo Ashley.

Pero cómo así si tú no conoces a Messi. La sorpresa de Groover aumentaba vertiginosamente.

Ni idea, mi amor. Ese tigre era tan sugestionao que con yo mirarlo fijo y hablarle como si tuviera una glock en la mano, ya estaba creyéndome todo. Cayó redondito. Ashey estaba lista para abandonar la habitación. Ya había hecho el dinero suficiente. Y encima una obra de caridad con este peruano. Ahora tenía casi toda la noche libre para juerguear como se debía. Con un par de tragos, olvidaría el mal sabor de boca que le estaba dejando la pinga astringente de Groover. Bueno, mi amor, yo arranco. Suerte con ese viajecito de vuelta, ¿oyó?

¿Ya te vas?, se removió Groover.

Mira, papi, esto no es relajo. Si tú quieres que yo te dedique tiempo, eso cuesta… y no es barato, ¿tamo’ claro?  

Pero solo cuéntame qué pasó con Simio, pidió Groover.

Ay, no, mi rey, ¿y tú también quieres que yo hable? Ese Simio ya es archivo muerto. Le saqué su dinerito y eso es lo que vale. Y pa’ colmo, te compartí un poco… así que no te me quejes. ¡Bye, bye, corazón!, dijo Ashley y se fue.

Groover quedó pensando en cómo le habría ido a Simio Violencia. ¿De verdad habría conocido a Messi? ¿La negra esta conocía a Messi? Tantas preguntas y no había plata como para ir a un bar a conocer gente, hablarles huevadas, dejar que le hablasen estupidez y media. Era hora de regresar a Newark. Quizá aún pudiera presentarse en Amazon con el rabo entre las piernas para recuperar su chamba en el área de almacén. Valía más el eco de un intento que el silencio de una duda eterna.

***

El patrón anda buscando un perro bravo pa’ cuidar el evento que va a armar en su cantón.

¿Un perro?, dijo Simio. ¿No necesitará un vigilante? Yo he sido vigilante en España. Sé mucho sobre cuidar casas.

Nel, compa, sí o sí ocupamos un perro. Ya vete, no me estés haciendo perder el tiempo.

Pero yo ya le pagué a Ashley para que me haga entrar a la casa de Messi, se defendió Simio.

Órale, güey, por eso mismo te estoy tirando paro: es la única chance pa’ que entres al cantón del patrón y le saques la entrevista.

Simio empezaba a exasperarse. Quería derramar toda su furia contenida. Por algo no se le conocía en el Perú como el Rey de la Brutalidad: Oye, huevón, pero estás diciendo que solo se puede entrar como perro, no como gente. ¿No ves que yo soy gente? Había tartamudeado y botado baba. Estaba en el punto más alto de su Brutalidad.

El tipo que tenía enfrente estaba curtido por las privaciones más cruentas que sufrió al cruzar la frontera hacía ya unos años. No iba a intimidarse ni remotamente con la pataleta de un peruano horripilante. Hacía falta mucho más que eso para que él siquiera empezase a pestañear.

Órale, güey, ya me largo. No me hagas soltar la neta fea, que ya te canté la jugada. Ahí nos vidrios, dijo el hombre, la mirada abrasadora.

Simio quedó con su carita de imbé, asustado por la mirada de hierro del mexicano. Una gota más de baba y el hombre lo hubiera molido a golpes. Además, sus quinientos dólares se estaban yendo al agua. Tenía que arriesgarse. Todo era por obtener el prestigio de periodista serio que jamás tuvo.

Pera, pera, amigo. Disculpa mi exabrupto. Está bien. Acepto. Seré el perro guardián de Messi.

***

¿Pero no voy a empezar cuidando la casa de Messi?, dijo Simio.

Asere, entrar ahí no es como ir a comprar pan, estamos hablando de la casa del grande, dijo el jefe de seguridad del evento que Messi organizaba en su casa como una especie de augurio por la obtención de la copa en el Mundial de Clubes. Messi intuía que campeonaría sin problemas.

¿Entonces?

Entonces, asere, te voy a tener que tirar una pruebita, pa’ ver si das la talla.

