El Tío
Marly estaba calatito, ya que así gustaba de disfrutar de las intervenciones de
PAI Enchalado en el programa de Rigoberto El Cabro Viejo Viajero. PAI, joven y
culturoso ciudadano mexicano, era uno de los principales habitúes del programa
de Rigoberto. Solía compartir con sapiencia y elegancia sus conocimientos sobre
variados temas.
México tuvo dos monarquías post
independencia, decía PAI. La primera de 1822 a 1823, y la segunda, que
duró apenas tres años, fue desde 1864 a 1867.
Nadie en el
panel tenía una puta idea de lo que PAI hablaba; sin embargo, se dejaban
cautivar por la contundencia y donaire de sus palabras.
Pero los
que compusieron el primer reinado, los Iturbide, sí eran mexicanos mexicanos,
o, bueno, si queremos ser más precisos, criollos. El primer monarca, Agustín de
Iturbide, nació en lo que hoy es Morelia, continuaba PAI.
Cambrito,
que también se hallaba entre los panelistas, con la cámara apagada, empezó a
tocarse. La sangre se le romantizaba cuando oía la voz atildada y sabionda de
PAI.
El Tío
Marly estaba a punto de eyacular. También participaba como panelista en el
programa y había silenciado su micrófono para que nadie se ganase con sus
gemidos. Hoy me le declaro a este cabro, pensaba, escupiéndose el glande
para que la ebullición seminal fuese máxima. Hoy me le declaro a este
conchasumadre. Tiene que ser mío. Marly sudaba. Con la lengua, arrasaba con
los gotones que le escurrían por la frente. Amo la sabiduría de este maricón.
En
numerosas ocasiones, Marly, medio en broma, medio en serio -con él nunca se
sabía- había declarado en el mismísimo programa de Rigoberto que estaba
enamorado de PAI, y que lo abriría de piernas para rellenarlo como pavo en
navidad, así de bárbaro era para expresarse. PAI tomaba las declaraciones del
Pelao Marly con la importancia que se les reservaba a los vuelos de las moscas.
Y les
cuento algo en calidad de primicia e infidencia, chicos, chicas y chiques, seguía
PAI, yo soy uno de los poquísimos descendientes de ese monarca criollo. Por
eso me hago llamar PAI.
¿Por qué,
PAI? ¿Por qué? Cuéntanos, por favor, suplicó un emocionado Rigoberto. Definitivamente,
PAI Enchalado era uno de sus mejores panelistas, además de dilecto amigo.
Por
supuesto, Rigoberto. Pero no les voy a decir mucho, eh, porque alguno de los
que nos ve me puede secuestrar y pedir un gran rescate. Solo les diré que la I
de PAI es la I de los Iturbide. No solamente me apellido Iturbide, sino que
también poseo una cuantiosa parte de la fortuna del patriarca. Tengo tanto
dinero que puedo permitirme vivir sin que asome en mi cabeza, ni siquiera por
casualidad, la idea de partirme el lomo como uno de los tantos mortales que
ahora mismo nos está viendo en lugar de ponerse a trabajar.
Cambrito
dejó de masturbarse cuando oyó esas declaraciones. PAI se cagaba en plata.
Ahora, sentía que el deslumbramiento que PAI le generaba no solo era
intelectual, ahora también era material. PAI lo podía sacar de su canallesco
trabajo en el Bembos del Parque Kennedy, donde era constantemente hostigado por
los pituquitos borrachosos que acudían a dicho local en busca de una reparadora
hamburguesa.
Me le tengo
que declarar a PAI. Debo confesarle mi amor efébico, decía
Cambrito, siempre añadiendo, incluso a sus pensamientos, neologismos de corte
culturoso. Por algo no lo llamaban, en los circuitos pestíferos de la
Brutalidad, el sucesor del gran orador atrabiliario Groover. Ni bien termine
el programa le dejaré un mensaje cargado de mis más acrisolados sentimientos.
***
También me
gustas, dijo PAI. Estaba al teléfono con el Tío Marly. Y tú a mí más,
cojudo, dijo este.
