viernes, 11 de junio de 2021

En mi muro - Capítulo 4 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

Domingo 6 de junio del 2021. Segunda vuelta electoral. En algún lugar del Callao - 7:15 pm

270, dice Javier.

No, digo yo, tienen que ser 250.

Javier se agarra la cabeza: Chucha, la cagada, hay 20 votos de más.

Javier es el presidente de mesa. De los cinco ciudadanos elegidos para conformarla, Javier fue el único que se presentó. A Luis, en la primera vuelta, lo pescaron de la fila y nombraron tercer miembro. Aquella mesa, de esa primera vuelta electoral, quedó operativa a las once de la mañana; es decir, con cuatro horas de retraso.

¿Estás seguro?, me dice Javier, visiblemente preocupado.

Claro, son 250; el número de firmantes en el padrón cuadra con los stickers que Luis ha estado pegando en los DNI, respondo, y miro al aludido. Este asiente.

Domingo 6 de junio - 7:00 am

Tú vas a ser el presidente de mesa, dijo la representante de la ONPE, señalando a Javier.

Tú, como en la primera vuelta, serás el tercer miembro, continuó, señalando a Luis.

Y tú, el secretario, terminó, señalándome a mí. Luego, me enseñó lo que debía hacer: ubicar en un padrón de quince hojas a los 300 votantes que se fueran presentando, tomarles la huella digital del dedo índice derecho y solicitarles una firma idéntica a la que figurase en sus DNI.

Muchas gracias, me dijo. En el tiempo que llevo aquí, nunca se ha abierto una mesa a la hora exacta, a las siete. ¿Te presentaste por la plata? Porque te puedo facilitar el link en el que te tienes que registrar para que cobres los…

No, gracias, la interrumpí. Empecemos, más bien.

Ok. Empiecen, chicos. Mucha suerte. Me llaman si necesitan algo.

Domingo 6 de junio - 10:45 am

Van a ser cuatro horas desde que abrimos la mesa y ya han votado algo más de ochenta personas. Javier está asombrado. Dice que, en la primera vuelta, a esa hora, ni siquiera abrían la mesa. Al final, solo votaron 120 personas. Cree que, en esta ocasión, el número será mucho mayor. Tiene que ganar Keiko, tiene que ganar Keiko, dice.

La tarea de Javier consiste en firmar las cédulas y entregárselas una a una a los votantes. Es importantísimo que él mismo tome una y se la entregue al votante. Muchas veces, ellas se pegan entre sí y ya nos ha tocado casos en que un honrado sufragante ha salido de la cámara secreta devolviéndonos hasta tres o cuatro cédulas más. Ha pasado esto y Javier sigue ensimismado en su celular, sin escarmentar. De tanto en tanto, habla con Luis sobre cuándo cobrarían los 150 soles que el Estado les otorga a los miembros de mesa.

Mi tarea de secretario es confirmar que el votante figure en el padrón, solicitarle una firma y la huella de su índice derecho. Sin embargo, voy más allá; les doy la bienvenida, les invito a tomar una cédula (porque Javier sigue distraído con el celular) y a pasar a la cámara secreta. Son tantos votantes que ya tengo un discurso más o menos sólido. Pongo mi mejor voz de azafata virgen del American Airlines y le digo al votante:

Hola, Edilberto. Bienvenido. Por favor, toma una cédula. Sí, de esas que están firmadas, y pasa a la cámara secreta, por favor. ¿Tienes lapicero azul? ¿No? Entonces, coge uno de estos, por favor. Cerciórate de que sea solo una cédula, porque se pegan entre ellas.

Muy bien, Edilberto, ahora deposita tu voto en el ánfora; en esta ranura. Muchas gracias.

Ahora, por favor, necesito que me firmes aquí. Muy bien. Ahora, déjame la huella digital de tu índice derecho exactamente aquí, en este recuadro. Perfecto. Buen trabajo.

A continuación, tu DNI, con su respectivo sticker, te lo devolverá mi compañero Luis, que está en esa esquina.

Al parecer, ninguno de los votantes de mi mesa había sido recibido con tanta eficiencia y amabilidad, en sus vidas, a la hora de votar.

Decían: ¿Eso es todo? ¿Tan rápido?

Yo les respondía: Sí, eso fue todo; ya terminamos. Ahí tiene alcohol y papel para que se desinfecte si desea.

Me decían: Muy amable y muchas gracias, joven.

Yo les respondía: No, gracias a usted más bien por haber cumplido con su deber cívico. Así es, a esos niveles de cursilería llegaba mi amabilidad de terramoza lujuriosa de Cruz del Norte.

Todos me reconocieron el buen trato, los votantes de Keiko y los de Castillo (porque en esas más de ochenta personas era seguro que había gente de ambos bandos), lo que prueba que un mucho (como afirmaba el buen Marco Aurelio Denegri: si se puede decir «un poco» también es válido decir «un mucho») de amabilidad destruye cualquier tipo de barrera.