¿Una pruebita?, dijo Simio.

Oye, asere, vas a subir pa’ la azotea de ese edificio y me vas a soltar un ladrido cada media hora, ¿tú me oyes? Cada media hora hasta las nueve de la mañana. Yo voy a estar al tanto, así que más te vale que ladres con ganas. Si fallas, te vas pa’l carajo. Messi no quiere un perro de adorno, quiere uno que meta miedo. Con esa cara ya das pinta, pero tienes que sonar, mi hermano.

A regañadientes, Simio aceptó pasar la prueba. Desde las siete de la noche empezó a resguardar la azotea del edificio señalado, ladrando cada media hora.

El cubano comprobó que Simio ladrase hasta las diez de la noche, luego se marchó, confiando en que regresaría muy temprano a comprobar que el peruano continuase con los ladridos cada media hora hasta las nueve de la mañana.

El jefe de seguridad regresó al edificio a las siete y cuarto de la mañana, y a las siete y media, cuando se suponía que Simio debía ladrar otra vez, no emitió sonido alguno.

Subió a la azotea a verificar qué ocurría. Simio yacía en el suelo, tieso, las patas y las manos arriba, la mirada en blanco. Había mordisqueado una chuleta envenenada que se le aventó en algún momento de la madrugada como parte de la prueba.

Oye, asere, qué suerte que no contraté a este bicho, me iba a jamar un cable, dijo el cubano, mientras comprobaba, con la punta del zapato en el pecho de Simio, que el peruano estaba liquidao.


sábado, 14 de junio de 2025

Novela Peruana "Brutalidad" de Daniel Gutiérrez Híjar - Cap 20: Raúl Patán en la Granja de Enrico Arrechini

 


Raúl Patán, desnudo, recibió de las manos del Cordero un juego de ropa fresca. Era su primer día en la granja “Aléjame La Chela”. Había llegado allí por voluntad propia. Su compadre de farras, el periodista Enrico Arrechini, le había recomendado acudir a dicha institución, ya que sus métodos eran únicos y efectivos; lograban expurgar al borracho.

Los martes jugamos pichanga en esta canchita, le dijo el Toro, quien era el encargado de mostrarles las instalaciones a los recién llegados.

Pero no me han dado ropa para pichanguear, observó Raúl. ¿O voy a hacer todo con esta ropa que me dio el Cordero?

El Toro, un tipo corpulento y de cachos puntiagudos, lanzó una carcajada: No, tío, acá todo lo hacemos calatos, incluso las pichangas. La ropa que te entregó el Cordero es para que duermas nomás, porque en las noches hace un frío de la conchasumadre. Nosotros tenemos pelo y como las huevas aguantamos la congeladera, pero tú estás pelancho, pelancho. Así que esa ropita supongo que en algo te abrigará.

¿Qué? ¿Aquí paran calatos?, se sorprendió Raúl.

Claro, pues, huevas. ¿O cuándo has visto un cordero, un toro, una vaca, o un pato con ropa? ¿No me estás viendo? ¿Ves que tengo ropa?, dijo el Toro, sarcástico. Oye, acá uno viene a dejar de ser borracho, ah; no a dejar de ser cojudo.

No, claro, lo que pasa es que como ustedes son animales y nosotros los humanos estamos acostumbrados a verlos así, pareciera que estuvieran vestidos, se excusó Patán.

Sí, cuñao, barájala, nomás, rio el Toro. Te digo que ni vas a extrañar estar vestido. En el día hace un calor espectacular. Estar calato se va a convertir en tu modo de vida. Además, el estar así, tolaca, es parte del método de esta granja para curarte. Porque has venido aquí para dejar la chela, ¿no?

Por supuesto, dijo Raúl sin mucha seguridad. Se acarició la panza. Una duda lo asaltaba. Pero, ¿cómo así estar calato ayuda a dejar la chela?

¿Ves al man que está allá?, dijo el Toro, señalando a un perro.

, dijo Raúl.

Es el Perro. Ese man cuida que nadie tenga una botella ni por error. Por eso nos quiere ver a todos calatitos. Antes, los humanos escondían el trago en la ropa. Desde que el Perro estableció la regla de la calatería, se acabó la trampa. Ese man es efectivo.