Aunque te
parezca, raro, me encanta la forma zafia en la que te expresas, porque en tu
vulgaridad radica tu belleza. O sea, eres vulgar, pero de una forma fresa, casi
enternecedora, explicó PAI.
¿Entonces,
estamos?, consultó Marly ávidamente.
Pues, yo
creo que sí, dijo PAI tímidamente. El sentimiento del amor solía
despojarlo de aquel talante de infalibilidad con el que solía versar sobre los
temas que dominaba.
Puta, qué
rico, y cómo hacemos para cachar. Quiero tirarte cuanto antes, aulló
Marly, el sexo al palo, los pensamientos enturbiados por el deseo.
Espérame
que vaya a Australia. Estoy viajando a inicios del próximo mes, anunció
PAI.
¿En serio?
¿Vendrías solo por mí? Te puedes quedar en mi combi, ofreció
Marly.
¿En tu
combi?, dijo PAI, haciendo un esfuerzo descomunal por no desenamorarse de un
pobretón que moraba en una carcacha. ¿Es cierto que cagas en bolsa, como
dicen por ahí, querido?
Claro, pero
donde caga uno, cagan dos, dijo con entusiasmo Marly. Ya vas a ver que vamos
a cagar juntitos y tomados de la mano.
Tontito, no
va a ser necesario que caguemos en bolsa o durmamos en tu combi, ¿acaso no te
acuerdas de la exposición que hice sobre la monarquía en México?
Claro que
me acuerdo, dijo Marly. Estuvo de la putamadre.
Entonces
recordarás que dije que soy descendiente del monarca Iturbide.
Marly lo
recordaba muy bien: Claro, PAI, puta, nos dejaste a muchos con la boca
abierta. No sabíamos nada de lo que hablabas, y mucho menos que eras de la
realeza mexicana.
Sí, aunque
esos títulos nunca fueron reconocidos. Entonces, también recordarás que casi al
final de mi alocución dije que los descendientes de Iturbide se hallaban en
Australia.
Ah, mira, dijo
Marly, eso no lo recuerdo bien. Esto era mentira. Marly no recordaba
aquello ni bien ni mal; simplemente, nunca lo supo porque no llegó a oírlo, ya
que luego de haber eyaculado, se quedó dormido sobre su propio semen. Despertó
varias horas después, con el papel higiénico de semen pegado a la cara.
Entonces,
tengo casa allá en Sídney. Así que, cariño, el próximo mes nos vemos o, como
diría ese autor peruano que seguro has leído, el próximo mes nos nivelamos.
***
No, qué te
pasa, Cambrito. O sea, todo bien contigo, pero jamás sería tu pareja. Así
fueras el último hombre en la Tierra, jamás te penetraría. No eres mi tipo, dijo PAI
luego de haber recibido la telefónica declaración de amor de Cambrito.
Pero si
nunca me has visto. Cómo sabes que no soy tu tipo, porfió
Cambrito.
Para
empezar, sí te he visto. Te he visto en un vídeo en el que hablabas sin autoridad,
con si fueras un niño perdido, sobre un tema jurídico. Y de ese mismo modo, temeroso
y dubitativo, son tus intervenciones en el programa de Rigoberto. Sí, te empeñas
por parecer culto hablando con términos que ni tú mismo entiendes, pero te
falta la valentía y gallardía de un hombre de verdad. Todo eso hace que me
parezcas un bicho insignificante.
Yo cambiaría
por ti, PAI; estoy supremamente enamorado de ti,
continuaba Cambrito con los últimos estertores de su amor.
Te lo
agradezco, pero no eres mi tipo, y punto. Ahí queda, zanjó
PAI. ¿Crees que podamos cortar esta llamada? Ya me está incomodando.
Está bien,
PAI; discúlpame. Quizá te pueda llamar mañana. Solo para conversar. Como amigos, intentó
Cambrito.
No, no me
vuelvas a llamar, ni siquiera para decirme si ha salido el sol en Júpiter.
