jueves, 3 de marzo de 2011

Domingo 27 de febrero

Domingo 27

Fui a ver a Wendy a su tienda en Quilca. Para causarle la misma impresión que le provoqué el sábado, me vestí con el mismo jean azul oscuro y el mismo polo negro del día anterior, pero cambié mis Caterpillar por unos botines negros de punta de acero marca “Runner” que me dieron en el trabajo (marca de inferior calidad que mis Caterpillar) y mi estupenda casaca azul (casaca que a más de una chica ha impresionado, porque se sabe que ellas quedan más impresionadas por algunas cositas que me echo encima que por la galanura de mi rostro, pues carezco indefectiblemente de dicho atributo físico).

Obtuve lo que quería: Wendy me vio altamente deseable y comestible. Concluyo pues que le gusta mi look casi metalero. La encontré sentada, conversando con su vecina comercial. Me miró con esos ojitos que sólo ella sabe poner. Luego del beso, me senté a su lado. Noté que la ropa que había llevado para el desfile todavía seguía guardada en la maleta. La tienda estaba casi desprovista de ropa. Estaba semi desnuda.

-Amor, ¿no piensas acomodar todo esto?-le dije.
-Tengo flojera, Dani-me dijo-. Tengo ganas de seguir durmiendo, amor. Recién acabo de abrir la tienda-dijo, estirando sus bracitos y dando un ligero bostezo. Eran las tres de la tarde.
-Vamos a mi casa, amor-le dije.
-No-me dijo, poniendo esa vocecita ronquita y engreída que a mí me derrite mortalmente (Supongo que similar efecto causaba esa impostación de voz de Wendy en algunos de sus ex). Cuando hace esa vocecita, soy capaz de hacer muchas cosas por ella.

Finalmente la convencí. Fuimos a mi casa. Antes, compramos una película: El maestro del aire. Película que no vimos o vimos a medias y de modo intermitente pues más rico fue besarnos sobre mi cama, mordernos los labios, decirnos que nos amábamos, tocarnos frenéticamente, mordernos la piel; todo ello, sabiendo que no podríamos hacerlo puesto que ella estaba con su período, y a pesar de que a mí no me importaba mancharme con su sangre, ella se negó rotundamente a consumar nuestros flamígeros escarceos.

-Me muero de ganas de hacerlo, Dani-me decía.
-Yo también-le respondía, muy adolorido por la compresión que mi pantalón jean ejercía sobre mi pene totalmente erecto (erecto pero tirado hacia la derecha).

Cuando sentimos, en alguna pausa que nos tomábamos para respirar más calmadamente, que el televisor ya no emitía diálogos de ninguna película, decidimos poner algún canal para atenuar nuestros ruidos extáticos.

Al pasar del modo video 1 al modo TV, apareció en la pantalla un capítulo más del Chapulín Colorado en Cartoon Network. El capítulo era aquel en que Ramón Valdez hace de un paisano perezoso y haragán (pero buena gente) a quien se le ha ordenado subir unos costales al segundo piso de una casa. Carlos Villagrán representa al jefe de Ramón Valdez y Edgar Vivar caracteriza estupendamente a un gringo que, a cada momento, le está tomando fotos al “Chapulin Coloradou”.

Al ver ese capítulo con Wendy corroboré una vez más que no quiero separarme de ella. Nos reímos a mandíbula batiente de las ocurrencias de los disparatados personajes de Chespirito, pero, más que de las ocurrencias de dichos personajes, nos reímos de los comentarios que lanzábamos al respecto de los actos perpetrados por esos genios del humor. Éramos como dos grandes amigos que se reúnen a ver su serie favorita. Quizá por eso estoy tan unido a Wendy, porque más que alguna atracción sexual (la cual existe y es muy fuerte), nos une una poderosa complicidad, un compartir diario, una mutua comprensión.

Al finalizar el capítulo, decidimos que era hora de que Wendy se fuera a su casa. Me ofrecí a acompañarla hasta la puerta de su domicilio.

-Amor, ¿quieres chaufita?-me preguntó, haciendo sonreír esos ojitos preciosos que tiene.
Yo no suelo comer en las noches, pero por ella puedo comer hasta en las madrugadas inclusive.
-Pero Wendy, no deberías invitarme muy seguido, te vas a quedar corta de plata-le dije, preocupándome por su economía. Ya venía invitándome chaufa desde hacía una semana y quizá más.
-Amor, vamos nomás, yo te invito, mi cholito-me dijo.

No sólo me invito un suculento plato de arroz chaufa en el local de Judith, sino que me invitó un flan. Acompañamos las atiborradas cucharadas de arroz con una gaseosa extremadamente helada, tal cual nos gusta.

-Wendycita, mañana me pagan, mañana salgo de misio-le cuento.
-Para celebrarlo perdámonos mañana, amor. Quiero dormir contigo. Pasar la noche juntos y hacer “eso”. Mañana ya me quito mi parchecito-dijo, refiriéndose a su toalla higiénica-. Yo pongo la habitación del hotel y tú pon unas cervezas heladas.
-¿Unas cervezas? Amor, mañana tengo que trabajar.
-Hay que perdernos, Dani. Esto lo vamos a hacer una vez, para celebrar tu primer sueldo.
Accedí. Pensándolo bien, no debo desaprovechar los momentos desenfrenados que el destino me pone en el camino. Sólo se vive una vez, estamos de paso por este mundo, y más vale extraer el néctar de cada momento. Además, un escritor siempre tiene que estar dispuesto a experimentar.

Mañana (hoy Lunes), experimentaré con Wendy el tomar unas cervezas, hacer el amor embriagados de alcohol y de pasión y despertarme lo más temprano posible para ir al trabajo con la misma ropa del día de ayer.

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