viernes, 20 de abril de 2012
Crónica de San Gabriel
Según confiesa el propio Julio Ramón Ribeyro en el proemio de su libro “Crónica de San Gabriel”, ésta -su primer trabajo novelístico- lo escribió durante los primeros meses del año 1956, en su estadía en la gélida Munich, Alemania. Cuenta que, a causa del excesivo frío del ambiente y de que desconocía el idioma alemán, se encerró en su minúscula habitación en donde, aburrido, decidió dar rienda suelta a su imaginación, creando lo que sería su primera novela, echando mano para este propósito de sus recuerdos de un viaje a las serranías que efectuó en su adolescencia. En el transcurso del tiempo que le tomó escribirla, solamente tuvo sentidos para la historia que plasmaba, seguramente volviéndose insensible al malévolo frío que pugnaba por envolver su magro cuerpo. El escritor fue presa de un “etat second” (segundo estado), el cual se refiere al momento de abstracción de la realidad que experimenta un artista para enfocarse, única y exclusivamente, en un determinado trabajo. Julio Cortazar confesó, en algunas ocasiones, escribir sus novelas solamente cuando se encontraba en este “etat second”.
Al cabo de tres meses, “Crónica de San Gabriel” estaba terminada, al igual que la temporada gélida. En ese tiempo, Ribeyro escribiría 20 de los 24 capítulos con los que cuenta la novela. Los 4 restantes los culminó dos años después.
Luego de publicada, “Crónica de San Gabriel” le permitiría a su autor ganar el Premio Nacional de Novela. Bastante alentador y promisorio para ser la primera novela de un escritor, ¿no? Claro, Ribeyro era escritor de cuentos, y había obtenido cierta notoriedad con sus primeros cuentos, pero un experto cuentista no necesariamente es un avezado novelista.
Sinceramente, no he encontrado los elementos necesarios en “Crónica de San Gabriel” que me hayan hecho decir: “¡Qué tal novela! Merecía ganar un premio”. Quizá, el maestro Ribeyro tuvo, en el jurado, algunos amigos generosos.
La primera novela de Julio Ramón narra las pequeñas historias que cuenta, en primera personas, el personaje principal del libro: Lucho, un adolescente limeño que es enviado, por su tío Felipe, un mujeriego de polendas, a pasar sus vacaciones en una hacienda de las serranías trujillanas: San Gabriel.
Sin ser injusto, confieso que la historia me atrapaba por momentos, creaba ciertos momentos en los que esperaba desenlaces que conllevaran a otros más decisivos e interesantes. Sin embargo, las intrigas y atómicos misterios, pobremente construidos, que van destruyendo la otrora próspera hacienda San Gabriel, no llegan a tener el efecto cataclísmico y demoledor de una verdadera novela. No intento decir con esto que esperaba que “Crónica de San Gabriel” fuese una novela de suspenso. No. Simplemente, creo que una buena novela, al menos para mí, debe capturar al lector y llevarlo al éxtasis de un final que sea muy similar a una venida luego de una buena faena sexual.
Repito: la historia es simpática e interesante, pero no me pareció merecedora de un premio.
La historia cuenta las impresiones del muchachito limeño, Lucho, en un ambiente totalmente nuevo y diferente para él como es la sierra del Perú. La hacienda San Gabriel es propiedad de Leonardo, hermano de Felipe, quien difuminará, con su codicia y desidia, la buena reputación y prosperidad de su hacienda. En ella, Lucho encontrará una forma de amor a través de la escurridiza Leticia, único personaje que encuentro bien construido aunque bastante errático.
En este retrato de la vida de una hacienda de la década de 1930. Los patrones, blancos en su mayoría, mandan sobre el resto: los yanaconas o sirvientes. Leonardo, además, posee una mina de tungsteno, la cual va perdiendo valor pues el mineral que extrae va en picada en el mercado. Lucho, para olvidar momentos agrios y tensos que tuvo con Leticia, decide pasar una temporada en la mina como trabajador. Leonardo le advierte que no vaya, que no es una buena idea, que ni siquiera él mismo que es el propietario de la mina se atreve a pasar largas temporadas. Lucho va a la mina en calidad de aprendiz de capataz. Allí conocerá de cerca las condiciones misérrimas en que viven los trabajadores mineros y la apatía y dureza con que los dirige un capataz, tan indio como los trabajadores.
Como el título bien lo dice, esta novela es una colección de crónicas que se juntaron, a través del hilo conductor llamado Lucho, para tratar de contar una historia más o menos interesante. No me aburrí leyendo el libro, por el contrario, quedaron en mi mente imágenes imborrables de las que fui testigo a medida que Lucho se internaba en los contubernios que destripan la bonanza y alegría de la hacienda.
Cuando se disponga a recorrer las líneas que componen este libro, se topará con una variedad de personajes y encontrará que aquello que tienen en común estos tipos es una locura que se ha incubado en cada uno de ellos y que irá medrando con el correr del texto. Quizá, como el propio Lucho lo reconoce, el único personaje cuerdo en la hacienda es Jacinto, hermano menor de Leonardo y Felipe, que vive recluido en su habitación, saliendo de cuando en cuando a cumplir algunas faenas propias del campo, y que toca la mandolina y lee –o destruye, según su estado de ánimo- libros de electricidad. Con su autoimpuesta reclusión, Jacinto parece haber erigido una muralla de concreto, notas melódicas y números de física contra aquella locura que se va apoderando de San Gabriel. Lucho, quien se convierte en el único compañero de charlas de Jacinto, percibe en las declaraciones de éste toda la cordura y sensatez que son exiguas en la hacienda y, por qué no, en todo aquello que lo rodea. Otro personaje confinado al olvido y que, según propia descripción de Lucho, se asemeja más a un muerto que a un vivo es la antiquísima señora Marica quien, a pesar de sus pocas apariciones en la novela, dejan una huella de tristeza, espanto y conmiseración en el lector.
En “Crónica de San Gabriel” podrá encontrar historias de infidelidades, de los primeros escarceos o roces amorosos entre la muchachada adolescente que está emergiendo de la niñez en un ambiente tan pintoresco como San Gabriel, historias de muerte y perfidias. En fin, un conjunto de pequeñas situaciones explosivas que no llegan a generar la gran detonación que yo esperaba.
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