Simplemente, dejemos las cosas así. Los tipos tercos y tóxicos como tú se
entusiasman fácilmente con cualquier gesto. Ustedes creen que un simple ‘buenos
días’ ya es un ‘te amo’. Quiero ser claro. Tú y yo no somos amigos. No somos
iguales, Cambrito. No seas igualado. Adiós. PAI no sintió remordimiento
alguno al cortar la llamada. Ya había lidiado en el pasado con tipos como
Cambrito. Era mejor mantenerlos bien a raya.
***
Putamadre,
Paddington, me van a meter preso. El juez ya dictó sentencia. Tengo diez días
para entregarme. De lo contrario, vendrán por mí a la fuerza, lloró el
Tío Marly.
No seas
maricón, cabrón, dijo Paddington, un oso de felpa que Marly compró por
un precio inflado solo para dárselas de pituco. Siempre hablaba de tener
dinero. Y olvidaba que Cervantes o Quevedo habían expresado en sus textos: Dime
de qué presumes y te diré de qué careces.
Reponte,
maricón, le ordenó Paddington.
Pero es que
no quiero ir a la cárcel, pipipi, se deshacía Marly. Estaba desconsolado. En la
cárcel, violan. A mí me contó, en privado, el serrano de Montes, que en la
cárcel le metieron más pinga que los aviones gringos B2 a los iraníes. Y por
eso tomaba en los parques de Milano, para olvidar el dolor de poto que los
taitas de la prisión le clavaron.
Oye,
huevón, ¿y acaso ya te han metido preso?, dijo Paddington, samaqueando
a Marly.
No, pero…
Pero nada,
cojudo. ¿Cuándo tienes que entregarte?
En diez
días, creo, musitó Marly, los mocos saliéndole a borbotones.
Ya, pes,
imbécil, diez días, cagón de mierda; hay tiempo para planear una fuga, como la
que hice en mi película “En Busca de la Chucha Pérdida de los Incas”.
Pero, pero,
¿cómo haría?, balbuceó Marly.
Tenemos que
largarnos de aquí y…
¿Tenemos?, observó
Marly.
Claro, pes,
imbécil, o crees que me voy a quedar abandonado para terminar en el tacho de
basura o servir de almohada de algún vago fumón de por acá. ¡Ni cagando! Además,
el plan de nuestra fuga lo estoy preparando yo, cojudo. También estoy pedigrí.
Dejé en bola a la Olivia que tienes en la repisa de tu combi. Ahora el cachudo
de Popeye me está buscando para sacarme el relleno.
Marly descubría
con asombro que detrás de esa dulce figura de peluche se encontraba un oso
revejido.
Mañana
mismo saca los pasajes para Perú, ordenó Paddington. Supongo que luego de tanto
tiempo por aquí tus delitos en el Perú ya habrán prescrito, ¿no? Sacó un
cigarrillo de marihuana de su saquito y lo prendió con el encendedor de Marly.
Sí, pero en
Perú ya no tengo a donde ir. Mi familia no me quiere ver ni en pintura, sollozó
Marly.
Míralo al
huevón, se lamentó Paddington. ¿O sea que yo soy tu único amigo de carne y
hueso, imbécil?
Sí, lloró
Marly. Porque en el mundo de la Brutalidad soy la Maldad, pero cuando
terminan las transmisiones en el canal de Montes nadie me empelota. Todos me
tienen bloqueado. No tengo un solo amigo. Tengo que pagarles el streamyard para
que me den tribuna. Perdóname por ser tan cojudo, Paddington.
Ya no
llores, hijo de puta, y presta atención. La vez pasada te oí que hablabas con
tu marido, con un tal PAI, dijo Paddington, la mirada dura.
Sí, es mi
mujer. Bueno, a veces cambiamos posiciones y yo soy su mujer, dijo
Marly, haciendo pucheritos.
