martes, 29 de junio de 2021

En mi muro - Capítulo 7 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

Si no quieres pasar tus primeros días en una mina peruana (una ubicada a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar), abrazado al wáter del baño y desalojando en él todo lo que has comido desde que naciste, con la cabeza reventándote y tirado, luego, en una camilla, delirando y recibiendo oxígeno de un inmenso tanque verde que, por momentos, te parecerá la pinga del Increíble Hulk, te invito a seguir estas recomendaciones.

Antes del viaje, empaca ropa gruesa, ropa que abrigue. Deja de lado tus principios fashionistas, aquí solo importa abrigarse.

Compra en la botica un blíster de dimenhidrinato; 10 pastillas por 2 soles. No pagues más. En la tienda del costado, cómprate una botellita de Tampico; 1 sol 50, bien pagado.

No cenes el día antes del viaje. Tampoco almuerces pantagruélicamente. El estómago debe prepararse para el abrupto cambio que experimentará: a más de 4,000 metros, procesará tus alimentos con lentitud. No le será posible digerir lo que normalmente tragas a nivel del mar.

El día del viaje desayuna tu primera pastilla del blíster. Bájala con un sorbito del Tampico. Así es, acertaste; el primer día será de ayuno. Los mejores nutricionistas, especialmente aquellos que terminaron la universidad sin asistir a demasiadas clases, recomiendan ayunar un día por semana.

Una vez dentro de la camioneta que te llevará a la mina, dormirás profundamente. El dimenhidrinato se encargará de ponerte en coma: es uno de sus efectos colaterales. Sí, te perderás la estela de maravillosos paisajes serranos que desfilarán ante tu ventana, pero si tu camioneta sufre un siniestro, ni lo sentirás de lo ausente que estarás. Aprecia siempre el aspecto positivo de los problemas.

Cuando lleguen al restaurante Chez Víctor (que significa «En la casa de Víctor»), pides una sopa. Te recomiendo la sustancia de pollo.  Acompáñala con un juguito de naranja. Con él, te soplarás el segundo dimenhidrinato. Ahí, en San Mateo (localidad que acoge a Chez Víctor), ya sentirás cierta presión en las sienes, presión que hubiera sido mucho más jodida si no te hubieras tomado la primera pastillita. Por favor, no te dejes tentar por lo que ordene el chofer de la camioneta: la consabida trucha con el riquísimo arroz blanco y las doradas papas fritas. No imites tal pedido. El organismo del chofer está acostumbrado a la altura. Él sube y baja llevando gente. La altura y él ya son uno solo. En lugar de codiciar su pedido, conversa con él. Miren el fútbol. El chofer te contará que está haciendo una pequeña fortuna apostando el número de corners en cada partido de la Eurocopa. Ya lo ves celebrando el tercer tiro de esquina a favor de los daneses y en desmedro de los galeses. Admira su portento estadístico. Saluda su magnífico apetito, pero no pidas la trucha. Tu estómago citadino no la soportará. No ahora.


De regreso en la camioneta, volverás a dormir. Despertarás una hora después, cuando hayas llegado a la mina. Sentirás un frío que te molerá los huesos ni bien bajes del auto. Serán las 3 de la tarde, si mis cálculos son correctos. Dejarás tus cosas en el campamento y luego irás a las oficinas a trabajar. Para eso te pagan. Solo procura moverte con lentitud, con tranquilidad. Nadie te apura. Tu cuerpo te lo agradecerá. Un consumo violento de energía le generará a tu organismo un campaneo tremebundo en la cabeza, acompañado de un jadeo maratónico por respirar más oxígeno del que puedes.
 

Te recomiendo no entrar a la mina en tu primer día; déjalo para el siguiente.

En la noche, no te bañes. Todo lo sentirás helado, incluso el agua caliente de la ducha. Ponte encima todo lo que empacaste y sumérgete debajo de las 5 gruesas frazadas que la cama del campamento tiene para ti.

Antes de dormir, con el Tampico que te sobró de la mañana, tómate el tercer dimenhidrinato del día.

Ni se te ocurra prender la estufa para calentarte durante la noche. Deja ese trabajo a las frazadas y los abrigos. Las estufas consumen el oxígeno que te es tan escaso y tan necesario en esta situación. Si duermes con la estufa encendida, nada de lo que te he dicho servirá. No podrás dormir: los dolores de cabeza y las náuseas sabotearán tu sueño.

No te masturbes esa primera noche. No seas loco. Hold your horses. Aunque, sopesándolo bien, este consejo está de más: el dimenhidrinato recién ingerido se encargará de esfumar tus deliquios sexuales y te conducirá a un sueño vaporoso y prolongado.

El cuarto y último dimenhidrinato lo tomarás en el desayuno del segundo día, con un matecito o un tecito. En el almuerzo, ya podrás ingerir algo más que una sopa y prescindir de las pastillas. En este punto, podemos afirmar que has sobrevivido al soroche y sus funestos efectos; podrás comer lo que gustes y masturbarte las noches que creas necesarias siempre y cuando actives las alarmas en tu celular. Recuerda que, en la mina, la chamba arranca desde las 4 de la mañana. No vale quedarse dormido. Te arriesgas a que te acomoden una puteada.

Si mi receta para sobrevivir al soroche no te cuadra, no la sigas. Total, las recetas siempre fallan. Ya ves que el batido de fresa con Smirnofff sale mejor con una lata de Smirnoff de manzana y no con una del sabor original sindicado en la receta.

Estás servido.

 

  

 

 

 

 

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