lunes, 30 de abril de 2012

La Civilización del Espectáculo - Mario Vargas Llosa

Leer “La Civilización del Espectáculo”, desde las mismas entrañas de un país como el Perú, resulta siendo una experiencia remecedora, que te abre los ojos y te muestra que, cada día y de un modo avasallador, la inmundicia nos va cercando –si es que ya no ha cercado a la mayoría de gente- para ahogarnos en sus miasmas sin encontrar reparos por nuestra parte, por la sencilla razón de que no la vemos como miasma sino como bálsamo redentor que nos permite relegar, de momento, los perentorios problemas que nos atosigan día a día: pagar la luz, el agua, el colegio de los niños, etc. Me estoy refiriendo explícitamente a los contenidos actuales de la televisión peruana. Como relata Vargas Llosa en este noticioso ensayo, los nuevos líderes de opinión en esta “civilización” actual son cantantes que no cantan, bailarinas que no bailan, futbolistas mononeuronales, personajes de breve impacto, individuos pertenecientes a eso que llaman farándula. En el fondo del baúl de los recuerdos quedaron aquellos filósofos y escritores que décadas atrás eran los que polemizaban y confrontaban sus opiniones, seguidos atentamente por el público ávido de encausarse en un ideal. Ahora, lo ideal es permanecer enganchado e impávido frente a una pantalla, creyendo los embelecos de personajes cuyo único mérito para figurar en la televisión fue provocar y protagonizar un escándalo. En la página 130 de su libro, Vargas Llosa dice: “Consecuentemente, la popularidad y el éxito se conquistan no tanto por la inteligencia y la probidad como por la demagogia y el talento histriónico.”, lo cual, a todos nos consta, es una verdad irrefutable. Basta con echar una mirada en los medios de comunicación para saber quiénes son nuestros líderes de opinión, nuestros ejemplos a imitar. La sociedad peruana –aunque, según el lúcido y certísimo ensayo de Mario, lo que voy a escribir se puede extender a varios países que pertenecen al Primer Mundo- vive feliz fagocitando la inmundicia que los medios le arrojan, lo cual se asimila a lo que Carlos Granés, amigo de Vargas Llosa, vio alguna vez: “una de las presentaciones más abyectas que se recuerdan en Colombia, la del artista Fernando Pertuz que en una galería de arte defecó ante el público y, luego, con total solemnidad, procedió a ingerir sus heces”. Los conductores de los noticieros, de los programas de variedades y de cualquier otro espacio televisivo o radial demuestran un dominio paupérrimo del idioma. ¿Qué podemos aprender de ese tipo de gente, qué nos pueden enseñar? Absolutamente nada. Ya no importa transmitir ideas y el modo de cómo enviarlas al público; únicamente se toma en cuenta el circo, la payasada que se pueda armar en torno de cualquier anodino tema. Jean Baudrillard toma la palabra en el libro de Mario y dice: “El escándalo, en nuestros días, no consiste en atentar contra los valores morales, sino contra el principio de la realidad”. El Nobel no solamente se limita al tema de la putrefacción de los medios. También hinca su pluma en materia religiosa, haciendo un firme y libertario alegato a favor del laicismo de los Estados del mundo, pues ello evitaría la discriminación y la intolerancia. La religión debe circunscribirse al ámbito netamente privado del individuo. Estupenda es la historia sobre el Tribunal Constitucional de Alemania, en Karlsruhe, que emitió un fallo dictaminando el retiro de los crucifijos de las paredes de las escuelas, a menos que los padres, en su totalidad, los consintiesen como mudos testigos del desenvolvimiento de sus hijos. Este fallo es notorio pues se hizo efectivo en el estado de Baviera, uno de los más conservadores y católicos del país germano. Ya lo dice Vargas Llosa en su ensayo: “ninguna religión es democrática”. A mí me jode sobremanera cuando compruebo que no existen luminarias en los medios de quienes pueda yo mejorar mi vocabulario, exornar mi hablar. Podíamos contar con Bayly. Luego de su autoexilio, Beto Ortiz, en las mañanas, es una isleta en medio de tantos pusilánimes e ignaros periodistas. Además, en la televisión, vía el canal del Estado, contamos con aquella luminaria que, contra todo, sigue dictando cátedra: Marco Aurelio Denegri. Lamento cuando, leyendo a escritores como Vargas Llosa que se supone son modelos a imitar en cuanto a lo correcto en el escribir y decir, me tropiezo con oraciones como la del capítulo Antecedentes, Piedra de Toque, Lo privado y lo público, en donde Mario, refiriéndose a Fernando Savater, dice que “casi nunca discrepo con sus juicios y críticas”. Mal uso del verbo discrepar. No se dice “discrepo con”. Lo correcto es “discrepar de”. En resumidas cuentas, muy recomendable el libro de Vargas Llosa.

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