Yo que el
juez Cocodrilo Dundee te meto a la reja con cinco hermanos del Profe Puti,
conchatumadre, por llorón, perdió los papeles Paddington. Ya, imbécil,
escucha. Te oí que ese huevón de PAI es platudo. Ya, pes, le vas a decir que te
compre un depa en Lima y que te lo tenga listo en cinco días. También, que te
compre los pasajes de avión porque seguro que, así como vives, dependiendo siempre
de lo que te da tu hermano, que sí es exitoso, no tienes un peso, maricón.
Qué buena
idea, Paddington, por eso te amo tanto, dijo Marly, y apachurró al muñeco entre sus brazos.
Ya suéltame,
oe, maricón; luego me vas a pasar tu mariconería y voy a terminar clavado por
el zapatero de Popeye.
***
¿Cambrito?
El
esquelético trabajador de Bembos no podía creer que estaba recibiendo una
llamada del mismísimo PAI Enchalado.
¿PAI? ¿Eres
tú?
Sí, Cambrito,
fíjate que estuve recapacitando sobre las cosas tan feas que te dije y, …
No sigas, PAI,
no tienes necesidad de decir más. Las cosas malas están olvidadas. Es más,
nunca ocurrieron.
Qué bueno
que lo hayas superado, Cambrito. Bueno, te quiero pedir un gran favor.
Cambrito,
que hubiera sido un experto filólogo si la vagancia no se hubiese apoderado de
él en el colegio, se fijó en la seguridad al hablar de PAI. No dijo ‘quería
pedirte un favor’, como se hubiera expresado cualquier peruano pusilánime, dijo
más bien ‘quiero’, con seguridad, con firmeza.
¿Cuál será,
PAI? Estoy a tus órdenes.
Quiero que
compres un departamento en la mejor zona de Lima. Yo te voy a dar el dinero. Recurro
a ti porque eres mi único contacto en el Perú.
Esto era
mentira. PAI sí tenía otro contacto en el Perú: Rigoberto El Cabro Viejo
Viajero, pero sabía que se pondría supremamente celosa al momento que
descubriera que el departamento era un regalo de amor para Marly.
Por
supuesto, PAI, te paso mi número de cuenta y ahorita mismo me pongo a buscar el
depa.
A los pocos
minutos, la cuenta de Cambrito albergó una cifra para cuya acumulación él
hubiera tenido que trabajar doscientos treinta cuatro años seguidos,
ahorrándolos y sin gastar un mango.
¿Puedo
confiar en ti, no, Cambrito?, le escribió PAI al cabo de unos minutos.
Claro que
sí, respondió inmediatamente Cambrito. Más bien, te quería pedir un
favorcito. Acompañó el texto con un emoticón de penita.
PAI sospechó
lo peor. Sin embargo, no le quedó más remedio que escucharlo: Sí, dime, Cambrito,
¿qué favor será?
¿Crees que
pueda quedare a vivir en tu departamento como vigilante hasta que lo ocupes?
Esto le
pareció a PAI muy exagerado y aprovechado, pero no le vio mayor problema.
Claro,
Cambrito.
Cambrito
volvió a usar el emoticón de penita. Lo colocó cinco veces luego de escribir: Y
otro favorcito más, por favor.
Sí, dime,
Cambrito, escribió PAI, deseando de que la tortura terminase ya.
Mientras te
vigilo el departamento, ¿crees que puedas pagarme el mantenimiento del depa, la
luz, el gas, el agua, y los arbitrios?
Claro,
claro, Cambrito; de todas maneras lo tengo que hacer porque finalmente viviré
ahí. Así que, si no quiero atrasarme con esos pagos, los irás haciendo tú por
mí con lo que yo te vaya enviando. Aunque no tendrás que pagar mucho porque ni
bien esté comprado el depa me mudaré inmediatamente.
No hay
problema, PAI, tómate tu tiempo. Las cosas deben hacerse con calma, sobre todo
las mudanzas, así que tómate si quieres un mes, un año o cinco años, yo siempre
estaré ahí para cuidarte el depa y tenértelo siempre bien limpiecito y con
todos los pagos hechos puntualmente, con tu pecunio por supuesto.
Qué regio
contar con tan buena persona como tú, Cambrito. Entonces, espero tus noticias.