Raúl pensó que, en caso de que en un futuro se denguée, podría esconderse las botellas de chela en el culo.

El Toro, que era experto leyendo las mentes de los recién llegados, dijo: Ni lo pienses, Raulito. Si te escondes botellas en el culo, el Perro te las detectará con su poderoso olfato, y si lo hace, uy, no te quiero contar lo que les hará a tus huevos con esos colmillazos que tiene. Así que más te vale hacerte a la idea de que la chela ya fue en tu vida. Si quieres conservar las pelotas, mantente sobrio, cuñao. Guerra guisada no mata gente, rio el Toro.

Patán quiso corregirle el refrán al Toro, pero, al verlo tremendo y musculoso, arrugó.

Bueno, aquí vas a dormir, le indicó el cornudo. Más tarde, bajas al comedor para cenar. Nos vemos luego, entonces, se despidió.

Raúl Patán creyó que estaba solo en esa habitación cuando sintió el estruendo de una tremenda flatulencia.

Ah, carajo, ¿y eso?, se sobresaltó.

El nivel superior de su camarote lo ocupaba alguien. Era un Scartichthys Variolatus, más conocido como el pez Borracho, animal de carne suculenta y vitamínica.

¿Qué fue? ¿Qué fue?, dijo el Borracho. ¿Quién anda ahí?

Patán se aclaró la voz.

Ejem, ejem, hola, me llamo Raúl, Raúl Patán. Parece que seremos compañeros de cuarto.

Puta, la cagada, huevón, dijo el Borracho. A mí me gusta estar solo, cuñao. ¿Qué haces por aquí? Se acomodó sobre su costado izquierdo, en el codo de su aleta.

He venido a alejarme de la chela, amigo…

Borracho, completó el pez. Me llamo Borracho.

Patán le extendió una mano para saludarlo.

No, así nomás, cuñao, estoy cómodo así. Darte la mano sería una huevada.

Patán retiró la mano, palteado.

Más bien, pásame una chela de debajo del wáter, dijo el Borracho.

En la esquina de la habitación, había un wáter. Patán estiró la mano por debajo de la taza y sintió varias botellas. Sacó una. Era una cerveza. Atónito, se la pasó al pez.

Putamadre, lo malo de este lugar es que no hay refri. No me queda otra que tomarme mis chelas calientes, dijo el Borracho.

¿Cómo así tienes tanta cerveza ahí?, dijo Raúl. En un segundo, se le hubo derrumbado el prestigio que ya se había formado de la granja “Aléjame La Chela”. Se suponía que esta lo había sacado del abismo alcohólico a su camarada, el periodista Enrico Arrechini, otras veces llamado Borrachini.

***

Cataleya era una chica plástica. Muchos hombres la pretendían: guapos, chapados, algunos de plata, pero todos unos soberanos NN. Carecían de lo que al periodista Enrico Arrechini le sobraba: la fama. Arrechini era seguido por cien mil personas en su canal de TikTok. Muchos especulaban que las monedas que le donaban en cada transmisión lo tenían económicamente bien parado, pero ello no era cierto, ya que Arrechini lo gastaba todo en trago. La gente le donaba para que chupara en vivo. Y Arrechini, por supuesto, no se oponía. Es la sagrada voluntad de mis seguidores, solía decir.

El canal de TikTok de Cataleya, que estaba dedicado a las noticias futbolísticas, no despegaba. Vio ella entonces en Arrechini el vehículo más inmediato y fácil para conseguir la fama. Entonces, le envió un mensaje privado al TikTok. Lo invitó a cenar.

De arranque, Arrechini fue sincero: No tengo plata, amiga.

No te preocupes, respondió ella. Yo te voy a invitar todo. Hasta te pago el taxi si quieres, agregó.

Listo, sale y vale, escribió Arrechini sin escrúpulo alguno. ¿Me mandas una fotito?, pidió luego.

Primero envíame una tú, replicó Cataleya.

