jueves, 24 de junio de 2021

En mi muro - Capítulo 6 (Novela de Daniel Gutiérrez Híjar)

Mi esposa (me incomoda llamarla así porque ni ella siente nada por mí –a no ser algo parecido al odio- ni yo siento nada por ella –aunque no la odio, pues no soy de los que odian-, pero aún es mi esposa legalmente, a pesar de que ya no vivamos juntos) recibió la notificación para la primera cita de conciliación.

La conciliación es un paso obligatorio si vas a llevar tu divorcio a los tribunales.

Ella siempre me decía: «No te la voy a hacer fácil. No te voy a dar el divorcio así no más. Que te cueste».

Existe el divorcio rápido, que puede tomar menos de 6 meses, siempre y cuando la pareja esté de acuerdo en separarse. Ese no es mi caso. A pesar de que me odia, ella no quiere divorciarse así de rápido, así de fácil. Me la quiere hacer difícil. Por eso, he contratado a un abogado.

¿Por qué no empecé estos trámites antes? Uno, porque no contaba con el dinero para contratar a un litigante y, dos, porque no tenía un motivo para empezarlos. Sin embargo, ahora, mi situación económica ha mejorado ligeramente y tengo un motivo por el cual comenzar con el proceso: recuperar la confianza de mi chica hondureña; prometerle que sí hay un futuro en el que nos veo perfecta y armoniosamente casados.

Mi esposa recibió la notificación y me llamó pérfido. Bueno, no me dijo pérfido; me llamó traidor, mal hombre, malo. No sé por qué. Si hay algo que no soy, son justamente los calificativos que me endilgó. No debiera decirlo yo, pero soy un tipo bueno, confiado, hasta cojudo (ser confiado es ser cojudo; disculpen la redundancia). Pero nunca malo, inicuo o traidor. Jamás he obrado a sabiendas de que perjudicaba a alguien. Si alguna vez lo hice, fue con toda la buena intención del mundo.

Me separo porque es lo mejor para mi esposa, para mi hija y para mí. Mi todavía esposa es una buena madre. Jamás negaré ese hecho. Sin embargo, como pareja, hemos sido un fracaso. Hay que reconocerlo. Por eso, en esta demanda, solicito un régimen de visitas; no la tenencia. Siempre he creído que los niños deben criarse con las madres; sobre todo, y fundamentalmente, cuando ellas prueban serlo en toda la magnitud de la palabra. Mis padres se separaron en los términos en los que yo desearía separarme de mi esposa, es decir, en los mejores términos.

Yo me crie con mi mamá. Creo que me fue bien con ella. Elegí crecer con ella. Mi papá no fue el tipo más cariñoso del mundo, pero, a mis 38 años, recién entiendo el modo en el que me educó: con rigurosa disciplina. A mis 12 años, no aprecié muy bien aquello. Ahora que soy papá, si bien no soy el militar que él fue, entiendo por qué hizo lo que hizo cuando era yo un niño: tomar la correa y azotarme cual si fuera la piñata de una fiesta infantil. Nunca le he pegado a mi hija (bueno, sí, lo reconozco, solo una vez y hace mucho tiempo, el suficiente como para que ella no haya guardado memoria del incidente, aunque nunca el necesario como para que yo haya podido olvidarlo. El día en que la jaloneé del brazo me quedó un agujero en el alma y juré arrancarle sonrisas y nunca más lágrimas) pero entiendo que, a veces, la paciencia no es una virtud ingénita.  

Me separo de mi esposa porque, entre otras cosas, nos era casi imposible evitar las discusiones delante de la bebe. Y cuando ello ocurría, prefería abandonar la contienda verbal y dejar que pensase que era un cobarde. Prefería eso a que mi hija continuase absorbiendo la ponzoña del momento.

El 30 de junio se celebrará la primera conciliación. Si mi esposa no asiste, habrá una segunda fecha; aún desconocida para mí. Si tampoco acude a este segundo acto, el juez tendrá el sustento fáctico necesario para proceder con mi demanda de divorcio, la demanda a la que mi esposa tanto me alentó a formular en nuestras más álgidas conflagraciones orales: «Divórciate de mí, pues; haz lo que tengas que hacer, porque yo nunca te voy a firmar nada así de fácil».

No hay comentarios:

Publicar un comentario