martes, 17 de abril de 2012
El lector, la lectura y la nena
Un escritor es, a la misma vez, un voraz lector. Una persona que se siente abocada a escribir se sentirá, asimismo, atraída hacia la lectura, hacia los libros, vetustos o nuevos, enjutos o gruesos.
El lector –ya no hablemos de los escritores pues, como se ha establecido en el primer párrafo, éstos pertenecen indefectiblemente al conjunto más grande que comprende a los lectores- verá la manera de aferrarse siempre a un libro. El verdadero lector considerará que la vida que vive es insignificante e indigente, chata e insípida. Por tanto, el lector encontrará en un libro lo que un drogadicto halla en un puñado de cocaína, el lenitivo necesario para sobrellevar la cotidianidad del mundo.
Entonces, el individuo enfermo de lectura se aprovechará de cualquier ocasión que disponga para atiborrarse de letras e historias, dejando errar a su imaginación por los senderos que los libros le marcan. Un viaje en microbús, la caminata para ir al trabajo, la siesta luego de las comidas, una caminata cualquiera, una clase aburrida en la universidad, luego de haber tenido sexo, cualesquiera de estas alternativas es propicia para el lector cuando desea entregarse a un libro. Un segundo sin atragantarse de ficción le parecerá un segundo perdido en esa vida tan corta que es la suya, llena de enfermedades, golpes, enredos y fracasos.
El lector desquiciado y completamente perdido por las letras verá mermado el poco tiempo que tiene para solazarse en la lectura, un tiempo residual y mínimo que le deja el cumplir sus cotidianas labores en la oficina –las cuales también disfruta, pero no con esa intensidad con que ama leer- cuando tiene que cargar y dar el biberón a su hija, cuando tiene que salir a pasear con su mujer porque de lo contrario ella le armaría un escándalo de proporciones argumentado que ella nunca sale del hogar, que vive encerrada en la casa como una esclava.
En esa pequeña nena de menos de dos meses, que sostiene en sus brazos y a quien observa con alegre estupor mientras le da de beber las cinco onzas de Blemil Plus 1, ve a su futura compañera de lecturas, ve a una futura enferma de las letras, ve a la heredera de aquellos libros que compra y compra sin cesar, de aquellos infolios que, a una desproporcionada velocidad, van atiborrando la pequeña sala del departamento familiar.
(Foto: Morgana Daniela, a los cuatro días de su nacimiento)
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Daniel Gutiérrez Híjar,
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