Arrechini se tomó una foto al instante. No se esforzó en buscarse un buen ángulo, ya que no poseía ninguno. Sabía que, desde cualquier punto, el resultado sería una cagada gracias a su diminuta nariz de pichón de cóndor, los cachetes inflados de cerveza, la frente diminuta y el pelo negro repleto de cebo.

Eso sí, consideró que para que la foto no fuera tan negativamente impactante, ella debía ser de cuerpo entero. Así, la cara quedaría disimulada por el resto del cuerpo.

No creo que con ese outfit vayas a salir conmigo, ¿verdad?, escribió Cataleya tras ver la foto.

Es lo único que tengo, respondió muy sueltamente Arrechini. Era verdad: poseía apenas un par de buzos viejos de Educación Física con los que solía reportear en sus tiempos de esplendor en el periodismo futbolero de su generoso país.

¿No te molestas si te compro ropita?, escribió muy delicadamente Cataleya. El restaurante al que llevaría a Enrico era el Costa Verde, y no estaba en sus planes pasar la vergüenza de su vida entrando ahí con un hombre que parecía un mecánico de carros cochambrosos.

No, claro que no; si es tu voluntad, yo encantado, contestó Arrechini. Comprobó que en el Perú no valía de nada ostentar un cartón universitario. Solo bastaba con tener más de cien mil seguidores en TikTok para vivir más o menos gratis.

Excelente, Enrico. Te espero en el Costa Verde a las siete de la noche. Un Uber pasará por ti en el tiempo correcto, dijo Cataleya entusiasmadísima, luego de que Enrico le hubo pasado su dirección domiciliaria. Y en unos minutos te estará llegando un terno exquisito de Temu. Estate atento.

Cataleya sabía que cada que Enrico salía a algún lugar, aunque fuera a la carretilla de chanfainita de su barrio, siempre prendía TikTok y hacía un live. Un promedio de doscientas personas solía conectarse a la transmisión. ¿No prendería cámara con más razón ahora que iría a un restaurantazo como el Costa Verde? ¿No haría un directo sabiendo que estaría departiendo con una belleza como Cataleya? Ella columbró en su futuro una situación mediática mucho más interesante que la actual.

***

Muchos pensaron que era el glorioso regreso de Enrico a la pantalla chica. Le habían dado un espacio en el programa “Dos Piedrones Hablando de Fútbol”, conducido por dos expeloteros fracasados. Enrico había llegado como invitado, pero el espacio en que se presentó tuvo tanta acogida que decidieron darle un programa propio. La estadía mediática de Enrico en ese canal duró solo un mes, ya que con su primer pago se metió una borrachera de proporciones que lo sumió en una honda depresión. Como no se presentaba a trabajar, fue dado de baja.

Otro productor, desorientado y optimista, le echó una mano. Lo colocó al frente del espacio futbolero de su canal. La presencia de Arrechini, que hizo números notables de audiencia, duró quince días -el productor que lo contrató pagaba cada quincena-. Nuevamente, con su sueldo, se armó de tres cajas de cerveza y se recluyó a terminarlas en su cuartito de Lince. No salió de allí sino hasta un mes después, cuando le hubo pasado la depresión. Nuevamente, Enrico deambulaba por el terreno de la indigencia. Su futuro televisivo era nulo.

Un par de días después, sin nada que perder, en plena madrugada, prendió directo en su recién creada cuenta de TikTok. Para su sorpresa, cincuenta personas lo vieron de principio a fin, ¡y le donaron plata para que siga chupando!  

Tío Borrachini, te queremos, pero te queremos ver chupando, le decían sus más fieles seguidores.

Casi al mes, Arrechini tenía ya veinte mil seguidores. Y el número iba en aumento.

Un día, dejó de ocultar que le encantaba chupar en los prostíbulos.

Sí, chicos, me enloquecen las putas, confesó. Para qué chucha les voy a mentir.

Pero si bien le encantaban las prostitutas, ellas, a pesar del dinero que les ofrecía a cambio de los consabidos servicios, se negaban a cerrar el trato. Enrico, entristecido, con la botella de cerveza pegada al hocico, se preguntaba: ¿Serán mis manos chiquitas con dedos de olluco? ¿Será mi nariz de loro? ¿Por qué no me empelotan las nenas, Diosito?