Ni bien encuentres el mejor departamento en la mejor zona de Lima, me avisas.
Cambrito
asentía mientras leía los mensajes de PAI. Se veía ya amo y señor de un
departamento A1 en San Isidro, San Miguel, Magdalena, La Perla, Chacarilla del
Estanque o Rinconada del Lago. En eso, recibió un mensaje de Santos Camarón, huidizo
periodista deportivo y amigo de Cambrito: Oye, loquito, aquí, desde mi casa,
acabo de oler que tu situación financiera ha cambiado. Santos tenía un
poderoso olfato para detectar a cuál de sus amigos le estaba yendo
económicamente bien.
Sí, Santos.
Bueno, la verdad que no. Tengo el dinero de un amigo para una inversión. Sí, mi
cuenta ha crecido, pero con la plata de mi amigo.
No,
hermanito, no te preocupes, más bien, ese dinerito lo vas a multiplicar
conmigo. Ya sabes que prestarme a mí es invertir a lo grande.
¿Cuánto
necesitarás, Santitos?
Mira,
hermano, dame todo lo que te haya depositado tu amigo y yo te lo duplico.
Cambrito se
imaginó comprándose su propio departamento con las ganancias que le devolviera
Santos.
Ya,
Santitos, pásame tu número de cuenta y te deposito.
Listo,
hermano, dijo Santos. Muchísimas gracias. No te vas a arrepentir.
***
Tiene que
pagar, pues, caballero, dijo Locho, El Candelero Mayor y conductor, mediador
o facilitador del programa deportivo La Mentada de Media Cancha.
Págame, pues,
mierda, ladró Bola Ocho, fogoso panelista del mencionado programa cuya
característica principal era ajustar verbalmente a sus contertulios.
Santos
Camarón sacó de su bolsillo mil dólares. Los camarógrafos, los panelistas y el
propio Locho quedaron boquiabiertos. Sabían que Santos Camarón jamás había
tenido en sus manos o en sus cuentas esa cantidad de dinero.
Pero voy a
pagar cuando el señor Bola Ocho también le pague a Nariz de Pito, que ya sé que
le tiene una arruga de más de diez años.
Oigan,
oigan, caballeros, medió Locho, cómo van a estar exponiendo así sus
asuntos privados, qué irán a pensar los televidentes en sus casas, que los periodistas
deportivos somos unos sinvergüenzas que no honramos nuestras deudas. Por eso,
les aconsejo a los abonados que no vayan a estudiar periodismo deportivo,
porque van a terminar siendo picadores de cuidado como algunos de nuestros
panelistas.
Oiga, exigió
Bola Ocho, a mí no me meta en el mismo saco que este malparido de Santos
Camarón.
Usted a
quién le debe, señor Santos, aparte de al señor Bola Ocho, dijo
Locho.
A nadie
más, Lochito. Aquí lo del señor Bola Ocho ha sido producto de una apuesta
ridícula y sin valor. O sea, una broma. Pero yo jamás le he pedido plata prestada
a nadie. Escúchenme, amigos abonados, Santos Camarón nunca le ha pedido plata a
nadie, ni la pedirá y si la pide, entonces paga. Pero no Lochito, en estos
momentos, no le debo plata a nadie.
Cambrito
veía el programa entre lágrimas: Santos negaba en señal abierta el préstamo que
le había hecho. Además, su celular aparecía como desconectado. Ya no respondía
ninguna llamada y los mensajes que le enviaba le eran devueltos con una alerta
que decía ‘el usuario se ha ido o ha fugado, no vuelva a escribir a este número’.
Mientras tanto, en Australia, el juez Cocodrilo Dundee mandó enchironar al señor Marly por haber mostrado la chala en un bar de Sídney. PAI lamentaba haber confiado en Cambrito y Marly se preparaba mentalmente para soportar los vejámenes de los que su culo sería principal víctima. Por otro lado, en Newark, don Groover se sabroseaba con la noticia del encarcelamiento. Como diría el poeta de Jesús María, Luchito Hernández, ‘qué tal viejo, che’su madre’.