viernes, 18 de junio de 2021

En mi muro - Capítulo 5 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

Fabián me dice que tiene unas entradas para ver la primera obra de teatro presencial luego de tantas cuarentenas encima por la COVID. Es una obra que protagoniza en solitario nuestro ex maestro de teatro, Manuel Wiesse. Le yapeo a Fabián el importe de la entrada y escribe que pasará por mí en su auto nuevo. Lo hace, pero a las 6 y 20 de la tarde. La función es a las 6 y 30. A pesar de que toma la Costa Verde, llegamos a la Alianza Francesa, en cuyo teatro será la función, a las 6 y 40. Los vigilantes, un par de cholos malhumorados, nos niegan la entrada. Regresamos al auto y Fabián propone vagabundear por el malecón de Miraflores. Hacia allá enfilamos.

Fabián: ¿Te conté lo que pasó con Graciela?

Daniel: No jodas, huevón; ¿te la tiraste?

F: Sí.

D: Hijo de puta, eres un maestro, un grande. Putamadre, tengo 38 años, tú 21, y a tu edad no hacía ni un quinto de lo que tú haces. Cuenta. ¿Cómo fue? ¿Fue en la fiesta de la promo del taller de Manuel?

F: Sí.

D: Fue en Barranco, ¿no?

F: Sí.

D: Cuenta, pues, huevón. Me metes la puntita y luego yo tengo que sacarte la información a cucharadas.

F: Nada. Estábamos en un restaurante –no me acuerdo el nombre-, pero sí que estaba súper cerca de la casa de Graciela.

D: Ya, claro, me acuerdo que ella me contó que vivía en Barranco.

F: Sí, la gente se quitó y nos quedamos Graciela, yo y no sé si te acuerdas de una tía chata, de pelo negro, que siempre se reía de cualquier cosa.

D: Claro, claro, tampoco me acuerdo de su nombre, pero sí sé a quién te refieres. Chucha, ¿y cómo hiciste para deshacerte de ella?

F: Nada, al principio. En realidad, no tenía ni idea de lo que iba a pasar después. La cosa es que Graciela nos dijo para continuarla en su casa, que no quedaba tan lejos de ese restaurante. Llegamos y nos instalamos en la sala de su dúplex.

D: ¿Dúplex?

F: Claro, dúplex. ¿No sabes lo que es un dúplex?

D: No. O sea, cuál es la diferencia entre una casa de dos pisos y un dúplex. ¿No es lo mismo? Yo creo que dúplex es una mariconada de palabra para nombrar a una casa de dos pisos, ¿o no?

F: Ya me hiciste dudar.

D: Continúa.

F: Graciela sacó dos rones y una Coca de 2 litros. Estuvimos conversa y conversa harto rato. En eso, me doy cuenta de que la tía se había quedado dormida en uno de los sofás.

D: Qué pesada. Yo que ella me hubiera ido hace rato. Hay gente que no posee el sentido de la pertinencia. No saben cuándo desaparecer de la foto.

F: Graciela la despertó y la llevó al segundo piso. Ahí tenía una cama.

D: Entonces, se quedaron solos.

F: Sí, y cuando volvió a sentarse, se sentó bien cerquita de mí. Habrá pasado algo de 20 minutos cuando, te juro, hermano, me miró y yo la miré. Nos quedamos callados. Y ella me dijo me gustas, y yo le dije me llamas la atención. Y nos besamos.

D: Putamadre, te admiro, huevón. ¿No me digas que lo hicieron ahí mismo, en el sofá, en plena sala, a sabiendas de que la tía que estaba arriba podía bajar en cualquier momento?

F: No, pero adivina qué me dijo.

D: No sé, ¿tienes condones?

F: No.

D: ¿Eres mayor de edad?

F: No, hermano.

D: Puta, no sé, ¿qué te dijo?

F: Me preguntó ¿quieres tirar?