Y ahora, una tal Cataleya, emergente periodista futbolera, lo había invitado a salir. Y lo había achorado: le había comprado ropa, le había puesto el taxi. Todo.

Esta mujer debe de estar templadaza de mí, se alentó Arrechini. Ahora la pelota está en mi cancha, pensó. Debo irme de avance.

Cuando se acercó a Cataleya para saludarla de besito en el cachete, ante la puerta del restaurante Costa Verde, le metió un alce espectacular. Enrico sintió la dureza de sus nalgotas disciplinadamente trabajadas en un gimnasio de medio pelo de su barrio.

Lo que no esperó Arrechini fue que del auto del que había descendido Cataleya, saliese el marido de la mujer, su machucante, un hombre celoso que le había roto el cuello a un tipo que tuvo la infelicidad de lanzarle un inofensivo y piropero silbo a su ricotona Cataleya. El hombre dejó de cerrar la puerta de su coche para interponerse entre su mujer y el pequeño periodista. Un rotundo puñetazo le desencajó la mandíbula al hombre de prensa, castigando así el atrevimiento de su mano larga.

***

Putamadre, cuñao, me cagaron a golpazos. Con las justas puedo hablar. Me dislocaron la quijada, dijo Arrechini. Se hallaba al teléfono conversando con Raúl Patán, su viejo amigo de copas. Dame buenas noticias. Cuéntame cómo te va en la granja.

Bueno, ya llevaba casi un mes sin probar chela, pero acabo de recaer, de relapse. Me pusieron como compañero de cuarto a un tal Borracho, ¿lo conoces?, dijo Patán. Pucha, por ese pata he recaído. Desde hace dos días estoy chupando con él todas las noches antes de dormir.

Al otro lado de la línea, Arrechini parecía contener una risa.

Pero ¿sabes qué es lo más loco? Que no me emborracho, on. Y eso que cada noche nos zampamos seis botellas de chela.

Las saca de debajo del wáter, ¿no?, dijo Arrechini.

Claro, claro, tú fuiste su compañero de celda, perdón, de cuarto, ¿no?, dijo Patán.

Así es, afirmó Arrechini. Lo conozco muy bien al pendejo del Borracho. Mándale mis saludos. Luego de sobarse la mandíbula, preguntó: ¿Decías que la chela ya no te emborracha?

Sí, on, creo que el haber estado casi un mes en abstinencia ha hecho que el trago ya no me afecte. ¿No es eso de la putamadre? Puedo chupar cuantas veces quiera sin emborracharme, sin marearme, sin sentir los efectos de esa depresión que al final, tú lo sabes, Enrico, hizo que mi mujer me pusiera los cuernos en mi delante, dijo Patán.

Me encanta que hayas superado tu problema, hermanito, celebró Arrechini.

Y todo te lo debo a ti por haberme recomendado esta granja, dijo Patán.

Al terminar la llamada, Arrechini empezó a carcajearse atronadoramente. La mandíbula empezó a bailarle con dolor. Los tornillos que le habían acomodado para fijarle ese hueso tan importante al cráneo empezaron a zafarse debido al furor de las carcajadas. Rio con dolor, pero con gusto: Patán seguía siendo un huevonazo de aquellos. Arrechini se había dado cuenta desde el primer día de que el pendejo del Borracho orinaba en las botellas de cerveza para tomárselas al día siguiente en un asqueroso círculo vicioso. Pero el cojudo de Patán, a pesar de que llevaba un mes oliéndole los pedos al Borracho, creía que la pichi del Borracho era cerveza. La cagada.

Pensar en las botellas del Borracho le dio sed.

Prendió directo.

Chicos, ¿cómo están? ¿Quién le quiere jugar unos pesos al tío Arrechini para canjearlos por unos ronaldos? Tengo una gran historia que contarles a cambio, ah. Les voy contando. Pero vayan dejando también los pesos, que yo no chambeo a pilas. Tengo un amigo que se llama Raúl Patán que es tan huevón que…