Domingo 6 de junio – 7:00 pm

Estoy cerrando el padrón, como me indicó la chica de la ONPE. Luis y Javier, ansiosos por regresar a casa, cuentan los votos del ánfora. No hay personeros del Lapicito; solo uno de Keiko.

Termino con el padrón y superviso el conteo de los votos. En su prisa, Javier comete demasiados errores; pone algunos votos de Keiko en el pilón de los de Castillo y los de Castillo en el de Keiko. Un entrevero completo. Apenas detecto las fallas, las enmiendo. Pero, ¿Cuántos dislates habrá cometido mientras estaba yo finalizando el padrón?

Domingo 6 de junio - 7:20 pm

Esa es la respuesta; cometió 20 dislates. Su infantil apresuramiento lo llevó a contar 20 votos de más.

A ver, propongo calmadamente, en medio de la desesperación que se va apoderando del resto de miembros, voy a contar los votos, pero los voy a agrupar en montones de 10. Por favor, chequeen que no se me pase uno.

Al terminar, el resultado es de 251 votos.  

Chucha, ahora sobra uno, dice Luis.

Nos miramos menos preocupados (ya no eran 270 sino 251 votos), pero preocupados, al fin y al cabo; sobraba un voto.

Luis le reclama a Javier: Debiste chequear que solo sacaran una cédula. Hay gente que ha estado devolviendo más de dos que se habían pegado. Seguro un vivo aprovechó y marcó dos cédulas. Has estado todo el rato distraído con tu celular.

Voy contar a otra vez, digo. Nuevamente, 251 votos, distribuidos así: 179 para Keiko, 56 para Castillo, 15 viciados y 1 blanco.

¿Y ahora?, dice Luis.

Yo me quiero ir temprano, dice el personero de Keiko.

Quítale un voto a Castillo, le dice Javier a Luis, que ha quedado cerca de las rumas de votos.

¿Yo por qué? Tú la cagaste. Tú hazlo.

Javier, que sabe que la ha cagado, se acerca a los votos de Castillo y, cual prestidigitador, desaparece uno en el bolsillo de su casaca.

Ya está, dice; 250 votos. Que se joda el comunismo.

Llenamos los formularios de ley y entregamos los votos a la representante de la ONPE. ¿Todo bien, chicos?, nos dice.

, respondemos en coro.

Son la mesa que más rápido ha terminado. Felicitaciones.

Gracias, le respondemos juntos.

Saliendo del estadio donde nos tocó votar, Luis, como si hubiera leído nuestras conciencias, dice: Putamadre, me siento culpable.

Javier, algo más resuelto, dice: Sí, pero no creo que Castillo se vaya a sentir muy culpable cuando empiece a mandar a la mierda a todo el país. Bien hecho, que se joda el Lapicito.

Domingo 6 de junio - 7:50 pm

Camino a casa de mi madre. Me siento hasta las huevas. Le hemos birlado un voto a Castillo. Todos somos culpables, aunque la mano desasida –como diría Martín Adán- le haya pertenecido a Javier. Luego, pienso: ¿Y por qué no eliminamos uno de los votos viciados? El fragor del momento no me permitió proponer esa solución. Ni se me ocurrió como ahora se me ocurre mientras camino. La única salida viable, en esas circunstancias, pareció ser la propuesta de Javier. Muchas veces tomamos decisiones apresuradas y los arrepentimientos posteriores están asegurados. Así, en medio de un clima hostil, había dejado que el amor de mi vida se fuese del país.

A propósito, ella no me había whatsappeado desde el mediodía. Esto también me desmoraliza. Ayer, sábado, me reuní con el abogado que me asesoraría en el divorcio de la madre de mi hija. Quedamos en una cantidad de dinero y firmamos un contrato. Le envié las respectivas fotos probatorias por el whatsapp a mi chica hondureña (no es mi chica aún, todavía no me perdona, pero ha restablecido nuestras comunicaciones, lo cual me significa una luz de esperanza). ¿Ahora sí crees que tengo toda la intención de recuperarte?, le escribí.

, me respondió. Esa respuesta me había coloreado el sábado y parte del domingo, hasta que he comprobado que se ha desentendido de mí hoy durante las elecciones.

Carolina, la chica del Tinder, ya me decía que me amaba de modo superlativo, y estuvo muy pendiente de lo que me ocurría durante mi experiencia como secretario en la mesa de votación. Me escribía a cada minuto, y yo le contestaba cuando los votantes me concedían un respiro. Ya no la tenía guardada como «Carolina Tinder» sino como «Carolina Miró», su apellido.

Pero quien decidía mi estado de ánimo, sin duda, era mi chica hondureña.

Ya en casa de mi madre, relaté a grandes rasgos los eventos del día, pero obliteré lo del voto sustraído a Castillo. Sobre ese robo involuntario -pero robo, al fin y al cabo- en el que participé, no hablaré jamás. Nunca podrá probarse dicha sustracción; sin embargo, lacerará mi conciencia toda mi vida.



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