D: No jodas, huevón. ¿Te tuvo que preguntar eso? Eso no se pregunta, huevón. Eso se siente. Se supone que cuando besas a una hembrita, por el modo en que la besas, metiéndole la mano por aquí y por allá, ya está más que implícita la idea de que van a tirar, ¿no? ¿Cómo carajos besas tú, huevón?

F: Sí, hermano, tienes razón. Quizá no soy tan apasionado para besar.

D: Entonces, obviamente, le dijiste que sí.

F: Claro, hermano. Le dije que sí y me llevó a su cuarto.

D: Chucha, pero ¿y si entraba la tía?

F: Graciela le puso punto a la puerta.

D: Pasu, huevón, te admiro, ya me imagino lo que habrás hecho ahí. Graciela tiene un cuerpo bonito según recuerdo.

F: Muy bonito, hermano, muy bonito. De vez en cuando me la corro recordando esos momentos. ¿Te acuerdas que tenía un yeso en el brazo?

D: ¿Qué? ¿Tenía un yeso? Claro, claro, ahora que lo recuerdo ella aparece en las fotos que publicaron en el grupo con un yeso. Y tú y ella muy abrazados, pendejos; o sea que desde el restaurante ya te la estabas trabajando, cabrón.

F: Ella se me estaba pegando, hermano.

D: Huevón, ¿no hay problema con que cuente esto en la novela que estoy publicando en mi Face?

F: Con tal que me cambies el nombre, hermano, no hay problema.

D: Claro, claro, yo siempre cambio los nombres.

Estamos a punto de cruzar una intersección en Miraflores. Todavía le quedan unos cuantos segundos a la luz verde. Pero Fabián tiene que detenerse porque tres jóvenes están cruzando la calle por las líneas de cebra. Son 2 chicos y una joven. Los chicos corren para alcanzar la vereda, pero la joven mantiene el paso. Mira a Fabián. Me mira a mí. Y continúa caminando demorando notoriamente el paso. Cuando llega a la vereda, la luz es ahora roja y tenemos que esperar un minuto para cruzar la calle.

D: Esa es la dignidad del pobre. ¿Te diste cuenta?

F: ¿De qué?

D: De los huevones que estaban cruzando la pista. Eran dos patas y una chica. Los patas sabían que la luz estaba en verde y que era tu derecho que ellos apurasen el paso para que nosotros crucemos, pero la chica nos miró y, con toda la concha del mundo, empezó a caminar más lento, odiándonos a cada paso.

F: Ah, verdad, ¿no?

D: Esa es la dignidad del pobre: No tengo auto, y no estoy en mi derecho de cruzar la pista, pero me tienes que respetar porque el peatón siempre tiene la preferencia. La dignidad del pobre es una de las peores taras que pueden existir. Te apuesto a que esa huevona votó por Castillo. Muy digna se cree la cojuda.   

F: A propósito, hermano, puta, me gustan un culo tus posts políticos. No sabes cómo me cago de la risa con los comentarios, con esos huevones que te quieren cagar, pero tú los cagas con un par de palabras, empezando por hacerles notar que no saben escribir. Qué bueno, hermano.

D: Gracias, bro. Hay que joder a los comunistas siempre que se pueda. Hablando de comunistas, Manuel apoya al Lápiz, ¿no?

F: Sí, ¿no?

D: Y, mira, un par de cerdos capitalistas como tú y yo hemos contribuido con la taquilla de su obra. No hay nada menos egoísta que el capitalismo. El socialismo, por más que lo pinten de otro modo, termina siendo muy egoísta. Es que solo un pata con plata puede darse el lujo, como nosotros, de pagar por una obra de teatro y no verla. Un comunista de mierda paga –si es que paga, porque generalmente busca la oferta o que lo inviten- pero hace lo que sea para verla. No va a dejar que su plata se pierda. Pero, nosotros, bro, pagamos y listo. No necesitamos verla. Eso es colaborar desinteresadamente con la causa del arte, del teatro. Es más, nuestra ausencia en las butacas ha hecho posible que haya menos gente en el auditorio, o sea, menos probabilidad de esparcir la COVID. Ya, pero estoy hablando huevadas. Me alejé del tema. El tema del yeso de Graciela me ha dejado cojudo. Mira, no te preguntaría por cómo lo hicieron, ¿ya? Pero ella tenía un yeso en el brazo, huevón. La pregunta es obligatoria. ¿Cómo lo hicieron con un yeso de por medio?

F: Era como si no lo tuviera. En realidad, no la sentí incómoda. Solo dijo un par de ¡aus! Creo que fueron más por mi… ya tú sabes, que por el brazo mismo.

D: Pendejo. Y hasta qué hora se quedaron tirando.

F: Puta, no sé, hermano. La cosa es que, espera, sí, creo que a las diez me desperté. Bueno, ella me despertó.

D: No jodas. ¿Y qué te dijo?

F: Me dijo que la tía había tocado la puerta a eso de las siete de la mañana.

D: Anda, huevón.

F: Sí, y que ella salió, abrió la puerta y le dijo: Por si acaso, Fabián está durmiendo conmigo.

D: ¿Eso le dijo? ¿Así, no más? Qué fría. Increíble.

F: La señora se fue y Graciela volvió a la cama. También me contó que, en el chat del grupo, todos preguntaban por mí: ¿Dónde está Fabián? Alguien sabe algo de Fabián, no se ha reportado. Su familia lo está buscando.

D: ¿O sea la tía sí sabía que te habías perdido dándole matraca a Graciela?

F: Parece que sí, hermano. Guardó bien el secreto.

D: Claro, bro, ahora que recuerdo, en el chat del grupo se armó todo un escándalo. Todo el mundo preguntaba por ti. No sabían dónde te habías metido.

F: Sí, revisé mi celular y vi esos mensajes. Ya luego los respondo, pensé.

D: Eres la cagada.

F: Los mensajes podían esperar, pero el segundo round con Graciela no. Total, qué más daba si permanecía inubicable unas horas más.

D: Bien pensado, bro. Alucina que yo ya me imaginaba que algo así había pasado entre tú y Graciela.

F: ¿Por qué, hermano?

D: Por las fotos que se tomaron con la promo en el restaurante. Salen ustedes dos demasiado cariñosos.

F: Sí, tienes razón; yo también veo amor en esas fotos.

D: Bro, ¿y el niño que tuvo Graciela nueve meses después de ese feliz incidente no es tuyo?

F: Siempre me lo pregunto, hermano. Quizá sí, quizá no. Por eso, este 20 de junio me fumaré un tronchito en nombre de mi hijo.

D: Eres la cagada, Fabián, a tu edad yo no hacía ni una pizca de lo que tú haces: no traía cosas del extranjero para venderlas aquí al triple del precio, no recorría el Perú en un auto moderno como el que tienes –con las justas iba en combi a la universidad-, y tampoco tiraba con flacas ricas como tú lo haces.

F: No, hermano, es suerte, no más.

D: El mundo es tuyo, estimado.

F: ¿Esa frase no es de una película?

D: Ojalá que el huevón de Castillo no cague tu negocio de importaciones.

F: Sí, hermano, ojalá.

D: Al final, Fabián, tú fuiste el alumno premiado de la promo; el mejor alumno.

F: ¿Por qué, hermano?

D: Porque a pesar de que siempre llegabas tarde a las clases -incluso casi llegaste tarde a nuestra presentación final en el teatro de Miraflores y Manuel te metió una puteada de antología-, porque, como te digo, a pesar de que casi siempre lo tenías impago a Manuel con la pensión, te graduaste con el premio mayor: Graciela. Claro, no era que ella fuera la bomba sexy, pero ¿quién se acuesta con una chica barranquina y en su propia casa? Eres un maestro, pendejo.

F: Gracias, hermano. Tienes razón. Al final, el mejor de la promo fui yo.

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